sábado, 31 de marzo de 2012

EL SUICIDIO DEL AMOR

(Q.E.P.D)

Muere sin dejar testamentos


Cansado de ser el juguete de miles de idiotas,
cansado de ver sufrir a los inocentes por mi culpa,
yo, el amor, me largo de sus fauces humanas
porque ninguno fue capaz de saber cuál era el motor del mundo.

No la entendí, colgué y puse sobre la mesa esa combinación malsana de Coca-Cola y Aguardiente que me robé de la historia de un gran conocido, aquel ex-novio o novio de Oriana a quién dejé de ver hace mucho. Me recosté sobre la silla azul y me quedé mirando el vacío como si allí fuera a encontrar la respuesta al porqué una relación de 2 años se había terminado. Tomé un trago y me levanté. Caminé hasta mi cama y me dejé caer con rudeza. Cerré los ojos intentando alejarme del mundo simulando una muerte simbólica pero a la larga  infructuosa.

Luego de un rato desperté sin recordar siquiera que pasaba. Me había dado cuenta que tenía aún la ropa de diario puesta y eran las 3 de la mañana. El computador reposaba sobre mi escritorio justo al lado la Coca-Cola con aguardiente. Esa bebida ya sin gas, insípida y casi grotesca a la mirada me recordaba exactamente que así fuimos ella y yo: Al comienzo nos jurábamos ser la combinación perfecta, pero luego nos hicimos simples, molestos y casi grotescos.

Me levanté y encontré 14 llamadas perdidas en el móvil que había dejado convenientemente en silencio, sonreí irónicamente por lo bajo y me pregunté si esas llamadas eran para seguir hundiendo morbosamente el puñal que me había clavado antes de colgar. Tomé el celular y cautelosamente lo envolví en una sábana, lo puse en suelo, y de una pisada seca, sentí como la pantalla se hacía pedazos bajo mi pie. Otro golpe. Otro. Y otro. Ahora el celular estaba en paz.

Abrí la puerta y bajé las escaleras de la casa sin encender la luz porque no quería esta vez ceder a la obligación maldita de tener que ver el mundo tal y como él quiere que se le vea. Me parece injusto con el mundo, conmigo y con mi sufrimiento que se traducía por la ausencia de color, por la tiniebla, por la penumbra.

Llegué a la cocina y me serví agua en un vaso de Batman color negro. Acabé el agua y envolví el vaso en un limpión de la cocina, lo rompí entre mi mano y alcance a cortarme un poco la palma. No le di mayor importancia y boté los vidrios en la basura. Ahora el vaso estaba en paz.

Abrí el cajón en el que se guardaban los cubiertos, saqué un cuchillo y pulso se me aceleró. Vi mi reflejo borroso en la filosa hoja de metal y subí corriendo a mi habitación. Con toda la paciencia corté la almohada que había sido confidente de mis alegrías y tristezas junto a ella, luego clavé el cuchillo sobre el colchón sobre el que había dormido incontables veces con su cabeza recostada en mi pecho y corté una por una las cobijas que fueron testigos silenciosos de nuestros encuentros amorosos. Ahora gran parte de mi habitación estaba en paz.

Vi la pastilla sobre ese libro de las Moradas Filosofales de Fulcanelli y una ola de terror en forma de sangre subió desde el estómago hasta la cara. La tomé en mis manos y caminé sobre los fragmentos de las sábanas que parecían ordenadas por el mismo Maurice Escher en un camino infinito y sin sentido con destino de la nada. Introduje el medicamento entre la Coca-Cola y el aguardiente y en cuestión de segundos se desvaneció entre el líquido.

Tomé esa mezcla grotesca que parecía salida del mismísimo infierno. Poco a poco sentí que se quemaba esófago, el estómago luego el líquido estuvo en paz, o al menos no volví a saber de él.

Me recosté y vi como la muerte entro con su túnica blanca por la puerta con una sonrisa de satisfacción. Claro, la muerte se viste de gala cuando quien se muere es alguien tan importante como el amor mismo. Lo recibe con bombos y platillos sabiendo que a pesar de renacer en diez mil formas distintas matarlo no depende sino un momento de debilidad. El amor cuando entra al reino de la muerte se pelea con la costumbre una batalla que entra perdiendo y al final, termina envejecida y maltrecha de golpes. El amor tiene un suplente manifiesto que acaba con una muralla fortalecida. La costumbre es el verdugo que encierra el amor en una jaula blindada que acaba por asfixiarla hasta que poco a poco deja de respirar. No imaginan cuantas veces la costumbre se ríe del mundo cuando se disfraza de amor y todos la confunden. El mundo parece entonces tan inocente como un chiquillo en plena piñata.

