domingo, 29 de abril de 2012

CENIZAS SAMANTHIANAS



Mis manos también tienen papilas gustativas
y sólo encuentran un buen sabor
cuando acarician suavemente tu cuerpo.

Cartas que cruzan el Atlántico.

Bogotá, Algún día de algún mes de algún año.

Querida Samantha:

Asunto: Por confirmar

Tu ausencia se ha tornado simplemente insoportable. Para ser completamente sincero, por cada día que pasa siento cómo se caen mis ilusiones de volverte a ver, de la misma forma en que se caen los edificios durante un terremoto. Por la calle ya no transitan ni la anciana de cabello plateado, ni el vendedor de periódico que, aún hoy, tiene la edición de El Tiempo de la semana pasada; no vi tampoco a la chica de las empanadas que siempre me hace la conversación del clima, ni tampoco al regordete mesero del café Hindú. Desde que te fuiste, hace ya algo más de tres meses, solo veo zombies que aprendieron a hacerse entender. Caminan por caminar, mirar por mirar, comen por comer, respiran por respirar, tienen sexo por tener sexo y a la larga existen para nada.

Mi dulce Samantha, se me tornan insostenibles mis conversaciones con la almohada y éstas siempre acaban inconclusas. Esa funda celeste asegura tener la razón cuando dice que ningún sueño se acomoda a su molde amorfo de la misma manera en que se asentaron los tuyos aquella noche; me reniega el haberte dejado ir; no haber corrido más por el aeropuerto; no ir a Bulgaria a buscarte; no haberte besado más veces; no saber si te recuerdo a ti o si es que recuerdo tener muchos recuerdos que te involucran. Al final no hay conclusión y termino siempre extrañándote un poco más.  

Me da rabia conmigo ver como el sentido de mi mundo se fue en un avión. Luego de tu partida y  tras mucho meditar, no sé si te necesito a ti o necesito abandonar definitivamente toda esperanza de saber de ti. Mi gran compañero de facultad y recién enterado de la terrible noticia de la infidelidad de su novia y prometida, me dice que lo mejor es no apegarse a ninguna mujer, tal vez lo diga por rabia, o tal vez tenga razón, no lo sé; pero antes de pensar en ello quisiera saber qué es lo que me sigue atando a tus ojos de color indescifrable, a tu cabello suelto, a tu piel acanelada y a tu prepotencia que detesté en todos los seres humanos excepto en ti.

Todo entre los dos siempre fue muy así, muy inentendible, instintivo, improvisto e inundado de casualidades. Contigo supe que durante toda mi vida había subestimado el poder que la suerte: Terminar en un café confesándonos un gusto cuando apenas nos soportábamos hacía unas semanas atrás me cuesta creerlo aún. Tú fuiste una aparición etérea que vino buscando mi amor, lo envolvió, lo cuidó un tiempo, lo acostumbró, lo malcrió, lo dejó y lo mató. Fuiste la artífice de mis amores y odios, mi equilibrio en la balanza del mundo que se sostiene a base de mentiras y libertades limitadas.

Probablemente tú estés ahora con tu novio, y yo no sea nada más que un recuerdo vespertino en tus horas solitarias frente a un café cargado. No sé si tú te aguantes las ganas de sonreír al recordar los momentos que vivimos juntos. Yo no lo hago. Ahora me acostumbro a pensar que yo fui tu infidelidad, al igual que ese personaje que conquistó a Jenny, la novia de mi compañero de trabajo. Yo solo fui tu aventura que te sacó de la rutina y te hizo de nuevo sentir “gustada”.

Ahora concluyó que tal vez no deba apegarme a ti.

Te envío una carta y una ilusión más que va muerta. Ya no sé si quiero verte de nuevo o si quiero dejar de ver tu recuerdo en mi cabeza. Solo sé que cuando de nuevo me vuelva a importar la charla acerca del clima que tendré con la chica de las empanadas, entonces habré dado un paso más hacia la normalidad de mi vida.

Con sentimiento de profundo e incontrolable amor.

SASX.

lunes, 23 de abril de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO II

Cuando salga de mi vida,
Asegúrese de cerrar la puerta.
Lo último que quiero recordar es que
ni siquiera al salir pudo hacer las cosas completas.

Llegué al apartamento y mandé un portazo. Le di un puño al interruptor para prender la luz de la sala. Luego le di un puño a la pared y así evitar desquitarme con algo que si se pudiera romper. No me di cuenta sin embargo que en el segundo golpe me corté el nudillo del índice derecho. Le di una patada al sofá que apenas se movió de su puesto y entonces me raspé el tobillo. Me senté, puse las manos en la cara y me elevé en el vacío como si ahí estuviera la respuesta de porqué pasó lo que pasó.

Pasaron diez minutos, veinte minutos, una hora, un año, un siglo, cinco minutos, un minuto o diez segundos; la verdad no lo sé. El caso es que el tiempo se detuvo, mientras yo miraba al vacío. La vibración del celular me sacó de mi trance. Lo miré y tenía 16 llamadas perdidas de Jenny. Lo apagué. Me faltó poco para botarlo pero me abstuve, aún lo necesitaba y ella no merecía la destrucción de un móvil que me había servido fielmente.

