A.G.A.Q.S.P.C.T
JUST FOR HER
-
Una última
vez
-
No.
Ella dio
media vuelta pero no la dejé ir. Le tomé la mano y al girar, junté mis labios
con los suyos en un momento que quería eterno. Ella bajó la mirada, sonrió y de
esa manera me lo dijo todo. Luego con un adiós doloroso se perdió en la
lluviosa tarde sin que yo pudiera hacer nada.
________________________________________________________
Ella hasta para ser impuntual era
encantadora. Yo fingía cierto enfado para que me hiciera alguna voz consentida
o simplemente, como respuesta, ella fingiera un enfado hermoso alegando que no
era su culpa. Ello funcionó siempre. Ese día me dijo que llegaría media
hora tarde y no le vi inconveniente, así que al llegar ultimé detalles de lo
que llevaba para ella: Una poesía de métrica no muy pulcra y una partitura de
un soneto.
Caminé y saqué mi celular para
pasar los quince minutos que faltaban para verla. Entonces, recordé la famosa
frase de un piloto de Fórmula 1 luego de ganar una carrera: El periodista le
preguntó ¿qué sintió cuando dio la última
vuelta de la carrera? Él contestó: Sentí
que los metros se hacían kilómetros. Pues bien, de esa misma manera, a
menos de un cuarto de hora de verla yo sentía que los minutos eran siglos e
impaciente daba golpecitos al muro de acero sobre el que estaba recargado.
El lugar en el que nos
encontraríamos lo bautizaré como un bosque con árboles de concreto y animales
audio-parlantes que viven por vivir; era la ciudad. El sitio dentro de esa
ciudad lo definiré como una estación de tren, de buses, de lo que sea, da
igual, eso no importaba. Yo estaba dentro de la estación, esperándola ansioso,
con el celular en la mano y mirando persona por persona que pasaba por allí.
La estación era un túnel que
tenía muros metálicos a lado y lado. Yo estaba recostado en una de las paredes
mirando al interior. Sin saber por qué, y como si se tratara de un imán sentí
que había llegado pero aún no la veía.
Me enderecé, caminé hasta el otro
muro y observé el exterior de la estación. En efecto ahí estaba con el móvil en
su oído, el mío empezó a timbrar al instante. En ese instante ella me vio,
sonrió, colgó la llamada, vino hacia mí y nos abrazamos. El mundo se me
antojaba innecesario cuando ella me abrazaba, era algo que me hacía verla
única.
Caminamos poco. La llevé a un
café de esos que ya casi no hay, donde ponen música de los Beatles y el que
atiende no se refiere al cliente de forma irritantemente amigable. Luego de
pedir dos copas de vino y brindar por algo que ambos sabíamos pero no nos
dijimos, decidí entregarle el sobre con aquellos regalos.
-
Tus silencios
son más silencios luego de cada frase que te escribo – le dije la noche
anterior mientras hablábamos por la cámara web.
-
(sonrió)
no me analices – me dijo riéndose.
Tembló al terminar de leerlo,
normalmente quién temblaba era yo. Apenas quince días atrás nos habíamos besado
por primera vez y recuerdo que nunca antes había sentido tantos nervios, pero
esta vez era ella quién temblaba. Me dijo que le había encantado aquella poesía
y giró la cara mirando al vacío.
No lo hagas. Me dijo cuando yo ya me había acercado a diez
centímetros de su mejilla. No lo hagas, me
repitió. Sin embargo y como si el tiempo nos hubiese concedido unos segundos
extra en el día, nos dimos un beso, profundo, tierno, eterno.
-
¿Llorar
por ti? Por favor, no seas iluso- me dijo una noche.
-
Yo sé que
no lo harás, espero que nunca lo hagas.
Una lágrima resbaló por su cara
luego que me dijo que se alejaría, una vez más. Decía que era lo mejor, lo más
sensato, lo correcto y sin embargo nos dolía. Yo me sentí el peor ser humano
del planeta, la mujer que estaba frente a mí, la que me gustó y me enamoró
estaba llorando y no podía hacer nada.
Maldito mundo. No hay peor
pesadilla que ver llorar a la mujer que uno ama sin poder hacer nada. Maldito
mundo. La abracé hasta que supe que no lloraría más. Lo que pensé mientras la
abrazaba será algo que me llevaré a la tumba.
-
Para ti
estaría bien que yo te agarrara a besos. – me dijo.
-
Si es lo
que quieres, hazlo. Yo no tengo ningún problema.
Ella me halaba de la camisa con
los puños cerrados y yo tenía las manos en su espalda. Aquel beso me unía a
ella como si fuera una misma alma. Me encantaba esa fuerza con que me tomaba,
casi como uniéndose al clamor de no dejarnos ir, de escaparnos, de estar solos,
ella y yo.
Lo que siguió fue la entrega de
nuestros deseos de saciar la sed. Nos besamos con pasión, con ternura, con
deseo, con amor, con cariño, con súplica, de todas las formas que nos
ocurrieron. De fondo pasó
Ticket to ride, Penny Lane, She Loves You, Love me do y claro, Let it be.
Ahora ella temblaba y quedaba
atrapada en un torbellino de energías. Habían momentos en los que tenía fuerza
y otros en los que la sentía frágil, todo era hermoso, todo era perfecto, pero
todo también tenía que acabar.
-
Que
descanses mi cielo.
-
Que
descanses, por favor, es en serio. Promételo.- me dijo en tono de regaño
-
Lo prometo.
-
Te mando
un beso.- me dijo mientras sonreía
-
(Le mandé
un beso)
-
Descansa.-
seguía sonriendo.
Déjame ir. Fue lo que me dijo cuándo el tiempo se agotó. Yo no lo
quería así. La quería a ella conmigo, la amaba y estaba dándome los mejores
momentos. Sin embargo se iba. Me puse de pie y le abrí el paso.
-
Una última vez
-
No.
Ella dio media vuelta pero no la
dejé ir. Le tomé la mano y al girar, junté mis labios con los suyos en un
momento que quería eterno. Ella bajó la mirada y sonrió, y de esa manera me lo dijo todo. Con un adiós doloroso se perdió en la lluviosa tarde sin que yo pudiera
hacer nada.
-
¿Qué
siente por ella hermano? – Me preguntó mi gran amigo.
-
Siento que
si ella falta, me faltan motivos para querer soñar. La adoro.
Llegué a mi casa aturdido, como
si me hubiesen asestado mil golpes en la cabeza. Intenté ser consecuente con
aquello de no hablarle, pero fue imposible.
Mientras me acostumbro a estar sin ti, a extrañarte y ver en mi cabeza
cada minuto de esta tarde, quiero que tengas una linda noche. Te adoro como no
imaginas. Te extraño ahora y te extrañaré siempre. Le escribí.
Respondió a los pocos minutos y
me tomé de allí para seguir hablándole. Conversamos y sentí que éramos uno, la
sentí a mi lado, recostada en mi hombro mientras le consentía y le pedía que me
hiciera ojitos. La sentí como nunca.
Ahora solo puedo abrazar la
almohada clamando por un solo minuto más con ella. Duermo y siento que la tengo
cerca pero despierto y solo encuentro un eco vacío que me responde su nombre. Ahora me
encanta tener los ojos cerrados, no solo porque mi realidad no me guste, sino
porque cuando los cierro, automáticamente siento sus labios en los míos, y de
nuevo todo es perfecto.