Hay
placeres enlazados torturas.
Hay placer cuando descubres que la mentira
que sospechabas que te decían era en efecto una mentira.
La tortura es tener que guardar esa carta
para jugarla en un momento más interesante de la partida
Que yo recuerde,
aquella velada con Camila fue una de las más desastrosas de mi existencia.
Empezamos tomando un vino, sentados en el sofá, ella probaba un poco y me
soltaba una risa coqueta mientras yo le hablaba de anécdotas varias. Luego yo le soltaba miradas traviesas, fingidas
claro, y ella se frotaba las manos en señal de su inocultable ansiedad.
A las dos horas de
haber terminado el vino nos dimos un beso. Puse algo de música y seguimos
hablando y subiendo el voltaje de nuestro encuentro, con una combinación
peligrosa entre Raul di Blasio y un Undurraga Altazor de 25 años. Cuando el
clímax ya alcanzaba proporciones que se salían de control y Camila se sometía
dócilmente a mis voluntades, Jenny apareció en mis pensamientos besándose con
ese otro personaje. Una vez más ella me arruinaba mi momento, mi existencia, y me dispuso en uno de mis más bajos estados
de ánimo.
Dejé de besarla, le
dije que por alguna razón había empezado a dolerme la cabeza y me quedé quieto
sobre el sofá unos 15 minutos. Ella se quedó a mi lado un rato y como a la
media hora decidió dejarme solo.
Desde eso ya habían
pasado tres días. Ese viernes fue de los peores de mi existencia y, por algún
motivo, las personas solemos recordar más los malos días que los que son
mejores. Ello hizo mella en todo un fin de semana lleno de pesadillas y
preparaciones fallidas de mi primera clase de Historia. Dictaría a estudiantes
de séptimo semestre de antropología. Ello me gustaba mucho, puesto que ya
tendrían algunos conceptos muy claros y además mantendrían discusiones con
argumentos más racionales y menos pasionales. Sin embargo ese torbellino
sentimental estaba haciendo que mi gusto por la historia, por enseñar y por
discutir sobre temas intelectualmente estimulantes pareciera anestesiado.
Ahí estaba yo
subiendo las escaleras a paso cadenciado hasta el sexto piso, Salón 610. Cuando
llegué al pasillo vi cerca de seis estudiantes sentados a lado y lado de la puerta del salón que me interpelaron con
la mirada. Mientras me dirigía hacia allá iba pensando en sí, de pronto, entre
alguna de mis estudiantes pudiera aparecer una Samantha como la del profesor de
simbología.
Me mostró una foto
de ella durante una noche que bebimos en Metro Café por los lados de la 15 con
75 tan solo una semana después que ella se fue para Bulgaria. Recuerdo que me
quedé boquiabierto, era el rostro de un ángel y una mirada demasiado
inquietante, en cierta manera tenía la razón de haberse enamorado de una carita
tan, indescriptible.
Abrí la puerta del
salón y automáticamente los estudiantes se pusieron de pie y entraron tras de
mí. Me acerqué a la mesa de profesores y dejé mi maleta:
-
Buenos días. Soy su profesor de historia
durante este semestre. Quisiera conocerles, pero como sé que nadie va a hablar
por su propia cuenta, les sugiero de forma obligatoria empezar por orden de
lista: Señor Arévalo…
Unas risas tímidas
se escucharon entre ellos y un chico rollizo se levantó de su asiento ubicado
en toda la esquina del salón.
-
Jaime Arévalo, 22 años. Estoy en
sexto semestre y adelantó esta materia. Ehm… la historia es importante para
antropología por… ehmm… porque dice lo que pasó y así podremos repetirlo o
evitarlo, eso depende de nuestros objetivos.
-
Muchas gracias señor Arévalo,
ahora por favor la Señorita Bartichiotto:
Ella se levantó en
cámara lenta, cabello negro que cambiaba su tono a azul oscuro con los rayos de
un sol tímido que entraba por las ventanas. Me miró con unos ojos color
almendra, serenos y calmantes. Tenía 1.63 de estatura y contextura delgada,
labios a medida, nariz respingada, piel blanca y postura desafiante. Una
escultura hecha mujer.
-
Hola, me llamo Michelle
Bartichiotto. Tengo 22 años y soy recién llegada de Buenos Aires. La Historia
me parece importante porque muchos aún no han comprendido el concepto real de lo
que es la historia y por ende creen que todo a lo que hace referencia está en
el pasado. Las historias se crean, se cuentan y trascienden. Yo puedo contar un
relato de cómo llegué acá, pero también puedo inventarme una de cómo llegaré
mañana. La historia justifica el presente, pero también lo construye.
