martes, 29 de enero de 2013

HISTORIA DE UNA NOCHE








Escúchese la canción Yo Quisiera de Oscar de León, antes de leer este cuento.
Creo en el infinito porque yo acabo de verlo.


Yo era un pequeño niño de doce años y aquella tarde estaba sentado en las piernas de mi abuela. Ella era una mujer de cabello plateado, espalda algo encorvada y una sabiduría insuperable, producto de sus noventa y tantos años de vida. Con la paciencia y el amor que la caracterizaban, me organizó el cabello con su mano y me dijo: no vaya a sufrir por mujeres hijo- Hizo una pausa y respiró profundo- el hombre se casa con la que quiere y la mujer se casa con el que puede. Luego de eso me cobijó en un abrazo de esos en los que puedes suponer que va a pasar un vendaval y uno va a estar seguro.

Desde eso ya han pasado exactamente doce años y, hoy,  estoy completamente seguro que lo que me dijo sigue siendo cierto, pero por alguna razón, y tal vez porque su corazón está en los altares de los espíritus inmaculados de mi templo interno, considero que a ella era la única que le funcionaba.

Al contrario de lo que me dijo, me he encontrado a mí mismo sufriendo por tantas mujeres que ya he perdido la cuenta de mis corazones rotos y amoríos que ahora reposan en el fondo de un caño emocional. No hay referencia numérica de esas féminas que aseguran quererme como nunca han querido a nadie y terminan siendo un compendio de basura acumulada en el lóbulo cerebral en el que se revuelcan mis recuerdos.

Si tal vez escribiera por cada una de esas señoritas que han maltratado el corazón tal vez no acabaría en un buen tiempo, pero como hasta ahora se me dio esto de escribir, solo enunciaré a la mujer que, de forma más reciente, hizo que me ilusionara con un amor fantasmal que acabó en una noche que ahora me dispongo a relatar.

Lastimosamente la naturaleza me castigó con un corazón enamoradizo y ello hizo que no pudiera seguir al pie de la letra el consejo de mi abuela, y lo digo porque, en efecto yo me he enamorado de muchas cosas: Del libro de historia religiosa editado en 1964 por el que pagué casi medio millón de pesos; del piano, el violín, la guitarra y el bajo que ahora me acompañan en mis múltiples travesías por los bosques internos de mi alma; del equipo de futbol al que sigo, entre otras muchas cosas.

Sin embargo, a esta lista debo incluir esas mujeres que me robaron los pensamientos y de hecho, aún, en algunas noches en las que me encuentro con un lápiz y un papel en la mano, sigo pensando en ellas. Por ejemplo a Camilita, la cajera de Citibank que despertaba la envidia de sus compañeras de trabajo no solo por su competitividad sino por su belleza física en la que sobresalían sus senos 36-B; Ximena, la de ojos rasgados, que hacía sorprender a toda la clase de semiótica básica cuando atinaba a dar sus apreciaciones milimétricas y acertadas -ella también hizo despertar la desazón ponzoñosa de todas las mujeres de la clase-; O Johanna, que lograba llamar la atención por su cuerpo perfectamente moldeado al que se le notaba un juicioso entrenamiento de pesas en el gimnasio. La lista seguiría, pero como veremos, ninguna de ellas es la protagonista de este relato.

Ninguno de estos amores nombrados (de los cuales varios solo fueron eminentemente platónicos) se compara al menos de forma mínima con la historia corta pero letal que marco Anna, la chica de ojos azules, y digo corta y letal porque creo que ninguna experiencia amorosa marca tanto, como aquella en la que sientes que han quedado cosas pendiente por vivir.

Alguna vez critiqué horriblemente la red social diabólica llamada Facebook porque gracias a esa endemoniada plataforma terminé con mi ex-novia Tamara y de nada valieron las rosas, la serenata o el gato que le compré para que nos reconciliáramos; al final el gato lo disfruto mi primita. Sumado a esto, pensaba que las fotos naturales de dicha red social tienen un estrepitoso porcentaje de cero, lo cual, da a entender que la fiabilidad de quien conoces por medios virtuales es tan falsa como la sinceridad de un político, valga la comparación.

Como si el cosmos quisiera cerrarme la boca, suena paradójico decir que con Anna tuvimos nuestra primera “conversación” larga a través de Facebook. Desde entonces, el perfil de ella lo visitaba de 15 a 16 veces en menos de 14 horas para saber si estaba conectada y así podía al menos saludarla. Pero resurjamos al día en que por primera vez tuvimos “contacto”.

