martes, 29 de mayo de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO IV

El hombre llega hasta donde la mujer lo permita.
La mujer llega hasta dónde... ella quiere.
Lo difícil es encontrar a una mujer que no quiera  llegar a ninguna parte
porque no se dejó deslumbrar por simples palabras vanas.



La tarde estaba gris y la amenaza de lluvia según el IDEAM era inminente, lo cual, me llenaba de calma. Por alguna razón cuando el IDEAM predice el clima pasa exactamente lo que ellos dicen, pero al contrario. Yo estaba exactamente en la puerta principal de Atlantis –la de Hard Rock- y faltaban quince minutos para que llegara la hora de nuestro encuentro. Caminé despacio hacia el café repasando de memoria la historia de las cruzadas una y otra vez. No podía darme el lujo de dejarme coger fuera de base por una de sus preguntas, era simplemente inaceptable de mi parte. Debía responderle siempre. Era un reto. Ella era mi reto.

Llegué al café cinco minutos antes. Como imaginé que aún no había llegado, iba a sentarme en alguno de los sofás del lugar e iba a pedir un café mientras ella llegaba, pero tan pronto como entré, la vi leyendo el Malleus Malleficarum en una esquina.

Era un cuadro perfecto: Ella estaba sentada debajo de un descolorido cuadro de Marylin Monroe perteneciente a la secuencia pintada por Andy Warhol; sobre la mesa descansaba media taza de café que, se notaba, ya estaba frio. Llevaba una blusa negra que le dejaba un hombro descubierto y un jean desgastado que por el solo hecho de llevarlo ella, se veía hermoso.

Me acerqué lo más silenciosamente posible para no desconcentrarla:

-          ¿Sabía que las mataban por saber de matemática?- me preguntó sin siquiera levantar la mirada. Me sorprendió. No sabía cómo ella se había dado cuenta que yo estaba allí.
-          No sólo eso, las mataban por aminorar los dolores del parto con plantas medicinales-le respondí.
-          ¿Es en serio? – Cerró el libro de un golpe y se quedó mirándome sorprendida.
-          Lo siento, pensé que ya habías llegado a esa parte.
-          ¿Siempre eres tan puntual profesor?
-          Michelle, no creo que puntual sea la palabra, yo diría que siempre soy tan impaciente.

Me invitó a sentarme y pedimos un café:

-          Pareces nervioso ¿pasa algo?- me preguntó.

Era increíble, era la primera pregunta de la noche y no bastaron ni cinco minutos desde que nos habíamos saludado para que me dejara fuera de combate. No tenía respuesta alguna a esa pregunta, o por lo menos no había una que quisiera decirle en ese momento.

Debemos aceptar que los hombres en ocasiones queremos parecer la respuesta a todos los problemas de las mujeres y aunque eso les parezca atractivo a veces, también les encanta que nos equivoquemos y que les demos la razón cuando ellas han hecho méritos para tenerla. Ella estaba disfrutando de a pocos verme notoriamente nervioso con su presencia, pero logré rápidamente recomponer la compostura.

-          No estoy nervioso, solo que estos temas suelen apasionarme demasiado.-le guiñé un ojo y ahora fue ella quien se sonrojó.

Duramos hablando hasta después de las 9 de la noche. Pero curiosamente de las cruzadas hablamos solamente una hora. Me contó de su gusto por el cine Hindú y sobre todo por la película Devdas, en la que se hizo famosa la actriz Aishwarya Ray; odiaba los chocolates pero amaba las gomas de colores; no le gustaban los sitios de rumba habituales donde ponían una hora de reggaetón y diez minutos de música -valga hacer énfasis en la diferencia entre una cosa y otra-, en cambio, amaba los cafés aislados donde se podía tomar un buen vino escuchando tango o algo de rock clásico. Sumado a esto era bailarina profesional y le gustaba el practicar en lugares donde solo se escuchaba salsa clásica, allí solía dejar  boquiabiertos a quienes la veían bailar.

