viernes, 18 de enero de 2013

ANTONOMASIA MUTANTE EN VIDEO III - Tips de escritura: DIARIOS DE TU AUSENCIA (Lectura)





El tiempo no nos define pero si nos dispone. El tiempo es la montaña rusa de las desesperaciones y el cuidandero distraído de los odios. Es el consejero perfecto de los corazones rotos y el verdugo inclemente de las vanidades. El tiempo, hace que te piense una vez más y ahora me ha hecho guardar pedacitos de tu voz en el baúl de mis tesoros. Te ubico a tres horas de mis brazos, cinco días de espera, mil días de impaciencia y un siglo frente al piano que, compasivo, emite con cada caída de mis manos el consuelo que necesito. No es mucho tiempo, no es mucho tiempo.

Me puse en pie a mitad de la canción. Algo falta, algo no fluye, algo está estático y no quiere que ese sea el instrumento que disponga el universo, de tal manera, que tu ausencia se haga menos notoria. Tomé el violín. Arco en mano boté por la borda toda teoría que sé sobre la música, que si estoy tocando en clave de Sol o de Do, que si el tiempo es de tres-cuartos o de cinco- cuartos, que usaré una de Re menor melódica o una de Do Mayor para no complicarme la existencia. Todo quedó en un respetuoso olvido que se sentó junto con tu ausencia, allá, en la esquina, en el suelo para escuchar lo que tenía que tocar.

Fueron nota, tras nota. Compás tras compás. Sonó una melodía perfecta teniendo como única teoría tu recuerdo. En mi mente, iba por lapsos al baúl de mis tesoros para sacar otro pedazo de tu voz y sentirte de nuevo acá a mi lado, sonriendo, atenta, estática y con los ojos puestos en el violín.

Tu recuerdo se mantiene vivo mientras todo suena. “Te quiero, te extraño” me dijiste apenas hace cinco minutos. “Deberías estar aquí abrazándome” me escribiste hace menos de una hora. De pronto todo fue silencio y la obra terminó.

No hubo aplausos, no hubo ovación. Las teorías regresaron al violín como regresa un ave a su nido. Tu ausencia se puso de pie y fue de nuevo a abrazarme en contra de mi voluntad. Yo en mil intentos la empujo o me revuelvo en mí mismo para separarla, pero nada es efectivo. Sigue ahí.

Guardé el violín, y salí a caminar escoltado por esa, tu ausencia, en una tarde que solo disponía nubes grises y esqueletos con piel andando de aquí para allá fingiendo vivir. Me senté en un parque cualquiera y juntando las manos sobre mi cara, llegué de nuevo hasta baúl de mis tesoros y le quité la tapa. Era tiempo de poner más cosas en su interior.

Como si ya predijera el momento más hermoso, llevé mi mano al teléfono móvil y al instante empezó a timbrar. De pronto todo mi paisaje se hizo innecesario: la señora con los perros, los dos niños jugando en el sube y baja, el indigente y el vendedor ambulante. Todo desapareció, todo quedó en blanco y sólo escuchaba tu voz.

Fueron diez minutos de paraíso hasta que la llamada terminó. Todo regresó a su lugar pero ahora soy yo quien debe irse. Tengo otra canción por tocar.

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