Me puse en pie y rompí todas las fotos de ella en el apartamento que ya no era nuestro sino mío. Rompí las cartas que me había escrito, los regalos que me había dado, las postales y tarjetitas en mi billetera y las metí en una bolsa de basura. Luego tomé toda la ropa que ella osó a meter en mi armario para mancillarlo con su aroma traicionero y la metí en otra. Tomé una bolsa en cada mano bajé al depósito de basura del conjunto y los lancé con la fuerza de quien bota un cargo de conciencia. Subí de nuevo como poseído por una legión de demonios, bufando como un enajenado, cerré la puerta de un nuevo golpe y de nuevo me senté en el sofá.

Puse la sonata para piano número 14 en do sostenido menor de Beethoven, y ahora podía llamarla así, con mis tecnicismos y adornos, como a mí me gustaba, no como ella quería que le dijera. Claro de Luna, llámala así, suena más lindo, me decía con un aire santurrón insoportable. Ahora todo era mío de nuevo, desde mi manera de hablar, hasta mi tiempo, mi espacio, mi manera de vestir y caminar, de hablar con mis amistades y salir con ellos. Probaba la libertad, la abrazaba con ambos brazos y disponía de ella a manos llenas, me sentía libre, extraño, pero libre. Con rabia.

Mientras pensaba en esa libertad, me repetía mentalmente la imagen de aquel auditorio una y otra vez, parecía un real masoquista. Luego daba paso a imaginarla tratando de llamarme desesperada para explicarme que no era lo que yo pensaba, debía estar sufriendo y eso me daba un placer efímero que se convertía en rabia de nuevo. Luego me la imaginaba mientras se entregaba en alguna cama de algún motel de mala muerte y me entraba un instinto criminal. Luego me acordaba de mis planes de fin de semana, tenía que re ordenarlos. Luego finalmente me acordaba de la imagen del auditorio una vez más y le daba un nuevo puño a la pared.

Golpearon a la puerta. Odiaba hacer de amable cuando mis ánimos no daban para eso, pero la cordialidad decía que era lo apropiado. No podía ser Jenny, claramente le dije a don Segundo, el portero, que bajo ninguna circunstancia le dejara entrar y a cambio se llevaría una excelente recompensa. Abrí la puerta y en efecto no era:

-          Hola Camila.     
-          Hola, ¿te pasa algo?- me dijo la dulce chica con un gesto preocupado.
-          No,  en absoluto, ¿por qué?
-          Porque estaba dormida y me desperté al escuchar un golpe muy fuerte. Luego oí otro y venía de acá. Pensé que tenías algo o algo grave te pasaba.
-          No Cami, eres muy amable, solo venía un poco cargado de paquetes y tuve que cerrar con el pie, no medí la fuerza y… oye ¿te desperté? Qué pena contigo, si quieres vuelve a tu casa, trata de conciliar de nuevo el sueño y esta noche te invito a tomar algo acá en el apartamento ¿te parece?
-          Por supuesto- me dijo con una sonrisa enorme en su cara- ¿te parece si paso a las 7 de la noche?
-          Magnífico, que sea a las 7 de la noche Cami.
-          Ok, adiós, nos veremos luego.
-          Adiós.

Entré de nuevo y di paso de nuevo a mi ira pospuesta. Me fui a mi cuarto y me acosté en la cama, en la misma en la que ambos habíamos dormido innumerables veces y empecé a llorar. Lo admito, era un idiota. Solo después que todo se descubre, uno entiende cómo encaja una cosa con otra.  A final de cuentas uno se da por enterado lo enamorado que estaba, pero, en la frase anterior se puede cambiar la palabra enamorado por: idiota, ciego, tonto, y muchos otros ejemplos. La frase no pierde sentido y a la larga significa lo mismo.

Mientras estaba acostado me di cuenta que había invitado a Camila a tomar algo. Tamaña estupidez. Ahora estaba obligado a arreglar todo y fingir completa cortesía cuando a duras penas había tomado impulso de abrir la puerta. Eso de ser un caballero a veces tenía serias desventajas.

Resurgí en Jenny, y empecé a recordar todos los bonitos momentos que viví con ella y como si fuera un fantasma aparecía de nuevo la imagen:

Entré y los vi besándose. Yo quedé petrificado. Sentí que la cara se me puso fría y un corrientazo me corrió por las piernas y los brazos, y yo sabía porqué, cuando la ira o el miedo entra al sistema corporal, toda la sangre va hacía los brazos y las piernas: atacas o corres.

Ella me miró como si estuviera viendo al mismo demonio y le dio un empujón al sujeto de una forma impresionante, casi lo tumba y si no es por que se sostuvo de una de las columnas se hubiese caído sin remedio. Entre tanto, yo, que seguía petrificado, sentí que las manos se me debilitaron y empecé a temblar. Me giré lentamente y presentí que ella estaba me seguiría. Así fue. Al sentir su mano tocando mi brazo, pareció que fuera un filo que rompía la piel por la que se escaparía toda mi ira.