Fue el 14 de enero, lo recuerdo perfectamente. Ella y yo nos reconocíamos de vista pero nunca habíamos cruzado una sola palabra. Nos encontramos algunas veces en la oficina de la facultad de cuya carrera no nombro por razones de seguridad, pero jamás pasamos de un saludo cordial. Yo, que soy un hombre de retos y, asimismo, un imán de problemas de faldas, mujeres celosas-obsesivas y con tendencias suicido-depresivas, decidí lanzarme de cabeza al agua y enviarle una invitación de amistad (término muy corrompido para esta pobre red anti-social). ¿Por qué? El motivo inicial fue haber encontrado una foto de ella cuya descripción supera por mucho a todo adjetivo posible de belleza, luego fue simple curiosidad.

Pasaron exactamente 5 minutos cuando al globito azul en la esquina superior izquierda le salió otro globo más pequeño que tenía un número uno. Al dar clic decía “Anna ha aceptado tu solicitud de amistad”.

Ella tenía reputación de chica petulante, así que decidí ponerla a prueba. Vi las fotos, y le dejé un mensaje. Una hora después ella respondió preguntándome quién era yo.

Cínicamente le dije que era un amigo de la universidad que alguna vez la había saludado pero que probablemente no se acordaría (mentira). Ella, inocente del tema, dijo que muy seguramente sería así, que tenía una memoria terrible y que le disculpara por su descuido. Así empezamos a escribirnos un poco más y progresivamente empezamos a llamarnos casi todos los días.

Era ya 26 de enero. Sería la primera vez que nos veríamos fuera de la universidad y tendríamos una verdadera conversación sin presiones ni boberías digitales. El punto de encuentro era la plaza de Lourdes.

Cuando el reloj marcaba las 7:00 de la noche, ella apareció por la esquina de Mc Donald´s con una perfección que al edonismo propio le daría envidia de mis ojos. Un cuerpo de 1.60 metros de milimétrica exquisitez. Cabello negro liso hasta la mitad de la espalda, nariz respingada, labios gruesos cuyo brillo contrastaba con sus blancas mejillas sin maquillaje, abdomen plano, senos proporcionados perfectamente a su estatura, brazos delgados y delicadamente tonificados por un entrenamiento de pesas que había abandonado hace algunos meses, y esos ojos color cielo que podrían desvanecer cualquier dolor con solo un parpadeo.

Me saludó como si fuéramos dos viejos amigos que no se ven hace una década. Nos abrazamos y nos preguntamos al oído como estábamos, y aunque no nos contestamos duramos abrazados lo que para mí fue un suspiro pero que en tiempo real fue más tiempo de lo saludable.

Caminamos un rato y vimos como el paisaje apocalíptico de esta caótica ciudad se transformaba en un jardín que incluía conejos saltando y golondrinas que afinaban la Marsellesa. Observamos a una banda de ladrones subirse a un bus, un indigente inhalando pegante de una bolsa plástica, un sujeto encorbatado persiguiendo una hoja que accidentalmente dejó caer, y todo eso parecía no tocar en absoluto la perfección que ella provocaba cuando estaba a mi lado.

Pasamos frente a un bar de tendencia latina y, frente a él, estaba un sujeto fumando un tabaco y mirando un Aston Martín modelo 78 que salía del edificio del frente. Yo conocía aquel tipo, era sin duda Jairo, el DJ de salsa con quién tantas veces nos sentamos a discutir si Andy Montañez debió seguir o no cantando con Tanya de Venezuela. Ese amigo, ese compañero de tanto tiempo me saludó con el abrazo fraternal de un padre que ve a su hijo pródigo llegar.

Posteriormente saludó a Anna y me miró de forma interrogante reclamando por la presencia de Tamara. Yo con una mirada igual le conteste que por el amor de su Dios no me hiciera preguntas al respecto, y debió entenderlo, porque, luego de invitarnos a pasar al bar, él sirvió de cómplice en mis artilugios de cortejo para con mi acompañante.

Una seguidilla de Richie Ray & Bobby Cruz, Héctor Lavoe y Tito Puente nos hicieron bailar casi toda la noche. El ambiente se estaba tornando en una combinación entre festiva y romántica cuando sonó una canción que completaría un entorno de coquetería evidente: Yo quisiera de Oscar de León.

Tan pronto como empezó a sonar fuimos caminando hacia la pista de baile. Ella me tomó por el cuello y yo la tomé por la cintura. Ahí nuestros cuerpos se juntaron como si no quisieran despegarse jamás. Sentí su respiración en mi oído y el mundo real perdió todo su significado: - ♪ Yo quisiera princesita que en la vida♪ - empezamos a bailar coordinados a la perfección - ♪ Solo fueras para mí mi único anhelo ♪- despacio me susurró en el oído un ”te quiero” -♪ y quisiera virgencita que en el cielo ♪- le contesté a forma de susurro “también te quiero”, casi en el lóbulo de la oreja alcanzado a rozar allí mis labios - ♪ dónde alumbran las estrellas por millares, delirare mi amor, se hacen luceros ♪ - despacio muy despacio, con la cadencia de los pasos, las mejillas se fueron rozando y nuestras bocas estaban acercándose -♪pa´ que adorándote viva, pa´ que adorándote muera♪- nuestras bocas se encontraron. El mundo careció por completo de importancia alguna, mi universo se convirtió en sus labios y mis labios, sus manos en mi espalda y sus ojos que, aunque cerrados, estaban en mi cabeza -♪para entregarte la vida, veras qué feliz seremos, vida mía dame tu amor, tu amor♪. Nos besamos.

