sábado, 16 de marzo de 2013

EN UN BUS



Prólogo: 

Al sentarme a su lado, empezó a hablarme. Lo hizo como si ya nos conociéramos, casi como si nos viniéramos comunicando desde antes de poner a funcionar las cuerdas vocales ese día.

Me contó lo que no sabía: La historia con él. Al llegar al final de su relato, esto fue lo que hablamos:

Capítulo I: De los errores.
  • Uno no debería creer – me dijo mientras giraba la cabeza hacía la ventana y una lágrima huérfana amenazaba con salir de su ojo.
  • Uno si debe creer pero no a todo el mundo. – Le respondí mientras le pasaba un pañuelo.

Esa señorita se turbó cuando por azar yo terminé sentado a su lado en aquella ruta de bus mañanero. Debí recordarle a alguien, o a algo. Pero tan pronto como hicimos contacto visual en aquel vehículo, sentimos la necesidad de hablarnos, pero no por coqueteo. Reitero que era una necesidad.

Antes de eso, me tocó aguantar de pie las frenadas abruptas y las aceleradas repentinas durante unos 15 minutos mientras me enfocaba en sus ojos verdes. Luego por suerte, estábamos hombro a hombro sentados en el cuarto par de sillas del lado derecho del bus; sorteando la descontrolada forma de conducir del chofer:

  • Gracias -  Se secó el ojo y prosiguió – ¿Viviste algo similar?
  • Sí, muchas veces, pero ¿sabe? creo que la decepción propia no radica en las otras personas sino en uno mismo y en nuestros errores, o más bien, en un error.

Ella suspiró y retuvo un falso arrebato de perder el control, como queriendo gritar.

  • Es una mierda – dijo reprimiendo su tristeza y dio un puño en la pierna, en su media velada negra. – Sentirse defraudado es lo peor. Pero cuénteme ¿Qué error es ese?
  • Mantenga la calma. No diga groserías. Ese error del que le hablo es esperar algo de la gente.

Respiró profundo e intentó inútilmente cambiar de tema.

  • Debe estar extrañado que una desconocida le cuente sus penas.
  • Usted debe estar extrañada que un desconocido quiera oírlas, y lo que es más, que esté pensando en escribirlas. Así que hábleme. (Quien haya leído a Marguerite Duras entenderá porqué hice esta petición de seguir hablando, quien no lo haya hecho, la recomiendo)
  • Solo evite poner mi nombre en lo que escriba.
  • No hay problema. – Le respondí la sonrisa.- Por favor hábleme.
  • (Miró por la ventana y habló al vacío) Cuando el mundo se jode, te jode con él; te quita las ganas de todo y hace que te desquites hasta con la gente que quieres. Quieres creer que tu interpretación de mundo es la correcta, porque eres la víctima, eres quién está triste.
  • Suena tonto decir que si bien fue su culpa en minoría, no debe sentirse mal. En efecto da tristeza y si le sigue pasando terminará por perder la esperanza en la bondad de las personas. Si le soy sincero, yo estoy empezando a perderla , la esperanza y la bondad, pero sospecho que alguien, al menos uno, debe seguir teniendo algo de buena volunt…

El bus frenó abruptamente, nos recompusimos y continuamos.

  • (Respiró profundo) Debe haber gente buena, alguien que valga la pena.- Dijo ella.
  • Por supuesto, usted se autodenomina alguien así. Estoy seguro. Por eso quiere buscar a su copia masculina exacta y ahí está su… perdón, nuestro segundo error. Así como nosotros dos tenemos nuestros rencores, todos tienen los propios. Generalizar siempre impide el conocimiento, pero en momentos de rabia uno no atiende a razones. Si de mí dependiera diría que es usted una mentirosa, y todas las mujeres son mentirosas, ninguna vale la pena y merecen ser torturadas por traidoras. Sin embargo, no todas son así. Hay mujeres que olvidan sus rencores y se convierten en los seres más tiernos, amables y guerreros que imagine. De la misma forma usted dirá que todos los hombres somos mujeriegos, de poca voluntad y sin embargo existimos hombres que olvidamos fácil nuestros sufrimientos y estamos dispuestos a enamorarnos mil veces y todas ellas con la misma entrega.
  • ¿Cuántas veces le han traicionado?
  • Eso irrelevante.
  • (Respiró profundo y los ojos verdes le brillaron) Cómo le dije, encontré al imbécil con otra, con la ex novia. Esa maldita p…
  • Mantenga la calma. Hábleme sin groserías.
  • Con esa señorita. La verdad me descontrolé y…
  • No, hábleme de otra cosa.

