El tiempo no nos define pero si
nos dispone. El tiempo es la montaña rusa de las desesperaciones y el
cuidandero distraído de los odios. Es el consejero perfecto de los corazones
rotos y el verdugo inclemente de las vanidades. El tiempo, hace que te piense
una vez más y ahora me ha hecho guardar pedacitos de tu voz en el baúl de mis
tesoros. Te ubico a tres horas de mis brazos, cinco días de espera, mil días de
impaciencia y un siglo frente al piano que, compasivo, emite con cada caída de
mis manos el consuelo que necesito. No es mucho tiempo, no es mucho tiempo.
Me puse en pie a mitad de la
canción. Algo falta, algo no fluye, algo está estático y no quiere que ese sea
el instrumento que disponga el universo, de tal manera, que tu ausencia se haga
menos notoria. Tomé el violín. Arco en mano boté por la borda toda teoría que sé
sobre la música, que si estoy tocando en clave de Sol o de Do, que si el tiempo
es de tres-cuartos o de cinco- cuartos, que usaré una de Re menor melódica o
una de Do Mayor para no complicarme la existencia. Todo quedó en un respetuoso
olvido que se sentó junto con tu ausencia, allá, en la esquina, en el suelo
para escuchar lo que tenía que tocar.
Fueron nota, tras nota. Compás
tras compás. Sonó una melodía perfecta teniendo como única teoría tu recuerdo.
En mi mente, iba por lapsos al baúl de mis tesoros para sacar otro pedazo de tu
voz y sentirte de nuevo acá a mi lado, sonriendo, atenta, estática y con los
ojos puestos en el violín.
Tu recuerdo se mantiene vivo
mientras todo suena. “Te quiero, te extraño” me dijiste apenas hace cinco
minutos. “Deberías estar aquí abrazándome” me escribiste hace menos de una
hora. De pronto todo fue silencio y la obra terminó.
No hubo aplausos, no hubo
ovación. Las teorías regresaron al violín como regresa un ave a su nido. Tu
ausencia se puso de pie y fue de nuevo a abrazarme en contra de mi voluntad. Yo
en mil intentos la empujo o me revuelvo en mí mismo para separarla, pero nada
es efectivo. Sigue ahí.
Guardé el violín, y salí a
caminar escoltado por esa, tu ausencia, en una tarde que solo disponía nubes
grises y esqueletos con piel andando de aquí para allá fingiendo vivir. Me
senté en un parque cualquiera y juntando las manos sobre mi cara, llegué de
nuevo hasta baúl de mis tesoros y le quité la tapa. Era tiempo de poner más
cosas en su interior.
Como si ya predijera el momento
más hermoso, llevé mi mano al teléfono móvil y al instante empezó a timbrar. De
pronto todo mi paisaje se hizo innecesario: la señora con los perros, los dos
niños jugando en el sube y baja, el indigente y el vendedor ambulante. Todo
desapareció, todo quedó en blanco y sólo escuchaba tu voz.
Fueron diez minutos de paraíso
hasta que la llamada terminó. Todo regresó a su lugar pero ahora soy yo quien
debe irse. Tengo otra canción por tocar.
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