Lo que pasó luego no lo recuerdo bien, al parecer perdí la conciencia en medio de la emoción desbordante. Después solo supe que estábamos sentados en la mesa y Jairo, desde la barra del bar, me hacía miradas cómplices de aprobación. Anna me miraba con sus ojos color cielo y yo la miraba como quien contempla la perfección de su anatomía milimétricamente armoniosa con lo que la rodeaba. Un blue jean, unas botas negras de tacón y una camisa blanca de hombro caído eran los adornos de 160 centímetros de perfección absoluta.

-Cuando salgamos sentiremos mucho frío ¿no crees? –me dijo con una seriedad fingida que se me antojaba deliciosa

-Si- le dije- pero para eso es que estoy contigo, para acabar con ese frío ¿no?

-Yo estoy atenta de cualquier sugerencia para que a ambos se nos quite ese frío y quede transformado en un saludable calor- me dijo con una sonrisa pícara mientras se ponía su chaqueta de cuero negro.

Tomé mi chaqueta. Sin decirnos nada más, pagué la cuenta y salimos del lugar.

jueves, 24 de enero de 2013

A.G.A.Q.S.P.C.T

¿Cuándo bailamos cariño? Recuerdo perfectamente que a mi voluntad le puse mortaja negra antes de enterrarla en tus labios y terminara en alguna parte profunda de tu anatomía. No me diste ni oportunidad de dejar una flor sobre ese cofre y me quedé escuchando esa sinfonía mal sonante con un algo en la mano que sin duda es para alguien.


Pero ¿Cuándo bailamos cariño?

Te he encontrado más veces a ti que a mí mismo. Me percaté que estabas al final del primer estribillo de la canción que hicimos propia, y pasó lo mismo cuando llegué al final del primer párrafo de aquella hermosa historia que se había convertido en una de tus favoritas.

También estabas en las notas afinadas y desafinadas de las teclas del violín, de la guitarra y del bajo; en las teclas del piano y hasta en la voz cuando intento cantar. En todas estabas pacientemente sentada pero ninguna pude hacerte la pregunta: ¿Cuándo bailamos?

Te he encontrado en el fondo de una copa de vino y las teclas del computador. En las formas desnutridas de la realidad y en las siluetas de la imaginación que ahora tienen sobrepeso. Te he encontrado sentada en la penumbra de mis imágenes sagradas, haciéndole compañía a mis soledades y dando de comer a mis sueños agonizantes.

Nadie se imagina el privilegio tan grande que es no encontrar un solo espacio vacío, una medida cuadrada a la que no hayas llegado, una parte de mí que no hayas invadido. Es una satisfacción tan grande saber que estás ahí. Siempre encontrando la manera perfecta para que yo sonría así te quedes en silencio.

¿Te acuerdas de mi voluntad? Déjala muerta, con vos creo que no la necesito. Deja que se muera, como fallece este día vacío. Apropósito ¿Cuándo bailamos cariño?

miércoles, 23 de enero de 2013

RESUMEN DE NECESIDADES


A.G.A.Q.S.P.C.T



Este tipo de estados de ánimo no deberían existir por puro sentido de respeto del cosmos hacia el ser humano. Ese punto en el que te preguntan ¿Cómo estás? y por algún motivo te resulta más fácil decir cuál es el proceso celular en la reproducción de los dragones de Komodo, debería ser arrebatado de la existencia al menos por unos cuántos milenios.

Hoy he entendido en resumen las necesidades de existencia vital de una manera tan abrupta que si cada una se tradujera en viento, formarían el huracán más fuerte que la humanidad conociera.

Necesité demasiadas cosas, por ejemplo, necesité de sabias lecciones de vida para empezar a caminar, comer correctamente, saber las expresiones adecuadas y comportarme debidamente en las reuniones sociales.

Necesité saber de aritmética, álgebra, trigonometría, cálculo, literatura, biología, historia, física, constitución y muchas más. Precisé de un lápiz y un papel para escribir, otras veces para dibujar, en otras para lanzarlo contra algo en un momento de frustración y en últimas para ponerle una sonrisa a la tarde que amenazaba con comerme vivo y sin darme tregua. De forma más cotidiana, muchas veces, desesperado, quería llegar a mi casa y, otras, irme de ella.