Ya no había marcha atrás. Me relajé sobre mi cama y cerré los ojos intentando alejarme del mundo, ya no hubo dolor, no supe más de ella, como en una muerte simbólica pero fructífera y efectiva. Verdadera. Yo ahora estaba en paz.

domingo, 25 de marzo de 2012

AMARTELAMIENTO UTÓPICO II

(Segunda parte de la tetralogía Samanthiana)

Descubrí que mi vicio era verla
y toda mi vida giró en torno a que de nuevo pudiéramos hablar.
Y aunque no nos volvimos a ver,
sus ojos en la foto me decían que seguía conmigo 

Era un tanto exasperante no poder controlar mi impulso de sonreír cuando escuchaba su nombre, sobre todo cuando había intentado controlar en mi vida todo lo que se me apareciera. Aun hoy controlo lo que quiero ver, lo que quiero oír, lo que quiero tocar, controlo la felicidad de quienes quiero e incluso controlo la forma de no odiar a quienes no son de mi simpatía. Y sin embargo, reitero que aún hoy, me declaro detestablemente incapaz de no sonreír cuando leo, escucho o pienso en ella y su nombre.

El día había llegado. El tiempo de jugar había empezado. Llegué más temprano que de costumbre y, tras pagar 6800 pesos al taxista que me contó que había terminado con su novia justo el día anterior, subí al salón de conferencias de la Universidad  y me senté en una silla que me permitiera ver quienes llegaban y salían. Eran de esas sillas plegables como de cine, que impiden acomodar el cuerpo en otra dirección que no fuera hacia el frente, así que intenté acomodarme de tal manera que mi cuerpo quedara parcialmente ladeado y así mirar hacia la puerta principal. En ese momento me di cuenta que me estaba importando más que llegara Samantha que la conferencia misma. Estaba perdiendo los estribos de mí mismo y eso me daba auténtico y placentero pánico.

Llegaron Felipe, Jairo y David. Tras un saludo lleno de etiquetas cual si fuéramos negociantes en un coctel, nos sentamos de nuevo y empezamos a hablar de la discusión del día anterior y, claro, me preguntaron qué era lo que pasaba entre Samantha y yo. Al no saber qué contestarles, les dije simplemente que jugábamos a alterarnos, pero que entre nosotros nunca había pasado nada, les dije incluso que ella me parecía un tanto petulante y no me caía del todo bien. Mentí.

Samantha entró y por primera vez la vi con el cabello suelto. Resistí todas mis ganas de lanzarme a saludarla e hice como que no la vi. Solo su cabello, ese compilado de finos hilos   articulaban notas calmas al caer sobre su espalda y provocaban convulsiones exactamente donde se siente la gastritis. Cada caída del cabello sobre sus hombros provocaba que el tiempo se detuviera haciendo de ella una fotografía perfecta, momentánea y eterna. Estaba comprobado. Anna, esa chica cuyo amor de verano había me había marcado hacía unos 3 años y además había sido la protagonista de mis fantasías, ahora estaba relegada en alguna parte del cuarto de san Alejo en mi cabeza. Ahora Samantha estaba reordenando los muebles de mis pensamientos de una manera completa.

Me levanté para ir junto a los profesores de la cátedra que estaban en la primera fila. Ellos me habían llamado para sentarme con ellos. Cuando estaba aún saludándoles sentí que una mano tocó mi hombro:

-          Hola, ¿interrumpo?- me aterrizó la voz de Samantha.
-          Hola- Le contesté hipnotizado. Tras unos segundos de auténtica sorpresa, en silencio le presenté algunos profesores que ella no conocía.
-          Profesor, tengo algunas preguntas que hacerle, ¿puedo robarle unos minutos cuando acabe la conferencia?- me dijo con una seriedad impertérrita.
-          Por supuesto, tardaré unos minutos en salir para poder saludar los exponentes pero estaré fuera 20 minutos después de que finalice.
-          Perfecto, esperaré entonces-suspiró se dio la vuelta y se acomodó el cabello mientras se dirigía a un puesto que quedaba al lado de Jairo y Felipe. Carla, que ya había llegado me saludó a la distancia.

Cuando una mujer hermosa le habla a un hombre, ese hombre conoce el concepto de adicción en toda su extensión. Escuchar esa melodiosa voz es una inyección de placer sobre los tímpanos, ver su figura era el éxtasis de la vista, tomarla por su cintura era la ambrosia del tacto, oler su perfume natural era el embeleso del olfato y darle un beso era el paraíso sobre los labios. ¡Maldición!…. Me estaba enamorando.

Toda aquella clase quedé englobado recordándola, embrujado por su rostro perfecto, sobre un cuerpo no tan perfecto aunque armonioso. Aprendí desde adolescente a darle más importancia al rostro que a otra parte de la anatomía femenina, porque es ahí donde se esconden algunos de los enigmas de su personalidad insondable,  al igual que en la mona lisa. Algo que odiaba no controlar era que cuando movía el cabello yo quedaba mentalmente aislado del planeta. Eso era grave.

Al terminar la conferencia el estrépito de los sujetos que se ponían de pie me aterrizó de nuevo a la tierra. Samantha era más que su nombre poético y su figura subjetivamente perfecta; todo en ella era una invitación sutil al cortejo, un paseo por los caminos prohibidos del deseo. Ahora pasaba por mi lado haciéndome una sonrisa coqueta que me ponía a prueba: Cuánto tiempo podría aguantar sin hablar con ell... (no aguanté)

-          Oye, ¿tendrás tiempo más tarde?-  Le dije mientras la hacía a un lado del resto de la gente.
-          Voy a la casa, a menos que tengas un plan que me incluya a mí.
-          Voy a tomarme un café que desde hace tres segundos se ha convertido en dos tazas de café. ¿Vienes?
-          Claro, te espero.