Al terminar el café y entrar en una tierna lucha sobre quién pagaría la cuenta, nos fuimos caminando por toda la Carrera 15 hacía el norte. La avenida estaba desierta y aunque era inseguro, nosotros corríamos el riesgo sin ninguna complicación. Ella llenaba enteramente el formulario de la mujer que me había imaginado. Éramos parecidos en casi todo aspecto, sin embargo nos diferenciábamos en lo necesario para tener el campo suficiente de sorprendernos.

Al llegar al edificio redondo de la Calle 100 me dijo que tomaría un taxi. Le ofrecí llevarla hasta la casa pero se negó de la forma más delicada que encontró dentro de su elocuencia:

-          No es que me de pena, pero si te vas conmigo, luego no te dejo ir y eso no sería nada profesional.

Imaginé por un instante el hecho de quedarme con ella toda la noche, pero sacudí la cabeza para apartar la idea antes que se diera cuenta que, en efecto, estaba pensando en eso. Detuvimos un taxi y ella al despedirse me dio un beso que de nuevo jugó rozando el borde de mis labios:

-          Es la segunda vez, voy empezar a pensar que no es accidental – le dije sonriendo.
-          Nadie dijo que la primera vez fue accidental – me respondió subiendo la ceja derecha y haciendo una sonrisa que solo ella sabía hacer.

Se subió al taxi y agitó la mano en señal de despedida. Yo me quedé solo en Calle 100 con Carrera 15 tratando de asimilar su última frase cuando el móvil empezó a sonar. Era ella:

-          Hola, me quedé con algo tuyo. Debo entregártelo cuanto antes.

domingo, 27 de mayo de 2012

LA IMPERFECCIÓN DE LA MUJER PERFECTA


Si bien el mundo es el dueño del tiempo,
en mi  opinión digo que lo administra muy mal.


La mujer perfecta reside y en mi cabeza día y noche. Le hace cosquillas mi vida para que esté sonriendo sin motivos aparentes y me pregunten si me siento bien cuando de la nada mi rostro refleja tanta felicidad.

La mujer perfecta camina por los parajes más hermosos de la humildad y hace que sus errores sean olvidados gracias a su inamovible sinceridad. Ella, no juega al ajedrez con tal de complacerse a sí misma. Por el contrario hace jugadas abiertas y muestra sus intenciones tal como son para que yo note lo transparente y leal que es.

La mujer perfecta que está en mi pensamiento no dice una cosa y hace otra; ni tampoco me invita a jugar al detective de conciencias. Los celos excesivos no son su punto débil porque confía mucho en sí misma y en que su vuelo de mujer soñadora solo necesita de su fuerza para llegar donde ella quiera.

La mujer perfecta tiene crisis de genio: un rato estará triste, otro muy feliz, otro de mal humor, otro en el que no se soporta y otro demasiado inquieta. Pero en cada uno de sus estados será encantadora y enamoradora.

La mujer perfecta aunque esté distante vive mi cabeza, se levanta cada mañana conmigo. Y recibo su última prueba de supervivencia cuando la pantalla de mi consciencia queda en negro. La mujer perfecta no muere cuando deja de respirar, ni está lejos por más distancia, no deja de amar por más pelea, ni se aburre porque el simple hecho de amar la mantiene siempre emocionada.

La mujer perfecta se acuesta cansada de jugar por los laberintos de mi mente, duerme serena, pacífica y angelical mientras planea nuevas formas de mantenerme enamorado; mientras me crea los enigmas para mantenerla enamorada.

La mujer perfecta existe y permanece en mi mente. Y ahí es donde debe estar. La mujer perfecta es ella, la cose sueños rotos, alimenta ilusiones, salva la vida de mis emociones y hace de mi respiraciones un placer si son a su lado. Ella es la mujer perfecta.

viernes, 11 de mayo de 2012

EL COMIENZO DEL LABERINTO


La gente inteligente traspasa las barreras de lo fisico. Por eso logran tener relaciones que valen la pena.


