lunes, 7 de enero de 2013

ADIÓS AL ADIÓS





Primer escrito de 2013
En esta oportunidad querido lector puede usted disponer a placer del fondo musical. Disfrute.

-          Los amigos no se abrazan ni tampoco se dan besos.
-          Es precisamente que por eso que somos más que amigos.

Habían pasado ya diez minutos de la hora acordada. La esperaba una vez más pero no de mal humor, ya estaba casi divirtiéndome, pensando en cuál sería el pretexto de turno que usaría. Eso siempre acababa con algún puchero que me daba en la sensibilidad y luego me dejaba en la lona. Derrotado por Knock Out. “Que no era culpa de ella, que solo fueron dos minutos, que había un trancón, que la demoraron en algún lugar al que fue antes” eran parte del repertorio que yo escuchaba con una sonrisa mientras la abrazaba como respondiendo que lo importante era que había llegado.

Fueron quince minutos los que demoró. Apareció sonriendo, buscándome entre el en el gentío de aquella esquina. Nunca la había visto de rosado, pero ese día tenía una especie de blazer de ese color y una bufanda blanca en el cuello. Cuando nos vimos, la abracé, tan fuerte como si en cualquier momento nos fueran a separar. Empezó a decirme los motivos por los que había llegado tarde, pero para mí, lo importante era que ya la tenía entre mis brazos.

Me contó todo lo que había hecho, y aunque me habló acerca de lo desastroso del tráfico citadino y de una señora que la instó a abandonar una iglesia por estar leyendo un periódico dentro de los “muros sagrados”, (muy seguramente esa señora será de las más fanáticas al diezmo, la eucaristía y la tolerancia hipócrita), todo parecía un paraíso cuando ella lo decía.  Yo disfrutaba su compañía y su conversación, incluso cuando me pegaba suave diciéndome “ponte serio ya y no me hagas reír”.

 Caminamos un poco entre la gente, unos carros, vendedores y otros transeúntes (todo eso lo supongo, la verdad no supe ni siquiera quién nos rodeaba, yo solo la veía a ella), hasta llegar a un café de estilo colonial, un tanto bohemio y sereno.

Buscamos un lugar cómodo y privado dentro de aquel café. Un sujeto delgado, de cabello corto y aspecto gentil pero no confianzudo, nos extendió la carta para escoger lo que queríamos. Nosotros pedimos un par de Capuccinos: El de ella tendría helado y el mío tendría crema de Whiskey.

Esperamos 5 minutos mientras nos servían y hablamos de todo. De mi familia y la de ella, de lo que habíamos hecho la noche anterior, de ella, de mí, de nosotros, de todo y de nada.
Cuando los pocillos estuvieron sobre la mesa, mi mano buscó la suya y sorprendido me di cuenta que la mano de ella también buscaba la mía. Cuando nos tomamos, no nos volvimos a soltar.

-          No quiero dejar de abrazarte.
-          Y yo no quiero que dejes de hacerlo.

En un momento cualquiera,  la luz del sol se filtró entre las rendijas de la ventana y quedaron justo sobre su rostro. Quedó iluminada y sus ojos brillaron como dos estrellas en mitad de la noche. No necesité más para querer ser parte del paisaje que hacía su rostro y con suavidad acerqué mis labios a los suyos. Despacio, eterno, infinito, el tiempo se detuvo.

-          ¿Por qué no me haces caso?
-          Porque si te hiciera caso no estarías aquí, conmigo.

Al separar nuestros labios mi mano estaba sobre su mejilla, de nuevo temblando. La toqué con la delicadeza con que se toca una porcelana fina y pude sentir su exhalación agitada igual que la mía. Pude notar que ella se veía en mis ojos y yo me veía en los suyos, pude percibir que sonreía, que éramos felices juntos.

Toda la tarde se conjugó en una hermosa forma de completarme con sus labios y saborear una vez más el rico manjar de saberla frente a mí con su mirada infinita y ese haz de luz sobre su rostro. De fondo no me acuerdo ni cuanta música sonó, fueron como tres géneros distintos que unas veces combinaban con la escena y otras no.

Recuerdo que sonó una salsa en especial que solo ella y yo sabremos cual era, mientras la oíamos parecía un pecado no estar más juntos, no entregarle mi vida en un beso y sentir que ella hacía lo mismo. Despacio, todo volvió a suceder.

Él la acercó, hasta que rozaron la punta de su nariz. El tiempo detenido les gustaba, ello hacía del momento efímero un instante eterno. Veían sin mirar que tenían los ojos cerrados, sentían sin analizar la respiración acelerada de su ser amado.
Ella solo besa con amor. Él lo sabe.

Ella acercó su agitada exhalación a la de él y juntaron sus labios en unos segundos que pudieron ser minutos, u horas. Se separaron sonriendo, cansados. Toda su energía se transmitió con un beso.

-          Te espero.
-          ¿Hasta cuándo?
-          No importa el tiempo, solo debes saber que te espero.

Salimos del café, lo qué pasó entre el tiempo desde aquel beso hasta la salida fue algo tan indescriptible que sería como intentar “bailar arquitectura”. Así que por ahora sólamente diré que salimos de allí. Afuera aún había un poco de sol. Justo en frente de aquel sitio le di un abrazo y ella cerró los ojos, guardó silencio y la sentí sentir.

Caminamos juntos por varias calles y en cada oportunidad que tenía, me acercaba a darle un beso en la mejilla, o un abrazo, o la tomaba por la espalda para cruzar la calle. Ella sentía y yo la sentía sentir, por ello, yo parecía estar percibiendo el doble su presencia.

Esperamos el bus que a ella le servía, esta vez nos despedíamos como debía ser, sin lágrimas ni en su rostro ni en el mío. Se fue sabiendo perfectamente que yo me quedaba pensando en ella. Te espero, sin importar el tiempo. Te espero.

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