Necesité de mis padres para abrazarles,  de mi hermano para hablarle y escucharle también, de mis primos para acordarme que con ellos no hay ningún rato que se torne amargo y  del resto de mi familia para saber que a pesar de todo sigue unida. Me urgió en muchas ocasiones hablar con mis amigos, esos que cuando quieran podrían hacer un libro con las mayores tonterías que he hecho en mi vida. Precisé igualmente, en muchas ocasiones, estar solo. Necesité meditar, pensar, suspirar, volver a pensar y finalmente llorar, pero solo.

Necesité muchas cosas, tal como puedes darte cuenta. Pero hoy me he dado cuenta de algo más. Hay cosas que se necesitan de forma vital y otras que simplemente se suponen como exigencias personales que si no las tienes no puedes seguir viviendo en paz con tu propia existencia. No había recordado cuándo o cuántas veces en mi vida había necesitado de alguien y no sé de qué tipo sea esta necesidad, pero hoy, para calmar mis ansiedades y angustias, solo precisé de un abrazo tuyo y que me dijeras que me querías.

Luego de eso, no necesito nada más.

lunes, 21 de enero de 2013

DIARIOS DE TU AUSENCIA II



Quienes han logrado vencer el tiempo y la distancia
podrán hablar con propiedad de las instrucciones para cumplir sus metas,
y ser feliz es siempre una meta. 



Entre vos y yo, la distancia no es una medida, ni una variable física. No es una escala, ni una cantidad numérica que cuenta los kilómetros que nos separan. Tampoco es el conteo de pasos que debo dar para atravesar las montañas hasta encontrarte y ver que sigues siendo tan hermosa, tan igual y a la vez tan distinta.

Entre vos y yo, la distancia es la tortura de un caucho estirado a punto de romperse; es la tensión de saber que estás del otro lado del teléfono entonándome a susurros un arrullo para que, por una noche más, pueda conciliar el sueño a pesar de tu ausencia.

Entre vos y yo, la distancia se ha convertido en un enemigo dentado que se come mis momentos de tranquilidad y me empuja re-evaluar la mala redacción de mi mano cuando no está sosteniendo la tuya.

Entre vos y yo, la distancia solo me permite esperar el día en que regreses.

Estaba acostado en la cama sosteniendo el celular que marcaba 15 minutos de llamada. Mientras te hablaba sentí el frío que me provocaba estar lejos de tus brazos y, sin embargo, sonreía mientras te oía. Tu voz analgésica calmaba los dolores que habían puesto su marca en todo momento desde que te fuiste.

Cuando, luego de una cariñosa despedida, el teléfono móvil quedó en silencio, me di cuenta donde estaba: En la parte más oscura de la penumbra adivinando a que distancia estabas: tal vez  cien kilómetros, quinientos, mil o un millón. Demasiados.

En algún lugar del cosmos, la ironía debió estar trabajando horas extra al encontrar en nuestra historia un nuevo escritorio. Hace solo unos días estábamos solos en un bar bohemio teniendo como únicos testigos dos copas de vino, y ahora, estamos guardando debajo de la almohada todos los abrazos que nos estamos debiendo.

Entre vos y yo, sabemos que lo que hemos vivido, que lo que sentimos y nos hemos dicho ha salido de donde parten las purezas. Y así, entre vos y yo, y mientras sigamos viendo nuestros reflejos en los ojos del otro, seguiremos juntos, sin importar la distancia.


P.S: En alguna parte de la noche sentí el calor de tu cuerpo entre mis brazos y por fin el sueño se apoderó de mí. Al despertar no me quedó otro remedio que seguir esperando tu llegada. No es mucho tiempo, no es mucho tiempo.

viernes, 18 de enero de 2013

ANTONOMASIA MUTANTE EN VIDEO III - Tips de escritura: DIARIOS DE TU AUSENCIA (Lectura)





El tiempo no nos define pero si nos dispone. El tiempo es la montaña rusa de las desesperaciones y el cuidandero distraído de los odios. Es el consejero perfecto de los corazones rotos y el verdugo inclemente de las vanidades. El tiempo, hace que te piense una vez más y ahora me ha hecho guardar pedacitos de tu voz en el baúl de mis tesoros. Te ubico a tres horas de mis brazos, cinco días de espera, mil días de impaciencia y un siglo frente al piano que, compasivo, emite con cada caída de mis manos el consuelo que necesito. No es mucho tiempo, no es mucho tiempo.

