viernes, 11 de enero de 2013

EL COMIENZO DEL LABERINTO III






Se me tornan insostenibles mis conversaciones con la almohada y éstas siempre acaban inconclusas. 
Esa funda celeste asegura tener la razón cuando dice que ningún sueño se acomoda a su molde amorfo 
de la misma manera en que se asentarían los tuyos.

Samantha cayó de bruces sobre el asfalto cuando sintió la bala pegar sobre el auto. El pánico no la dejaba pensar con claridad, solo actuaba. En cuestión de segundos apoyo las palmas de las manos sobre el piso y se impulsó para rodar hasta quedar bien escondida bajo el carro.

Boca arriba, debajo del auto, trató de sostener la respiración tanto como pudo. Giró la cabeza y vio como un arma cayó a lo lejos y luego el cuerpo de Eric impactó el suelo.

-          Señorita –  dijo un hombre calvo, bajo y algo regordete que se agachó y le extendió la mano – Ya puede salir
.
Samantha extendió la mano y recibió la ayuda de aquel sujeto.

Una vez en pie, vio el arma en el suelo, a Eric inconsciente tumbado sobre el pavimento y la gente aglomerándose; ella no pudo aguantar y rompió en llanto. Mientras se sentaba en el andén.

-          ¿Señorita se encuentra bien?- le dijo un policía mientras le tomaba el hombro
-          Si señor – Le contestó secándose las lágrimas y tratando de recuperar la compostura.
-          Disculpe, pero necesitaremos que nos acompañe. Este evento ha alterado el orden público de manera muy grave y solicitaremos su completa cooperación para saber por qué – señaló el cuerpo de Eric tumbado en piso mientras un médico le tomaba el pulso - ese sujeto deseaba dispararle.
-          Por supuesto, iré con ustedes donde sea necesario.

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Samantha regresó a su apartamento cinco horas después. Estaba destrozada. Vio el computador sobre la mesa y algunos cristales de la pantalla rotos. Sacudió la cabeza y entró a la habitación, donde estaba toda la ropa regada al azar sobre la cama. Allí parecía haber sucedido una catástrofe, todo estaba desordenado. Dio un pasó y accidentalmente pateó una pequeña caja madera que estaba en el suelo, en la que seguramente estaba el arma.

Tomó toda la ropa, la lanzó atropelladamente dentro del clóset y cerró de nuevo la puerta. No tenía ganas de ordenar nada. Eric estaría encerrado en los calabozos de la BPS (Bulgarian Police Service) durante dos semanas y su vuelo saldría en 7 días. El tiempo por primera vez se ponía a su favor, sin embargo, se sentía destrozada. Jamás imaginó que todo acabara así.
Presa del agotamiento, se dejó caer en la cama y empezó a llorar.

En ese momento ella hubiese dado lo que fuera por un abrazo de su profesor, de esos que en varios momentos supieron acallar sus tristezas y la hacían disfrutar de un amor muy lejos de ser algo perfecto. En el momento en que la gente se dé cuenta que el amor ideal solo se encuentra en la ficción, empezarán a disfrutar la indescriptible emoción de superar obstáculos a lado de otra persona, y Samantha sentía que estaba por superar esa prueba al lado de aquel profesor al que no había dejado de pensar. Si bien no era al lado de su presencia al menos lo superaría al lado de su ausencia.

Lloró tanto aquella tarde que sus ojos color de indescifrable se rehusaron a emitir una lágrima más. No creía que tan solo unas horas antes hubiese estado tan cerca de morir, tan cerca de dejar de existir sin haber hecho tantas cosas. En su interior una voz le dijo que una mujer sabia aleja a todo aquel que intenta arruinar su vida, mientras que la mujer estándar puede terminar amando a aquel que le arruina su existencia. La parte mala es que muchas mujeres se han debido exponer a sufrimientos extremos para volverse sabias.
Al dejar de escuchar esa voz en las profundidades de su mente, cayó presa del sueño y entre sollozos durmió.
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Despertó una hora después. La paranoia de sentir a Eric entrando de nuevo, buscándola para acabar con ella no la dejó descansar absolutamente nada. Se sentó y pasó la mano por la cara para espantar el sueño. Se dirigió al clóset, sacó la maleta de viajes y empacó toda su ropa. Luego todo cuanto le pertenecía lo hizo parte de su equipaje. Al finalizar, tomó el teléfono y marcó:

-          Здравейте - Hola
-          Здравейте Таня, аз съм Саманта– Hola Tanya, Soy Samantha
-          Саманта скъпи приятелю, как си? – Samantha, Querida amiga, ¿Cómo estás?
-          Таня, вкъщи ли си?Трябва да ти кажа нещо важно. - Tanya, ¿estás en casa? Debo contarte algo importante.
-          Разбира се.Ела тук, ще почакам.  - Claro que sí. Ven acá, te espero.
-          Благодарение Таня.На пътя ми.сбогом- Gracias Tanya. Voy para allá. Adiós
-          Сбогом Сам - . Adiós Sam.