Ella suspiró, cerró los ojos y trató de concentrarse en algo que no supe qué era:

  • Soy economista, trabajo en la Petrolera Hall Bait. Llevo 4 años allá.
  • ¿Le gusta su empleo?
  • Me da igual. Ahora me da igual.
  • ¿Ha llegado a pensar qué pasaría si la despiden?
  • (Subió las cejas como sorprendida por la probabilidad y habló) Si. Seguramente buscaría otro empleo o tomaría un descanso mientras consigo otro. Estudiaría algo o…
  • No – Le interrumpí – No me refería a qué pasaría con usted, me refería a que pasaría con la petrolera.
  • Nada, o al menos nada importante. Seguro me reemplazarían en poco tiempo. Hay muchos economistas.
  •  Usted es prescindible y por ende reemplazable.

Suspiró, miró por la ventana y retornó la vista al interior del bus. Finalmente la posó a un tipo calvo de bigote canoso que estaba poniendo cierta atención a nuestra conversación. Me miró y me di cuenta que el color de sus ojos era hermoso, muy claro y brillante debido a la amenaza de las lágrimas. Trató de hablar en un tono cómplice y bajo la voz hasta que se acercó a un susurro.

  •  Lo sé.
  •  Pero no sienta mal, todos somos reemplazables. El primer paso para su infelicidad es sentirse muy importante para otra persona. Tenga en cuenta que preguntar ¿Cómo estás? no responde precisamente que al otro persona realmente le importe cómo esté, por el contrario, ello solamente se engrana en la cadena de formalismos de una conversación standard. Ahora, entérese que en calidad de persona "prescindible", como cualquiera, usted es susceptible de ser reemplazada, incluso por un vacío, eso no importa. Asimismo usted puede cambiar a otros sujetos, por lo que quiera, desde un amor seudo-platónico hasta un partido de fútbol en TV. Es crudo pero es cierto, la gente supera recuerdos y personas. La supera a usted.
  •  Esos ya son tres errores. Todos nuestros.
  •  Me cuesta creer que apenas con conocerla ya tengamos cosas nuestras. Como si las hubiésemos comprado en conjunto antes de conocernos. Ahora hábleme.
  •  Mucho gusto, me llamo Sonya.

Le dije mi nombre.

  •  Es la primera vez que le hago la conversación a alguien que conozco en un bus.
  •  Normalmente yo tampoco lo hago, como ya sabe, no confío en nadie fácilmente.
  •  ¿Es malo que yo haya hecho eso?
  •  En absoluto. Creo que va en cuestiones de personalidad. Hay gente que acepta la conversación de otro en un bus, pero porque ve en el otro un juguete, y les emociona el hecho que otra persona se ilusione románticamente  con ellos. Les alimenta una autoestima que ya está muy abajo. Esa es la forma de equilibrar sus vidas respecto de un cierto tipo de rencor. No son del mejor tipo de personas pero, qué le vamos a hacer.
  •  Son unos desgraciados.
  •  Y desgraciadas, acuérdese que también hay mujeres que son así, y si me pregunta le puedo dar muchos ejemplos.
  •  No somos unas santas, en eso tiene la razón.
  •  Ya debo bajar del bus. –Le dije mientras me ponía de pie.
  •  ¿Te puedo llamar? – Me dijo tomándome el brazo.
  •  No es necesario.
  • ¿Por qué?        
  • Yo trabajo dos pisos más arriba de la petrolera Hall Bait. Puede buscarme cuando quiera.

Ella me abrió los ojos como platos y miró por la ventana escrutando el deplorable paisaje citadino que le ofrecía las 8 de la mañana de ese encapotado día:

  • ¿Dónde estamos?
  • En el lugar en el que usted también debería bajar del bus.

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Las sensaciones de la vida y su perplejidad.

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    1. Hola Kamilo. Me alegra que te haya gustado el texto. Gracias por leer y, en efecto, acá se intentó hacer una compilación de varias experiencias que comprenden el pensamiento pasional y el racional. Saludos y buen día.

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Antonomasia mutante