Me puse en pie a mitad de la canción. Algo falta, algo no fluye, algo está estático y no quiere que ese sea el instrumento que disponga el universo, de tal manera, que tu ausencia se haga menos notoria. Tomé el violín. Arco en mano boté por la borda toda teoría que sé sobre la música, que si estoy tocando en clave de Sol o de Do, que si el tiempo es de tres-cuartos o de cinco- cuartos, que usaré una de Re menor melódica o una de Do Mayor para no complicarme la existencia. Todo quedó en un respetuoso olvido que se sentó junto con tu ausencia, allá, en la esquina, en el suelo para escuchar lo que tenía que tocar.

Fueron nota, tras nota. Compás tras compás. Sonó una melodía perfecta teniendo como única teoría tu recuerdo. En mi mente, iba por lapsos al baúl de mis tesoros para sacar otro pedazo de tu voz y sentirte de nuevo acá a mi lado, sonriendo, atenta, estática y con los ojos puestos en el violín.

Tu recuerdo se mantiene vivo mientras todo suena. “Te quiero, te extraño” me dijiste apenas hace cinco minutos. “Deberías estar aquí abrazándome” me escribiste hace menos de una hora. De pronto todo fue silencio y la obra terminó.

No hubo aplausos, no hubo ovación. Las teorías regresaron al violín como regresa un ave a su nido. Tu ausencia se puso de pie y fue de nuevo a abrazarme en contra de mi voluntad. Yo en mil intentos la empujo o me revuelvo en mí mismo para separarla, pero nada es efectivo. Sigue ahí.

Guardé el violín, y salí a caminar escoltado por esa, tu ausencia, en una tarde que solo disponía nubes grises y esqueletos con piel andando de aquí para allá fingiendo vivir. Me senté en un parque cualquiera y juntando las manos sobre mi cara, llegué de nuevo hasta baúl de mis tesoros y le quité la tapa. Era tiempo de poner más cosas en su interior.

Como si ya predijera el momento más hermoso, llevé mi mano al teléfono móvil y al instante empezó a timbrar. De pronto todo mi paisaje se hizo innecesario: la señora con los perros, los dos niños jugando en el sube y baja, el indigente y el vendedor ambulante. Todo desapareció, todo quedó en blanco y sólo escuchaba tu voz.

Fueron diez minutos de paraíso hasta que la llamada terminó. Todo regresó a su lugar pero ahora soy yo quien debe irse. Tengo otra canción por tocar.

lunes, 14 de enero de 2013

ANTONOMASIA MUTANTE EN VIDEO II


A.G.A.Q.S.P.C.T



 Hola a todos. Agradezco todo el apoyo y mensajes que he recibido luego de la inauguración de este canal. En este nuevo video contesto tres nuevas preguntas de mis lectores. Sigan enviándome sus inquietudes, sugerencias, críticas y mensajes. Ello es una motivación especial para seguir adelante. 

viernes, 11 de enero de 2013

EL COMIENZO DEL LABERINTO III






Se me tornan insostenibles mis conversaciones con la almohada y éstas siempre acaban inconclusas. 
Esa funda celeste asegura tener la razón cuando dice que ningún sueño se acomoda a su molde amorfo 
de la misma manera en que se asentarían los tuyos.

Samantha cayó de bruces sobre el asfalto cuando sintió la bala pegar sobre el auto. El pánico no la dejaba pensar con claridad, solo actuaba. En cuestión de segundos apoyo las palmas de las manos sobre el piso y se impulsó para rodar hasta quedar bien escondida bajo el carro.

Boca arriba, debajo del auto, trató de sostener la respiración tanto como pudo. Giró la cabeza y vio como un arma cayó a lo lejos y luego el cuerpo de Eric impactó el suelo.

-          Señorita –  dijo un hombre calvo, bajo y algo regordete que se agachó y le extendió la mano – Ya puede salir
.
Samantha extendió la mano y recibió la ayuda de aquel sujeto.

Una vez en pie, vio el arma en el suelo, a Eric inconsciente tumbado sobre el pavimento y la gente aglomerándose; ella no pudo aguantar y rompió en llanto. Mientras se sentaba en el andén.

-          ¿Señorita se encuentra bien?- le dijo un policía mientras le tomaba el hombro
-          Si señor – Le contestó secándose las lágrimas y tratando de recuperar la compostura.
-          Disculpe, pero necesitaremos que nos acompañe. Este evento ha alterado el orden público de manera muy grave y solicitaremos su completa cooperación para saber por qué – señaló el cuerpo de Eric tumbado en piso mientras un médico le tomaba el pulso - ese sujeto deseaba dispararle.
-          Por supuesto, iré con ustedes donde sea necesario.

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Samantha regresó a su apartamento cinco horas después. Estaba destrozada. Vio el computador sobre la mesa y algunos cristales de la pantalla rotos. Sacudió la cabeza y entró a la habitación, donde estaba toda la ropa regada al azar sobre la cama. Allí parecía haber sucedido una catástrofe, todo estaba desordenado. Dio un pasó y accidentalmente pateó una pequeña caja madera que estaba en el suelo, en la que seguramente estaba el arma.