El mundo pasó del negro absoluto, a un azul oscuro  y luego las formas empezaron a definirse. Lo primero que divisaba era una mesita de noche con un ejemplar del Ana Karenina de Lev Tolstói encima. Al lado del libro había un vaso con agua.

Ella aún no se acomodaba a leer en otro idioma y recordaba que la noche anterior se había acostado con un poco de dolor de cabeza tras no encontrar una verdadera traducción de la palabra “семейство” que, en algunas ocasiones significaba familia y en otras significaba tribu.

Interrumpió allí sus recuerdos y se levantó suavemente mientras suspiraba. Samantha quedó sentada al borde de la cama, aun algo aturdida. Normal en alguien que acaba de despertar. Se puso de pie y caminó despacio hacía el espejo. Ya sabía que Eric se habría ido a trotar, o al trabajo, o a tomar aire, o a algo; el caso es que se había despertado sola una vez más, como siempre.

Se miró en el espejo y tenía el cabello revuelto. Para ella ese reflejo no era ni muchos menos algo atractivo, pero, la verdad, es que estaba hermosa. Realmente hay pocos momentos en los que una mujer se vea más bonita que cuando está recién levantada, y más Samantha, que destilaba belleza incluso cuando no quería hacerlo.

Se recogió el cabello y se acercó a la ventana del apartamento para disfrutar la magnífica vista de la llamada Catedral Rusa en el Boulevard Obsovoditel. Cuando la veía era inevitable no acordarse de él. Rememoraba casi al instante el momento en que  le preguntó por esa catedral en especial y él le dijo que había sido consagrada a San Nicolás, no porque hubiese alguna figura católica importante con ese nombre sino porque para cuando Mikhail Preobrazhenski tuvo en su mente la figura arquitectónica con la que se construyó, el zar Nicolas II era quien estaba gobernando en Rusia.

Samantha se estiró para ahuyentar un poco la pereza y se dio vuelta para ir a la cocina por algo para desayunar. Ella sabía que Eric ya había desayunado, y como siempre, tendría que desayunar sola. Cuando ya iba ya casi llegando se dio cuenta que Eric había dejado su equipo portátil prendido. Hacía mucho que ella no revisaba su correo, y la verdad no le gustaba hacerlo desde el computador de Eric debido a que en una noche en la que tuvo que usarlo, una de las contraseñas quedó guardada y luego lo sorprendió espiando en sus correos personales.

Le daba escalofrío incluso recordar aquella pelea. Sin embargo esa mañana el computador parecía hacerle una invitación cortés para que al menos echara un vistazo. Ella guardaba la esperanza que su profesor le escribiera algo y esa tentación era la que más le hacía dudar. Hacía tres meses sólo usaba ese computador para escribir algunas historias y perfeccionar el búlgaro que cada vez le parecía más encantador. Pero esa mañana quería mirar si él aún la recordaba.

Hizo el amague de resistirse y giró el cuerpo en dirección de la cocina pero no dio ni medio paso, se sentó en el sofá, frente al computador y abrió su correo:

Tu ausencia se ha tornado simplemente insoportable. Para ser completamente sincero, por cada día que pasa siento cómo se caen mis ilusiones… Mi dulce Samantha, se me tornan insostenibles mis conversaciones con la almohada y éstas siempre acaban inconclusas. Esa funda celeste asegura tener la razón cuando dice que ningún sueño se acomoda a su molde amorfo de la misma manera en que se asentaron los tuyos… Probablemente tú estés ahora con tu novio, y yo no sea nada más que un recuerdo vespertino en tus horas solitarias frente a un café… Te envío una carta y una ilusión más que va muerta… Con sentimiento de profundo e incontrolable amor.            

