miércoles, 5 de noviembre de 2014

HISTORIA DE UN SUEÑO

Capítulo 2

Narrador en primera persona

16 DE NOVIEMBRE - 1:00 p.m.
DIARIO DE DIANE

Sé que es raro que alguien en estas épocas lleve un diario, pero al ver que mi amiga Eva se ha ido a Moscú, luego de ganar una beca en producción audiovisual, he quedado emocionalmente sola. Por ello decidí llevar desde hoy este cuaderno como forma de desahogo último. Una mujer puede morir asfixiada, metafóricamente, si no saca de sí las buenas y malas noticias que hacen presión en su mente.

Sería obvio decir que extraño a Eva, pero también debo decir con más pronunciada vehemencia que Jhonathan ha sido mi ángel.

Desde aquella fecha de Halloween me pareció como un punto blanco en un panorama negro. Al igual que yo, se veía que iba allí más por cumplir con una solicitud que por haber respondido a su voluntad. La escena de que dos almas iguales se encuentren en el lugar más incongruente con su personalidad es desde todo punto de vista ilógica, es casi como pedir que dos jugadores profesionales de fútbol se conozcan en un casino durante una partida de cartas, solo por poner un atropellado y tonto ejemplo. Creo que la única forma en que podría ser creíble la forma en que me conocí con él, sería atribuirlo al destino o a Dios o a algo que tenga poder sobre el futuro de los humanos.

Recuerdo que dos días después de aquella fiesta lo llamé y me sorprendió que  reconociera mi voz. Al comienzo creí que solo trataba de hacer tiempo mientras tenía indicios de quién era su interlocutora. Siendo, en mi opinión, alguien interesante, seguro conquistaría muchas mujeres y por ende recibiría llamadas de ese estilo. Sin embargo, luego de un minuto clausuró en mí todo tipo de sospechas al llamarme por mi nombre.

Recuerdo que hablamos bastante tiempo de muchos temas. Luego le dije que quería verle pero ahora en un lugar más acorde a nuestros gustos. Él accedió sin ningún tipo de excusa y recuerdo de manera muy graciosa que antes de colgar la llamada me preguntó si el número que aparecía en su identificador era el mío. Le dije que no y que yo después le llamaría, porque la forma en que quería darle mi número seguía una estrategia más elaborada.

El siguiente sábado, 8 de noviembre, nos vimos en la Plaza de Lourdes. El plan era ver la obra Saudade en el Teatro Libre, de la que no sabía demasiado pero sí había recibido buenos comentarios.

Unos momentos antes de llegar sentí unos nervios indescriptibles. No sabía si mi mala memoria sería capaz de reconocerlo entre el gentío, sin embargo, tan pronto como apareció dirigiéndose hacia mí, logré identificarlo.

Antes que el dinero fuera más importante que el amor, la esencia de enamorarse era caminar de la mano con alguien sin importar el rumbo. Eso nos pasó aquel sábado. Aunque la idea era ver la obra, me tomó de la mano dejando mi voluntad en el piso y caminamos sin dirección fija hasta hallarnos bastante lejos del teatro. Decidimos simplemente entrar a un café y tomar un vino mientras disfrutábamos hablando de mil temas.

<<Besar a alguien que quieres es algo importante, pero llevar de la mano a quién quieres lo es todo>>. Esa frase me resultó escalofriantemente hermosa pero como acto reflejo me resultó muy odioso que alguien me pareciera tan milimétricamente perfecto. Luego de mi muy mala y reciente experiencia amorosa lo último que quiere una mujer es que alguien la lastime de nuevo. Creo que estaba pasando por el dilema de dar de nuevo el poder a alguien de hacerme ver el cielo o el infierno a su voluntad.

La noche terminó, sin besarnos. Recuerdo que antes de despedirnos le di mi teléfono con los números en desorden. El rió y fingió esforzarse más de lo necesario para hacerme creer que realmente era difícil, aunque yo sé que lo descifró casi al momento.

Debo confesar que creí que nos besaríamos pero mostró un respeto tan caballeresco que lo confundí en ocasiones con falta de iniciativa. Sin embargo, hoy encontré el motivo de mi errado pensamiento. Para una dama es tan difícil encontrar un caballero, que cuando lo halla no entiende que lo primero que él desea hacer es enamorar sus sentimientos antes que a su cuerpo. Las mujeres se han acostumbrado a un estilo de conquista más directo, menos romántico, más cavernario, menos elaborado.