Tomó toda la ropa, la lanzó atropelladamente dentro del clóset y cerró de nuevo la puerta. No tenía ganas de ordenar nada. Eric estaría encerrado en los calabozos de la BPS (Bulgarian Police Service) durante dos semanas y su vuelo saldría en 7 días. El tiempo por primera vez se ponía a su favor, sin embargo, se sentía destrozada. Jamás imaginó que todo acabara así.
Presa del agotamiento, se dejó caer en la cama y empezó a llorar.

En ese momento ella hubiese dado lo que fuera por un abrazo de su profesor, de esos que en varios momentos supieron acallar sus tristezas y la hacían disfrutar de un amor muy lejos de ser algo perfecto. En el momento en que la gente se dé cuenta que el amor ideal solo se encuentra en la ficción, empezarán a disfrutar la indescriptible emoción de superar obstáculos a lado de otra persona, y Samantha sentía que estaba por superar esa prueba al lado de aquel profesor al que no había dejado de pensar. Si bien no era al lado de su presencia al menos lo superaría al lado de su ausencia.

Lloró tanto aquella tarde que sus ojos color de indescifrable se rehusaron a emitir una lágrima más. No creía que tan solo unas horas antes hubiese estado tan cerca de morir, tan cerca de dejar de existir sin haber hecho tantas cosas. En su interior una voz le dijo que una mujer sabia aleja a todo aquel que intenta arruinar su vida, mientras que la mujer estándar puede terminar amando a aquel que le arruina su existencia. La parte mala es que muchas mujeres se han debido exponer a sufrimientos extremos para volverse sabias.
Al dejar de escuchar esa voz en las profundidades de su mente, cayó presa del sueño y entre sollozos durmió.
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Despertó una hora después. La paranoia de sentir a Eric entrando de nuevo, buscándola para acabar con ella no la dejó descansar absolutamente nada. Se sentó y pasó la mano por la cara para espantar el sueño. Se dirigió al clóset, sacó la maleta de viajes y empacó toda su ropa. Luego todo cuanto le pertenecía lo hizo parte de su equipaje. Al finalizar, tomó el teléfono y marcó:

-          Здравейте - Hola
-          Здравейте Таня, аз съм Саманта– Hola Tanya, Soy Samantha
-          Саманта скъпи приятелю, как си? – Samantha, Querida amiga, ¿Cómo estás?
-          Таня, вкъщи ли си?Трябва да ти кажа нещо важно. - Tanya, ¿estás en casa? Debo contarte algo importante.
-          Разбира се.Ела тук, ще почакам.  - Claro que sí. Ven acá, te espero.
-          Благодарение Таня.На пътя ми.сбогом- Gracias Tanya. Voy para allá. Adiós
-          Сбогом Сам - . Adiós Sam.

Samantha tomó su maleta, se aseguró de tener todo cuanto necesitaba y salió del apartamento. Cuando cerró la puerta introdujo la llave en la cerradura y la dobló hasta romperla. Secó una lágrima que asomaba por su ojo derecho y se fue, sabiendo que sería la última vez que vería el apartamento de aquella ciudad búlgara.
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Cuando Tanya escuchó la historia de Samantha no daba crédito a lo que su amiga le decía. Ella escuchaba a Sam de manera atenta, con la serenidad y comprensión de una madre benevolente. Ella tenía la contextura de un ángel: Era de cabello negro y ojos de un color verde que amenazaba con brillar en la oscuridad; a pesar de no tener un cuerpo perfecto, su contextura rolliza le daba un toque de encanto magnífico. Tenía la suerte de vivir sola, puesto que 9 meses atrás había decidido terminar su relación sentimental con Leonid, un comerciante cuyo camino le había puesto un viaje a Rusia que lo alejó de Tanya, así que podría ofrecerle alojamiento a su amiga sin ningún problema.

Tanya y Samantha se conocieron en el  Natsionalen istoricheski muzey (Museo de Historia Nacional de Bulgaria), 6 meses antes que Sam viajara a Colombia. La conexión de amistad fue inmediata y en solo una conversación de pocos minutos acerca de Fresco del Juicio Final, ubicado en la tercera planta, entraron en confianza. Tras el café que siguió a aquella conversación se volvieron unas confidentes inseparables.

Tanya le dijo a Samantha que se quedara con ella el tiempo que fuera necesario, al menos mientras llegaba el tiempo de viajar. Y así lo hizo durante una semana.