Se hizo un silencio de dos segundos en el que intentamos disimular las sonrisas de picardía.

-          Profesor – me dijeron mientras me tocaban el hombro. – El Doctor Murphy le espera, dijo que usted había quedado en saludarle.
-          Gracias profesora Herrera. Definiré una asesoría con la Señorita Miranda y estaré en un minuto con ustedes.

La profesora Rocío Herrera era una señora que rondaba los cincuenta y tantos años. Se había mostrado un tanto incómoda cuando me aceptaron en la comunidad docente porque me consideraba un poco joven para dictar clases. Sin embargo, con el tiempo me había ganado su respeto. Tenía aspecto enjuto y era algo encorvada, en resumen era visualmente temible a primera vista. No obstante, demostró que tenía ciertos sesgos de aire materno que la había hecho una excelente compañera de trabajo.

Ella al escuchar lo que le dije se alejó con respeto y algo de complicidad. Algo le decía que no era precisamente una asesoría.

-          A la vuelta en el café Hindú en las mesas del fondo. Media hora. – Le dije susurrando a Samantha.

Ella asintió con aire serio. Su rostro se transformó y por alguna razón presentía que iba a decirme algo importante. Dio media vuelta, me miró antes de salir y sonrió.

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Ella me miraba, miraba la copa de vino (cambiamos de opinión mientras pedíamos al mesero y desistimos del café), miraba el vacío y hablaba:

-      ¿Sabes? Uno se rodea de porquerías, y es cierto. Uno cree que tiene muchos amigos. De hecho, cuando uno es niño tiene muchos amigos, pero cuando comienzan a alejarse, a separarse o a traicionarte, uno por uno van pasando a la lista del olvido. Cuando eso pasa nuestro proceso de selección se hace más duro, tiene más reglas y se hace más fuerte para que solo quien valga la pena entre a tu círculo de afectos.           
Cuando eres adolescente tienes menos amigos que cuando eras niño, pero muchos de esos amigos adolescentes tienen segundas intenciones. Como son adolescentes solo piensan en sexo, por tanto si son de sexo contrario a ti, te hablan porque quieren sexo; pero si no lo son quieren que les hables de sexo. (Suspira).   
Se hace tan cavernaria una conversación entre adolescentes que se torna insulsa, claro, adolecen de ver más allá de los lentes oscuros de unas gafas. Luego más grandes tienes muchos menos amigos. Tanto que cuanto te preguntan por la gente que te rodea, contestas: “amigos, realmente amigos tengo…” y contarás a lo sumo 3 o 4 máximo 5.         
Pero, porque siempre hay un pero, pasa la tragedia y es enamorarse. Por más que no se quiera la pareja absorbe de una forma criminal: dejas de ver a tus amigos, incluso a tu familia, dejas de tener vida y a duras penas tienes tiempo para ti. Todos te saludan diciendo: ¡uy! Qué perdido o perdida, ¿por qué no apareces?             
Luego cuando te das cuenta has estado por años al lado de alguien y te has privado de mucho, pero también has gozado de otras cosas. Entonces te cuestionas. Te preguntas si ha valido la pena estar tanto al lado de alguien; y ello se fortalece cuando te das cuenta que tus amigos son dos con suerte.               
Tu vida está pasando a través de tus ojos sin darte cuenta. Llegas a viejo y qué, no hay amigos, no hay nada. De pronto tu pareja, si es que no te da una patada cuando ya te ve entrar a la vejez. Tus hijos no, esos son prestados, y dejándonos de boberías los jóvenes de hoy no quieren tener hijos.    
¿Ves? solo estamos rodeados de porquerías, cosas efímeras como esta blusa que tengo puesta y que esta noche voy a quemar en una hoguera donde también irá más de un recuerdo mío. La vida pasa y tú no eres nadie, ni yo tampoco. Somos tan insignificantes que mil veces hubiese preferido ser un Molusco a un humano. Esos no son tan hipócritas como nosotros.

Todo lo que me decía tenía un camino, ella no decía cosas gratis. Todo ese monólogo que me pareció una cartilla de pensamiento humano tenía un destino que a legüas se notaba que le dolía decirme.

-          Sam, tienes razón. Sin embargo pareces tratar de destruir tu vida misma. De destruir tu pasado y tu presente. Parece que quisieras irte del planeta y vivir solo para ti…
-          Para los dos… - me dijo mientras me tomaba la mano- Me iré del país en cuatro días. A Bulgaria, no podré hacer nada y perderé lo que ahora más quiero, te perderé a ti.
-          Quiero verte mañana a las 7:30 en mi apartamento, será la última oportunidad de vernos y quiero hacerla más que especial- le dije mientras trataba de asimilar la tristeza de dejarla y, claro, evitar por completo pedirle explicaciones.
-          Quiero amanecer contigo, en este bar, tomando vino. Juntos sin importar nada. Sueño con eso a tu lado y no me preguntes porqué.
-          Tomando un… ¿Gato Negro Chardonay? - Leí la etiqueta del vino.
-          Ese mismo. Mañana 7:30 de la noche. ¿si te parece?- me preguntó con un aire alegre y triste a la vez.
-          Que así sea- le dije.
-          A partir de ahora ni Erick ni Anna existen, ni mi pasado ni el tuyo existen. Solo existes tú y existo yo.