Ayer, sábado 15 de noviembre, fue una velada maravillosa en la que me pidió ser su novia. Yo acepté sin ningún preámbulo y aquel cálido primer beso lo tengo grabado en aún en mis labios. Sonrío sin motivo y le pienso cada minuto. Soy muy feliz. Le he comentado a mi madre sobre él y se ha mostrado muy a gusto al ver que mi cambio de estado de ánimo ha sido favorable por su causa. Cerró nuestra conversación diciendo que desea conocerlo.

Sin embargo, algo mancha mi tranquilidad completa. Los dolores en la cabeza me están resultando bastante molestos. Desde hace más de un mes siento como si una aguja penetrara en la parte de atrás de mi cuello produciendo un dolor que algunas veces puedo soportar, pero en otras ocasiones, como aquella noche en que salía con Eva del bar, es tan intenso que pierdo la conciencia casi cayendo de bruces en el lugar que esté. Espero que se pasen pronto estas dolencias sin alarmar a nadie. No quiero preocupar ni a Jhonathan, ni a mi madre. Por ello, guardaré el mayor silencio posible al respecto.
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Narrador en tercera persona

22 DE NOVIEMBRE - 8:33 p.m.
CELULAR DE NATASHA (MADRE DE DIANE)

SRA. NATASHA. SU HIJA SE HA DESMAYADO. REQUIERE SU AYUDA. VAMOS RUMBO A LA CLÍNICA QUE ESTÁ CERCA DE SU CASA. LE ESPERO ALLÁ. JHONATHAN

lunes, 3 de noviembre de 2014

HISTORIA DE UN SUEÑO


CAPÍTULO 1

Narrador en tercera persona

TELÉFONO MÓVIL DE DIANE – UN MENSAJE ENTRANTE
31 DE OCTUBRE – 11:30 P.M.

DISFRUTA LA FIESTA. SI SIENTES ALGÚN DOLOR LLÁMAME. CON CARIÑO. MAMÁ.
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Narrador en primera persona

31 DE OCTUBRE – 11:50 P.M.
JHONATHAN

Sus aretes eran algo muy parecido a las plumas de un pavo real. Ella los tocaba constantemente como si quisiera confirmar que seguían allí.
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Narrador en primera persona

31 DE OCTUBRE – 11:35 P.M.
JHONATHAN

Terminé en ese bar por pura casualidad, lo recuerdo bien. Muy extrañamente para mi edad (en la que muchos aseguran que debería ir más a fiestas) los tumultos me disgustaban vehementemente y sumado a esto consideraba que el licor en grandes cantidades retrasaba y entorpecía mis procesos creativos. En conclusión yo no encajaba en ese lugar. Sin embargo cedí ante las insistentes peticiones de Jean Carlo, el italiano recién llegado con quién tuve la oportunidad de forjar amistad durante una de las numerosas conferencias de antropología a las que habíamos asistido.

Éramos seis personas: Sofía, la chica a la que todos mis compañeros de trabajo querían conquistar; Marla, la mexicana encantadora de ascendencia oriental; Sarah, la inglesa con muy pocos talentos para el baile latino; Baltazar, cuya seriedad le hacía pasar por un auténtico insensible ante la opinión femenina; Jean Carlo y yo.

Nos sentamos en un lugar donde podíamos ver todo el bar. Algo así como un mirador improvisado. Pedimos una botella de ron blanco y comenzamos a escrutar el lugar con la mirada. Unos minutos después empecé a beber tímidamente mientras buscaba la nada entre el caos; algo llamativo para entretenerme mientras el tiempo inexorable pasaba sobre aquella noche de Halloween.

Tomé otro trago de ron y la vi. Sus aretes eran algo muy parecido a las plumas de un pavo real; ella los tocaba constantemente como si quisiera confirmar que seguían allí. Sus manos eran delgadas, delicadas y blancas. Solo tenía un anillo en la derecha y una pulsera en la izquierda.  Con esas manos, constantemente, tomaba un vaso lleno de algún coctel del que sobresalía un pitillo[1].

Sus labios, que a la distancia se veían brillantes, tal vez por algún brillo labial, succionaban el contenido del vaso. Luego sonreía por algo que para mí era como un año entero. Era hipnótica, alteraba el tiempo, y yo caía plácidamente en el juego.

Su cabello castaño claro, que caía sobre sus hombros descubiertos, contrastaba a la perfección con sus ojos verdes y su piel blanca inmaculada. Tomé otro trago y la conciencia siguió subiendo hacia un paraíso desconocido, a causa de una desconocida.

