miércoles, 12 de junio de 2013

LA RESPIRACIÓN DEL TIEMPO (En la mesa de un bar, Capítulo 2)



2, 1, 0, 1, 1, 1, 0, 1, 1, 0, 0, 0.


… algunos días atrás…

Ella tomó un poco de la cerveza que estaba sobre la mesa:

        - Si alguien pasa y nos ve acá, pensará que estamos en pleno romance.
        - No sería noticia, todo el mundo cree que eres mi novia.

Suspiró, se arregló el cabello con la mano derecha  y habló:

        - ¿Qué debo hacer?
        - Tú lo sabes.
        - OK, ¿Cómo lo hago?
        - Hasta allá yo no te puedo decir. Tú eres la única que sabe cómo hacerlo.
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En aquella mesa originalmente eran tres, pero por azar del destino, solo quedaron ellos dos. Él y ella una vez más luchaban contra la mente en una contienda que ya se sabía perdida, sin embargo, él disfrutaba de las múltiples formas en la que reían juntos y así olvidaban las largas horas que ambos pasaban en una oficina.

Ella hacía gala de su inteligencia sin querer y él disfrutaba de la rapidez mental con la que ella lograba capturar el sentido oculto de sus chistes, que como ella ya sabía, eran muy malos. Él esperaba atento para saborear con los oídos sus intentos de cantar, mientras tanto ella le contaba una a una las historias que a él le encantaba escuchar.

Reían por todo y por nada, pasarla bien juntos no era algo precisamente raro. Empezaron por  recordar que, al mesero, le dijeron que querían algo muy fuerte y terminaron pidiéndole café con leche; luego y tras superar la broma pidieron cervezas y luego se tomaban de sus propias realidades para burlarse de sí mismos.

        - Queremos las personas erradas.
       - Y lo sabemos, es, en términos económicos, como si invirtiéramos en acciones que van a la baja: Ya sabes que perderás tu dinero, sin embargo metes la plata. Es como si el sentido común se dañara.
        - ¡Qué horror! – Le dijo entre risas.- Eso es exactamente lo que pasa.
       - Nos pasa. – le respondió riendo también y dando sorbo a la cerveza que tenía sobre la mesa.

De fondo sonó una canción a la que ella abrió los ojos y le tomó el antebrazo como si fuera a darle una noticia que normalmente la gente no podrá soportar si está de pie:

        - Esa canción, esa canción es bonita. Trae recuerdos.
       - Seguro – le respondió – de hecho creo que hay veces en que no nos gusta la canción, sino la persona que nos hace recordar la canción.

La siguiente canción fue para él y todo por casualidad. El respiró profundo y ambos se contaron una nueva historia de sus vidas. Eran grados máximos de confianza, estaban disfrutando de conocerse teniendo como escenario la mesa de un bar. Esa noche, sospechaban que si por un solo momento, el pasado hubiese sido distinto, no estarían  en ese momento sentados uno frente al otro. Tal vez todas esas historias habían valido la pena.

Se acabaron las canciones y con ellas las cervezas. Ella insistió en aclarar su mente:

       - Yo sé qué hacer, pero no sé cómo. – Le dijo con aire de tristeza.
       - Yo puedo mostrarte el camino, pero no puedo caminarlo por ti.
       - Él se va muy lejos, es mi oportunidad.
       - Tú no necesitas que alguien se vaya lejos para que seas feliz, solo necesitas de ti.

Salieron del café y caminaron hasta  el lugar donde ella se iría:

       - Debo irme.

Él por alguna razón no quería que se fuera, se sentía responsable de cómo se sentía, que estuviera feliz. En resumen se sentía responsable de ella:

Él se acercó, le dio un beso en la mejilla y le rodeó la cintura para abrazarla. Ella correspondió:

        - Pórtate juicioso – le dijo ella con el toque de picardía que sabía camuflar en el tono de la voz.
        - Como siempre. Tú también pórtate juiciosa.
        - No, ¡qué aburrido! – Le contestó ella para provocar el juego.
        - Entonces solo pórtate. – Le dijo riéndose.

Mientras reían se abrazaron una vez más, en esa ocasión de forma más larga. Ella no estaba acostumbrada a abrazar, pero de alguna forma, ese gesto al despedirse se había vuelto casi necesario.

Al separarse ella, le dio un beso más en la mejilla, dio media vuelta y se perdió entre el gentío. Él se puso los auriculares y subió lo que más daba el volumen a The Rain Must Fall de Yanni. Casualmente empezó a llover y él dejó de pensar. Seguramente ella también. 

martes, 11 de junio de 2013

NO PENSAR (Capítulo 1)

Camina radiante pero oculta la imensa y natural alegría que te ilumina
2, 1, 0, 1, 1, 1, 0, 1, 1, 0, 0, 0.


A él se le estaba tornando simplemente inaceptable verla así una vez más. Su cara de conformidad con la tierra en el momento en que merecía el cielo era torturante. Él solo la miraba con la disposición de escucharla y de disfrutar el enorme honor que le producía haber ganado su confianza:

-          Nos vimos –Le dijo con la voz fuerte y la cabeza levantada; disimulando la tristeza.
-          ¿Qué fue lo que salió mal? – Le dijo seguro de haber leído perfectamente que bajo la mirada en un gesto de tristeza que nadie más en el planeta hubiese notado.

Él evitó pensar en cualquier cosa.

Toda la vida había visto cómo hermosas damas -entiéndase como damas ese tipo de mujer que vale la pena y por ende se encuentra en vía de extinción- se enamoraban de auténticos idiotas que les regalaban tantos desplantes como granos de arroz caben en una libra. De la misma manera, había visto como hombres que guardaban la decencia y caballerosidad de antaño, se enamoraban de mujeres cuya decencia y auto-respeto habían quedado olvidados entre dos copas de vino y unas cuantas cajas de cigarrillos.