No pudo terminar de leer cuando las lágrimas se agolparon en sus ojos. Ella creía que él ya la había olvidado, que luego de tres meses sin verse ella sería solo un recuerdo más; pero esos mensajes le hacían notar que él aún la amaba, igual que ella a él.
Tomó el teléfono y marcó un número:

-          Hola, Bulgaria Air*
-          Hola, necesito pasajes hacia Colombia y rápido.**

La mujer de la aerolínea le dijo que en una semana estaría disponible uno con escala en Frankfurt, Madrid y por último Bogotá. Ella accedió sin pensarlo. Cuando colgó aún tenía lágrimas en los ojos y quiso releer ese correo que le había enviado el profesor.
Estaba a punto de terminar de leerlo cuando escuchó el sonido de las llaves de Eric desde la parte de afuera de la puerta principal. Los nervios se apoderaron de ella, bajó la pantalla y corrió al baño a encerrarse.

Al cerrar la puerta del baño, simultáneamente se abrió la puerta principal. Eric entró. Era rubio pero una alopesia le había obligado estéticamente a tener el cabello muy corto, casi rapado. Medía 1.73 cm, tenía ojos café oscuro y había encontrado en Samantha la ternura que él nunca podría llegar a demostrar:

-          Hola amor – Dijo Eric en un español atropellado que ella le había enseñado.
-          Hola amor me estoy bañando – Le dijo mientras se quitaba la ropa a toda prisa y de manera torpe gracias a los nervios.
-          Ok-respondió dejándose caer con rudeza sobre el sofá.

Mientras Samantha se quitaba la ropa vio su reflejo en el espejo del baño y esa imagen era un rostro de auténtico miedo. De pronto, un vacío se sintió en el estómago y una oleada de pánico le recorrió cuando recordó que no había cerrado el correo que el profesor le había enviado y tan pronto como Eric levantara la pantalla del computador portátil, eso sería lo primero que vería.


Conversación real de Samantha  con la chica de la aerolínea en Búlgaro:

* Здравейте, "България Ер"
** Здравейте, имам нужда от билети за Колумбия и бързо.

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO III


Hay placeres enlazados torturas.
Hay placer cuando descubres que la mentira
que sospechabas que te decían era en efecto una mentira.
La tortura es tener que guardar esa carta
para jugarla en un momento más interesante de la partida


Que yo recuerde, aquella velada con Camila fue una de las más desastrosas de mi existencia. Empezamos tomando un vino, sentados en el sofá, ella probaba un poco y me soltaba una risa coqueta mientras yo le hablaba de anécdotas varias.  Luego yo le soltaba miradas traviesas, fingidas claro, y ella se frotaba las manos en señal de su inocultable ansiedad.

A las dos horas de haber terminado el vino nos dimos un beso. Puse algo de música y seguimos hablando y subiendo el voltaje de nuestro encuentro, con una combinación peligrosa entre Raul di Blasio y un Undurraga Altazor de 25 años. Cuando el clímax ya alcanzaba proporciones que se salían de control y Camila se sometía dócilmente a mis voluntades, Jenny apareció en mis pensamientos besándose con ese otro personaje. Una vez más ella me arruinaba mi momento, mi existencia,  y me dispuso en uno de mis más bajos estados de ánimo.

Dejé de besarla, le dije que por alguna razón había empezado a dolerme la cabeza y me quedé quieto sobre el sofá unos 15 minutos. Ella se quedó a mi lado un rato y como a la media hora decidió dejarme solo.

Desde eso ya habían pasado tres días. Ese viernes fue de los peores de mi existencia y, por algún motivo, las personas solemos recordar más los malos días que los que son mejores. Ello hizo mella en todo un fin de semana lleno de pesadillas y preparaciones fallidas de mi primera clase de Historia. Dictaría a estudiantes de séptimo semestre de antropología. Ello me gustaba mucho, puesto que ya tendrían algunos conceptos muy claros y además mantendrían discusiones con argumentos más racionales y menos pasionales. Sin embargo ese torbellino sentimental estaba haciendo que mi gusto por la historia, por enseñar y por discutir sobre temas intelectualmente estimulantes pareciera anestesiado.