Levanté el brazo en el que llevaba el ramo a una velocidad y fuerza que la hizo tambalear y quedó con los ojos como platos, le quería decir y gritar diez mil cosas, quería maldecirla a ella y a su descendencia, y a la descendencia de su descendencia. Pero no salió ninguna palabra. La miré con el odio más grande que yo recuerde y me fui de ahí en medio de un mar de pétalos caídos y un oso que acababa de botar en una caneca de basura.

Sin embargo, ya estaba en mi apartamento botado sobre la cama. Sabía que la odiaba porque no había perdón alguno para lo que ella había hecho. No podía haber ninguna explicación que me pareciera suficiente, ni tampoco que apaciguara el maremoto de ira que sentía.

Prendí de nuevo el celular y tenía 53 llamadas perdidas. Estaba como loca llamándome. De pronto timbró de nuevo, respiré profundo y contesté:

-         ¿Aló?- dije con una voz cortante.
-          Amor, por favor perd…-
-          No me diga de esa forma- le dije muy serio y con una voz que destilaba veneno puro.
-          Lo siento. Lo hice sin pensar.    
-          ¿Lo hiciste sin pensar? Disculpa pero ya no eres una niña. Antes por lo menos elaborabas mejor tus excusas. Esta, sin duda, es la peor que me has dado.

Le colgué el teléfono antes que pudiera darme cualquier otra explicación. Comencé a pensar que si hubiese tenido la sospecha y se lo dijera, tal vez me lo hubiese negado y naturalmente lo hubiese seguido haciendo por mucho tiempo más. Ese tipo de cosas me mataban la cabeza y me daban aún más rabia.

De pronto me di cuenta de algo. Algo grave. Estaba empezando no solo odiarla a ella, sino a todas las infieles, a todas las que hacían sufrir, todas las que no eran capaces de respetar una relación e, incluso, de respetarse a ellas mismas. En pocas palabras estaba odiando al mundo, a todo el mundo, a todos los seres humanos.

Eso no sé si era bueno o malo pero sin duda me estaba pasando. Ahora que la tierna Camilita acababa de salir de mi apartamento supuse que ella era igual que todas esas mujeres infieles, y merecía un castigo también. Yo, debía tomar algo de revancha contra el mundo.

Arreglé el apartamento de forma rápida y con el pulso acelerado sin razón que pueda explicar. Miré el reloj y vi que eran las 6:15 pm. Esperé a que se llegara la hora y a las siete en punto el timbre sonó :

-          Hola- Me dijo mientras sonreía.
-          Hola Cami, por favor sigue- Le dije mientras le dedicaba una sonrisa completamente hipócrita.

Ella siguió y yo cerré la puerta. Mi venganza contra ese podrido mundo que me hizo sufrir acababa de empezar.


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El avión tocó tierra y el sacudón sacó a Michelle de un ensimismamiento provocado por los miles de pensamientos que revoloteaban en su cabeza. Despedirse de sus padres en Buenos Aires y volver a Colombia luego de tanto tiempo era demasiado complicado. La idea de forjar un futuro lejos del amparo de su familia más cercana la hacía sentir desprotegida, sola.

El aeroplano carreteó hasta que la puerta encajara con el túnel que daba hacía las salas de llegada. Ella esperó la señal de quitar los cinturones y se levantó. Al momento sintió algo de mareo producto del cambio de altura pero solo fue momentáneo. Pasó por las revisiones generales y fue a la cinta transportadora a esperar pacientemente que su maleta pasara por allí para poder tomarla.

Eran las 7:05 de la noche cuando salió por la puerta 4 y miró en todas las direcciones en busca de su hermana:

-          ¡Michelle!- gritaron a su espalda.

Michelle se giró y la reconoció al instante.

-          ¡Lorena! – le gritó mientras se le dibujaba una sonrisa en el rostro y le dio un fuerte abrazo.
-          Qué grande y hermosa estás Chel, qué alegría verte.
-          Gracias Lore, tú también estás hermosa- le dijo mientras acariciaba cariñosamente su brazo derecho.
-          Te ayudo con el equipaje, debo contarte muchas cosas.- le dijo al tiempo que le quitaba de la mano la maleta más grande.
-          Tiempo tendremos, a partir de ahora me tendrás que soportar bastante.

Ambas se encaminaron a la salida de taxis y fueron al apartamento de Lorena.

Mientras estaban en el taxi, el móvil de Lorena sonó y ella contestó:

-         ¿Aló?
-          Buenas tardes ¿Michelle Bartichiotto se encuentra?
-          ¿De parte de quién?
-          De la Universidad (falla de sonido).
-          Un momento por favor.
Le extendió el teléfono a Michelle mientras le susurraba que era una llamada de la Universidad.
-          Hola, soy Michelle.
-          Señorita buenas tardes, le hablo de la decanatura de la Facultad de Ciencias Humanas ¿Ha tenido un buen viaje?- le dijo la mujer del otro lado del teléfono.
-          Si, muchas gracias.
-          Nos alegra mucho señorita. Lamentamos recibirla con malas noticias, pero, hay un ligero inconveniente con el registro de su matrícula en la universidad. Por favor venga cuanto antes. 

domingo, 8 de abril de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO I

Quien busca donde no debe,
muy seguramente encontrará algo que no quiere.
La curiosidad es la soga
con la que el mismo ser humano se ahorca.

