martes, 26 de febrero de 2013

EL INICIO



Ese día no tenía ganas de nada, con suerte me aguantaba yo mismo. La lluvia me parecía un castigo, y por otro lado, un dolor en los hombros, producto del duro entrenamiento el día anterior, me tenía aún más tenso.

Estaba subiendo las escaleras a toda prisa mientras, rabioso, criticaba no solo que el ascensor no sirviera por tercer día consecutivo; sino también reprochaba el hecho que habiendo más de sesenta salones desocupados en las cinco primeras plantas, la clase fuera en el sexto piso, en el salón 602.

Yo habitualmente entraba en los salones como estudiante sin ningún otro particular. Pero gracias a un trámite que no viene al caso, ni tampoco dependió de mí, terminé como monitor externo de una de las materias más importantes de la Facultad, por lo menos hasta ese momento.

En ese día nublado, encapotado y desabrido no iba con ninguna otra intención que conocer los estudiantes, decirles mis funciones como su monitor e irme tan rápido como fuera posible. No porque no me gustara la idea de ser monitor, sino porque ese día era uno de esos en los que deseas no ser.

Llegué por fin frente al salón quince minutos tarde. Mal comienzo sin ninguna duda. Entré y la profesora, que ya me conocía bien hizo una sonrisa que mezclaba la satisfacción de verme y algo de sorpresa. No obstante, siguió impertérrita en su discurso acerca de sus créditos como investigadora y su experiencia basta en el campo de las Organizaciones Empresariales.

Al terminarlo, la profesora empezó a presentarme con unos créditos de los que no me sentía precisamente merecedor, además de ello, soy un pésimo receptor de halagos. Luego de eso me puse de pie, y en primera fila la ví. 

Ella me miraba con una contemplación fija, inquieta y curiosa que no me permitía concentrarme ni en mí mismo. Sin embargo, no podía detenerme en aquella mirada en ese momento por más que quisiera, así que empecé a hablar tratando de dirigirme a todos, pero siempre terminaba regresando a sus ojos. 

Allí algo pasó, algo en la naturaleza se movió, algo entre sus ojos y los míos no nos dejó separar por lo menos hasta hoy, cerca de 6 años después, que es donde empiezo a relatar Aquella Hermosa Historia:

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