Ahí estaba yo subiendo las escaleras a paso cadenciado hasta el sexto piso, Salón 610. Cuando llegué al pasillo vi cerca de seis estudiantes sentados a lado y lado de  la puerta del salón que me interpelaron con la mirada. Mientras me dirigía hacia allá iba pensando en sí, de pronto, entre alguna de mis estudiantes pudiera aparecer una Samantha como la del profesor de simbología.

Me mostró una foto de ella durante una noche que bebimos en Metro Café por los lados de la 15 con 75 tan solo una semana después que ella se fue para Bulgaria. Recuerdo que me quedé boquiabierto, era el rostro de un ángel y una mirada demasiado inquietante, en cierta manera tenía la razón de haberse enamorado de una carita tan, indescriptible.

Abrí la puerta del salón y automáticamente los estudiantes se pusieron de pie y entraron tras de mí. Me acerqué a la mesa de profesores y dejé mi maleta:

-          Buenos días. Soy su profesor de historia durante este semestre. Quisiera conocerles, pero como sé que nadie va a hablar por su propia cuenta, les sugiero de forma obligatoria empezar por orden de lista: Señor Arévalo…

Unas risas tímidas se escucharon entre ellos y un chico rollizo se levantó de su asiento ubicado en toda la esquina del salón.

-          Jaime Arévalo, 22 años. Estoy en sexto semestre y adelantó esta materia. Ehm… la historia es importante para antropología por… ehmm… porque dice lo que pasó y así podremos repetirlo o evitarlo, eso depende de nuestros objetivos.

-          Muchas gracias señor Arévalo, ahora por favor la Señorita Bartichiotto:

Ella se levantó en cámara lenta, cabello negro que cambiaba su tono a azul oscuro con los rayos de un sol tímido que entraba por las ventanas. Me miró con unos ojos color almendra, serenos y calmantes. Tenía 1.63 de estatura y contextura delgada, labios a medida, nariz respingada, piel blanca y postura desafiante. Una escultura hecha mujer.

-          Hola, me llamo Michelle Bartichiotto. Tengo 22 años y soy recién llegada de Buenos Aires. La Historia me parece importante porque muchos aún no han comprendido el concepto real de lo que es la historia y por ende creen que todo a lo que hace referencia está en el pasado. Las historias se crean, se cuentan y trascienden. Yo puedo contar un relato de cómo llegué acá, pero también puedo inventarme una de cómo llegaré mañana. La historia justifica el presente, pero también lo construye.

En el salón hubo un silencio que a lo sumo duró unos diez segundos. Estoy seguro que ella mentalmente debió burlarse de mi cara de sorpresa. Los estudiantes miraban mi cara y la cara de ella como si se tratara de un partido de tennis:

-          Señorita Bartichiotto, muchas gracias- le dije con un aire de sorpresa que apenas podía asimilar.

Ella se sentó mientras me sonreía disfrutando la admiración que había provocado en mí. Yo aclaré la garganta y seguí preguntando al resto de la clase mientras dedicaba miradas de reojo a Michelle.

Imagino que el resto de estudiantes dijeron cosas bastante interesantes, pero mi mente se debatía por un lado con Jenny y la imagen de su beso, y por el otro, con la inmejorable intervención de Michelle que, para tener 22 años se expresaba con una pulcritud bastante rara para personas de su edad. Además esa lucidez académica adornada con ese acento argentino hacía que el aire se me escapara de los pulmones.

