domingo, 27 de octubre de 2013

ASÍ DE FÁCIL

Luego de tanto tiempo.



Así de fácil empiezo a inspirarme. No fue sino verla y recordar la imposibilidad de estar juntos para encontrarme de frente con el sentimiento que aún siento por ella.

Un sábado diurno nunca ofrece mayor expectativa que la de un descanso, o al menos, así sería ese día para mí.  Después de hacer algunas diligencias referentes a mi trabajo, iba por una de las calles más concurridas de la capital pensando en el cronograma milimétrico de las próximas 7 horas: gimnasio, almuerzo, lectura y algo de cine casero si estaba de ánimo. A mi izquierda un centro comercial en decadencia pero que, a mi juicio alojaba las mejores salas de cine de la capital, apenas abría las puertas a sus visitantes. Entretanto, la iglesia también abría su pórtico de tendencia neogótica a los pocos feligreses que esperaban ansiosos de entrar.

Como amante del arte religioso, la tentación de entrar a tomar algunas fotos fue inmediata, sin embargo, por alguna razón me abstuve y seguí caminando con la mirada fija en las enormes puertas de madera, hasta que escuché su voz:

  • Mira por donde caminas o te vas a caer.


Me detuve de golpe, miré al frente y sonreí. Todo al tiempo. Esa voz la podría identificar donde fuera. Lo que no contemplaba es que, siempre que nos encontrábamos, mi descontrol era cada vez mayor. Además de eso, ese sábado la encontré más hermosa que aquella última en que nos rodeamos del frío nocturno.  

Alcancé a murmurar un hola que se mezcló con la sorpresa y la alegría de verla. Ella, con una sonrisa franca y sin decir nada, por que no fue necesario, solo se acercó y me abrazó de esa forma única que nadie ha logrado imitar siquiera de forma mínima.

El abrazo fuerte cerca de un minuto que, a decir verdad, pareció un segundo. No quería dejarla.

  • Temía que ya hubieses olvidado – Me dijo bajando la mirada y simulando sentir tristeza.
  • Pues no te he olvidado, pero me encantaría que me repitieras tu nombre, la verdad no lo recuerdo. – respondí siguiéndole el juego.


Ella sonrió de manera cómplice y me pegó un palmada juguetona en el hombro:

¡Tonto! – Me gritó y se acercó para darme un abrazo más. – Te he extrañado mucho, me haces falta.
Tu a mí pequeña princesa, tú a mí también me haces falta.

Tenía el cabello más corto que la última vez que la vi. Ahora solo le llegaba un poco más abajo del hombro. Las perlas en su cuello y su abrigo de toque europeo le daban el mismo aire de suficiencia del que seguía completamente enamorado.

Seguía teniendo esa mirada que intentaba descifrar. Como pocas veces, el hermoso marco que bordeaba sus ojos no estaba y esas obras de arte estaban esculcándome los bolsillos del pensamiento sin ninguna restricción. Parpadeos en cámara lenta, pestañas que abanicaban un aire que se alojaba en un vacío en el estómago; y yo, hiptonizado.

  • Quiero pedirte algo – Me dijo.


Para lo siguiente que hizo, el efecto fue inmediato. Me distanció del mundo con una inclinación de su rostro sobre el hombro. Luego, con voz cadenciosa y con tono de puchero me pidió lo que sabía que obtendría. Ella es el botón de apagado de mi voluntad.

  • Claro que sí, pero que sea lejos de acá. Ya sabes que si nos ven seguro te caerán encima con preguntas…
  • Eso es lo de menos – me interrumpió.- Lo que te acabo de pedir definirá no solo que por fin dejemos de escondernos, sino que por fin podamos estar juntos.

No había caído en la cuenta de los alcances de esa petición, pero tenía toda la razón. El encuentro que yo creía casual, parecía estar preparado por ella desde hace mucho tiempo. ¿Acaso puede controlar el mundo de una manera tan sencilla?

Miró el reloj e hizo una expresión clara de tristeza.

  • Me sigues gustando – Me dijo con una sonrisa de picardía, casi esperando que eso me tomara por sorpresa. En efecto lo hizo, pero logré manejarlo.
  • Lo sabía, pero no había querido decirte nada porque seguro me dirías “tonto”.


Rió y me abrazó. También te sigo amando, susurró. Me dio un suave beso en los labios y luego nos abrazamos sintiendo el cuerpo del otro como si fuéramos uno solo. Luego nos despedimos y de manera estática vi que se alejaba. Conservaba la misma forma de caminar que me seguía enloqueciendo.

Cuando la perdí de vista salí del estado hipnótico en que me había sumergido. Tomé el móvil y marqué un número como primera parte del plan para, por fin, estar juntos. Me contestó mi gran amigo:

  • Hermano ¿En qué te puedo ayudar? – Me dijo del otro lado de la línea.
  • Sabes que siempre he procurado no molestarte con favores, pero esta vez necesito uno, y muy grande.

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