viernes, 27 de diciembre de 2013

¿Y SI ME BESAS UNA VEZ MÁS?




Y si me besas una vez más entonces no conoceré tristeza ni aflicción. Mandaré esos recuerdos con mala ortografía a buscar otro lugar donde puedan ser incómodos pasajeros. Me reformulo la idea de felicidad entera, porque nunca la creí tan grande ni completa.

Y si te abrazo una vez más, encuentro que el espacio vacío que estaba en frente de mí nunca debió existir. Tu cuerpo encaja a la perfección con lo que mi imaginación alguna vez construyó como la mujer perfecta, incluso cuando se trata de dejar reposar tus sueños en mi pecho mientras me pregunto si el paraíso que estoy viendo es real.

Y si me miras una vez más, muy seguramente quedaría hipnotizado en la serenidad y calma que me brindan tus ojos.  Esa mirada precisa, fija y directa me reconfigura la palabra amor y me hace ver que es más profunda de lo que alguna vez pude haber conocido.

Y si sonríes una vez más, ten por seguro que mi voluntad queda guardada en un bolsillo roto de mis pensamientos, igual, no creo que la necesite para nada. Mis sueños acunados en esos labios están seguros y con la motivación más grande para cumplirlos por encima de todo.

Y si nos tomamos de la mano una vez más, caminaremos juntos. Mirando al mismo destino y teniendo como horizonte ser felices. Ahora tomémonos de la mano, sigamos caminando hasta que una mañana despertemos juntos y leamos esta hoja ya afectada por el tiempo, pero aún escrita con la fuerza de una promesa.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

SOLO QUIERO ESTAR CON ELLA


MI Camino, es el 
Hermoso Éxtasis de la LLuvia Enamorada.
ACTO I: EN EL BOSQUE.

Punto en negro. Bosque profundo y con cierta brujería que encanta. Atrás un paso. Quiero ver más del panorama en donde, alguna vez, un poeta inició el camino que terminó en el paraíso. Silencio y respiración. Viento en el bosque que choca justo contra mis labios. Otro paso atrás.
El punto en negro, el bosque profundo se ilumina con tonos que van desde el azul hasta el verde. Tiene una vida que inquieta e invita a la aventura, a conocer y perderse voluntariamente entre sus laberintos.

Ahora caigo en la cuenta que llevo los ojos cerrados, veo ese paisaje sin los ojos. Lo veo con alguna parte entre el pecho y la garganta que palpita como si se martilleara desde adentro; como si el corazón encarcelado enardeciera su deseo de escapar para abrazarla a ella.
Un paso atrás. Alrededor de la luz está el más puro blanco. Luz eterna y cristalina. Es el motor del paisaje y la ventana de su alma. Sinceridad en marcha que le llena de valor, valentía y admiración.

El marco es esa fila de hilos que abanican el aire que me hace suspirar y sonreír. Se mueven en completa concordancia con los latidos de mi corazón en partitura 4/4: cuatro latidos, por un parpadeo; una sonrisa, por cada mirada; un suspiro por cada segundo que existe.

ACTO II: EXPEDICIÓN

No solo se ve con los ojos, o por lo menos en este caso no. La curva descendente de su espalda me hizo creer en el paraíso sin necesidad de haber caído exánime. Mis dedos, como dos soldados, entran en la espesura de sus finos cabellos que caen víctimas de la gravedad, buscando el punto perfecto para encontrar la punta de sus recuerdos.

Si la expedición toca su cuello, en el bosque se aumenta la velocidad del viento. Es más fuerte, más intenso; se agita y me toca, logrando que mi consciencia me abandone. Yo me voy, me pierdo en el bosque que me invita a la aventura de una expedición por el hogar de su alma. 

ACTO III: EL VINO.

Fuera del bosque, en alguna parte, estaba sentado y de pronto  todo se transformó con su presencia. Recuerdo que lo último, fue rozar nuestros labios como si se hubiesen buscado desde hace mucho tiempo, como si por fin encontraran la parte que los completa.


Una vez conocí el néctar de sus labios, la botella de vino sobre la mesa se volvió innecesaria. No quise más entorno ni noches solitarias. Solo quiero internarme en ese bosque brujo, en la espesura de sus recuerdos, en el hechizo verde y azul de sus enigmas. Solo quiero estar con ella.

domingo, 27 de octubre de 2013

ASÍ DE FÁCIL

Luego de tanto tiempo.



Así de fácil empiezo a inspirarme. No fue sino verla y recordar la imposibilidad de estar juntos para encontrarme de frente con el sentimiento que aún siento por ella.

