miércoles, 20 de marzo de 2013

CONTRA LO INVISIBLE (HISTORIA DE TERROR - Capítulo 1)



Esta historia está basada en hechos reales. Los nombres de los personajes que acompañan al protagonista naturalmente son distintos, pero todos existen y pueden dar fe de lo que pasó.

A una persona le debía una historia, y ayer quedé a paz y salvo con esa deuda. Sin embargo, al llegar al final de mi relato ella –la persona a la que le conté- me propuso escribirla con las figuras literarias que usé mientras le relataba lo sucedido. Créanme que no se me había ocurrido hacerlo y no les miento cuando les digo que esa idea me pareció muy buena, así que anoche al llegar a mi casa, me senté al computador y empecé a escribir lo que pasó:

Corría el año 2006 y yo estaba en segundo semestre de la Universidad. Me había hecho de un círculo de amistad bastante diverso en cuanto a sus formas de personalidad se refería: Marcela era una niña de contextura delgada, cabello negro y ojos color café; se ganaba el cariño a punta de sonrisas e inteligencia. Esta señorita se había robado el corazón de Manuel, un gran amigo. Él era un joven foráneo de contextura ancha y hablar cadencioso; se notaba un muchacho responsable. Carolina era la mayor de todos, en contraste la más pequeña en estatura. Su cabello negro hasta la mitad de la espalda y sus ojos claros sin duda llamaban la atención de más de uno; no obstante, su personalidad jovial y la risa fuerte no era del agrado de otros tantos. Ella era mi novia y para aquel tiempo no llevábamos mucho tiempo en aquella relación, a lo sumo serían unos cinco o seis meses.

Una tarde estábamos sentados en la cafetería de universidad hablando de lo que serían nuestros proyectos para el final de ese semestre. Luego que cada uno dijera qué se trataría el propio, yo dije que el mío sería de actividad paranormal debido a que llevaba mucho tiempo dedicándome a ese tipo de investigaciones y esa era una buena oportunidad de hacer una indagación teórica sólida al respecto.

Al no ser un tema tan común, todos se interesaron y empezaron a hablar de sus propias experiencias, pero hubo una en especial que me llamó la atención: La historia de Juan Manuel:

-         En la finca de mi familia, hay un espíritu. Al parecer de una familiar que se murió allá. A veces grita o mueve cosas. – Respiró como recordando- a mí no me han asustado pero si lo que me cuentan es cierto, hay que tener cuidado.

-         ¿Desde hace cuánto?- le pregunté en un tono que se asemejaba al de un médico tratando de diagnosticar una enfermedad.

-         Desde que ella murió, hace unos años.

Aunque dejamos de hablar de esa historia, a mí la idea quedó dándome vueltas en la cabeza. Esa noche llamé a Manuel al móvil y le propuse ir al día siguiente hasta la finca e investigar con los equipos necesarios qué era lo que pasaba allá. Él aceptó sin ningún inconveniente, sin embargo, a Marcela y Carolina no les gustó la idea y se negaron a ir radicalmente, no dieron siquiera espacio a negociar. Al final  se quedaron en sus respectivas casas con cierta preocupación.
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Un día después. Zipaquirá.

Era de noche. Habíamos llegado en una flota que tomamos en una estación de buses ubicada al norte de la ciudad. Estaba oscuro, hacía un frío espantoso y una cerca nos alejaba unos sesenta metros de la entrada de la finca. Detrás de nosotros se extendía una carretera que, hasta hacía unos minutos, presenciaba el paso de varios carros. Sin embargo, en ese momento no parecía pasar ni un alma en pena. Ello era técnicamente normal si consideramos que eran las 9:00 de la noche y todo empezaba a perder su vitalidad.

Manuel sacó una llave y abrió un candado que nos permitió entrar a un vasto potrero de unos 300 o 400 metros cuadrados. No obstante, antes de avanzar puse mi maleta en el suelo y saqué una grabadora de sonido Sony ICD-TX50, una pequeña linterna y una botella de agua. Una vez con todo lo necesario en la mano. Empezamos a caminar.

Mientras nos internábamos en el aire gélido del aquel césped que parecía infinito, prendí la grabadora y sentí cómo el frío se hizo más intenso, entretanto Manuel me iba dando una inducción rápida de lo que me iba a encontrar:

-         La finca es muy oscura. El cuarto donde ella murió es probablemente el más grande y queda ubicado en una de las esquinas. Como esa habitación es tan amplia, tal vez sea el eco lo que nos haga parecer que escuchamos cosas, la verdad no sabemos.