Yo seguí con la clase y cuando terminó, ella me dedicó una mirada seguida de una sonrisa y cierto rubor en sus mejillas. Se puso de pie y salió a paso rápido. Por mi parte, yo bajé a la cafetería y me senté en una de las mesas a esperar mi compañero y colega profesor de simbología.
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Ya estaba en mi casa tratando de comprender que era lo que había pasado en la universidad. La clase había ido dentro de lo normal a grandes rasgos, pero Michelle Bartichiotto era un ser sorprenderte y no había parado de pensar en ella y en esa intervención tan diciente.

Recuerdo perfectamente que en la cafetería, mientras estaba hablando con mi colega profesor acerca de Samantha, Michelle pasó por la mesa del lado y me sonrió de forma tímida. Eran señales simples, normales y que no significaban absolutamente nada pero que a mí me inquietaban. Llevábamos escazas 3 horas de conocernos y tal vez mi despecho hacía que me creara ilusiones de la nada y con quien fuera.

Pasaron 5 clases. Exactamente 5 hasta llegar a aquella clase en la que debía dar una conferencia en uno de los auditorios de la universidad. La capacidad era de más o menos unas trescientas personas que desde la tarima se veían como tres mil, yo llegué antes para mirar el programa:

  1. Introducción al Languedoc. – Profesora Rocío Herrera. Clase de Sociología.
  2. Historía del Languedoc, Montsegur y los cátaros. Profesor  __________. Clase de Historia.
  3. Simbología en el Languedoc, Masonería y Religión. Profesor _________. Clase de simbología.
Después de mí y mi colega de desamor, seguían otros profesores invitados. Con los nervios normales yo me quedé en el hall repasando un poco la apertura de mi ponencia, cuando la vi.

-          Hola profesor – me dijo.
-          Michelle, qué gusto. No sabía que te gustaran este tipo de temas.
-          Ni yo tampoco, la verdad me llamó la atención el título y vine. Del Languedoc he leído, pero me declaro neófita en el tema.
-          Bueno, vas a ver cómo te termina apasionando.
-          Eso espero, y espero también que a la salida pueda presumir de mi profesor de historia – me dijo entre risas.
-          Yo solo espero que cuando termine aún estés despierta- le dije también bromeando.
-          Nos vemos adentro- me dijo mientras se inclinaba hacia mí.

Al despedirse hizo un gesto de querer darme un beso en la mejilla y yo titubeé. Para un profesor es de pésimo gusto ese tipo de confianzas con una estudiante en un espacio académico, pero por otro lado yo si quería tener ese tipo de confianza con ella.

En ese momento se me pasó todo tipo de probabilidades por la cabeza: si le negaba despedirnos así tal vez cerrara la puerta de un trato informal con ella. Aunque de pronto ella lo entendería y sabría que ese no era el momento. Tal vez yo estaba dramatizando un poco por un episodio tan simple, y le daba demasiada importancia. Importancia que tal vez tenía. Tal vez…

Ella rió por lo bajo, se fue y no nos dimos ningún beso. Yo pensé y probabilicé diez mil alternativas de un episodio tan común como ese, sin embargo, no hubiese probabilizado absolutamente nada si la protagonista no fuera Michelle. Recuerdo que solo habíamos hablado de forma larga en una asesoría del proyecto final. Los estudiantes debían escoger un hecho histórico y hacer un cubrimiento completo de sus causas más remotas hasta sus consecuencias latentes, recogiendo testimonios de expertos, y además hacer contrastes de afectados y afectantes del hecho en cuestión.

Ella escogió un hecho poco común pero bastante importante: Las Cruzadas. Debía tomar asesoría muy selecta: historiadores eclesiásticos, seculares e incluso simbólogos como mí querido colega. El día de la asesoría, exactamente la clase anterior, hablamos mucho acerca de su proyecto, pero nunca trascendimos a ningún otro tema.

El caso es que ella entró y yo traté de aterrizar de nuevo sobre mis notas para ensayar la primera parte de mi intervención.


Subí a la tarima en medio de una nube de aplausos. Traté de ubicarla pero entre el mar de gente era casi imposible. Puse las hojas en el atril, acomodé el micrófono de solapa, aclaré la garganta y empecé a hablar.

