Luego de tanto tiempo.
Así
de fácil empiezo a inspirarme. No fue sino verla y recordar la imposibilidad de
estar juntos para encontrarme de frente con el sentimiento que aún siento por
ella.
Un
sábado diurno nunca ofrece mayor expectativa que la de un descanso, o al menos,
así sería ese día para mí. Después de
hacer algunas diligencias referentes a mi trabajo, iba por una de las calles
más concurridas de la capital pensando en el cronograma milimétrico de las
próximas 7 horas: gimnasio, almuerzo, lectura y algo de cine casero si estaba
de ánimo. A mi izquierda un centro comercial en decadencia pero que, a mi
juicio alojaba las mejores salas de cine de la capital, apenas abría las
puertas a sus visitantes. Entretanto, la iglesia también abría su pórtico de
tendencia neogótica a los pocos feligreses que esperaban ansiosos de entrar.
Como
amante del arte religioso, la tentación de entrar a tomar algunas fotos fue
inmediata, sin embargo, por alguna razón me abstuve y seguí caminando con la
mirada fija en las enormes puertas de madera, hasta que escuché su voz:
- Mira por donde caminas o te vas a caer.
Me
detuve de golpe, miré al frente y sonreí. Todo al tiempo. Esa voz la podría
identificar donde fuera. Lo que no contemplaba es que, siempre que nos
encontrábamos, mi descontrol era cada vez mayor. Además de eso, ese sábado la
encontré más hermosa que aquella última en que nos rodeamos del frío nocturno.
Alcancé
a murmurar un hola que se mezcló con
la sorpresa y la alegría de verla. Ella, con una sonrisa franca y sin decir
nada, por que no fue necesario, solo se acercó y me abrazó de esa forma única que
nadie ha logrado imitar siquiera de forma mínima.
El
abrazo fuerte cerca de un minuto que, a decir verdad, pareció un segundo. No
quería dejarla.
- Temía que ya hubieses olvidado – Me dijo bajando la mirada y simulando sentir tristeza.
- Pues no te he olvidado, pero me encantaría que me repitieras tu nombre, la verdad no lo recuerdo. – respondí siguiéndole el juego.
Ella
sonrió de manera cómplice y me pegó un palmada juguetona en el hombro:
¡Tonto!
– Me gritó y se acercó para darme un abrazo más. – Te he extrañado mucho, me
haces falta.
Tu a
mí pequeña princesa, tú a mí también me haces falta.
Tenía
el cabello más corto que la última vez que la vi. Ahora solo le llegaba un poco
más abajo del hombro. Las perlas en su cuello y su abrigo de toque europeo le
daban el mismo aire de suficiencia del que seguía completamente enamorado.
Seguía
teniendo esa mirada que intentaba descifrar. Como pocas veces, el hermoso marco
que bordeaba sus ojos no estaba y esas obras de arte estaban esculcándome los
bolsillos del pensamiento sin ninguna restricción. Parpadeos en cámara lenta,
pestañas que abanicaban un aire que se alojaba en un vacío en el estómago; y
yo, hiptonizado.
- Quiero pedirte algo – Me dijo.
Para
lo siguiente que hizo, el efecto fue inmediato. Me distanció del mundo con una
inclinación de su rostro sobre el hombro. Luego, con voz cadenciosa y con tono de
puchero me pidió lo que sabía que obtendría. Ella es el botón de apagado de mi
voluntad.
- Claro que sí, pero que sea lejos de acá. Ya sabes que si nos ven seguro te caerán encima con preguntas…
- Eso es lo de menos – me interrumpió.- Lo que te acabo de pedir definirá no solo que por fin dejemos de escondernos, sino que por fin podamos estar juntos.
No
había caído en la cuenta de los alcances de esa petición, pero tenía toda la
razón. El encuentro que yo creía casual, parecía estar preparado por ella desde
hace mucho tiempo. ¿Acaso puede controlar el mundo de una manera tan sencilla?
Miró
el reloj e hizo una expresión clara de tristeza.
- Me sigues gustando – Me dijo con una sonrisa de picardía, casi esperando que eso me tomara por sorpresa. En efecto lo hizo, pero logré manejarlo.
- Lo sabía, pero no había querido decirte nada porque seguro me dirías “tonto”.
Rió
y me abrazó. También te sigo amando, susurró. Me dio un suave beso en los labios y luego nos abrazamos sintiendo
el cuerpo del otro como si fuéramos uno solo. Luego nos despedimos y de manera
estática vi que se alejaba. Conservaba la misma forma de caminar que me seguía
enloqueciendo.
Cuando
la perdí de vista salí del estado hipnótico en que me había sumergido. Tomé el
móvil y marqué un número como primera parte del plan para, por fin, estar
juntos. Me contestó mi gran amigo:
- Hermano ¿En qué te puedo ayudar? – Me dijo del otro lado de la línea.
- Sabes que siempre he procurado no molestarte con favores, pero esta vez necesito uno, y muy grande.
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