Un sábado diurno nunca ofrece mayor expectativa que la de un descanso, o al menos, así sería ese día para mí.  Después de hacer algunas diligencias referentes a mi trabajo, iba por una de las calles más concurridas de la capital pensando en el cronograma milimétrico de las próximas 7 horas: gimnasio, almuerzo, lectura y algo de cine casero si estaba de ánimo. A mi izquierda un centro comercial en decadencia pero que, a mi juicio alojaba las mejores salas de cine de la capital, apenas abría las puertas a sus visitantes. Entretanto, la iglesia también abría su pórtico de tendencia neogótica a los pocos feligreses que esperaban ansiosos de entrar.

Como amante del arte religioso, la tentación de entrar a tomar algunas fotos fue inmediata, sin embargo, por alguna razón me abstuve y seguí caminando con la mirada fija en las enormes puertas de madera, hasta que escuché su voz:

  • Mira por donde caminas o te vas a caer.


Me detuve de golpe, miré al frente y sonreí. Todo al tiempo. Esa voz la podría identificar donde fuera. Lo que no contemplaba es que, siempre que nos encontrábamos, mi descontrol era cada vez mayor. Además de eso, ese sábado la encontré más hermosa que aquella última en que nos rodeamos del frío nocturno.  

Alcancé a murmurar un hola que se mezcló con la sorpresa y la alegría de verla. Ella, con una sonrisa franca y sin decir nada, por que no fue necesario, solo se acercó y me abrazó de esa forma única que nadie ha logrado imitar siquiera de forma mínima.

El abrazo fuerte cerca de un minuto que, a decir verdad, pareció un segundo. No quería dejarla.

  • Temía que ya hubieses olvidado – Me dijo bajando la mirada y simulando sentir tristeza.
  • Pues no te he olvidado, pero me encantaría que me repitieras tu nombre, la verdad no lo recuerdo. – respondí siguiéndole el juego.


Ella sonrió de manera cómplice y me pegó un palmada juguetona en el hombro:

¡Tonto! – Me gritó y se acercó para darme un abrazo más. – Te he extrañado mucho, me haces falta.
Tu a mí pequeña princesa, tú a mí también me haces falta.

Tenía el cabello más corto que la última vez que la vi. Ahora solo le llegaba un poco más abajo del hombro. Las perlas en su cuello y su abrigo de toque europeo le daban el mismo aire de suficiencia del que seguía completamente enamorado.

Seguía teniendo esa mirada que intentaba descifrar. Como pocas veces, el hermoso marco que bordeaba sus ojos no estaba y esas obras de arte estaban esculcándome los bolsillos del pensamiento sin ninguna restricción. Parpadeos en cámara lenta, pestañas que abanicaban un aire que se alojaba en un vacío en el estómago; y yo, hiptonizado.

  • Quiero pedirte algo – Me dijo.


Para lo siguiente que hizo, el efecto fue inmediato. Me distanció del mundo con una inclinación de su rostro sobre el hombro. Luego, con voz cadenciosa y con tono de puchero me pidió lo que sabía que obtendría. Ella es el botón de apagado de mi voluntad.

  • Claro que sí, pero que sea lejos de acá. Ya sabes que si nos ven seguro te caerán encima con preguntas…
  • Eso es lo de menos – me interrumpió.- Lo que te acabo de pedir definirá no solo que por fin dejemos de escondernos, sino que por fin podamos estar juntos.

No había caído en la cuenta de los alcances de esa petición, pero tenía toda la razón. El encuentro que yo creía casual, parecía estar preparado por ella desde hace mucho tiempo. ¿Acaso puede controlar el mundo de una manera tan sencilla?

Miró el reloj e hizo una expresión clara de tristeza.

  • Me sigues gustando – Me dijo con una sonrisa de picardía, casi esperando que eso me tomara por sorpresa. En efecto lo hizo, pero logré manejarlo.
  • Lo sabía, pero no había querido decirte nada porque seguro me dirías “tonto”.


Rió y me abrazó. También te sigo amando, susurró. Me dio un suave beso en los labios y luego nos abrazamos sintiendo el cuerpo del otro como si fuéramos uno solo. Luego nos despedimos y de manera estática vi que se alejaba. Conservaba la misma forma de caminar que me seguía enloqueciendo.

Cuando la perdí de vista salí del estado hipnótico en que me había sumergido. Tomé el móvil y marqué un número como primera parte del plan para, por fin, estar juntos. Me contestó mi gran amigo:

  • Hermano ¿En qué te puedo ayudar? – Me dijo del otro lado de la línea.
  • Sabes que siempre he procurado no molestarte con favores, pero esta vez necesito uno, y muy grande.

sábado, 12 de octubre de 2013

¿Y SI TE VEO OTRA VEZ?

