jueves, 6 de junio de 2013

¡PEQUEÑA PRINCESA!

Caminé por el pasillo mientras ese quinto café de la mañana me reparaba la semántica rota que dejaron tus ausencias hurañas y malsonantes. Solo esa distancia que se reía burlonamente podía ser tan torturante como para hacerme creer que la esperanza del día se encontraba en el fondo de un bolsillo roto.

Mientras deambulaba, vi como cruzaste la puerta y cuadraste las tiras del  bolso sobre tu hombro como si hiciera parte íntegra de tu anatomía, me miraste, te acercaste y con un beso en la mejilla dibujaste, una por una, las siluetas de mis ilusiones rotas.

Diste la vuelta y mientras te perdías al fondo del pasillo me di cuenta que la ensoñación de verte una vez más tomada de mi mano caía por la borda. De fondo encontré un día gris, opaco y agonizante, que emitía los mismos tonos que tú combinabas con una sonrisa o un trozo de tela rojo que se complementaba con el blanco de tu piel.

Doblaste la esquina y me quedé divisando la pared. El mundo me concedió minutos para pensar y quedarme estático mientras aceptaba tu lugar en mi mundo: Ese sitio  platónico que me permitía disfrutar del idílico placer de sentir que existes y que prefiero no tocar salvo para explorar las nuevas estrategias que inventas para sacar lo mejor de mí.

Terminé lo que quedaba del café y regresé al teclado. Me dispuse a escribir solo para hacer frente a la idea de buscarte y para irme acostumbrando a dejar morir la idea de sentir tus labios una vez más. Sin embargo, debo afrontarte y admitir que sin importar quién sea tu rival en mi cabeza, tu ganarás la batalla solo con sonreír.

¡Pequeña princesa! Cómo quisiera que bajaras del trono y me dieras un beso más, uno de esos que sabes tatuar en la pupila de los labios y que pones a caminar por los laberintos de mi cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Antonomasia mutante