lunes, 18 de marzo de 2013

EL COMIENZO DEL LABERINTO IV



El único lugar en el que la encuentro es en mis sueños,
así que el día que me cobren por soñar seguramente quedaré en banca rota.

Tosió varias veces antes de recuperar el conocimiento. El abdomen le estaba ardiendo y la cabeza parecía pesarle toneladas. Mantuvo los ojos cerrados y en su rostro se conservaba ese aspecto inexpresivo que le proporcionaba la inconsciencia:

  • Me mató – susurró Samantha mientras una lágrima le rodaba por su mejilla.
  • Está bien, solo fue un golpe.    Le dijo en búlgaro una voz gruesa y profunda.
  • Mi vuelo – gritó ahogadamente mientras intentaba ponerse en pie.
  • No, no señorita Miranda, por favor recuéstese – le puso una mano en el hombro y la instó a permanecer relajada sobre la camilla – usted tuvo una contusión muy fuerte en la cabeza es bueno que guarde reposo.
  • Pero ¿y mi vuelo? ¿Lo he perdido?
  • No exactamente, en vista de las circunstancias…
  • Esto no es una circunstancia, es una amenaza contra mi vida. No puedo estar aquí ¿Acaso no lo ve? – Levantó la voz.
  • Lo sé señorita Miranda – mantuvo su serenidad- como le decía. En vista de las circunstancias, su amiga hizo una llamada, al parecer a su ciudad de destino. Y alguien desde allá pidió por usted haciendo los trámites necesarios con la embajada. No sé mucho al respecto pero, solo se pidió que un equipo médico le acompañara. Me sorprende la rapidez con la que se hicieron todas estas vueltas, o esa persona tiene muy buenos contactos diplomáticos o en serio le guarda un cariño inconmensurable. 

Samantha respiró percatándose que el reclamo que le había hecho a ese sujeto había sido injusto. Respiró profundo, le ofreció excusas y siguió interrogándole sobre su estado:

  • ¿Qué tengo?
  • Un traumatismo severo en el parietal derecho, creemos que no tiene hemorragias internas que le produzcan obstrucciones nerviosas.
  • Doctor, acabo de recuperar la consciencia, ¿podría hablarme como si fuera un ser humano normal?

El doctor Leonid Stoichkov, un tipo de 1.70 de estatura, cabello negro, ojos oscuros, postura encorvada y algo regordete, soltó una risa tímida y le habló de nuevo:

  • Lo que usted tiene señorita Miranda, es un golpe en la parte derecha de la cabeza que no tendrá ninguna consecuencia importante.
  • ¿Cuánto tiempo ha pasado?
  • Cuatro días.

Samantha abrió los ojos como platos y se revolvió en la camilla:

  • Tanya, ¿cómo está ella?
  • La señorita Tanya se encuentra bien, no se había movido en tres días de su lado hasta esta mañana, por fin la logramos convencer que se devolviera a su casa. Que descansara.
  • ¿Cuándo podré irme de acá?
  • En tres horas exactamente, la orden de la embajada fue enviarla en el siguiente vuelo que saliera luego que usted recuperara la conciencia.
  • ¿Quién pidió por mí desde Colombia?
  • Hasta ese punto no sabría decirle.
  • ¿Usted vio todo?
  • ¿Usted siempre es así de preguntona?

Samantha rió por lo bajo.

  • Recuéstese y descanse. Todo estará bien señorita Miranda.
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Samantha estaba de pie frente al túnel de entrada que la conducía al avión. Su tiquete estaba arrugado y apenas se veía que el número de vuelo era el 783. Los nervios la estaban enloqueciendo. Llamó a Tanya, cruzaron algunas palabras y al terminar entró a la aeronave. 

Recordar todo, ahora más despierta se le antojaba más difícil. Parecía salido de una pesadilla o un libro Lovecraftiano. Tanya le había dicho que Eric le asestó un golpe en el estómago y luego, casi al mismo tiempo en que le pegaba con el mango del arma en la cabeza, dos proyectiles provenientes de los guardias del aeropuerto entraron en el cuerpo del búlgaro. Uno en el estómago y otro en un hombro. El sujeto cayó al instante.

Sam se sentó en la fila 16F, al lado de la ventana. Cualquier sonido fuera de lo común la hacía exaltar pero al instante recobraba la calma. Poco a poco el Boeing 757 tomó velocidad y se elevó sobre el Aeropuerto Internacional de Sofía.

En poco tiempo lo volvería a ver. Se acomodó sobre su asiento y poco a poco cayó en un sueño profundo.
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El celular le timbró cuando salía del salón. Apenas terminaba de dictar su clase:

  • ¿Aló?
  • Profesor, la señorita Miranda viene en camino hacía nuestro país. – dijo una voz profunda pero muy amable.
  • Tanya, ¿se encuentra bien? – preguntó mientras apresuraba el paso y se hacía en un pequeño pasillo ciego, más privado y solitario.

El profesor supo toda la historia porque Tanya se la había contado, en cierta manera se sentía en deuda y por eso le interesaba su estado. Ella le dijo que cuando el Agente Rasmika y el Intendente Nieminen, de origen finlandés, dispararon contra Eric, todo fue confusión. Él cayó sobre ella y la gente corrió presurosa en esa dirección para ayudar a la indefensa mujer. 

Al quitarle el cuerpo de Eric de su humanidad y verla bañada en sangre, todos creían que como mínimo tendría un disparo. Pero la verdad era otra. De no ser por un hematoma que ya tornaba color morado en la sien derecha, ella estaría completamente ilesa.

Al ver  lo sucedido Tanya recordó que Samantha podría ser cualquier cosa, pero tonta nunca. Mientras vivieron juntas, Sam le expresó su temor porque algo malo pasara, y le advirtió a su gran amiga que, en caso que le sucediera algo grave, llamara al profesor y le contara de inmediato.

Así lo hizo, y tan pronto como él se enteró, hizo las diligencias necesarias para tenerla de nuevo a su lado. Sana y salva:

  • La Señorita Aaltonen se encuentra bien. Le ha enviado saludos.

El profesor ignoraba por completo el apellido de Tanya, pero asumió que hablaba de ella.

  • Perfecto, muchas gracias.
  • Profesor, ya recibimos las notificaciones de pago de la deuda de los trámites diplomáticos. Agradecemos su rapidez en la cancelación, la verdad nos sorprendió que pudiera conseguir el dinero tan rápido.
  • Disculpe, pero no he conseguido el dinero. De hecho no he realizado ningún pago.

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