Little Princess
Agradecimientos: por la frase: "Fíjese que cuando sonríe se le forman unas comillas en cada extremo de la boca. Esa, su boca, es mi cita favorita". De la Acción Poética.
Referenciada por Gabriel Sandoval.

No, ya no estabas hablando conmigo. Te veía al otro lado de la sala hablando con otra persona a la que no le di la menor importancia. Yo, entre tanto, agitaba la copa y hacía bailar el vino que quedaba dentro de ella. Su mirada y la mía jugaban a no mirarse, pero perdíamos. Ella de reojo y yo descarado. Ella a no dejarse tomar de la cintura de sus pupilas y yo, como un desmayado, caía en los embelesos del color café de sus ojos enmarcados.

Su sonrisa era otra cosa. Cuando ella sonríe, yo le pongo comillas y le hago pie de página; tal vez éste no sea el momento en el que la necesite, pero sé que luego esos labios en curva serán mi cita favorita. A sus mejillas se le hacen pequeños huequecillos que parecen anidar las tristezas de cualquier ser humano, las roba, las mata, las elimina y hace que uno también sonría.

Sus labios se mojaban con el vino. Un sorbo y quedaban húmedos. Luego se saboreaban uno al otro en cámara lenta, me miraba, sonreía y yo quedaba en shock. Su vestido rojo, dejaba libres sus hombros para que su cabello negro cayera libre sobre ellos.

Después de tanto tiempo, no pensé caer en el mismo lugar con ella. Había pasado la luna tantas veces sobre el cielo nocturno antes de esa noche, que creí que jamás la volvería a ver. Sin embargo ahí estábamos una vez más.

Tras una larga travesía de mi mirada sobre su anatomía, ella culminó su conversación y se dirigió exactamente donde yo estaba:
  • ¿Quieres un trago más fuerte? – me preguntó con voz de picardía.
  • ¿Quieres un lugar menos concurrido? – les respondí y tomé un poco de vino.

Ella guardó silencio como si la pregunta la hubiese tomado desprevenida. Tomó un poco de vino.
  • ¿Cómo llegaste aquí?
  • Un plan atropellado – Tomé vino – la idea era ir a comer, pero el restaurante estaba cerrado. Luego Daniel –un amigo en común entre ella y yo-  me llamó y me propuso algo mejor: venir acá. La acompañante que tenía, una prima próxima a irse del país, decidió que era muy tarde y fue a su casa. Como él no quería venir solo, sin mucho ánimo terminé en este lugar y… – respiré profundo- te vine a encontrar.
  • ¿Tu amigo dónde está? – me preguntó mirando la silla vacía que estaba a mi lado.
  • ¿Ves aquella pareja en la pista?-  le señalé el muchacho de camisa café y pantalón negro que se amacizaba contra una desconocida al son de una bachata- él es mi amigo, y ella su nueva conquista.
  • ¿Y tú conquista?
  • No me interesa hacer una conquista distinta de la mujer de vestido rojo, mirada enmarcada, ojos café y hoyuelos en la mejillas que tengo en frente con una copa en la mano – terminé el vino – y creo que estábamos a punto de concretar algo acerca de un trago fuerte en un lugar menos concurrido.
  • ¿Lejos o cerca? – me preguntó entrecerrando los ojos.
  • Lo más lejos que podamos de acá.

Ella vaciló como sopesando lo que significaba aceptar esa invitación. Luego, con una sonrisa franca, dijo que sí sin más preámbulos. Dio la vuelta y fue hasta una mesa al lado de la barra del bar; sostuvo una conversación pasajera con una mujer rubia a la que yo conocía bien y luego de unas miradas aisladas dirigidas hacia mí, por fin, esa pequeña princesa llegó donde yo estaba.
  • ¿A dónde iremos?
  • Primero a un café – Le dije mirando la hora.
  • ¿Demasiado lejos?
  • Es en La Candelaria, lo suficientemente lejos como para que nadie conocido nos vea.
  • Nunca me pareció justo que nos tuviéramos que esconder.
  • A mí no me pareció justo que nunca tuvimos una despedida nuestra, privada.
  • Pero la vida da revanchas y…
  • Y como esta noche me la está dando – la interrumpí – es mejor irnos de acá.


Tomé mi chaqueta y la tomé de la mano, como una noche hace algún tiempo. Busqué la mirada de mi amigo, pero él estaba demasiado ocupado con la desconocida. Salí con ella a la fría noche y nos perdimos de los ojos vigilantes de capital. Nos fuimos de todo y de todos hasta donde solo pudieran encontrarse nuestros labios disfrutando de un beso.

domingo, 11 de agosto de 2013

... CUANDO ALGUIEN SE AUSENTA...