Yo solo asentía con la cabeza y aguzaba los sentidos para rastrear cualquier anomalía en el ambiente. En mi mente estaba tratando de dimensionar el fenómeno frente al cual me iba a enfrentar. No obstante, fuera cual fuera mi imaginación en ese momento, no sabía ni en medida mínima la dimensión de lo que iba a hacerle frente.

En la biblioteca Vaticana las salas con encapsuladas. El nivel de oxigeno se reduce al mínimo vital para que la oxidación sobre el papel sea mínimo y las obras se conserven por mucho más tiempo; al entrar allí uno siente que los pulmones se contraen, es como si extrajeran el poco aire del entorno y uno se cayera en el abismo de la inconsciencia. Así me sentí yo cuando entré a la finca de la familia de Manuel y, ante ello, el mensaje era claro: A lo que fuera que estaba adentro, mi presencia no le agradaba mucho.

La única diferencia entre la biblioteca Vaticana y la finca de Manuel (ambientalmente hablando claro y guardando la debida proporción) es que en aquellas instalaciones europeas el cuerpo se adecua luego de un tiempo, pero en aquella finca era simplemente imposible. No habiendo más remedio, hice gala de la fuerza que tenía y fingí que no pasaba nada. Caminé erguido y con cara más seria de lo normal hacia el lugar al que Manuel me guiaba.

La finca estaba hecha de la forma antigua, a manera panóptica (Es decir, un patio en el centro y todas las habitaciones, incluyendo la cocina y el baño, alrededor). Tras atravesar aquel claro central en el cual reposaba una mesa con un florero vacío sobre ella, Manuel me llevó a la habitación donde murió su tía. Ese lugar era el más oscuro de toda la casa: Había una cama en una esquina de la habitación, un escritorio con un computador y un clóset con algo de ropa. Nada más que eso.

-         ¿Cambiaron esa cama luego que la señora falleció?
-         No, salvo el computador, que para ese tiempo no estaba en este cuarto sino en el mío, todo sigue intacto. Tal como el día que ella murió- me dijo con algo de nervios que ya dejaba notar.
-         Perfecto.

Me quité la chaqueta y prendimos el ordenador, instalé unos programas y le dije a Manuel que, si quería, fuera a su habitación a descansar. Yo me quedaría aquella noche en ese lugar. Él me miró con ojos de sorpresa y me preguntó si estaba loco. Yo le dije que no se preocupara.

No había alcanzado a terminar la frase cuando vi cómo Manuel miró por encima de mi hombro y los ojos se le volvieron de vidrio, como si fuera a llorar.

- ¿Qué pasó?
- Detrás de usted – hizo una pausa -  acaba de pasar alguien detrás de usted.- Me dijo con un temblor en la voz y un nerviosismo que amenazaban con convertirse en un shock.

A mí los nervios se me estallaron. Sentí un vacío en el estómago terrible y por primera vez en toda la noche quería irme de ese lugar. No obstante, me calmé y dimensioné que, ahora, eso era muy serio; me estaba metiendo con algo mucho más grande que yo y no podía dar marcha atrás. Respiré profundo y le hablé de forma serena.

-         Manuel, calma. Yo me voy a quedar acá. Usted vaya y descanse, no hay problema.
-         No, tengo una idea. Ya vengo.
-         ¿Qué idea tiene?
-         Voy por whiskey.- levantó la mano derecha extendida como un juramento y luego la dejó caer con brusquedad-  Esta noche yo no voy a dormir en esta finca, así que desde el patio, sentado, lo voy a acompañar.

Él se fue y yo me quedé solo en esa habitación. Puse la grabadora bajo la chaqueta que ya me había quitado y me senté en la silla azul de rodachinas que estaba frente al computador. Desde allí pude ver a Manuel ir hacia la cocina y dos minutos después sentarse a la mesa del centro del patio con un vaso lleno de licor.
Respiré, me froté las manos y esperé.

A los cinco minutos quedé atónito cuando la chaqueta empezó a deslizarse sola muy suavemente sobre la cama destapando la grabadora. Por dentro sentí que los restos de mis nervios se habían destrozado. Mi batalla contra un fantasma que me superaba de todas las formas posibles había acabado de empezar.

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