Samantha era de pocas amistades, pero normalmente elegía las correctas. Quién le daba malos consejos lo ponía a raya inmediatamente. Ella siempre decía que una mala persona es la que da malos consejos, pero una peor persona es la que los aplica aun sabiendo que esos actos son reprobables. Por eso nunca había escogido mal una amistad y Tanya no era la excepción. Con ella era única con quién podía hablar sin censura de lo que quisiera, y si en algo no estaban de acuerdo, se solucionaba con un silencio corto y una sonrisa. Cuando en una conversación hay un silencio completamente cómodo, es porque estás acompañado de la persona correcta, y sin duda Tanya fue la correcta durante todo ese tiempo.

Llegado el día del viaje, Sam y Tanya se dirigieron a la entrada del T1 del “Aeropuerto Internacional de Sofía”. Tanya la llevaba en su auto e intentaba sortear el horrible tráfico de un martes a las seis de la tarde mientras hablaban y recordaban muchos de los momentos que las hicieron unas amigas inseparables. Lastimosamente a Samantha ya no la ataba nada a Bulgaria; la BPS le dijo que todos los papeles jurídicos podía hacerlos desde la embajada en Colombia, así que lo más seguro es que esa fuera la última vez que vería las maravillas arquitectónicas de la capital búlgara.

Al llegar, bajaron del auto y se dirigieron a hacer el Check – In, luego fueron a tomar un café. Samantha no podía disimular su sabor agridulce de todo lo que había pasado, estaba muy feliz de volver a ver al profesor, sin embargo, la manera en la que todo acabó la dejó muy lastimada y nerviosa. Tanya solo la escuchaba, la alentaba y le recordaba lo fuerte que era.
Al llegar la hora del vuelo se dirigieron a inmigración y en la antesala Tanya no ocultó la nostalgia de aceptar la partida de su gran amiga. Se abalanzó sobre ella con los ojos inundados en lágrimas.

-          Sam, mi niña. Yo iré a verte – le dijo en Búlgaro.
-          Te quiero Tanya, mil gracias. – le respondió Samantha con la voz entrecortada por el llanto.
-          Le quiera mucho – le respondió Tanya en español atropellado.
-          Es mucho – le dijo Samantha entre risas – te quiero mucho con “O”.

Rieron las dos por lo bajo y se abrazaron una vez más. Cuando se estaban separando Samantha sintió que su amiga le fue arrebatada como por un estruendo. Tanya cayó de bruces sobre el suelo sin saber qué había pasado. Samantha sin entender nada no tuvo tiempo de reaccionar, solo fue consciente de ver que Eric estaba frente a ella y le asestaba un puñetazo en el abdomen. Al instante ella se dobló del dolor y cayó de rodillas. La mirada se le nubló, pero esta vez no eran por las lágrimas. De fondo escuchó dos disparos y todo fue oscuridad para Samantha.

miércoles, 9 de enero de 2013

ANTONOMASIA MUTANTE 1 - Tips de escritura: Los personajes.





Agradeciendo primero a todos ustedes: Mis queridos lectores por esta linda evolución de la Antonomasia Mutante.
En este primer video respondo tres preguntas de mis lectores. Al resto de preguntas responderé en próximos videos y por inbox como ya lo he venido haciendo. Cualquier otra pregunta me la pueden escribir en el Canal o al Blog. De la misma forma si quieren profundizar en la información que doy en el video.

martes, 8 de enero de 2013

ANTONOMASIA MUTANTE EN VIDEO






Me llena de gran alegría anunciarles a todos la próxima apertura
de la secuencia "Antonomasia Mutante en Video".
Agradezco a todos los que han dado vida a estos escritos,
y a quienes han tomado algunos minutos del día para leer.
Un abrazo a todos.

lunes, 7 de enero de 2013

ADIÓS AL ADIÓS





Primer escrito de 2013
En esta oportunidad querido lector puede usted disponer a placer del fondo musical. Disfrute.

-          Los amigos no se abrazan ni tampoco se dan besos.
-          Es precisamente que por eso que somos más que amigos.

Habían pasado ya diez minutos de la hora acordada. La esperaba una vez más pero no de mal humor, ya estaba casi divirtiéndome, pensando en cuál sería el pretexto de turno que usaría. Eso siempre acababa con algún puchero que me daba en la sensibilidad y luego me dejaba en la lona. Derrotado por Knock Out. “Que no era culpa de ella, que solo fueron dos minutos, que había un trancón, que la demoraron en algún lugar al que fue antes” eran parte del repertorio que yo escuchaba con una sonrisa mientras la abrazaba como respondiendo que lo importante era que había llegado.

Fueron quince minutos los que demoró. Apareció sonriendo, buscándome entre el en el gentío de aquella esquina. Nunca la había visto de rosado, pero ese día tenía una especie de blazer de ese color y una bufanda blanca en el cuello. Cuando nos vimos, la abracé, tan fuerte como si en cualquier momento nos fueran a separar. Empezó a decirme los motivos por los que había llegado tarde, pero para mí, lo importante era que ya la tenía entre mis brazos.

