Ella fue pero nunca quiso serlo,
Ella sonrió sin mover sus labios.
Ella caminó sin tocar el suelo.
Ella sigue siendo ella, aunque lejos.
Ella sólo es ella, es sin quererlo,
sigue siendo sin saberlo,
y seguirá siendo sin pretenderlo.
Samantha fue presa del pánico,
respiraba demasiado rápido y esa inhalación y exhalación incontrolada le dio
una sensación de mareo que amenazó con hacerla desmayar. Quería salir, pero no
podía salir seca cuando había dicho que se estaba bañando; quería quedarse
allí, pero no podía permitirse ese acto de cobardía cuando se estaba imaginando
los peores escenarios en la sala de su casa. Se imaginaba el momento en que Eric
levantara la pantalla del computador.
Abrió la ducha y un golpe
atronador vino desde la sala de la casa. Samantha dio un brinco y sintió que
sus manos temblaban. Salió del cubículo de la ducha y se secó con la toalla, tomó la perilla
y sintió los latidos del corazón casi en la garganta a causa del pánico que le provocaba imaginar lo que se iba a encontrar afuera. Ya estaba girándola pero en el último
momento se arrepintió y la soltó. Se quedó adentro.
- Eric, ¿Estás bien?- preguntó.
Le respondió el silencio.
- Eric, ¿Estás ahí? – insistió.
- Si – dijo con el tono serio que siempre ponía cuando la ira le corría por las venas.
- Ha sonado algo, un golpe ¿Has sido tú?
- Sí.
- ¿Qué ha pasado?
- ¡Al parecer he cerrado el computador con demasiada fuerza antes de salir y se ha roto la pantalla!, ¡No podré trabajar hoy!, ¡Maldita sea! – Decía gritando mientras sonaban unos golpes de menor intensidad. Era seguro que estaría dándole puños a una pared.
Samantha hizo una mirada de
extrañeza. Creyó que la causa de la rabia sería otra pero, al parecer había tenido
suerte. No se explicaba cómo, pero lo averiguaría luego. Sin salir de su
estupefacción envolvió su hermoso cuerpo desnudo con la toalla y salió con cuidado.
Al llegar a la sala vio a Eric
sentado en el sofá, estaba recostado mirando hacia el techo. Él, cuando noto la
presencia de Samantha, bajó la mirada y la clavó en las pupilas de ella, con rabia, sin embargo, luego suavizó
la expresión.
- ¿Desde hace cuánto te demoras tres minutos en ducharte Samantha? – le dijo con una sonrisa fingida.
- Aún no empiezo a demorarme ese tiempo- dijo levantando los hombros- sólo quería saber si estabas bien.
- Lo estoy, por ahora saldré un rato.
- Perfecto.
Samantha sabía que no debía
hablar demasiado con él cuando se encontraba en estado de ira máxima. Dio media
vuelta y entró al baño de nuevo. A los pocos segundos sintió un portazo y luego
se escuchó solamente silencio.
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Dos horas después, ella estaba
tomando un café cuando sintió que el teléfono móvil estaba vibrando dentro de
su bolso. Eric la llamaba:
- Hola Eric.
- Hola, estoy en la casa. ¿Dónde estás?
- Tomándome un café en Love Coffee(1).
- Pensé que ya estarías camino a Colombia, donde seguro te esperan con ansia. – Le dijo con tono sarcástico.
Samantha se puso pálida y colgó
la llamada sin seguir escuchando a Eric. No se explicaba cómo se había enterado
que quería ir a Colombia, ni mucho menos que alguien la esperaba. Sin duda
alguna había visto el correo, pero ¿Cómo? Sacudió la cabeza y decidió no pensar
en eso, en cambio, se percató de la gravedad de la situación. Le había dado su
paradero de forma inocente, y lo peor es que sólo los separaba media cuadra.
Ella pagó la cuenta y salió del lugar lo más rápido que pudo.
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Eric sintió que se cortó la
llamada y se sintió poseído por el mismo demonio. Un corrientazo le corrió por
la espalda mientras abría el clóset y
sacaba, de una caja de madera, el revolver Smith & Weson K.22 que había
heredado de su padre. Lo guardó entre un bolsillo de la chaqueta y bajó
corriendo.
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Eric salió a la calle y empezó a
trotar hacía la esquina del café donde estaba Samantha. Antes de llegar
allí la vio salir del lugar. Ella giró la cabeza y lo vio también. Allí todo
pasó en cámara lenta: Él metió la mano al bolsillo de la chaqueta, sacó el revólver
y apuntó; Samantha vio el arma que iba en su dirección y su cuerpo se tensó,
sintió pánico y se lanzó detrás de un carro aparcado a la orilla de la calzada
mientras una bala tronaba contra el capó de ese auto.
La gente se lanzó al piso entre
gritos y los autos que transitaban por la avenida se detuvieron. Eric corrió hasta
el carro tras el que se había lanzado Samantha y apuntó, al vacío. Samantha ya
no estaba. Iba a proseguir su búsqueda pero sintió un fuerte golpe en la
espalda y cayó de bruces sobre el asfalto con la vista nublada. Cuando quiso
incorporarse, sintió un segundo golpe y de pronto, para Eric, todo fue
oscuridad.