En el salón hubo un
silencio que a lo sumo duró unos diez segundos. Estoy seguro que ella
mentalmente debió burlarse de mi cara de sorpresa. Los estudiantes miraban mi
cara y la cara de ella como si se tratara de un partido de tennis:
-
Señorita Bartichiotto, muchas
gracias- le dije con un aire de sorpresa que apenas podía asimilar.
Ella se sentó
mientras me sonreía disfrutando la admiración que había provocado en mí. Yo
aclaré la garganta y seguí preguntando al resto de la clase mientras dedicaba
miradas de reojo a Michelle.
Imagino que el
resto de estudiantes dijeron cosas bastante interesantes, pero mi mente se
debatía por un lado con Jenny y la imagen de su beso, y por el otro, con la
inmejorable intervención de Michelle que, para tener 22 años se expresaba con
una pulcritud bastante rara para personas de su edad. Además esa lucidez
académica adornada con ese acento argentino hacía que el aire se me escapara de
los pulmones.
Yo seguí con la
clase y cuando terminó, ella me dedicó una mirada seguida de una sonrisa y
cierto rubor en sus mejillas. Se puso de pie y salió a paso rápido. Por mi
parte, yo bajé a la cafetería y me senté en una de las mesas a esperar mi
compañero y colega profesor de simbología.
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Ya estaba en mi
casa tratando de comprender que era lo que había pasado en la universidad. La
clase había ido dentro de lo normal a grandes rasgos, pero Michelle
Bartichiotto era un ser sorprenderte y no había parado de pensar en ella y en
esa intervención tan diciente.
Recuerdo
perfectamente que en la cafetería, mientras estaba hablando con mi colega
profesor acerca de Samantha, Michelle pasó por la mesa del lado y me sonrió de
forma tímida. Eran señales simples, normales y que no significaban
absolutamente nada pero que a mí me inquietaban. Llevábamos escazas 3 horas de
conocernos y tal vez mi despecho hacía que me creara ilusiones de la nada y con
quien fuera.
Pasaron 5 clases.
Exactamente 5 hasta llegar a aquella clase en la que debía dar una conferencia
en uno de los auditorios de la universidad. La capacidad era de más o menos
unas trescientas personas que desde la tarima se veían como tres mil, yo llegué
antes para mirar el programa:
- Introducción al Languedoc. – Profesora Rocío Herrera. Clase de
Sociología.
- Historía del Languedoc, Montsegur y los cátaros. Profesor __________. Clase de Historia.
- Simbología en el Languedoc, Masonería y Religión. Profesor _________. Clase de
simbología.
Después de mí y mi
colega de desamor, seguían otros profesores invitados. Con los nervios normales
yo me quedé en el hall repasando un poco la apertura de mi ponencia, cuando la
vi.
-
Hola profesor – me dijo.
-
Michelle, qué gusto. No sabía que
te gustaran este tipo de temas.
-
Ni yo tampoco, la verdad me llamó
la atención el título y vine. Del Languedoc he leído, pero me declaro neófita
en el tema.
-
Bueno, vas a ver cómo te termina
apasionando.
-
Eso espero, y espero también que a
la salida pueda presumir de mi profesor de historia – me dijo entre risas.
-
Yo solo espero que cuando termine
aún estés despierta- le dije también bromeando.
-
Nos vemos adentro- me dijo
mientras se inclinaba hacia mí.
Al despedirse hizo
un gesto de querer darme un beso en la mejilla y yo titubeé. Para un profesor
es de pésimo gusto ese tipo de confianzas con una estudiante en un espacio
académico, pero por otro lado yo si quería tener ese tipo de confianza con
ella.
En ese momento se
me pasó todo tipo de probabilidades por la cabeza: si le negaba despedirnos así
tal vez cerrara la puerta de un trato informal con ella. Aunque de pronto ella
lo entendería y sabría que ese no era el momento. Tal vez yo estaba
dramatizando un poco por un episodio tan simple, y le daba demasiada
importancia. Importancia que tal vez tenía. Tal vez…
Ella rió por lo
bajo, se fue y no nos dimos ningún beso. Yo pensé y probabilicé diez mil alternativas
de un episodio tan común como ese, sin embargo, no hubiese probabilizado
absolutamente nada si la protagonista no fuera Michelle. Recuerdo que solo
habíamos hablado de forma larga en una asesoría del proyecto final. Los
estudiantes debían escoger un hecho histórico y hacer un cubrimiento completo
de sus causas más remotas hasta sus consecuencias latentes, recogiendo
testimonios de expertos, y además hacer contrastes de afectados y afectantes
del hecho en cuestión.