Tercera vez que venía y no veía ninguna mejoría en él. Siempre se mostraba un poco más depresivo: Samantha iba, Samantha venía, no había podido hablar con Samantha pero la pensaba mucho, le escribía pero no le respondía, y muchos otros ejemplos. ¡Por Dios! Habían pasado ya tres meses y lo veía cada vez peor. Decía que se refugiaba en mí porque veía que yo tenía una relación estable y podía aconsejarlo desde mi serenidad emocional. Sin embargo, de haber sabido lo que me iba a pasar, nunca me hubiese atrevido a darle ni la más escueta de mis opiniones.

El profesor se fue y yo me quedé arreglando lo que quedaba de desorden en el apartamento: lavé algunos platos y levanté tres bolsas del mercado que estaban tiradas en el suelo de la cocina. Cuando terminé la llamé:

-          Alo?
-          Hola mi amor – le dije.
[silencio]
-          Hola amor, qué sorpresa que me llames a esta hora – me dijo con voz nerviosa.
-          Eso era lo que quería, sorprenderte. ¿Cómo estás?
-          Bien, algo ocupada. Estoy en la biblioteca y no puedo hablar muy bien.
[Notaba algo raro en la voz pero lo quise dejar pasar desapercibido]
-          ¿Te llamo luego?
-          Si, por favor. Yo te llamaré al salir de aquí.
-          Listo, besos.
-          Chao amor.

Jenny era una mujer de 1.60 de estatura. De piel blanca, cabello rizado y largo de color negro con mechones rubios. El color de sus ojos era café, pero ello no era lo que conquistaba, lo que lo hacía era esa mirada que escaneaba a quien fuera su objetivo; esa forma de observar era esculcante y atrayente al mismo tiempo. Cuando hablaba su vocalización era perfecta, y además movía mucho las manos mientras dialogaba de algo que le interesara mucho. Al poco tiempo de ser su novio había llegado a la conclusión de que, si bien no era una mujer de belleza rimbombante, era una mujer demasiado interesante para pasar desapercibida.

Ese día había preparado todo: un pequeño oso de peluche y unas rosas ordenadas de manera rústica. Quería darle una sorpresa que, entre nosotros, hace mucho no aparecía. El motivo era que a lo largo de dos años de relación, la costumbre disfrazada de amor había entrado a nuestras vidas y lastimosamente nos había consumido más rápido que el fuego a un fósforo. Los detalles se habían ido por la borda junto con la emoción de vernos.

Me alisté y me puse el perfume que ella me había regalado y por ende el que más le gustaba. Pedí un taxi y me fui hacía la universidad.  Mientras iba de camino me llegó un mensaje al móvil:

“Reunión de la comunidad docente hoy, 7:00 p.m” (SASX)

¿Reunión? No entendía por qué. Mis clases de historia empezarían hasta la otra semana y solo quienes ya hubiesen empezado clases debían asistir. No entiendo por qué me llegaba esa notificación a mí y más proveniente del profesor del “Delirio Samanthiano”, apodo que le había adjudicado de forma graciosa para sacarlo momentáneamente de sus ensimismamientos y depresiones.

Se había acostumbrado a firmar como lo hacía Cristóbal Colón porque decía que tenía un simbolismo oculto, o algo así, pero eso era jurisdicción completa de su clase y yo ahí procuraba no entrar demasiado. Sin embargo, ya lo reconocía por tan peculiar forma de rematar sus mensajes.

El taxi llegó y pagué los 8000 pes… ¿8000 pesos? Ese desgraciado me robó. Bueno, lo malo es que me vine dar cuenta ahora que escribo esto. Sin embargo ese pequeño robo no se compraba con lo mucho que me iban a robar unos momentos después.

Subí a la biblioteca donde me dijo que estaba:

-          Doña Gloria buen día.
-          Profesor ¡qué milagro!, pensé que sus clases empezarían hasta dentro de una semana.- me dijo la rolliza bibliotecaria.
-          Si señora así es, hoy he venido por un motivo distinto. ¿Está Jenny acá?.
[levantó la mirada he hizo el gesto de querer recordar]
-          Si, bueno no, estaba acá, pero salió afanada y me dijo que iría al auditorio secundario. Eso fue hace apenas unos cinco minutos, debe estar aún allá.
-          Muchas gracias, nos veremos luego.
-          Claro profesor, tenga buena tarde.

Bajé las escaleras hacía el primer piso y tras saludar a dos alumnos por el camino llegué hasta el pequeño auditorio.

Algo me había parecido muy raro, la maleta de Jenny estaba afuera, abierta y tirada en una silla de descanso al lado de la puerta con los papeles revueltos. No había ni rastro de ella en la parte externa. Dejé las flores y el muñeco sobre la silla, recogí torpemente los papeles y los ordené en su maleta.