Una de las tareas más difíciles para el ser humano,
es aceptar la ausencia de alguien que sigue con vida.

7:55 a.m.
Aeropuerto el Dorado.

Apoyé los codos sobre las rodillas y hundí la cara entre las manos. Luego me mordí el labio inferior para aguantar las ganas de llorar.
  • Resulta muy difícil. – me dijo mientras sentía su mano pasear por entre mi cabello.
  • Tanto que escribí acerca de aceptar los procesos de ausencia, del duelo, de dejar al ser querido, de admitir los cambios con gallardía y aprovecharlos;  y nada, absolutamente nada ha servido para que no me duela que te vayas. – Le contesté con la voz quebrada.
Sus ojos brillaron a causa de las lágrimas que amenazaban con desbordarse y de nuevo me quedaba hechizado por la expresión de su mirada. Todo lo escondía en esas pupilas indescifrables: desde la más hermosa alegría hasta la más profunda tristeza.
  • La teoría no sirve cuando la experiencia es inexplicable- me dijo.
  • No, la experiencia es explicable: Tú te vas extrañándome y yo me quedo extrañándote; lo que no se puede explicar, es que, sabiendo que te irías insistí en volver a enamorarte.
  • A veces unas personas solo llegan a tu vida para asegurarse que tus sueños se cumplan, luego simplemente se van dejándote una sonrisa en la cara y, al mismo tiempo, la amargura de su ausencia.
  • ¡Es injusto!
  • No - me dijo endurenciendo el tono, luego respiró y habló suavemente - las misiones de vida no son justas o injustas, son simplemente eso. Lo explicaré de una manera sencilla: Cuando llegas a este mundo, naces con cosas que no son precisamente tuyas y a medida que vas creciendo te vas dando cuenta, por ejemplo, tu sonrisa te deja de pertenecer cuando de ella depende el ritmo cardiaco de otra persona.
Se hizo un silencio melancólico. Luego de un suspiro largo tomé fuerza para hablar de nuevo.
  • ¿Y los recuerdos?
  • Funcionan como los procesos de duelo vital de los que tanto escribes.
Ella había leído algunas anotaciones que había hecho acerca de dos tipos de duelo. En ellos, afirmaba que el duelo mortuorio es un proceso progresivo que consiste en asumir mediante métodos de auto-convencimiento que el sujeto extrañado no regresará nunca, por ende, la resignación y la posterior costumbre harían que la superación del suceso apareciera poco a poco; en contraparte, el duelo vital es un proceso mucho más complicado porque supone que una persona extraña a otra, pero la ausencia no es definida por procesos irreversibles sino por la voluntad humana, que como bien se sabe, es maleable y proclive a arrepentimientos.

En este proceso de duelo vital, si existe la más remota posibilidad de volver a ver al sujeto extrañado, el subconsciente se llena de recuerdos de la misma manera en que un proveedor suministra proyectiles a un arma. Cuando estas remembranzas han cargado a la persona de pensamientos esperanzados, pero estos se enfrentan con imposibilidades de tipo emocional, geográfico y similares, –el otro se rehúsa a volver, o se encuentra en otro país- se cae en depresiones más profundas e intensas que, con el paso del tiempo,  van haciéndose más tenues por simple proceso de repetición. En conclusión, extrañar a alguien que tienes la posibilidad de tener a tu lado es la fase más dolorosa que puede experimentar un ser humano.
  • Tengo claro que debes irte y que he de extrañarte.  Lo más probable es que durante este tiempo los recuerdos de estos días juntos hagan fila para sacarme una sonrisa seguida de una lágrima, pero esto es distinto, ¡Estar separados va en contra de nuestras voluntades!
  • Lo sé…
«Vuelo cuarenta y dos veinticuatro con destino a Washington por favor pasar a las salas» Interrumpió la voz de los altoparlantes.
  • Lo sé, pero no creas que mi misión en tu vida ha terminado, porque no ha hecho nada más que empezar…
Ella debió leer la expresión de sorpresa y duda que debió aparecer en mi rostro, pero antes que pudiera preguntarle algo, me dio un abrazo junto con un lento beso en los labios; giró, entregó un papel al guardia que admitía el paso y, luego de enviarnos un mutuo beso al aire, caminó hacia la lejanía.

«Su misión no ha hecho nada más que empezar»


miércoles, 7 de agosto de 2013

CON UN ÁNGEL

La candelaria    
Estábamos sentados sobre almohadas. Una mesa de 30 cms. sostenía dos tazas de café.