Samantha tomó su maleta, se aseguró de tener todo cuanto necesitaba y salió del apartamento. Cuando cerró la puerta introdujo la llave en la cerradura y la dobló hasta romperla. Secó una lágrima que asomaba por su ojo derecho y se fue, sabiendo que sería la última vez que vería el apartamento de aquella ciudad búlgara.
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Cuando Tanya escuchó la historia de Samantha no daba crédito a lo que su amiga le decía. Ella escuchaba a Sam de manera atenta, con la serenidad y comprensión de una madre benevolente. Ella tenía la contextura de un ángel: Era de cabello negro y ojos de un color verde que amenazaba con brillar en la oscuridad; a pesar de no tener un cuerpo perfecto, su contextura rolliza le daba un toque de encanto magnífico. Tenía la suerte de vivir sola, puesto que 9 meses atrás había decidido terminar su relación sentimental con Leonid, un comerciante cuyo camino le había puesto un viaje a Rusia que lo alejó de Tanya, así que podría ofrecerle alojamiento a su amiga sin ningún problema.

Tanya y Samantha se conocieron en el  Natsionalen istoricheski muzey (Museo de Historia Nacional de Bulgaria), 6 meses antes que Sam viajara a Colombia. La conexión de amistad fue inmediata y en solo una conversación de pocos minutos acerca de Fresco del Juicio Final, ubicado en la tercera planta, entraron en confianza. Tras el café que siguió a aquella conversación se volvieron unas confidentes inseparables.

Tanya le dijo a Samantha que se quedara con ella el tiempo que fuera necesario, al menos mientras llegaba el tiempo de viajar. Y así lo hizo durante una semana.

Samantha era de pocas amistades, pero normalmente elegía las correctas. Quién le daba malos consejos lo ponía a raya inmediatamente. Ella siempre decía que una mala persona es la que da malos consejos, pero una peor persona es la que los aplica aun sabiendo que esos actos son reprobables. Por eso nunca había escogido mal una amistad y Tanya no era la excepción. Con ella era única con quién podía hablar sin censura de lo que quisiera, y si en algo no estaban de acuerdo, se solucionaba con un silencio corto y una sonrisa. Cuando en una conversación hay un silencio completamente cómodo, es porque estás acompañado de la persona correcta, y sin duda Tanya fue la correcta durante todo ese tiempo.

Llegado el día del viaje, Sam y Tanya se dirigieron a la entrada del T1 del “Aeropuerto Internacional de Sofía”. Tanya la llevaba en su auto e intentaba sortear el horrible tráfico de un martes a las seis de la tarde mientras hablaban y recordaban muchos de los momentos que las hicieron unas amigas inseparables. Lastimosamente a Samantha ya no la ataba nada a Bulgaria; la BPS le dijo que todos los papeles jurídicos podía hacerlos desde la embajada en Colombia, así que lo más seguro es que esa fuera la última vez que vería las maravillas arquitectónicas de la capital búlgara.

Al llegar, bajaron del auto y se dirigieron a hacer el Check – In, luego fueron a tomar un café. Samantha no podía disimular su sabor agridulce de todo lo que había pasado, estaba muy feliz de volver a ver al profesor, sin embargo, la manera en la que todo acabó la dejó muy lastimada y nerviosa. Tanya solo la escuchaba, la alentaba y le recordaba lo fuerte que era.
Al llegar la hora del vuelo se dirigieron a inmigración y en la antesala Tanya no ocultó la nostalgia de aceptar la partida de su gran amiga. Se abalanzó sobre ella con los ojos inundados en lágrimas.

-          Sam, mi niña. Yo iré a verte – le dijo en Búlgaro.
-          Te quiero Tanya, mil gracias. – le respondió Samantha con la voz entrecortada por el llanto.
-          Le quiera mucho – le respondió Tanya en español atropellado.
-          Es mucho – le dijo Samantha entre risas – te quiero mucho con “O”.

Rieron las dos por lo bajo y se abrazaron una vez más. Cuando se estaban separando Samantha sintió que su amiga le fue arrebatada como por un estruendo. Tanya cayó de bruces sobre el suelo sin saber qué había pasado. Samantha sin entender nada no tuvo tiempo de reaccionar, solo fue consciente de ver que Eric estaba frente a ella y le asestaba un puñetazo en el abdomen. Al instante ella se dobló del dolor y cayó de rodillas. La mirada se le nubló, pero esta vez no eran por las lágrimas. De fondo escuchó dos disparos y todo fue oscuridad para Samantha.

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