Ella escogió un
hecho poco común pero bastante importante: Las Cruzadas. Debía tomar asesoría
muy selecta: historiadores eclesiásticos, seculares e incluso simbólogos como mí
querido colega. El día de la asesoría, exactamente la clase anterior, hablamos
mucho acerca de su proyecto, pero nunca trascendimos a ningún otro tema.
El caso es que ella entró y yo traté de aterrizar de nuevo sobre mis
notas para ensayar la primera parte de mi intervención.
Subí a la tarima en
medio de una nube de aplausos. Traté de ubicarla pero entre el mar de gente era
casi imposible. Puse las hojas en el atril, acomodé el micrófono de solapa, aclaré
la garganta y empecé a hablar.
-
Buenas tardes. Agradezco a la
profesora Herrera por tan buena presentación, creo que no es necesario decir
mucho más de mí. Así que empecemos por decir que cuando hablamos del Languedoc siempre
es importante recordar personajes importantes, pero también frases muy
importantes: “Matadlos a todos que Dios reconocerá los suyos”…
Mi intervención
duró cincuenta y cinco minutos; La conferencia en total cuatro horas y media; y mi inquietud por Michelle casi cinco horas. Hubo
un protocolo en el que, entre vitoreos y aplausos, cada persona que intervino iba
subiendo uno a dar las gracias y reverencias al público.
Mientras decían las
palabras finales, yo salí un momento por un poco de agua. Al
llegar al hall del teatro, la vi recostada en una pared hablabando por su
teléfono móvil. Ella al verme levantó la mano y me hizo señas para que la
esperara y en seguida empezó a despedirse de su interlocutor. Al colgar al fin se
acercó sonriendo:
-
¡Felicitaciones! He quedado
impresionada. Ahora si voy a poder presumir de mi profesor. – me dijo.
-
Me sonrojas Michelle, muchas gracias
y me alegra que te haya gustado. – le dije mientras sentía la cara hirviendo de
calor sonrojante.
-
Pero me han quedado algunas dudas.
¿Cuándo podríamos resolverlas?
-
De una vez, si quieres- le dije.
Ella
miró en todas las direcciones y tomó tono y postura cómplice:
-
Pero aquí no.- me dijo mientras se
me acercaba.
-
En ese caso, escucho tus propuestas-
le dije con un poco de picardía. Mi profesionalismo lo había desbaratado en
tres frases y no supe como tomar eso: si bueno o malo. Ahora me daba cuenta que
estábamos hablando en susurros.
-
¿Has visto un café argentino que
queda cerca de Atlantis? Veámonos mañana, ahí.- Me dijo en un tono un poco más
fuerte.
-
Que así sea. Mañana a las… dos de
la tarde.
-
No, que sea a las 2:30. Es que
tengo clase de simbología- me dijo mientras ponía cara de vergüenza.
-
Listo- añadí sonriendo y con el
corazón casi saliéndose del pecho.
Cuando nos
despedimos, no sé si fue el viento, la mano de Dios o la mano del diablo. No
sabía si veía la tentación encarnada o una aparición celestial. No sé realmente
qué o quién hizo lo que hizo, pero me gustó. Nos acercamos para darnos un beso
en la mejilla pero la distancia era más de la que habíamos calculado. Cuando
giramos las cabezas accidentalmente la comisura de su boca tocó parte de mis
labios y nos alejamos como si nos hubiese cogido la corriente.
Ella se sonrojó y
me abrió los ojos como platos, yo me quedé estático mientras sentía que el
corazón en la garganta. Temí que ella pensara lo peor de mí. Me asusté y quise
darle una explicación, burlarme del tema, hacer algo para romper el silencio.
Pero ella lo hizo primero:
-
Acuérdate, mañana a las dos y
treinta- Sonrió, me guiñó un ojo y se fue de nuevo al interior del teatro.
Yo olvidé que iba
por agua, me quedé un rato sonriendo sin creer lo que había pasado. Nos
veríamos fuera de la universidad y además casi nos damos un beso. Demasiado
perfecto para creerlo.
Me quedé un rato
ahí sonriendo. Cuando el profesor salió con su maleta en la espalda y la mía en
la mano:
-
Hombre, nunca te aguantas las
conferencias hasta el final – me dijo entre risas.
-
No la verdad me cuesta aún.
-
Vamos, te invito a un café y
hablamos un rato. – me dijo casi leyéndome la mente.
-
Gracias, vamos que tengo algo para
contarte…
Salimos del teatro
mientras él me contaba los comentarios que le había hecho la profesora Herrera.
Yo mientras tanto iba pensando en ella.