Sus labios sin ungüentos ni maquillajes  se perdieron de mi vista cuando cogió el pocillo y tomó un sorbo largo de café. Mientras lo pasaba, relamió sus labios y dejó de nuevo la taza sobre la mesa. Me miró como esculcando cada bolsillo de mi mente.
  • Ya te dije que me encanta el café?     
  • No, no me lo habías dicho, ¿por qué lo disfrutas tanto?              
  • Es la única bebida que no es pretenciosa, si es fuerte es fuerte, si es concentrada es concentrada. De hecho, a veces pienso que el café tiene más vida que yo, y tal vez que vos también, por eso lo tomo tanto. También por eso te acepté la invitación –se removió en la almohada en que estaba sentada- y me parece muy grato que luego de tanto tiempo, te vuelva a ver acá y de esta forma.

    Tomé un sorbo de café y me incliné hacia adelante para crearle interés en lo que iba a decirle.         
  • Esa apreciación tuya del café y la vida me parece bastante curiosa… tú dices que este café tiene más vida que tu y yo ¿verdad?
  • Si.
Le acerqué la mano a su mejilla y ella inclinó su cabeza en un gesto de ternura, de niña consentida. Alcancé también a percibir un temblorcito en su mano. Luego toqué por el lado la taza de café hasta sentir el calor y luego la solté.
  • El café no se inclinó para sentir mi caricia, ni tembló, ni sonrió. Esas son cosas que sólo hacemos los humanos. Son gestos que resultan casi inconscientes pero que pueden acabar con la cordura de cualquiera que vea tu belleza –Ella se sonrojó e iba a tomar lo poco que quedaba de café, pero se arrepintió. Dejó la taza en la mesa, miró al vacio y sonrió en silencio.
  • ¿Te imaginas como sería un romance entre tú y yo? – me preguntó
  • No, la verdad soy mejor imaginando finales. Los finales son mucho más memorables que los comienzos o que los intermedios. Me imagino cómo sería terminar contigo y, créeme, sería horrible.
  • Entonces espero que si algún día acabamos de amoríos no me termines nunca, porque yo no lo haría.
Acomodó su cabello negro, liso y largo hasta la mitad de la espalda. Sus ojos café comenzaron a jugar con mis ojos en un duelo coqueto que resultaba emocionante. Se puso el abrigo que le daba un sutil toque de mujer europea y aplicó brillo sobre sus labios. Entretanto yo no salía de la estupefacción que me quitaba toda motricidad y movimiento. Su mirada; su seguridad; su belleza; su inteligencia; todo era motivo para quedar boquiabierto.

Nos pusimos de pie, fuimos a pagar y la llevé a su casa. Cuando nos paramos frente a la puerta donde se hallaba su casa, nos abrazamos cerca de un minuto, que para la frialdad de una ciudad como Bogotá es bastante tiempo. Giré la cara para darle un beso en la mejilla y, accidentalmente, ella lo hizo lo mismo, provocando que nuestras bocas quedaran a solo unos milímetros. Te adoro, me dijo, puso sus labios sobre mis labios y nos fundimos en un beso lento, suave, tierno y que ambos habíamos esperado. Adiós. Me soltó. Me dio la espalda y entró a su casa.

Yo me quedé en el medio de la noche esbozando una sonrisa. Giré y mientras caminaba me puse por auriculares, subí el volumen de la música y apreté el paso. Debía preparar todo para el siguiente día.

sábado, 3 de agosto de 2013

POR UNA FOTO


Little Princess

La volví a ver. No fue de frente porque asumo que no sobreviviría a un choque emocional de ese tipo sin la debida preparación interna. Esta vez fue una foto, fue una simple y hermosa imagen de su figura la que me hizo recordar, por un lado, lo hermosa que sigue siendo y, por otro, que hay un punto seguido en un texto que sigue sin tener final.

No sé por dónde abordar esta imagen, que asumo, es reciente; su cabello negro tiene espacios precisos para caer sobre los hombros y su pecho como si entonaran visualmente las mejores notas; Su mirada, sus ojos enmarcados siguen siendo ese lugar que me pierde; sus pupilas me esculcan, me paralizan, me hablan y parecen gritarme que la consienta un poco más. 

Su sonrisa sigue dando vida a lo que la rodea y el huequecillo de la mejilla es el aposento de más de un susurro clandestino. Su rostro es el lugar perfecto en el que se transforman mis malos momentos.

Ella sabe que ese el ángulo perfecto para salir hermosa, para ser hermosa. Pero en el rigor de saber que no hay tantos términos en el diccionario que me sirvan para expresar ni su belleza ni lo que me produce verla, esta noche me quedo con su foto en la mano y en la cabeza. Ella ahora me mira y me dice que aún le pertenezco; me grita que no dejaré de ser de sus ojos, ni ella de mis historias.