Terminamos el vino y salimos. Tropecé con una señora y le dije que disculpara casi sin mirarla. La llevé hasta su casa y allí, antes de dejarla de nuevo mi corazón empezó a latir desbocado. Sentí su mano en mi rostro, tan delicada que transmitía una paz casi celestial. Nos fuimos acercando poco a poco hasta darnos un beso. Suave, tierno, suplicante, hermoso; simplemente inexplicable. Nos separamos, nos abrazamos y ella dio media vuelta. Se fue secándose una lágrima que se había colado entre su fuerza.

Huizinga tenía razón, el juego era lo que él decía y ahora yo debía asumirlo. Me fui a mi casa, hice algunas llamadas para preparar milimétricamente la noche del día siguiente y me dispuse a intentar dormir. Sobra decir que fracasé con todo éxito en eso de conciliar el sueño.

domingo, 18 de marzo de 2012

Manual de sexo ocasional (Primera Edición)

A una mujer hermosa recuérdele que  es hermosa,
porque cuando asume que es hermosa
empieza a cargar la belleza como un bolso,
y su prepotencia  termina por hacerla detestable.

Saliéndome de las historias románticas, dedicaré por un momento un espacio a esa parte que los procesos químicos que aseguran la existencia del amor nublan por completo, me refiero, claro, a la razón. El título de este escrito lo discutí de viva voz algunas veces, pero considero que no hay nada más complejo que la mente humana y por tanto, en muchas ocasiones la gente sufre de más cuando se junta con quien no debe.

Teniendo en cuenta que los seres humanos, junto con los delfines, somos los únicos que tenemos sexo por placer, somos presas fáciles de personas cuyas hormonas parecen un festival de 365 días. También vale la pena decir que somos víctimas de nuestras propias hormonas y de hecho conozco grandes amigos que echan la culpa a estas, de ciertas experiencias de vida que hoy por hoy deben estar en segundo de primaria. Ello demuestra que definitivamente deberíamos desconfiar en muchas ocasiones de quien se nos arrima y a veces hasta de nosotros mismos.

Pero se preguntará porqué pasa eso, y la respuesta es simple. La paranoia humana está diseñada para no confiar en absolutamente nada que tenga la capacidad de respirar: El perro por las noches, un gato muy quieto, un gato que se mueva mucho, el novio, la novia, el esposo, la esposa, los hijos cuando dicen que van a alguna parte, el hermano o la hermana mayor o menor, el amigo, la amiga, el mejor amigo (si es mujer tenga en cuenta que el 80% de los hombres espera que esa amiga baje la guardia para aprovecharse), la mejor amiga (Esta mejor amiga es la que simula dar consejos y le dice “tan diviiiiino” pero al primer piropo termina soltando desde un beso hasta lo que se pueda imaginar), y muchos otros ejemplos. En resumen no confiamos de ninguna manera en nada que tenga la capacidad de pensar y hablar entendiblemente.

El humano es experto en hilar segundas intenciones como si fuera un jugador de ajedrez moviendo fichas. El ejemplo más obvio es ese del mejor amigo y, vamos al grano, teniendo en cuenta un estudio de la universidad de Ohio, “el género masculino piensa en sexo más veces que las mujeres (desde 19 hasta 388 veces). El especialista que dirigió el estudio, Terri Fisher, manifestó  que las féminas, en promedio, piensan en el sexo 10 veces al día”. (República.pe) Por ende, luego de cierta edad todos los humanos pensamos en sexo, la causa y la solución de miles de problemas alrededor del globo. Miremos entonces a dónde quiero llegar cuando hablo de este tema.

Pedir algo bien pedido nunca será negado, el sexo bien pedido nunca será negado. Pero ¿de qué depende? En primer lugar vea la moralidad de la víctima, hay que tener en cuenta que si ofrece sexo ocasional, la moralidad de la persona debe estar hecha de ligerezas, que se fije poco en valores éticos muy bien establecidos (cómo el auto-respeto por ejemplo), y sobre todo no tenga dilemas sentimentales definidos hacia usted, frases como “te estoy empezando a querer mucho” o “te estás convirtiendo en alguien muy especial para mí” dichas o recibidas, son letales a menos que usted quiera terminar lastimando a la otra persona.

Lo que viene después es la proposición y esa se hace naturalmente buscando el tema. Alguien que se valore poco normalmente también valora poco su vida privada, por tanto, andará hablando fácilmente en dobles sentidos, sus propios encuentros sexuales o buscando saber los ajenos. Ahí es dónde debe “picar” su curiosidad, debe crearle preguntas al respecto y hacerle pensar que las respuestas las tiene usted.

Un plus es que la otra persona se encuentre en un estado anímico bajo, es decir, triste o deseando compañía. Dice la psicología que el estado más vulnerable de una persona es ese donde se encuentra triste y eso es lo que debe aprovechar. Si ella o él están de pelea con la pareja, o si no tiene pareja pero tiene algún tipo de dilema por su ex pareja, haga el intento porque sus probabilidades aumentan considerablemente.

