Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima,
eso es admirable.
Mario Benedetti.
La hora se estaba aproximando y
nuestro plan tenía que ejecutarse. De eso dependían varias cosas importantes,
entre estas, que ella evitara un viaje el fin de semana y a cambio se quedara
conmigo aquellos días.
Tendría que salir de mi nueva
oficina e ir a un lugar que, en primera medida, me permitiera concentrarme en
el papel que debía desempeñar: Un supuesto funcionario de alguna empresa, que
la citaría a una entrevista a la misma hora en que ella, sobre el papel, saldría de viaje. En segunda medida, tenía que
asegurarme que nadie me fuera a interrumpir, el tiempo y la fluidez al hablar eran
vitales para que todo saliera bien. No podíamos permitir que una risa nerviosa
se colara en la conversación.
Tomé mi celular, pasé los
registros de seguridad y me dirigí al hall que a esa hora estaba solo. Ese
lugar haría de tarima. En un lado estaba yo, con el celular en la mano y a
punto de llamarla; En el otro extremo estaba ella, probablemente esperando que el
móvil timbrara.
Sin hablarnos, ambos sabíamos que
el telón se estaba subiendo y debíamos empezar. Miré la pantalla, busqué su
número y marqué:
-
¿Aló? – me dijo con seriedad.
-
Aló, buenos días, Habla con William Castellanos
(nombre ficticio) de Jan Geberd TV (empresa ficticia) ¿es usted la señorita que
vino a un proceso de selección hace algún tiempo? – Suponía que su mamá estaría
a pocos metros de ella y ese era el objetivo. Por tanto, debía evitar toda
palabra que pudiera provocarle un entrecorte de la voz o simplemente risa.
-
Si, con ella habla.
-
Buenos días – Repetí. Entre los nervios me había
olvidado que ya la había saludado- llamamos para comunicarle que queremos que
siga con nosotros en el proceso de selección. Esa reunión se hará efectiva el
próximo viernes.
-
Regáleme un segundo por favor – Me dijo con la
voz entrecortada.
Ahí se me desenfocó el mundo. Creí que hasta ese punto había llegado el plan.
-
Le escuchó ¿a dónde debo ir?
Le dije la dirección y la hora que
habíamos acordado días atrás, exactamente las 3:20 en algún lugar de la ciudad
que naturalmente no diré.
-
Olvidaba algo- le dije antes de concluir la
llamada- Si sus resultados son satisfactorios, usted tendría que venir el
sábado a continuar con las pruebas.
-
¿El sábado también? – lo dijo seria, pero fingiendo
muy bien la sorpresa – Ok –respiró - no
le veo inconveniente.
-
Perfecto- le dije- nos veremos entonces, pasado
mañana. 3:20 en la dirección que le indiqué.
-
Perfecto William, te agradezco – Me tuteó y a mí
la sangre se me heló. No supe si fue inconsciente pero no debió pasar en ese
momento.
-
Hasta luego.
-
Hasta luego.
Colgué el teléfono y yo me salí
de la tarima. Ahora ella quedaba sola convenciendo a su familia que no viajaría
y asumiendo un riesgo enorme. No solo por quedarse, sino porque ese tiempo lo
pasaría conmigo.
Me devolví a la oficina sin
concentrarme en absolutamente nada. Hice probabilidades de mil cosas distintas.
¿Y si nos descubrieron? ¿Si en este momento la están regañando?
Pasaron exactamente 5 minutos y
mi celular sonó. Era un mensaje que leí al instante. La tranquilidad y la
alegría hicieron que suspirara de alivio: “mejor no pudo haber salido”. No sé
si ya lo dije pero algo que me encanta de ella es que tiene una ortografía
impecable, y distinguir entre “a ver” y “haber” era algo que la ponía muy por
encima de muchísimas personas. En esta ocasión no hubo un simple plan que salió bien, sino una
primera locura juntos.
Me relajé sobre el espaldar de mi
silla y empecé a hacer los planes del fin de semana que pasaríamos juntos. Lo
que pasó mientras lo planeamos, los márgenes de error que contemplamos e incluso lo que pasó ese fin de semana es
algo que ella y yo nos llevaremos a la tumba, tal como lo acordamos. Eso hace
parte de nuestros secretos. Sin embargo
ella y yo sabemos que mientras estamos uno al lado del otro, siempre nos
haremos felices.
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