Descuidadamente me di cuenta que había olvidado un papel pequeño. Estaba doblado y apartado de la maleta, casi en el quicio de la puerta. Lo tomé y ya lo iba a guardar cuando el maldito insecto pútrido de la curiosidad me picó. Inquieto lo desdoblé y cuando leí una corazonada apocalíptica me hizo acelerar el pulso:

“TE ESPERO”

La letra no era la de ella, sin embargo, me negué a crear ideas tontas en la cabeza y dejé el papel en la maleta. Tomé el muñeco y las flores y abrí la puerta como pude. Cuando entré la vi de pie, erguida como siempre con sus brazos rodeando el cuello de otro hombre y entregándole sus labios a un sujeto que la abrazaba por la cintura. Ellos se besaban.

miércoles, 4 de abril de 2012

ESCRITOS DESNUDOS

Con agrado digo
que si he llegado a dejar recuerdos buenos 
en una sola persona,
Entonces vivir habrá valido la pena. 


Los escritos se desnudan. En efecto así es. Mi querida Samantha, Juliana, Ana y todas las hermosas damas que acompañan a esos protagonistas narrados en primera persona son sabiamente dibujados por sus mentes cada vez que leen los escritos que a bien he tenido escribir en mis momentos epitómicos de inspiración. Hoy ellas y yo les damos las gracias por haberlas acompañado en sus historias.

Un artista sin público es una balsa en el desierto, valga la comparación. No sirve de nada y, vale la pena reiterar que sin ustedes mis queridos lectores, mis escritos serían nada más que letras que en menos de dos clics se las llevaría el olvido.

Es mi deber como escritor de estos relatos dar las gracias a cada uno de los que invirtió su tiempo en leer las hermosas aventuras amorosas de uno de los personajes más elaborados, hermosos y enamorantes que he tenido la oportunidad de crear, claro, me refiero a mi hermosa mujer trigueña de cabello castaño y ojos de color indescifrable: Samantha.

Algunos me preguntan de dónde pude sacar un personaje como esos. Algunos la odian cariñosamente y otros la adoran siempre y cuando nunca se les aparezca. Debo decirles que el nombre de esta hermosa niña me pareció, poética, sonora, métrica y visualmente perfecto. Sólo tiene la a como vocal y sus consonantes sobrepasan en número a las vocales a saber: 5 consonantes y 3 vocales. Es fácil de rimar, hermoso de escuchar y sumado a ello, esta conjunción melódica de letras  parece perseguirme desde mi niñez en libros, personas, revistas, programas de TV, e incluso páginas y líneas de atención al cliente, por ejemplo: SAMSUNG TECHNOLOGICAL INNOVATIONS. Si lo miramos bien las letras en negrita son SAMNTHAA, y reordenando queda el nombre: Samantha.

De la misma forma me han preguntado si Samantha existe, a lo que diría que sí y no. Esta hermosa mujer es una compilación de los rasgos más bonitos, juguetones y traviesos que a bien tengo recordar de mujeres que he conocido. Como diría un gran amigo: “Toda persona tiene una virtud insuperable y un defecto insoportable”. Pues bien, pretendí poner en una balanza a mi linda Samantha y dotarla, por un lado, de un toque de virtudes maravillosas como sus juegos traviesos, su sinceridad, su seriedad y su incomparable inteligencia y perspicacia; en contraposición a sus inaguantables defectos de egolatría, cierta crueldad para decir las cosas y uno que otro rasgo de impaciencia.

Por otro lado, nuestro querido profesor de simbología es un sujeto convencido de su inteligencia y por ello también a veces tiende a ser ególatra. En algunas ocasiones me preguntaron si el profesor era yo, a lo que yo les digo que si bien es cierto que le he proporcionado varios rasgos de mi personalidad, entre ellos naturalmente la pasión por la simbología, huelga decir que no soy yo completamente y que toda la historia, diálogos y estructura son meramente imaginarios.

No obstante, nuestro profesor es un sujeto de gran sensibilidad, a veces se torna cursi, y aunque se lo reprochó siempre durante la historia, resultó ser una de las cosas que conquistó a más de una lectora de nuestro querido maestro.

Pasando a los escritos de las Sinfonías del silencio I y II, Juliana es una mujer fantasma; rubia de 1.60 de estatura, usa anteojos esporádicamente y suele ser voluntariosa y malcriada. Mientras está enamorada se hace pasar por mujer perfecta y llena por completo el formulario de los sueños de cualquier hombre. Sin embargo cuando encuentra algún tropiezo, abandona el campo de batalla y decide buscar otros horizontes: sin embargo se asegura de dejar una marca indeleble por donde pase para que, en dado caso que tenga que volver, ella siga aún vigente y siempre tenga un corazón con amor aplazado que la reciba con los brazos abiertos.
Tiene una egolatría inagotable pero una forma de amar que cualquier hombre quisiera disfrutar. Canta, toca guitarra, le gusta el blues, escribe poesías y cocina a la perfección. Parece un manual de cómo conquistar. Sin embargo, todas esas virtudes son cruelmente asesinadas por la prepotencia y la egolatría.

El protagonista de las sinfonías del silencio es simplemente un hombre enamorado, por tanto sus capacidades cognoscitivas no son las óptimas. No creo que haya mucho más por decir.
Hasta acá creo haber contestado a la mayoría de las preguntas, comentarios, elogios y críticas que, reitero, agradezco desde lo más profundo de mi ser. A los que no les contesté por acá, les contesté y sigo contestando por medio de los mensaje privados.