A él le dolía verla así porque a ella la consideraba una dama. Era ciertamente extraño que su integridad personal no se hubiese dañado después de tantos golpes que le había dado la vida e incluyamos acá los golpes amorosos. Esos, en el juicio de él, son los que más dañan y llenan de veneno a una persona. Pero a ella no. Ella seguía creyendo en el amor como si hubiese superado por completo el infantil reflejo de tachar de desgraciados a todos los machos de la especie humana.

Él la escuchó fingir la fuerza que mezclaba con la nostalgia de la voz. Después de eso, con paciencia y dos chistes tontos le sacó una risa. Él se disfrazaba de su risa y a ella no parecía molestarle. Ambos sabían que estaban con la mira puesta en personas erradas:

-          Deberíamos relajarnos y estar tranquilos.
-          Sí – le respondió él – pero es precisamente los problemas del otro lo que nos enamora.
-          Se irá, pronto y lejos. Muy lejos, es mi oportunidad.
-          ¿Oportunidad de qué? De nada sirve que se vaya lejos si lo tienes dentro de la cabeza. – Le dijo casi regañándola.
-          Quiero dejar de pensarlo, en últimas, quiero que él tome distancia física y así yo me ocupo de la distancia mental.
-          ¿Crees ser capaz? – La retó.
-          Si, la verdad el encanto se está esfumando.

Sintió un alivio pasajero al escuchar eso. Él siempre había pensado que la voluntad era el arma más fuerte que tenía el ser humano, pero no funcionaba si no había un motor que la impulsara con todas sus fuerzas. Ese motor era el cansancio.

Aunque suene extraño, cuando una persona se siente cansada de una situación que le vulnera, hace hasta lo imposible por salir de ella; se vuelve creativo, inquieto, propositivo y lleno de iniciativa. A pesar que la veía cansada, él estaba más cansado de verla así.

Ella levantó la mirada y el aire de la tarde que entró hasta sus pulmones hizo que se relajara. Él la observó y sintió la necesidad de demostrarle el cariño que le tenía de la única manera que sabía hacerlo: tenía que provocar su sonrisa:

-          Te podría contar un chiste, pero la verdad son malos.
-          No, los chistes que cuentas son realmente malos – Dijo riendo.
-          Te lo voy a contar igual.

Ella estiró la espalda y se ordenó el cabello mientras sonreía. Él evitó pensar en cualquier cosa. Sintió que ella había olvidado por un momento y se sintió feliz, entonces propició una conversación que se extendió por un tiempo que pareció ser corto, hasta que ella le preguntó la hora, respiró hondo y habló combinando las palabras con la exhalación de un suspiro:

-          Debo irme.

Él por alguna razón no quería que se fuera, se sentía responsable de cómo se sentía, que estuviera feliz. En resumen se sentía responsable de ella:

Él se acercó, le dio un beso en la mejilla y le rodeó la cintura para abrazarla. Ella correspondió:

-          Pórtate juicioso – le dijo ella con el toque de picardía que sabía camuflar en el tono de la voz.
-          Mantén la cabeza en orden, por favor.
-          No podré. – Le contestó ella con tono resignado.

<<Yo me encargo>> se dijo él para sí mismo. Ella dio la vuelta y caminó a lo lejos mientras él acomodaba sobre su hombro derecho la maleta Totto Urban que lo acompañaba desde hacía 3 años. La siguió con la mirada. Evitó pensar en cualquier cosa, giró y se puso los auriculares. Subió todo el volumen a la Sinfonía Dante de Franz Liszt,  levantó la mirada y el aviso de un café de luz tenue le saludaba. Es tiempo de un café.

Vamos a evitar pensar … en cualquier cosa.

jueves, 6 de junio de 2013

¡PEQUEÑA PRINCESA!

Caminé por el pasillo mientras ese quinto café de la mañana me reparaba la semántica rota que dejaron tus ausencias hurañas y malsonantes. Solo esa distancia que se reía burlonamente podía ser tan torturante como para hacerme creer que la esperanza del día se encontraba en el fondo de un bolsillo roto.

Mientras deambulaba, vi como cruzaste la puerta y cuadraste las tiras del  bolso sobre tu hombro como si hiciera parte íntegra de tu anatomía, me miraste, te acercaste y con un beso en la mejilla dibujaste, una por una, las siluetas de mis ilusiones rotas.

Diste la vuelta y mientras te perdías al fondo del pasillo me di cuenta que la ensoñación de verte una vez más tomada de mi mano caía por la borda. De fondo encontré un día gris, opaco y agonizante, que emitía los mismos tonos que tú combinabas con una sonrisa o un trozo de tela rojo que se complementaba con el blanco de tu piel.

Doblaste la esquina y me quedé divisando la pared. El mundo me concedió minutos para pensar y quedarme estático mientras aceptaba tu lugar en mi mundo: Ese sitio  platónico que me permitía disfrutar del idílico placer de sentir que existes y que prefiero no tocar salvo para explorar las nuevas estrategias que inventas para sacar lo mejor de mí.

Terminé lo que quedaba del café y regresé al teclado. Me dispuse a escribir solo para hacer frente a la idea de buscarte y para irme acostumbrando a dejar morir la idea de sentir tus labios una vez más. Sin embargo, debo afrontarte y admitir que sin importar quién sea tu rival en mi cabeza, tu ganarás la batalla solo con sonreír.

¡Pequeña princesa! Cómo quisiera que bajaras del trono y me dieras un beso más, uno de esos que sabes tatuar en la pupila de los labios y que pones a caminar por los laberintos de mi cabeza.

Antonomasia mutante