La respuesta positiva depende de su proceder en los anteriores puntos. Si siguió con rigidez milimétrica lo anterior el sí es casi un hecho. Sin embargo luego de esa anhelada respuesta no se vuelva repetitivo ni muestre las excesivas ganas de llevarla o llevarlo a cama, acuérdese que quien muestra el hambre no come. Si usted le recalca sus ganas él o ella probablemente sientan sensación de poder y comiencen a manipular la fecha o simplemente dejarla/o con las ganas.

Si le dice que no, insista un poco. A pesar de no hacer latentes sus ganas, a nadie le gusta hacerse el fácil. Repita de nuevo los pasos 2 y 3 (buscar el tema y generarle curiosidad) y si es juicioso tardará una semana más de lo programado (reitero que sólo si es juicioso). Recuerde que siempre que alguien llena el perfil del punto 1, es candidato perfecto a que usted tenga el sexo ocasional que tanto anhela.

Si le dijo que no, con un tono serio y queriendo tomar la distancia necesaria. Ese no es un NO y más le vale no hacer más mella en el asunto. Él o ella resultaron gente de principios y valores morales muy bien plantados, gente que en pocas palabras vale la pena, entonces allí no proponga nada más y trate de limpiar su nombre para que no quede como un “ganoso incontrolable”. Tenga en cuenta que cada vez que propone algo o usted acepta, su imagen está en juego.

Si usted sigue estos pasos muy a placer tendrá su sexo ocasional, una noche y adiós a la compañera. Sobra decir que el perfil de quien propone es igual al de quien lo acepta, sobre todo por aquel asunto del auto-respeto o el bajo valor de sí mismo. No basta por decir que este sexo ocasional no hace sino calmar las ansías animalescas de una de las especies más inferiores que tiene la faz planetaria (por no decir la más inferior): El ser humano.

Si quiere usted que una noche de sexo valga la pena no busque ni sea una de las personas anteriormente descritas, sea una de las que si valen la pena, de las que prefiere hacer feliz muchas veces a una sola pareja y no hacerse efímeramente satisfecho con muchas. Sienta que vale lo suficiente como para no tener que estar regalando su humanidad a quien le proponga un revolcón.

Si la otra persona le da la respuesta NO, tome ejemplo y deje de obsequiarse. Empiece a valorar su humanidad. Si sigue así, se dará cuenta, que tendrá muchas historias de cama pero ninguna pareja que valga la pena. Recuerde que un hombre quiere acostarse con muchas pero solo quiere dormir con una en toda su vida, y la mujer quiere acostarse con muchos (tal vez más que el hombre), pero por ser seres altamente sensibles terminan cayendo más fácil  y si no tienen el carácter suficiente de decir no, pueden estar perdiendo más de lo que ganan (y saben a qué me refiero).

En vez de buscar sexo ocasional busque hacer el amor con quien realmente valga la pena, así y solo así podrá hacer que una noche, una mañana, un rato, o toda su vida realmente valga la pena. No hay que negar que la televisión y la música (más puntualmente el reggaetón y perdón por herir susceptibilidades pero hay que afrontar la realidad) tienen la directa culpa que en las mentes adolescentes se vea el sexo ocasional como la manera perfecta de divertirse, pero con el perdón del señor compositor de “sin compromiso”, “eso en cuatro no se ve”, “te gateo”, “no sé cómo se llama”, entre muchas otras, componer esas canciones solo pone en evidencia que si de alguna manera vino a este mundo, debió ser mediante sexo ocasional. Por favor anticristos del reggaetón, no se desquiten con el mundo y mucho menos con nuestra juventud. Nosotros no tenemos la culpa que sus deseos reprimidos los encajen a la fuerza en ritmos cuya exigencia neuronal es de cero.

En conclusión, valore su ser, su cuerpo y aprenda a respetarse. Y si no puede vaya a sus bares de gente fácil (que en mi querida Bogotá abundan). Allá siga todos los puntos descritos y disfrute su autodestrucción voluntaria. Ah! y manténgase lejos de mí. Gracias.

Oda al olvido (TOMO I)

El olvido no se basa en dejar de pensar en alguien,
se basa en dejar de pensar en lo que se siente por alguien.

Si usted supiera de mis sentimientos,
muy seguramente desistiría de buscarme.
No se imagina, estoy seguro,
que mis sufrimientos,
con sus lágrimas se aparejan
y me muerden cual serpientes mordaces.

No se imagina, estoy seguro,
Que me sueño con su mirada,
y me despierto desilusionado al mundo,
Cuando noto que mis brazos
rodean vanamente una almohada,
mezquina y ausente de sentimiento alguno,

No se imagina, ni superficialmente,
Que mis brazos en las noches la buscan,
allá, en los rincones olvidados,
en recuerdos aletargados
como la escena del sofá donde la esperé,
roñoso y amargo como aquel café.