Cuando dije que escribiría un texto de agradecimiento muchas personas me instaron a no publicar su nombre, pero saben perfectamente que a ellos también dedico mi gratitud. Así que para evitar pasar por la vergüenza de haber olvidado a alguien en una lista de personas a las que quiero agradecer- y que además es muy larga-doy las gracias a todos quienes invirtieron su tiempo en leer mis escritos. Seguiré con ustedes dentro de poco con otra historia encadenada y muchos otros escritos más. Les adelanto que la protagonista se llama Michelle.

Eternas gratitudes a ustedes y espero que su camino de éxito sea fructífero.

Andrés Medina

domingo, 1 de abril de 2012

EL AMARTELAMIENTO UTÓPICO IV

(Cuarta y última parte de la tetralogía Samanthiana)

Ahí donde se posaron tus besos,
Ahí donde se encontraron nuestros labios,
Ahí donde se unieron nuestras manos,
Está el origen de todo lo que siento.

Era de día. Samantha me cogía de la mano mientras salíamos del café Hindú. Ella reparó en que Gabriel Pizano, un reconocido político, estaba tomando café con sus escoltas casualmente en ese mismo lugar, comentamos acerca de eso unos minutos y lo dejamos pasar.

Mientras salíamos me di cuenta que habían cambiado las mesas y sillas de lugar, ello me  pareció innovador sobretodo cuando no las cambiaban desde hacía unos cinco años. Amor quisiera que fueramos a… un estrudendo ensordecedor interrumpió a Samantha y nos lanzó por los aires hasta caer en el suelo. Todo voló a nuestro alrededor y sentí como una silla me cayó en la espalda. ¿Dónde está Samantha? pensé para mí mismo. Intenté ponerme de pie y vi a uno de los escoltas de Pizano completamente ensangrentado tirado justo a mi lado, muerto. ¿Dónde está?

Me levanté aturdido mientras varias personas entraban por las ventanas rotas para ayudar a la gente herida. Yo buscaba a Samantha por todo el lugar hasta que por fin la vi. Tenía sangre en el cuello y cara por una cortada en la mejilla. Estaba botada en el suelo inmóvil. También tenía sangre en la espalda y en el brazo.

-          ¡Sam! – le gritaba, mientras le quitaba fragmentos de platos y madera rotos.  De la cortada salía demasiada sangre y no sabía qué hacer para remediarlo.
-          Igual que mi hermano- me dijo con una voz que apenas se oía.
-          Resiste, nos están ayudando – le dije suplicándole
-          No amor. Debo irme– Sus labios se pintaron de sangre y dejó de respirar, suave y tiernamente como siempre lo fue.
Grité su nombre hasta que todo a mí alrededor empezó a temblar. Una música de fondo empezó a sonar tan fuerte que era insoportable y …

-          ¿Aló?
-          Profesor, si fuera usted menos caballeroso podría dormir un poco más- me dijo la voz femenina al otro lado del teléfono.
-          Profesora Herrera, no sabe cuánto le agradezco haberme sacado del sueño que tenía y también me alegra que haya llegado bien a su casa. El viaje desde Cali por Tierra no es nada fácil, mucho menos de noche.
-          Más lento de lo esperado nada más pero llegué bien profesor. Lo de su sueño me inquieta, al menos sé que no estaba soñando con la señorita Miranda- me dijo con tono de picardía. Yo me quedé helado sin saber de qué manera pudo enterarse que me soñaba con ella, o que salíamos, o que nos veíamos.
-          ¿Por qué lo dice profesora? – lo dije fingiendo una risa.
-          Ayer casi me lleva por delante y a pesar de disculparse no se percató ni siquiera que había empujado a Rocío Herrera.
-          ¿Era usted? – lo dije llevándome la mano a boca de la sorpresa. – Maestra lo lamento de veras. Sólo coincidí con Samantha en el mismo café y luego de tomar algo nos despedimos, y… pues… caminando sabe usted lo despistado que soy. De nuevo lo lamento.
-          ¿Samantha? Caray profesor, su confianza con la Señorita Miranda avanza a buenos pasos.
-          Ehhh no, bueno, el nombre es lindo por eso lo dije, pero le digo Srta. Miranda. Además sigo entre dormido y ni sé qué es lo que hablo. – o me callaba o le colgaba, pero si le seguía hablando iba a terminar delatando todo.
-          Profesor, mejor lo dejo dormir. Sólo sepa que he llegado bien.
-          Gracias por avisar. Nos veremos el próximo lunes, tenga buen fin de semana.
-          Hasta luego Profesor.
-          Hasta luego Profesora Rocío.

Colgué el teléfono, respiré hondo y automáticamente recordé la pesadilla. Samantha despidiéndose entre mis brazos era un cuadro tan apocalíptico que se me antojaba como el mismo infierno. Giré la cabeza y ahí estaba ella: serena, hermosa, dormida.