Jean Carlo me bajó de nuevo a la tierra tocándome el hombro:

-       Regresa Jhonathan. Es hora de ir a bailar ¿No crees?
-       Sigo demasiado sobrio, para bailar a esta hora – le respondí en tono irónico e inconscientemente volví a mirarla. Jean Carlo siguió la mirada.
-       Lo que quieres es contemplar el paisaje.
-       Sí, al menos unos minutos más.
-       Bueno, todos iremos a la pista. Estaremos allá si te animas.

Todos se fueron. Volví a mirarla y por primera vez las miradas se cruzaron. Cerró un poco los párpados con tinte interrogativo y luego giró de nuevo la cabeza en dirección de su compañera.

Alguien sacó a bailar a la amiga de mi mujer hipnótica y cuando alguien intentó sacarla también a ella, mostrando la palma de su mano y con una franca sonrisa, declinó el ofrecimiento. Ya sola, puso los codos sobre la mesa, se inclinó y tomó otro trago de coctel. Nos miramos de nuevo. Pude leer en ella un aire de incomodidad; bajaba la cabeza, apretaba los labios y no centraba la mirada en un lugar específico; ella no encajaba, al igual que yo, en ese lugar. 
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Narrador en primera persona

1 DE NOVIEMBRE - 1:00 a.m.
JHONATHAN


Las miradas entre ella y yo no cesaban. Jean Carlo ya se había dado cuenta de eso y me había instado a sacarla a bailar en repetidas oportunidades pero yo me negaba a hacerlo. Muchas misiones en la historia han encontrado el fracaso porque el juicio que sabe distinguir los momentos oportunos se halla nublado por la adrenalina; pero yo no dejaría que eso ocurriera esta noche.

En algunas ocasiones ella sonreía, pero la timidez de su coquetería le hacía sentir algo de culpa. Se notaba que se reprendía a sí misma por hacerlo. Yo entretanto, instintivamente, tomaba un trago corto de ron y lo seguía de un vaso con agua.

Tomé un papel y un bolígrafo, escribí lo que quería que supiera y lo guardé en el bolsillo de mi camisa. De pronto, empezó a sonar la canción Quiéreme Siempre de La Orquesta Aragón de Cuba. Nos miramos casi instintivamente y el momento se construyó a sí mismo.

Bajé las pequeñas escaleras y sin decirle nada extendí la mano hacia ella. Me miró fingiendo sorpresa y tras un suspiro profundo accedió. Al ponerse en pie dejó ver el vestido rosado que ceñía su 1.60 de estatura perfecta. No sabía muy bien si ella había logrado enamorarme en una hora y sin hacer nada o definitivamente esta mujer era una alucinación.

Bailamos. En silencio.

Al terminar la canción me sonrío con timidez:

-       Bailas bien. - Le dije y me reproché por iniciar la conversación con semejante tontería.
-       Iba a decir lo mismo de ti. Creo que ninguna mujer te dice que no cuando la sacas a bailar. – Me dijo mientras se sonrojaba.
-       Respecto a eso tengo un problema. Yo nunca pregunto. – Dije entre risas que ella respondió- Me llamo Jhonathan. Un gusto señorita.
-       Diane. Mucho gusto.

Nos estrechamos la mano y con diplomacia la dejé en su mesa. Luego me dirigí a la mía con una sonrisa más que notoria.

A lo largo de la noche bailamos unas veces más hasta que la madrugada se asomó por la puerta del bar. Era fascinante saber que, luego de decirme que estudiaba publicidad y trabajaba los fines de semana, podíamos pasar de forma intempestiva a hablar de Lovecraft y a Mary Shelley sin ningún problema. Nada puede superar a una persona que haga una conversación estimulante de la nada, aunque estoy por pensar que lo interesante no es de lo que se habla sino el poder que tiene alguien para hacer atractivo hasta el tema más común.
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Narrador en primera persona

1 DE NOVIEMBRE - 4:30 a.m.
JHONATHAN

La amiga de Diane, que se llama Eva y me la presentó en el transcurso de la noche, me compartió varias miradas cómplices como si ella hubiese cumplido con la misión de la noche gracias a mí.  Eva, ahora estaba al lado de mi mujer hipnótica mientras yo me despedía:

-       He pasado un rato muy agradable, muchas gracias. – Me dijo con una sonrisa en sus labios. Me seguía impresionando la limpieza con que usaba el lenguaje.
-       Yo también he pasado un rato maravilloso a tu lado, espero se pueda repetir. – Le di un beso en la mejilla.
-       También espero lo mismo, pero será muy complicado si no tengo tu número telefónico.
-       Pero si ya lo tienes, mira tu bolsillo.

Al decirle eso hizo una mirada auténtica de extrañeza, metió la mano a su bolsillo izquierdo pero estaba vacío; en el otro, encontró un papel pulcramente doblado en el que se hallaba el número del teléfono.