No se imagina, de ninguna forma,
Que la desesperación me asaltó ese día,
Me robó la paciencia
y mi creencia en sus mentiras,
me robó lágrimas, sollozos y desdichas,
¿por qué no robó su imagen, sus palabras y risas?,

No se imagina, que sigo ahí,
esperando como tonto en el sofá.
El café roñoso me sorprende al sonreír,
mientras un clavel ya marchito se rie de mí,
Tonto y mil veces tonto,
Cuando a tú te amo le creí

viernes, 16 de marzo de 2012

EL AMARTELAMIENTO UTÓPICO I

(Primera parte de la tetralogía Samanthiana)

Si quiere un amor renovado,
renueve constantemente sus sentimientos de culpa.

Estaba sentado en una mesa de cafetería ubicada en una universidad cuyo nombre no diré por preservar el prestigio de los estudiantes que aquí nombraré. Allí me encontraba tomando un café y conversando de algunos temas aislados. Dos de mis más grandes amigos estaban debatiendo porque el concepto de juego de Edgar Morín le parecía más válido a Felipe mientras que a Jairo le parecía mucho más efectiva la definición de Wittgenstein. Yo, sinceramente, defendía más la de Huizinga. Entretanto, Carla y Samantha miraban desde el otro lado de la mesa, entretenidas y en silencio, cómo nosotros nos devanábamos los sesos en un tema tan poco usual.

Durante toda la conversación cruzaba esporádicamente la mirada con Samantha que, muy coqueta, me hacía una que otra sonrisa y le daba un sorbo al capuchino que se tomó en ese rato. Yo me sonrojaba con cada mirada, y trataba de disimular los nervios dando golpecitos a la mesa con la yema de los dedos. Creo que no hay momento que más disfrute una mujer sino aquel donde el hombre hace evidencia de la atracción que siente por ella. Para ellas no hay mayor gozo que vernos tartamudear, movernos torpemente y decir bobadas sabiendo que es culpa de la seducción que ellas producen.

Luego de un rato, cuando el reloj ya marcaba las 5.57 de la tarde, ya hablábamos de las clases de universidad. Ella se quedó mirándome como esculcando y experimentando nuevas formas de intimidarme y yo le respondí la mirada casi tratando de no dejarme. Sin previo aviso me mandó un beso haciendo que todos los presentes nos quedáramos en silencio y la sensación de sorpresa e incredulidad robara todo rastro motriz de mi cuerpo. Ella siguió con la mirada fija y la sonrisa coqueta y yo seguí sonriéndole, siguiendo el juego.

Ella y yo nos conocíamos desde hace mucho, 3 años atrás más o menos. Cuando entré al salón como su monitor y profesor de simbología, sólo bastó esa clase para que ella ya me pareciera una chica linda y petulante que sustentaba sus defectos de personalidad ególatra con una belleza notoria. Yo a ella le parecía un crecido prepotente que quería aparentar saber todo, pero que lo único que hacía era confundirla y por ende enfurecerla. En resumen, nunca en nuestra vida nos íbamos a poder aguantar:

  • -          ¿Sabe alguno cual es la paradoja de la omnisciencia?- dije ante los casi 25 estudiantes.
  • -          Es el de la imposibilidad de la perfección de Dios ¿no? – Me respondió Samantha un tanto insegura.
  • -          En efecto, esa es, ¿la sabes?
  • -          Sé el enunciado pero no la explicación exacta… “¿puede Dios crear una piedra tan grande que pudiera quedarle difícil de levantar a él mismo?”
  • -          Y la respuesta correcta es…
  • -          Si puede… -dijo un muchacho de gorra, ropa ancha y un poco desarreglado- Dios lo logra por su poder infinito.
  • -          De hecho ambas respuestas, el sí y el no son imposibles. Ninguna existe- dije- si le queda difícil de levantar es porque no sabe cómo hacerlo cómodamente y por tanto no es omnisciente, pero si le queda fácil, entonces no cumplió con nuestro pedido de hacer una que se le complicara de llevar, por tanto tampoco será omnisciente. Sin embargo, espero un análisis de 2 páginas al respecto. Es para la siguiente clase y si logran tumbar esta paradoja será un logro para todos.
  • -          ¿Entonces usted no cree en Dios?-preguntó Samantha
  • -          No dije eso señorita…
  • -          Miranda.
  • -          No dije eso señorita Miranda, solo digo que en los escritos de ese Dios hay incongruencias.
  • -          ¿Y quiere que nosotros suplamos las incongruencias de ese Dios y de sus escritos?
  • No, lo que quiero es que me argumenten porqué creen en un Dios que, en el papel, tiene tantas incongruencias.

Entre murmuraciones los estudiantes se fueron alejando y yo recogí mis cosas tratando de sopesar el éxito o fracaso de la clase. Levanté la mirada y me di cuenta que ella era la única que quedaba en el salón junto con Camilo Villa, un muchacho distraído, alto, delgado, moreno y un poco encorvado. Ella recogía sus cosas mientras él ya salía del salón:

-          Usted es bastante curiosa señorita Miranda.
-          ¿le molesta?, creí que eso le aportaba. – Lo dijo en un tono que notoriamente mostraba petulancia.
-          No lo decía porque me molestara, sino porque es muy inusual ciertas preguntas en estudiantes de tercer semestre. Pero notoriamente mis comentarios no son para que los entienda todo el mundo – lo dije a manera de contra-ataque.
-          En eso tiene razón – cogió su maleta- usted tiene el talento de hacerme confundir solo con el saludo – hizo una sonrisa que oscilaba entre la rabia y la coquetería y se dio vuelta.
-          ¿Baja usted?-preguntó antes de salir del salón.
-          No, debo dejar unos papeles en la facultad, gracias por preguntar.
-          No es nada.