Para más información pueden leer los textos anteriores, seguramente sabrán por qué se han terminado las palabras.

sábado, 13 de julio de 2013

UN BESO EN LA TARDE



A mi amor... a Michelle



Entonces te tengo al frente, mientras miras mis ojos y yo me pierdo en los tuyos. Tu respiración choca contra mi cara y mis exhalaciones se entrecortan producto de los nervios. Silencio. Tus manos encuentran un espacio libre en mi espalda y me acercan a ti con una mezcla indescifrable de delicadeza y fuerza. Entretanto, mi mano izquierda recorre tu cintura, la rodea, la talla y la disfruta.

Tu boca está al alcance de la mía, pero yo no me apresuro. Hemos aprendido a apreciar el momento de estar cerca de la misma manera en que se disfruta el preludio de una gran sinfonía. Cierras los ojos y noto que mis manos tiemblan, mis brazos le siguen y el resto de mi cuerpo los imita. No puedo creer que provoques eso en mí una vez más.

<<Quédate>>. Tu pecho se pega al mío y la proximidad hace que las emociones finalmente logren rebasar mis racionalidades. Los latidos del corazón los siento por todo el cuerpo, tú lo notas y en susurro me recuerdas que aún tengo cuerpo, que aún existo de forma material.: <<Tu corazón va a toda>> pronuncias con los ojos cerrados. El tuyo también, puedo sentirlo, pero no te digo nada. Solo disfruto saber que yo también hago me vivas.

Mi mano derecha sube por tu espalda, se pierde entre tu cabello negro sin tener la menor intención de encontrar la salida. Solo se queda allí en el bosque celestial, en esa esencia sensual sentada sobre tu espalda. Tu respiración acerca con cada trazo que mis manos logran en el contorno de tu cuerpo. Me sientes y siento. Ahora somos uno.

A milímetro por segundo tus exhalaciones pierden volumen y tus labios se van acercando a los míos. Haces que la punta de tu nariz le haga una caricia a la mía mientras yo te observo con los ojos cerrados. Tratamos de llenar cada espacio libre entre tu cuerpo y el mío. Entonces, al roce de tus labios con los míos el entorno pasó a oscuro, dejó de existir, se atenuó, se perdió y se esfumó. Ahora soy tuyo.

miércoles, 12 de junio de 2013

LA RESPIRACIÓN DEL TIEMPO (En la mesa de un bar, Capítulo 2)



2, 1, 0, 1, 1, 1, 0, 1, 1, 0, 0, 0.


… algunos días atrás…

Ella tomó un poco de la cerveza que estaba sobre la mesa:

        - Si alguien pasa y nos ve acá, pensará que estamos en pleno romance.
        - No sería noticia, todo el mundo cree que eres mi novia.

Suspiró, se arregló el cabello con la mano derecha  y habló:

        - ¿Qué debo hacer?
        - Tú lo sabes.
        - OK, ¿Cómo lo hago?
        - Hasta allá yo no te puedo decir. Tú eres la única que sabe cómo hacerlo.
_____________________________________________

En aquella mesa originalmente eran tres, pero por azar del destino, solo quedaron ellos dos. Él y ella una vez más luchaban contra la mente en una contienda que ya se sabía perdida, sin embargo, él disfrutaba de las múltiples formas en la que reían juntos y así olvidaban las largas horas que ambos pasaban en una oficina.

Ella hacía gala de su inteligencia sin querer y él disfrutaba de la rapidez mental con la que ella lograba capturar el sentido oculto de sus chistes, que como ella ya sabía, eran muy malos. Él esperaba atento para saborear con los oídos sus intentos de cantar, mientras tanto ella le contaba una a una las historias que a él le encantaba escuchar.

Reían por todo y por nada, pasarla bien juntos no era algo precisamente raro. Empezaron por  recordar que, al mesero, le dijeron que querían algo muy fuerte y terminaron pidiéndole café con leche; luego y tras superar la broma pidieron cervezas y luego se tomaban de sus propias realidades para burlarse de sí mismos.

        - Queremos las personas erradas.
       - Y lo sabemos, es, en términos económicos, como si invirtiéramos en acciones que van a la baja: Ya sabes que perderás tu dinero, sin embargo metes la plata. Es como si el sentido común se dañara.
        - ¡Qué horror! – Le dijo entre risas.- Eso es exactamente lo que pasa.
       - Nos pasa. – le respondió riendo también y dando sorbo a la cerveza que tenía sobre la mesa.

