martes, 11 de junio de 2013

NO PENSAR (Capítulo 1)

Camina radiante pero oculta la imensa y natural alegría que te ilumina
2, 1, 0, 1, 1, 1, 0, 1, 1, 0, 0, 0.


A él se le estaba tornando simplemente inaceptable verla así una vez más. Su cara de conformidad con la tierra en el momento en que merecía el cielo era torturante. Él solo la miraba con la disposición de escucharla y de disfrutar el enorme honor que le producía haber ganado su confianza:

-          Nos vimos –Le dijo con la voz fuerte y la cabeza levantada; disimulando la tristeza.
-          ¿Qué fue lo que salió mal? – Le dijo seguro de haber leído perfectamente que bajo la mirada en un gesto de tristeza que nadie más en el planeta hubiese notado.

Él evitó pensar en cualquier cosa.

Toda la vida había visto cómo hermosas damas -entiéndase como damas ese tipo de mujer que vale la pena y por ende se encuentra en vía de extinción- se enamoraban de auténticos idiotas que les regalaban tantos desplantes como granos de arroz caben en una libra. De la misma manera, había visto como hombres que guardaban la decencia y caballerosidad de antaño, se enamoraban de mujeres cuya decencia y auto-respeto habían quedado olvidados entre dos copas de vino y unas cuantas cajas de cigarrillos.

A él le dolía verla así porque a ella la consideraba una dama. Era ciertamente extraño que su integridad personal no se hubiese dañado después de tantos golpes que le había dado la vida e incluyamos acá los golpes amorosos. Esos, en el juicio de él, son los que más dañan y llenan de veneno a una persona. Pero a ella no. Ella seguía creyendo en el amor como si hubiese superado por completo el infantil reflejo de tachar de desgraciados a todos los machos de la especie humana.

Él la escuchó fingir la fuerza que mezclaba con la nostalgia de la voz. Después de eso, con paciencia y dos chistes tontos le sacó una risa. Él se disfrazaba de su risa y a ella no parecía molestarle. Ambos sabían que estaban con la mira puesta en personas erradas:

-          Deberíamos relajarnos y estar tranquilos.
-          Sí – le respondió él – pero es precisamente los problemas del otro lo que nos enamora.
-          Se irá, pronto y lejos. Muy lejos, es mi oportunidad.
-          ¿Oportunidad de qué? De nada sirve que se vaya lejos si lo tienes dentro de la cabeza. – Le dijo casi regañándola.
-          Quiero dejar de pensarlo, en últimas, quiero que él tome distancia física y así yo me ocupo de la distancia mental.
-          ¿Crees ser capaz? – La retó.
-          Si, la verdad el encanto se está esfumando.

Sintió un alivio pasajero al escuchar eso. Él siempre había pensado que la voluntad era el arma más fuerte que tenía el ser humano, pero no funcionaba si no había un motor que la impulsara con todas sus fuerzas. Ese motor era el cansancio.

Aunque suene extraño, cuando una persona se siente cansada de una situación que le vulnera, hace hasta lo imposible por salir de ella; se vuelve creativo, inquieto, propositivo y lleno de iniciativa. A pesar que la veía cansada, él estaba más cansado de verla así.

Ella levantó la mirada y el aire de la tarde que entró hasta sus pulmones hizo que se relajara. Él la observó y sintió la necesidad de demostrarle el cariño que le tenía de la única manera que sabía hacerlo: tenía que provocar su sonrisa:

-          Te podría contar un chiste, pero la verdad son malos.
-          No, los chistes que cuentas son realmente malos – Dijo riendo.
-          Te lo voy a contar igual.

Ella estiró la espalda y se ordenó el cabello mientras sonreía. Él evitó pensar en cualquier cosa. Sintió que ella había olvidado por un momento y se sintió feliz, entonces propició una conversación que se extendió por un tiempo que pareció ser corto, hasta que ella le preguntó la hora, respiró hondo y habló combinando las palabras con la exhalación de un suspiro:

-          Debo irme.

Él por alguna razón no quería que se fuera, se sentía responsable de cómo se sentía, que estuviera feliz. En resumen se sentía responsable de ella:

Él se acercó, le dio un beso en la mejilla y le rodeó la cintura para abrazarla. Ella correspondió:

-          Pórtate juicioso – le dijo ella con el toque de picardía que sabía camuflar en el tono de la voz.
-          Mantén la cabeza en orden, por favor.
-          No podré. – Le contestó ella con tono resignado.

<<Yo me encargo>> se dijo él para sí mismo. Ella dio la vuelta y caminó a lo lejos mientras él acomodaba sobre su hombro derecho la maleta Totto Urban que lo acompañaba desde hacía 3 años. La siguió con la mirada. Evitó pensar en cualquier cosa, giró y se puso los auriculares. Subió todo el volumen a la Sinfonía Dante de Franz Liszt,  levantó la mirada y el aviso de un café de luz tenue le saludaba. Es tiempo de un café.

Vamos a evitar pensar … en cualquier cosa.

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