miércoles, 7 de agosto de 2013

CON UN ÁNGEL

La candelaria    
Estábamos sentados sobre almohadas. Una mesa de 30 cms. sostenía dos tazas de café.

Sus labios sin ungüentos ni maquillajes  se perdieron de mi vista cuando cogió el pocillo y tomó un sorbo largo de café. Mientras lo pasaba, relamió sus labios y dejó de nuevo la taza sobre la mesa. Me miró como esculcando cada bolsillo de mi mente.
  • Ya te dije que me encanta el café?     
  • No, no me lo habías dicho, ¿por qué lo disfrutas tanto?              
  • Es la única bebida que no es pretenciosa, si es fuerte es fuerte, si es concentrada es concentrada. De hecho, a veces pienso que el café tiene más vida que yo, y tal vez que vos también, por eso lo tomo tanto. También por eso te acepté la invitación –se removió en la almohada en que estaba sentada- y me parece muy grato que luego de tanto tiempo, te vuelva a ver acá y de esta forma.

    Tomé un sorbo de café y me incliné hacia adelante para crearle interés en lo que iba a decirle.         
  • Esa apreciación tuya del café y la vida me parece bastante curiosa… tú dices que este café tiene más vida que tu y yo ¿verdad?
  • Si.
Le acerqué la mano a su mejilla y ella inclinó su cabeza en un gesto de ternura, de niña consentida. Alcancé también a percibir un temblorcito en su mano. Luego toqué por el lado la taza de café hasta sentir el calor y luego la solté.
  • El café no se inclinó para sentir mi caricia, ni tembló, ni sonrió. Esas son cosas que sólo hacemos los humanos. Son gestos que resultan casi inconscientes pero que pueden acabar con la cordura de cualquiera que vea tu belleza –Ella se sonrojó e iba a tomar lo poco que quedaba de café, pero se arrepintió. Dejó la taza en la mesa, miró al vacio y sonrió en silencio.
  • ¿Te imaginas como sería un romance entre tú y yo? – me preguntó
  • No, la verdad soy mejor imaginando finales. Los finales son mucho más memorables que los comienzos o que los intermedios. Me imagino cómo sería terminar contigo y, créeme, sería horrible.
  • Entonces espero que si algún día acabamos de amoríos no me termines nunca, porque yo no lo haría.
Acomodó su cabello negro, liso y largo hasta la mitad de la espalda. Sus ojos café comenzaron a jugar con mis ojos en un duelo coqueto que resultaba emocionante. Se puso el abrigo que le daba un sutil toque de mujer europea y aplicó brillo sobre sus labios. Entretanto yo no salía de la estupefacción que me quitaba toda motricidad y movimiento. Su mirada; su seguridad; su belleza; su inteligencia; todo era motivo para quedar boquiabierto.

Nos pusimos de pie, fuimos a pagar y la llevé a su casa. Cuando nos paramos frente a la puerta donde se hallaba su casa, nos abrazamos cerca de un minuto, que para la frialdad de una ciudad como Bogotá es bastante tiempo. Giré la cara para darle un beso en la mejilla y, accidentalmente, ella lo hizo lo mismo, provocando que nuestras bocas quedaran a solo unos milímetros. Te adoro, me dijo, puso sus labios sobre mis labios y nos fundimos en un beso lento, suave, tierno y que ambos habíamos esperado. Adiós. Me soltó. Me dio la espalda y entró a su casa.

Yo me quedé en el medio de la noche esbozando una sonrisa. Giré y mientras caminaba me puse por auriculares, subí el volumen de la música y apreté el paso. Debía preparar todo para el siguiente día.

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