De fondo sonó una canción a la que ella abrió los ojos y le tomó el antebrazo como si fuera a darle una noticia que normalmente la gente no podrá soportar si está de pie:

        - Esa canción, esa canción es bonita. Trae recuerdos.
       - Seguro – le respondió – de hecho creo que hay veces en que no nos gusta la canción, sino la persona que nos hace recordar la canción.

La siguiente canción fue para él y todo por casualidad. El respiró profundo y ambos se contaron una nueva historia de sus vidas. Eran grados máximos de confianza, estaban disfrutando de conocerse teniendo como escenario la mesa de un bar. Esa noche, sospechaban que si por un solo momento, el pasado hubiese sido distinto, no estarían  en ese momento sentados uno frente al otro. Tal vez todas esas historias habían valido la pena.

Se acabaron las canciones y con ellas las cervezas. Ella insistió en aclarar su mente:

       - Yo sé qué hacer, pero no sé cómo. – Le dijo con aire de tristeza.
       - Yo puedo mostrarte el camino, pero no puedo caminarlo por ti.
       - Él se va muy lejos, es mi oportunidad.
       - Tú no necesitas que alguien se vaya lejos para que seas feliz, solo necesitas de ti.

Salieron del café y caminaron hasta  el lugar donde ella se iría:

       - Debo irme.

Él por alguna razón no quería que se fuera, se sentía responsable de cómo se sentía, que estuviera feliz. En resumen se sentía responsable de ella:

Él se acercó, le dio un beso en la mejilla y le rodeó la cintura para abrazarla. Ella correspondió:

        - Pórtate juicioso – le dijo ella con el toque de picardía que sabía camuflar en el tono de la voz.
        - Como siempre. Tú también pórtate juiciosa.
        - No, ¡qué aburrido! – Le contestó ella para provocar el juego.
        - Entonces solo pórtate. – Le dijo riéndose.

Mientras reían se abrazaron una vez más, en esa ocasión de forma más larga. Ella no estaba acostumbrada a abrazar, pero de alguna forma, ese gesto al despedirse se había vuelto casi necesario.

Al separarse ella, le dio un beso más en la mejilla, dio media vuelta y se perdió entre el gentío. Él se puso los auriculares y subió lo que más daba el volumen a The Rain Must Fall de Yanni. Casualmente empezó a llover y él dejó de pensar. Seguramente ella también. 

martes, 11 de junio de 2013

NO PENSAR (Capítulo 1)

Camina radiante pero oculta la imensa y natural alegría que te ilumina
2, 1, 0, 1, 1, 1, 0, 1, 1, 0, 0, 0.


A él se le estaba tornando simplemente inaceptable verla así una vez más. Su cara de conformidad con la tierra en el momento en que merecía el cielo era torturante. Él solo la miraba con la disposición de escucharla y de disfrutar el enorme honor que le producía haber ganado su confianza:

-          Nos vimos –Le dijo con la voz fuerte y la cabeza levantada; disimulando la tristeza.
-          ¿Qué fue lo que salió mal? – Le dijo seguro de haber leído perfectamente que bajo la mirada en un gesto de tristeza que nadie más en el planeta hubiese notado.

Él evitó pensar en cualquier cosa.

Toda la vida había visto cómo hermosas damas -entiéndase como damas ese tipo de mujer que vale la pena y por ende se encuentra en vía de extinción- se enamoraban de auténticos idiotas que les regalaban tantos desplantes como granos de arroz caben en una libra. De la misma manera, había visto como hombres que guardaban la decencia y caballerosidad de antaño, se enamoraban de mujeres cuya decencia y auto-respeto habían quedado olvidados entre dos copas de vino y unas cuantas cajas de cigarrillos.

A él le dolía verla así porque a ella la consideraba una dama. Era ciertamente extraño que su integridad personal no se hubiese dañado después de tantos golpes que le había dado la vida e incluyamos acá los golpes amorosos. Esos, en el juicio de él, son los que más dañan y llenan de veneno a una persona. Pero a ella no. Ella seguía creyendo en el amor como si hubiese superado por completo el infantil reflejo de tachar de desgraciados a todos los machos de la especie humana.

Él la escuchó fingir la fuerza que mezclaba con la nostalgia de la voz. Después de eso, con paciencia y dos chistes tontos le sacó una risa. Él se disfrazaba de su risa y a ella no parecía molestarle. Ambos sabían que estaban con la mira puesta en personas erradas:

-          Deberíamos relajarnos y estar tranquilos.
-          Sí – le respondió él – pero es precisamente los problemas del otro lo que nos enamora.
-          Se irá, pronto y lejos. Muy lejos, es mi oportunidad.
-          ¿Oportunidad de qué? De nada sirve que se vaya lejos si lo tienes dentro de la cabeza. – Le dijo casi regañándola.
-          Quiero dejar de pensarlo, en últimas, quiero que él tome distancia física y así yo me ocupo de la distancia mental.
-          ¿Crees ser capaz? – La retó.
-          Si, la verdad el encanto se está esfumando.