Sutilmente sonrió con los ojos cerrados, con una picardía hermosa. Obviamente no estaba dormida, pero disfrutaba que me englobara con su belleza.

-          ¿Qué soñabas? –me dijo sin abrir los ojos.
-          Contigo pero es el primer sueño contigo que no es hermoso. Era tu despedida, te me ibas y no podía hacer nada.
-          No me dejes ir – me dijo mientras abría los ojos, me tomaba la mano y entrecortaba la respiración.
-          ¿En qué bolsillo te meto?- le dije sonriendo.    
-          Aquí – me acarició la parte izquierda del pecho- mientras yo esté aquí no me iré nunca.


Era la una de la mañana, ella se había levantado, se había puesto la camisa de cuello que yo tenía y fue por un poco de vino. Luego de charlar un rato me propuso salir a un bar llamado el Arlequín. Yo accedí sin mayor resistencia.

Nos arreglamos y nos fuimos. Tomamos un taxi que nos dejó justo en la entrada y nos sentamos en una mesa de las más escondidas como si estuviésemos acostumbrándonos a la clandestinidad. Hablamos y reímos, nos besábamos y jugábamos. Todo era perfecto y milimétrico como si ella tuviera la medida perfecta de todo. Pedimos de nuevo un Gato Negro Chardonay y reitero todo parecía ir perfecto. Sin embargo el tema amargo tendría que llegar, era inevitable:

-          Mi vuelo sale a las 10:00 am. Tengo escala en Madrid y Frankfurt. Debo estar en el aeropuerto a las 8 am. – hizo una pausa- pero no quiero que me lleves hasta allá.- me dijo con aire melancólico.
-          Respeto tu decisión te dejaré en tu apartamento y luego volveré a mi casa, aunque no te niego que será duro. – le di un sorbo al vino.
-          Será duro para ambos con cada minuto que se tache en el tiempo, ahora nada más faltan sólo 4 horas para las 8.
-          Pero en 3 te dejaré de ver y tendrás el tiempo justo para irte.

Cambiamos el tema radicalmente y nos dedicamos a valorar esos últimos momentos juntos. Desde los besos hasta las miradas coquetas que no habían cambiado desde aquella tarde de la mesa de la universidad. De un momento a otro dio un suspiro profundo y miró en dirección de la calle:

-          Sueño cumplido, ahora aparte de ser la persona que amo, eres el único que ha cumplido uno de mis pensamientos poéticos más hermosos desde que te conocí.

Miré hacia afuera y un azul celeste se asomaba por la ventana. Me di cuenta que ya era la madrugada y nos asaltaba un cuadro natural simplemente hermoso. Yanni tocando Until the last moment (Hasta el último momento) pareció pasar a segundo plano ante  aquel hermoso conjunto de perfecciones. Su rostro se impregnaba de un tenue celeste que le daba matices de diosa. Diosa a la que me quedaban escasos 20 minutos para llevarla a su altar y dejar de verla. No podía creer que tres horas se pasaran tan rápido.

-          Ahora más que importante, para mí serás inolvidable. No me voy a poder librar de ti. ¡Que pereza! – lo dijo en tono de broma.
-          Si quieres te saco del bolsillo- Ella me hizo cara de rabia fingida.
-          No eres capaz.
-          No me retes.
-          ¡Dale!-

Le di un beso y le sonreí.

-          Odio que me controles. ¿Sabes?, desde el comienzo supe que no te soportaría, de hecho sigo sin soportarte.
-          Ni yo a ti – me dijo con aire serio fingido- eres muy crecido, pretendes saberlo todo.
-          Y tú eres muy prepotente, sabes que eres linda y te crees el último pétalo de la flor.
-          Creído
-          Crecida.
-          Te amo.
-          Y yo a ti.

Reímos y nos besamos. Vio el reloj y de pronto el semblante le cambió.

-          Debo irme.


Tu soñaste ver la celeste alborada mientras amanecías en un bar conmigo. Yo soñé empezar el día contigo mientras robaba el sabor de tu copa de vino” Le dije. Ella asintió me dio un beso y se fue en silencio. Algo me decía que no la volvería a ver y tenía razón.

Pasó la portería con paso cadencioso pero firme, giró para verme por última vez y las luces de la mañana hicieron que dos puntos brillantes bajo sus ojos brillaran como dos esmeraldas. No podía con mi sufrimiento, ella iba llorando con rumbo a la nada y no podía acompañarla.

Estaba en mi casa cuando leí la última carta que dejó. “Si el amanecer nos sorprende seré tuya para siempre, si la noche nos asalta entonces no nos separará ni la muerte”. Entendí entonces que ella era alguien a quien realmente amaba, que ella me enseñó a luchar y sabía que debía apresurarme si quería tener una última oportunidad. Eran las 9.15 de la mañana y disponía solo de 45 minutos para evitar su partida irremediable.