Luego de tres clases y varias discusiones académicas alrededor de miles de símbolos e historia, nos fuimos a tomar un café. Ella cuidaba mucho que su cabello, siempre recogido, estuviera arreglado milimétricamente como si posara siempre para una foto. Hablaba, miraba la taza de café, sonreía y de nuevo me miraba. Es linda pensaba mientras me esforzaba por no hacerlo notar. Me dijo que la impresión que había tenido sobre mi era completamente distinta a la que experimentaba cuando hablaba conmigo en una mesa de cafetería. Yo le decía, que de la misma manera, tenía un impresión errada de ella. La conversación se encaminó hacía una conferencia a la que quería que ella me acompañara. Ella aceptó, pero iría mucha gente mutuamente conocida, por tanto, acordamos actuar como completos desconocidos para no levantar sospechas de un romance que no pasaba.

Seguimos hablando y ella nubló sus ojos cuando hablamos de Erick, el novio búlgaro que la esperaba desde hacía 2 meses, fecha en que había resuelto hacer los dos semestres que le faltaban para graduarse de antropóloga. Ella decía que no sentía lo mismo por él, a pesar 5 años de relación. Ella estaba segura de las infidelidades de su pareja pero estaba tan entregada a la rutina y la costumbre de su relación que no era capaz de dejarlo.

Al cabo de un rato fui dejarla a la casa. Cogimos un taxi en la Calle 100 con Carrera 15 y nos fuimos hasta su apartamento en la 116 con autopista norte.

-          Adios Sam.
-          ¡Por Dios! – me dijo sorprendida- No me dijo Señorita Miranda – dijo riendo.
-          Dejemos esa formalidad para la clase –le dije entre risas- fuera del salón eres Samantha.
-          Y tú eres…
-          Yo soy quien te cuidó hasta dejarte en tu casa.
-          Y tú y yo somos…
-          Somos más que dos – dije citando a Bennedetti.

Nos acercamos para darnos un beso de despedida que presumía sería en la mejilla. Pero no pasó así, en cambio fuimos suave y directamente como engranajes de relojería hacía la boca. Sentimos suavemente los labios del otro, inquietos, uniéndose y separándose en cámara lenta, abriéndose y cerrándose tratando de atrapar los labios del otro, besando sin pensar en que pasaba en el resto del planeta. Nos separamos, nos abrazamos y luego de una despedida casi sin palabras subió a su apartamento y yo me fui a mi casa.

Pero regresemos a la mesa de la universidad. Quedamos mirándonos con Samantha  mientras Carla, Felipe y Jairo nos miraban con los ojos como platos, esperando qué podía pasar.

David llegó por detrás de ella saludando a todos rompiendo el silencio.

-          Hola muchachos, ¿alguien lleva carro mañana? el transporte hasta la conferencia va a ser muy pesado y me gustaría hacerme la vida un poco más fácil.

Mañana, Conferencia. Mañana jugaría al desconocido con Samantha, mañana el juego seguiría entre ella y yo y así confirmaría si la definición de Huizinga sería la adecuada…


P.S: Jairo se ofreció a llevar a David a la conferencia.

sábado, 3 de marzo de 2012

EL AMARTELAMIENTO UTÓPICO III

(Parte 3 de la tetralogía Samanthiana) 

Al nacer la vida me había medicado enamorarme de vos.
No para tener salud, sino para hacer que mi vida valiera la pena



Tu soñaste ver la celeste alborada mientras amanecías en un bar conmigo. Yo soñé empezar el día contigo mientras robaba el sabor de tu copa de vino” Le dije. Ella asintió me dio un beso y se fue en silencio. Algo me decía que no la volvería a ver y tenía razón.

Preguntarnos cómo llegamos hasta esa amarga pero hermosa mañana para mí se convirtió en una pérdida de tiempo tan evidente que dejé de hacerlo. Prefiero recordar copa a copa aquel Gato Negro Chardonay y los minutos que me brindaste antes de tu inexorable partida. Entonces preferí dejar de ahogarme en los porqués y comencé a escribir paso a paso lo que ocurrió aquellas últimas horas con ella, para que quedara una huella indeleble de mi historia.

En mi vida había estado acompañado de muchas personas en infinitos lugares, sin embargo esa mañana junto a Samantha me di cuenta que algo en ella me resultaba único e irreemplazable. El cabello largo hasta más abajo de la mitad de la espalda, sus ondulaciones y rebeldías, sus perfectos movimientos como si dispusieran de voluntad propia, me parecían la invitación más inquietante, erótica y sutil que en mi vida había visto.

La noche anterior a su partida había llegado a mi casa con la excusa de ver una película. Llegó a las 7:40 a mi apartamento, 10 minutos después de la hora acordada, con un vestido negro que dejaba ver la perfecta silueta de su cintura y un buzo estilo torero que apenas cubría sus hombros del frío.