-          Buenas tardes. Agradezco a la profesora Herrera por tan buena presentación, creo que no es necesario decir mucho más de mí. Así que empecemos por decir que cuando hablamos del Languedoc siempre es importante recordar personajes importantes, pero también frases muy importantes: “Matadlos a todos que Dios reconocerá los suyos”…

Mi intervención duró cincuenta y cinco minutos; La conferencia en total cuatro horas y media;  y mi inquietud por Michelle casi cinco horas. Hubo un protocolo en el que, entre vitoreos y aplausos, cada persona que intervino iba subiendo uno a dar las gracias y reverencias al público.

Mientras decían las palabras finales, yo salí un momento por un poco de agua. Al llegar al hall del teatro, la vi recostada en una pared hablabando por su teléfono móvil. Ella al verme levantó la mano y me hizo señas para que la esperara y en seguida empezó a despedirse de su interlocutor. Al colgar al fin se acercó sonriendo:

-          ¡Felicitaciones! He quedado impresionada. Ahora si voy a poder presumir de mi profesor. – me dijo.
-          Me sonrojas Michelle, muchas gracias y me alegra que te haya gustado. – le dije mientras sentía la cara hirviendo de calor sonrojante.
-          Pero me han quedado algunas dudas. ¿Cuándo podríamos resolverlas?
-          De una vez, si quieres- le dije.

Ella miró en todas las direcciones y tomó tono y postura cómplice:

-          Pero aquí no.- me dijo mientras se me acercaba.
-          En ese caso, escucho tus propuestas- le dije con un poco de picardía. Mi profesionalismo lo había desbaratado en tres frases y no supe como tomar eso: si bueno o malo. Ahora me daba cuenta que estábamos hablando en susurros.
-          ¿Has visto un café argentino que queda cerca de Atlantis? Veámonos mañana, ahí.- Me dijo en un tono un poco más fuerte.
-          Que así sea. Mañana a las… dos de la tarde.
-          No, que sea a las 2:30. Es que tengo clase de simbología- me dijo mientras ponía cara de vergüenza.
-          Listo- añadí sonriendo y con el corazón casi saliéndose del pecho.

Cuando nos despedimos, no sé si fue el viento, la mano de Dios o la mano del diablo. No sabía si veía la tentación encarnada o una aparición celestial. No sé realmente qué o quién hizo lo que hizo, pero me gustó. Nos acercamos para darnos un beso en la mejilla pero la distancia era más de la que habíamos calculado. Cuando giramos las cabezas accidentalmente la comisura de su boca tocó parte de mis labios y nos alejamos como si nos hubiese cogido la corriente.

Ella se sonrojó y me abrió los ojos como platos, yo me quedé estático mientras sentía que el corazón en la garganta. Temí que ella pensara lo peor de mí. Me asusté y quise darle una explicación, burlarme del tema, hacer algo para romper el silencio. Pero ella lo hizo primero:

-          Acuérdate, mañana a las dos y treinta- Sonrió, me guiñó un ojo y se fue de nuevo al interior del teatro.

Yo olvidé que iba por agua, me quedé un rato sonriendo sin creer lo que había pasado. Nos veríamos fuera de la universidad y además casi nos damos un beso. Demasiado perfecto para creerlo.

Me quedé un rato ahí sonriendo. Cuando el profesor salió con su maleta en la espalda y la mía en la mano:

-          Hombre, nunca te aguantas las conferencias hasta el final – me dijo entre risas.
-          No la verdad me cuesta aún.
-          Vamos, te invito a un café y hablamos un rato. – me dijo casi leyéndome la mente.
-          Gracias, vamos que tengo algo para contarte…

Salimos del teatro mientras él me contaba los comentarios que le había hecho la profesora Herrera. Yo mientras tanto iba pensando en ella.

Antonomasia mutante