Tomé un taxi que me dejó en la puerta 4 del aeropuerto. Entré a toda prisa y miré los monitores de salida de vuelos: --- Avianca. Destino Madrid. AEK 7809  -> Sala 15 ABORDANDO--.  Disponía de 15 minutos, ni un minuto más. Llegué a la puerta de inmigración y me di cuenta que sin pasajes no podría pasar del primer guardia. Miré en todas las direcciones y vi a una pareja de esposos que hacía check in en una de las ventanillas. El sujeto se veía algo más viejo que yo pero no se parecía en nada a mí. No obstante debía hacerme con un pasaje y rápido.
-          Señor de Paula- le dije, me sabía el apellido porque esperé a que dejara su cédula y pasaje sobre el mostrador y así poder leerlo antes de hablarle.

-          Si soy yo.
-          Soy Mark Evans de Jet Services. Lastimosamente he olvidado mi uniforme pero debí omitirlo porque hay un serio inconveniente con su pasaje. Por error le hemos asignado accidentalmente la misma silla a otro pasajero, sin embargo debemos contar con una última firma suya, si no, no podrá abordar el avión. ¿Le importaría acompañarme para que conste que le ofrecemos disculpas y así redimir la falta en un futuro viaje?

Le dije que me acompañara mientras el viejo se puso a maldecir y le decía a su esposa lo molesto que se encontraba al respecto. Fingí leer atentamente el pasaje y la cédula para evitar devolvérsela. Al parecer conté con suerte, y aquellos inconvenientes ya los había tenido. Eso facilitó la credibilidad de la historia. Lo dirigí a unas escaleras y me detuve repentinamente:

-          Olvidé las copias de los Checks… por favor sigan por las escaleras, a mano derecha en la primera oficina pregunten por la intendente Rocío Herrera y ella les atenderá. Además si ella me ve sin mi uniforme esta vez sí me despedirá. Tardaré dos segundos.

[10.56 am.] El sujeto hizo un gesto de desconfianza y subió sin perderme de vista. Olvidaron que yo seguía con la cédula y el tiquete. Corrí hacía las oficinas de la aerolínea y en la puerta esperé a que la pareja se descuidara. Me dirigí pacientemente hacia inmigración y pasé el tiquete y la cédula, el guardia comparó los datos y me dejó pasar. Como no llevaba equipaje bastó con pasar el detector de metales.

[10.57 am] En cuestión de segundos el viejo estaba al lado del guardia de equipajes y me señalaba para que me persiguieran. Corrí como un loco buscando la sala 15 mientras dos policías iban detrás de mí tratando de agarrarme. Por suerte llevaba buena ventaja y los nervios me hacían correr más rápido.

[10.59 am] Llegué a la sala de abordaje y ya estaba vacía. Abrí de un empujón las puertas del túnel que desembocan en la puerta del avión, pero al llegar al otro extremo me encontré con un vacío de dos metros de profundidad hasta el asfalto. El aeroplano ya se había movido de allí y estaba carreteando hacía la cabecera de la pista. Podía detenerlo, estaba seguro. Salté al vacío cayendo con las piernas flexionadas y dando un bote. No tuve mayores consecuencias, solo un golpe en la espalda y los codos. Al subir la mirada los dos policías que me perseguían gritaban instrucciones por los radios.

[11.00 am] Subí a la fuerza en uno de los carros autorizados para andar con los aviones en el asfalto. Recuerdo que el chofer del carrito me abrió los ojos como platos cuando me vio saltar a su lado y de un empujón lo lancé por los aires hasta que cayó al suelo. Aceleré a fondo con una palanca –luego de probar dos que solo prendían las luces- y me dirigí a toda velocidad hacía el avión mientras esquivaba otros carros. El ruido de los motores de los otros aeroplanos era ensordecedor, casi insoportable.

[11:02 am] El avión estaba a unos cincuenta metros pero estaba sacándome una ventaja demasiado grande, sin embargo aceleré a fondo aferrado a la esperanza de detenerlo y bajar a Samantha, pedirle que no se fuera, que la amaba, que la haría feliz.

[11.04 am] El Boeing 757 alcanzó la cabecera pero la distancia era demasiado grande. Prendió los motores y la presión del viento me hizo caer del carro hasta irme de bruces en el asfalto. Samantha se iba. El avión tomó velocidad y ya no podía hacer nada.

[11.05 am] El avión despegó y yo quedé sentado en el suelo. Lloré de impotencia. Ella se acababa de ir tal vez para siempre y no lo pude evitar. Llegaron dos tipos corriendo, me empujaron hasta que quedé boca abajo y luego de ponerme unas esposas me llevaron con ellos.

Luego de una detención de medio día, unas disculpas telefónicas al sujeto al que le quite el tiquete y una multa cuyo valor no diré, salí por fin a las 9 de la noche del aeropuerto a tomar un taxi y regresar a mi casa. En el piso había una botella de vino vacía, en el aire estaba su olor fresco y en mi cabeza solo existía el recuerdo de sus besos y caricias.

Pacientemente me senté y canté “Hasta el último momento de Yanny”.  Recordé nuestro sueño cumplido. A esa hora Samantha viajaba rumbo a Madrid y yo me quedé con su recuerdo en mi mente, en ese lugar entre el pecho y la garganta que aunque duele no se puede curar con nada. Una lágrima salió de mi ojo y recordé el amanecer en el bar por última vez. Repetí internamente la escena varias veces hasta que por fin luego de tres días dormí.

Antonomasia mutante