Sintió un alivio pasajero al escuchar eso. Él siempre había pensado que la voluntad era el arma más fuerte que tenía el ser humano, pero no funcionaba si no había un motor que la impulsara con todas sus fuerzas. Ese motor era el cansancio.

Aunque suene extraño, cuando una persona se siente cansada de una situación que le vulnera, hace hasta lo imposible por salir de ella; se vuelve creativo, inquieto, propositivo y lleno de iniciativa. A pesar que la veía cansada, él estaba más cansado de verla así.

Ella levantó la mirada y el aire de la tarde que entró hasta sus pulmones hizo que se relajara. Él la observó y sintió la necesidad de demostrarle el cariño que le tenía de la única manera que sabía hacerlo: tenía que provocar su sonrisa:

-          Te podría contar un chiste, pero la verdad son malos.
-          No, los chistes que cuentas son realmente malos – Dijo riendo.
-          Te lo voy a contar igual.

Ella estiró la espalda y se ordenó el cabello mientras sonreía. Él evitó pensar en cualquier cosa. Sintió que ella había olvidado por un momento y se sintió feliz, entonces propició una conversación que se extendió por un tiempo que pareció ser corto, hasta que ella le preguntó la hora, respiró hondo y habló combinando las palabras con la exhalación de un suspiro:

-          Debo irme.

Él por alguna razón no quería que se fuera, se sentía responsable de cómo se sentía, que estuviera feliz. En resumen se sentía responsable de ella:

Él se acercó, le dio un beso en la mejilla y le rodeó la cintura para abrazarla. Ella correspondió:

-          Pórtate juicioso – le dijo ella con el toque de picardía que sabía camuflar en el tono de la voz.
-          Mantén la cabeza en orden, por favor.
-          No podré. – Le contestó ella con tono resignado.

<<Yo me encargo>> se dijo él para sí mismo. Ella dio la vuelta y caminó a lo lejos mientras él acomodaba sobre su hombro derecho la maleta Totto Urban que lo acompañaba desde hacía 3 años. La siguió con la mirada. Evitó pensar en cualquier cosa, giró y se puso los auriculares. Subió todo el volumen a la Sinfonía Dante de Franz Liszt,  levantó la mirada y el aviso de un café de luz tenue le saludaba. Es tiempo de un café.

Vamos a evitar pensar … en cualquier cosa.

jueves, 6 de junio de 2013

¡PEQUEÑA PRINCESA!

Caminé por el pasillo mientras ese quinto café de la mañana me reparaba la semántica rota que dejaron tus ausencias hurañas y malsonantes. Solo esa distancia que se reía burlonamente podía ser tan torturante como para hacerme creer que la esperanza del día se encontraba en el fondo de un bolsillo roto.

Mientras deambulaba, vi como cruzaste la puerta y cuadraste las tiras del  bolso sobre tu hombro como si hiciera parte íntegra de tu anatomía, me miraste, te acercaste y con un beso en la mejilla dibujaste, una por una, las siluetas de mis ilusiones rotas.

Diste la vuelta y mientras te perdías al fondo del pasillo me di cuenta que la ensoñación de verte una vez más tomada de mi mano caía por la borda. De fondo encontré un día gris, opaco y agonizante, que emitía los mismos tonos que tú combinabas con una sonrisa o un trozo de tela rojo que se complementaba con el blanco de tu piel.

Doblaste la esquina y me quedé divisando la pared. El mundo me concedió minutos para pensar y quedarme estático mientras aceptaba tu lugar en mi mundo: Ese sitio  platónico que me permitía disfrutar del idílico placer de sentir que existes y que prefiero no tocar salvo para explorar las nuevas estrategias que inventas para sacar lo mejor de mí.

Terminé lo que quedaba del café y regresé al teclado. Me dispuse a escribir solo para hacer frente a la idea de buscarte y para irme acostumbrando a dejar morir la idea de sentir tus labios una vez más. Sin embargo, debo afrontarte y admitir que sin importar quién sea tu rival en mi cabeza, tu ganarás la batalla solo con sonreír.

¡Pequeña princesa! Cómo quisiera que bajaras del trono y me dieras un beso más, uno de esos que sabes tatuar en la pupila de los labios y que pones a caminar por los laberintos de mi cabeza.

Antonomasia mutante