A pesar de mis repetitivas peticiones de no aplicarse maquillaje, su vanidad, también encantadora, fue más fuerte y se aplicó lápiz de ojos y algo de pestañina para resaltar el verde indescifrable de sus ojos.

Me dio un beso en la mejilla de tal manera que sintiera sus labios en mi piel y el olor a su perfume de frutas en mi nariz. Luego nos abrazamos. Fue cuando rodeé su cintura con mis brazos que sentí las puntas de su cabello castaño oscuro suelto a los vientos nocturnos de destino insondable y entré en un estado de emoción desmesurada. Un corrientazo por toda la espalda hizo que el aire no circulara bien por mis pulmones, ello provocó un vacío indescriptible en el estómago en el que cayeron mi motricidad y mi elocuencia.

Parecía más arreglada para un coctel que para una función de cine casero. Yo a duras penas llevaba un pantalón de dril negro y una blanca de cuello (ahora caigo en la cuenta que estaba más formal que de costumbre). Tu casa es muy linda, me parece el colmo que no me hayas invitado antes, me dijo mientras apreciaba una imitación de La Virgen De Las Rocas de Da Vinci que había puesto en la pared que queda detrás del sofá de mi casa.

Pasamos a la mesa, se quitó el buzo dejando sus hombros descubiertos y, su cabello largo, celestial, cayó sobre ellos como si en ese lugar de su anatomía hubiese un lugar premeditado para que se deslizara, un lugar perfecto. Comimos una pasta en salsa de quesos que naturalmente no había preparado yo, sino un amigo muy diestro en las tareas culinarias. La acompañamos una de las dos botellas de Gato Negro Chardonay que tenía en la nevera y hablamos de porqué le gustaban los gatos desde niña, de lo difícil que había sido para ella superar la pérdida de su hermano en un combate entre el ejército y las Farc por allá en el 2004, entre otras confidencias que hicieron que las horas se pasaran demasiado rápido. Definitivamente si quieres acelerar el tiempo deberías hablar siempre con alguien que te agrade, ello nunca me ha fallado.

Terminamos de comer y nos sentamos en el sofá. Aunque era bastante amplio, ella y yo nos hicimos como si midiera 50 centímetros de ancho y lucháramos por mantenernos en él los más juntos posible. Ella cruzó la pierna haciendo que la falda del vestido subiera hasta la mitad de su muslo, pero eso careció de importancia cuando se inclinó hacía adelante y su cabello rozó el muslo haciendo una fotografía equilibrada y perfecta su cuerpo.

Ella veía Hors de Prix dirigida por Pierre Salvadori mientras yo la veía a ella, que jugaba con su cabello enredándolo entre los dedos, luego poniéndolo detrás de su hombro, luego inclinándose para que tapara el escote del vestido que invitaba a ver sus senos naturales hechos a la medida de su cuerpo; se quitaba de la cara algunos mechones cortos y luego ponía de nuevo atención a la película. Yo parecía un gatito que persigue un láser sobre el piso cuando ella movía su cabello, ella era hipnótica, parecía marcar el tiempo del mundo con sus movimientos. Cuando se movía en cámara lenta parecía que su alrededor conspirara para hacerla ver más hermosa, y cuando sonreía la tenue luz parecía aumentar su intensidad para reírse con ella.

En un par de ocasiones en que fingí poner atención a la película la sorprendí mirándome de reojo y ello me hacía fantasear con que aquella noche sería tan perfecta como la había planeado.

Ya se acababa la película cuando ella se inclinó sobre mi hombro dejando su cabello a escasos centímetros de mi cara, su perfume de frutas mezclado con el aroma de algún champú que usó llegaron justo donde antes había sentido ese vacío en el estómago. Ella giró la cabeza levemente y la mirada se nos cruzó. Mi respiración se aceleró y noté que la de ella también, la tenía a pocos centímetros de mí. Los segundos parecieron eternos. Ella me abrazó y yo la abracé. Sentía su rostro más cerca, su nariz tocando la mía, su exhalaciones golpeando mi boca, su ojos cerrándose, mi corazón queriendo salir del pecho y por fin un beso con olor a frutas y sabor a paraíso.

Cuando dejamos de besarnos sonreímos como cómplices de una travesura. Nos abrazamos fuerte y exhalamos como si nos hubiésemos quitado una maleta que nos pesara toneladas. Yo sentía una emoción indescriptible y me negaba a abrir los ojos como si aquello fuera un sueño del que me rehusara a despertar.

El resto de la película lo vimos entre caricias, lo que quedaba del vino y la pregunta de cómo hacer que me besara de nuevo. Cuando empezaron los créditos en el televisor, ella se levantó y fue a llevar las copas al mesón de la cocina. Yo fui tras ella sin que lo notara y cuando se deshizo de las copas en el fregadero, la abracé por la espalda. Ella se encogió en mis brazos y giró la cara para besarnos una vez más, esta vez con más intensidad. Ella puso sus manos en mi cuello y lo la abracé con fuerza. Caminábamos mientras nos besábamos tropezando con sillas y uno que otro mueble. Entramos en la habitación y empujé la puerta para quedar encerrados en un cubil blindado de cualquier perturbación. Ella y yo nos quedamos dentro, a oscuras, solos en medio de un vendaval de…

Antonomasia mutante