lunes, 1 de abril de 2013

Gloria de una noche eterna

Vaguemos por las calles del deseo,
olvidando toda razón.
Caminemos por el oscuro sentimiento,
de travesura que me da tu corazón.


El final de una historia no siempre es placentero de escribir, pero en esta ocasión es necesario. No es un final cualquiera, es un final de algo nuestro y sin etiqueta, sin mundo ni página a la que se pueda poner un punto final. Es un final y no creo que sea necesario decir mucho más que eso.

Era el primer día que pasaba sin hablarle y, siendo sinceros, no aguantaría mucho más. Mañana a más tardar la llamaría para saber cómo está, corriendo el riesgo que su mal genio siguiera inoculado por el amargo episodio de una pelea y por ende, con tres palabras me dijera a dónde y a qué velocidad podía irme.

Estaba esa noche acostado en la cama, entrando en las preguntas y suposiciones propias de quien extraña a alguien: ¿Cómo estará?, ¿Estará bien?, seguramente ni siquiera me le he cruzado por el pensamiento, la rabia le ayuda, seguro no regresará.

Me quedé pegado de aquel adiós de lunes nocturno y mezquino. Cerré los ojos y cuando los quise abrir de nuevo, ya no pude. Estaba dormido. Entrados entonces en otro mundo un poco más amable, imaginé una despedida mejor, una no menos dolorosa pero si con la ausencia de la rabia.

Leí hace poco que para un hombre, besar una mujer sin tener la más mínima intención de llevársela a la cama era amor. Eso me pasó, yo la amaba, o más bien la amo. Y si alguna vez pasó fue porque el amor no encontró mas borde y se salió de su cause forzado.

Naturalmente eso era lo que se escondía detrás de un QUÉDATE, un grito enamorado. Y considero yo, que fue ese mismo amor lo que me llevó a soñar lo que soñé:

No se que pretendes ver en mí, sino una mirada enamorada del amor. No se que quieres que sienta en las noches calladas y largas, sino tristeza y dolor. Pero no dolor de ausencia sino de distancia; no tristeza de sentir el frío en mis cobijas, sino de que esas mismas cobijas son el látigo que me priva del sueño cuando no estas a mi lado.

Inquieto y con las palabras en la puerta de mi boca pero sin que quisieran salir; emocionado y ansioso, cerrando los ojos para poder enfocarme, llevando las manos recurrentemente a mi boca, decidí ponerme de pie para poner música en el equipo de sonido que, convenientemente, estaba lejos de la mesa en donde el tú hacías de mi cuerpo un cúmulo de sentimientos de alto voltaje.

No sé cuantas veces lancé el tenedor sobre la mesa, si fueron dos o tres antes de poder levantarme, ¿sabías que suelo lanzar levemente las cosas cuando estoy nervioso? El caso es que al final de mis meditaciones infructuosas y al vacío, logré ponerme de pie y cambiar de Aztor Piazzola a Gilbert Becaud. Al girar como si te hubieses teletransportado estabas frente a mí, con tu aliento perfumante de fresas, chocolate y vino a solo milimetros de mi boca sedienta de tus labios.

Becaud pareció callarse y poner atención a lo que pasaba entre nosotros. El erotismo, hace dos segundos posado en tus hombros desnudos, ahora estaba flotando el aire que nos rodeaba. Ahora estaba en la mesa inquieta, en las velas, en el equipo de sonido, en tí y en mí.

De pronto tu vestido y mi racionalidad no fueron más necesarios, mis vestiduras y las tuyas presas voluntarias de la gravedad  cayeron una a una sobre la alfombra. Y la mesa inquieta, el vino, el chocolate, las fresas, el erotismo y la ropa, se hicieron a un lado mientras el invitado mayor de la noche entraba rampante y tomaba el protagonismo de esa noche. Estaba entrando el amor.

Cuando exista una forma escrita de definir lo que esa noche fue, muy probablemente logre terminar este escrito. Pero cómo hasta hoy no existe, ni tampoco dispongo de las palabras que, por demás, creo que no están en ningún diccionario, dejaré el relato hasta este punto de la noche.

Cómo si el tiempo estuviera tratando de huir del amor, las horas se fueron una detrás de otra como filosas dagas que querían cortar de raíz el momento de eternidad mental. El sol salió como desgraciada alarma despertadora, tú tomaste tus cosas y me diste el único beso doloroso de nuestro tiempo juntos. Ya el erotismo se había ido, no sin antes dejar una sonrisa tatuada de lado a lado en tu cara y la mía. No sin dejar en tu corazón y el mio, escrito con punta de diamante las palabras"te amo, para toda la vida". Saliste de allí, cuidando que una triste sonrisa se dibujara en mi rostro, la sonrisa que deja tu distancia, tu distancia que causa mi dolor, dolor que siento todas las noches en que no estás a mi lado. 


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