Me contó todo lo que había hecho, y aunque me habló acerca de lo desastroso del tráfico citadino y de una señora que la instó a abandonar una iglesia por estar leyendo un periódico dentro de los “muros sagrados”, (muy seguramente esa señora será de las más fanáticas al diezmo, la eucaristía y la tolerancia hipócrita), todo parecía un paraíso cuando ella lo decía.  Yo disfrutaba su compañía y su conversación, incluso cuando me pegaba suave diciéndome “ponte serio ya y no me hagas reír”.

 Caminamos un poco entre la gente, unos carros, vendedores y otros transeúntes (todo eso lo supongo, la verdad no supe ni siquiera quién nos rodeaba, yo solo la veía a ella), hasta llegar a un café de estilo colonial, un tanto bohemio y sereno.

Buscamos un lugar cómodo y privado dentro de aquel café. Un sujeto delgado, de cabello corto y aspecto gentil pero no confianzudo, nos extendió la carta para escoger lo que queríamos. Nosotros pedimos un par de Capuccinos: El de ella tendría helado y el mío tendría crema de Whiskey.

Esperamos 5 minutos mientras nos servían y hablamos de todo. De mi familia y la de ella, de lo que habíamos hecho la noche anterior, de ella, de mí, de nosotros, de todo y de nada.
Cuando los pocillos estuvieron sobre la mesa, mi mano buscó la suya y sorprendido me di cuenta que la mano de ella también buscaba la mía. Cuando nos tomamos, no nos volvimos a soltar.

-          No quiero dejar de abrazarte.
-          Y yo no quiero que dejes de hacerlo.

En un momento cualquiera,  la luz del sol se filtró entre las rendijas de la ventana y quedaron justo sobre su rostro. Quedó iluminada y sus ojos brillaron como dos estrellas en mitad de la noche. No necesité más para querer ser parte del paisaje que hacía su rostro y con suavidad acerqué mis labios a los suyos. Despacio, eterno, infinito, el tiempo se detuvo.

-          ¿Por qué no me haces caso?
-          Porque si te hiciera caso no estarías aquí, conmigo.

Al separar nuestros labios mi mano estaba sobre su mejilla, de nuevo temblando. La toqué con la delicadeza con que se toca una porcelana fina y pude sentir su exhalación agitada igual que la mía. Pude notar que ella se veía en mis ojos y yo me veía en los suyos, pude percibir que sonreía, que éramos felices juntos.

Toda la tarde se conjugó en una hermosa forma de completarme con sus labios y saborear una vez más el rico manjar de saberla frente a mí con su mirada infinita y ese haz de luz sobre su rostro. De fondo no me acuerdo ni cuanta música sonó, fueron como tres géneros distintos que unas veces combinaban con la escena y otras no.

Recuerdo que sonó una salsa en especial que solo ella y yo sabremos cual era, mientras la oíamos parecía un pecado no estar más juntos, no entregarle mi vida en un beso y sentir que ella hacía lo mismo. Despacio, todo volvió a suceder.

Él la acercó, hasta que rozaron la punta de su nariz. El tiempo detenido les gustaba, ello hacía del momento efímero un instante eterno. Veían sin mirar que tenían los ojos cerrados, sentían sin analizar la respiración acelerada de su ser amado.
Ella solo besa con amor. Él lo sabe.

Ella acercó su agitada exhalación a la de él y juntaron sus labios en unos segundos que pudieron ser minutos, u horas. Se separaron sonriendo, cansados. Toda su energía se transmitió con un beso.

-          Te espero.
-          ¿Hasta cuándo?
-          No importa el tiempo, solo debes saber que te espero.

Salimos del café, lo qué pasó entre el tiempo desde aquel beso hasta la salida fue algo tan indescriptible que sería como intentar “bailar arquitectura”. Así que por ahora sólamente diré que salimos de allí. Afuera aún había un poco de sol. Justo en frente de aquel sitio le di un abrazo y ella cerró los ojos, guardó silencio y la sentí sentir.

Caminamos juntos por varias calles y en cada oportunidad que tenía, me acercaba a darle un beso en la mejilla, o un abrazo, o la tomaba por la espalda para cruzar la calle. Ella sentía y yo la sentía sentir, por ello, yo parecía estar percibiendo el doble su presencia.

Esperamos el bus que a ella le servía, esta vez nos despedíamos como debía ser, sin lágrimas ni en su rostro ni en el mío. Se fue sabiendo perfectamente que yo me quedaba pensando en ella. Te espero, sin importar el tiempo. Te espero.

Antonomasia mutante