-       Eres algo sorpresivo. – Me dijo aún sorprendida.
-       No, solo algo impaciente. – Dije entre risas- Ahora solo me falta tener tu número.

Hizo una pausa y su rostro mostró algo de picardía.

-       No, yo también quiero tener una estrategia. Trata de estar pendiente de tu teléfono móvil.

Me dio un beso en la mejilla y dio la vuelta. Tras despedirme también de Eva vi cómo tras la puerta del bar se perdían de mi vista.
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Narrador en tercera persona

1 DE NOVIEMBRE - 1:00 a.m.
DIANE

La risa nerviosa permaneció en Diane incluso después de salir del bar. Era la primera vez que alguien hablaba con ella en una fiesta sin hacerle una propuesta de doble sentido o irrespetarla de alguna manera. Conocer a Jhonathan le hacía sentir algo extraño pero agradable.

Mientras caminaban para tomar un taxi y comentaban acerca de Jhonathan, Eva notó como su compañera empezó a caminar más despacio. Al interrogarle por el motivo, Diane puso los ojos en blanco y se desplomó en los brazos de su amiga.

Para Eva resistir el peso de Diane en los brazos le hizo perder momentáneamente el equilibrio, pero cuando se estabilizó, quiso gritar para pedir ayuda. De pronto sintió como su amiga se recuperaba las fuerzas y se puso en pie de nuevo. Ambas se sentaron en un andén:

-       Ni se te ocurra hacer escándalo por esto Eva, aunque hubiese sido un lindo detalle.
-       ¿Qué te pasó? ¿Por qué te desmayaste así? – Le dijo con gesto preocupado.
-       Es solo un dolor en la cabeza, nada importante.

Eva trató de preguntarle más sobre el tema, pero Diane la interrumpió con un gesto de su mano.

-       Eva, solo son pequeños dolores de cabeza, nada importante, y si me desvanecí fue por el cansancio. Sabes que no soy de beber licor.

Se abrazaron como tratando de superar el momento. Se pusieron de nuevo de pie y tomaron un taxi. Rumbo a casa.





[1] En algunos países también es llamado cañita, pajilla y otros regionalismos.

jueves, 27 de marzo de 2014

LA VIDA TRAS LA MÁSCARA DE BUENA MUCHACHA

En caso contrario entonces juguemos: tú a mentir y yo a hacer que te creo.


No, nos llamemos a embustes salvo que sea para jugar. Así que juguemos. Juguemos a que me dices una mentira; yo hago que te la creo y luego miras por cuánto tiempo me la puedes sostener. Yo pasaré por alto que sé exactamente cuales son tus gestos al mentir y al fingir que algo o alguien ya no te importa y, así, buscaré la manera para hacer que el juego termine, es decir, que aceptes que todo ha sido un engaño.

Sí mi querida, así funciona todo hoy. Lo importante ya no es poner en evidencia la indignación tan pronto sabes que te están mintiendo, es mejor guardar y saber cuándo y cómo usar esa carta. Ese as bajo la manga da permiso para todo, incluso para asentir de forma divertida cuando dices que él es parte de tu pasado, pero divertirme en silencio cuando sonríes porque dije accidentalmente su nombre. Nombre, por supuesto, que crees que no conozco.

Si supieras que me hice el que no vio tu sonrisa cuando me hablaste de tu historia a su lado, estarías más segura de mis intenciones por que felices seamos. Tal vez tus palabras son ciertas y quizá para él haya una razón para seguir luchando, además tampoco se lo dijiste hace mucho rato. Tal vez al final tú acabes de nuevo en sus brazos.

Para él tú eres su mitad y le dices que siga luchando. A menos, claro está, que quieras tenerlo rogando solo por si acaso.

Mira que te estoy dando la oportunidad de no hacer de tu vida misma un engaño. Tómala si es que no quieres que ponga tu mentira en evidencia y al final termines siendo, otra vez, su juguete para provocar envidias.


En caso contrario entonces juguemos: tú a mentir y yo a hacer que te creo. Juguemos a que no me he enterado de tus conversaciones clandestinas ni tus verdades a medias. Juguemos a que te puedo llegar a creer aquello de que “eres una mujer diferente”. Juguemos a que eso de "empezar con pie derecho" significa torcer luego el camino. Juguemos hasta que tu voz indignada al final diga que ambos perdimos.

- Juguemos a que me mientes - le dijo él con voz seria.
- No te engañaré nunca.
- ¡Primera mentira! Empezaste muy bien.

Antonomasia mutante