Mis manos también tienen papilas gustativas
y sólo encuentran un buen sabor
cuando acarician suavemente tu cuerpo.
Cartas que cruzan el Atlántico.
Bogotá, Algún día de algún mes de algún año.
Querida Samantha:
Asunto: Por confirmar
Tu ausencia se ha tornado
simplemente insoportable. Para ser completamente sincero, por cada día que pasa
siento cómo se caen mis ilusiones de volverte a ver, de la misma forma en que
se caen los edificios durante un terremoto. Por la calle ya no transitan ni la
anciana de cabello plateado, ni el vendedor de periódico que, aún hoy, tiene la
edición de El Tiempo de la semana pasada; no vi tampoco a la chica de las
empanadas que siempre me hace la conversación del clima, ni tampoco al
regordete mesero del café Hindú. Desde que te fuiste, hace ya algo más de tres
meses, solo veo zombies que aprendieron a hacerse entender. Caminan por
caminar, mirar por mirar, comen por comer, respiran por respirar, tienen sexo
por tener sexo y a la larga existen para nada.
Mi dulce Samantha, se me tornan
insostenibles mis conversaciones con la almohada y éstas siempre acaban
inconclusas. Esa funda celeste asegura tener la razón cuando dice que ningún
sueño se acomoda a su molde amorfo de la misma manera en que se asentaron los
tuyos aquella noche; me reniega el haberte dejado ir; no haber corrido más por
el aeropuerto; no ir a Bulgaria a buscarte; no haberte besado más veces; no
saber si te recuerdo a ti o si es que recuerdo tener muchos recuerdos que te
involucran. Al final no hay conclusión y termino siempre extrañándote un poco
más.
Me da rabia conmigo ver como el
sentido de mi mundo se fue en un avión. Luego de tu partida y tras mucho meditar, no sé si te necesito a ti
o necesito abandonar definitivamente toda esperanza de saber de ti. Mi gran
compañero de facultad y recién enterado de la terrible noticia de la
infidelidad de su novia y prometida, me dice que lo mejor es no apegarse a
ninguna mujer, tal vez lo diga por rabia, o tal vez tenga razón, no lo sé; pero
antes de pensar en ello quisiera saber qué es lo que me sigue atando a tus ojos
de color indescifrable, a tu cabello suelto, a tu piel acanelada y a tu prepotencia
que detesté en todos los seres humanos excepto en ti.
Todo entre los dos siempre fue
muy así, muy inentendible, instintivo, improvisto e inundado de casualidades.
Contigo supe que durante toda mi vida había subestimado el poder que la suerte:
Terminar en un café confesándonos un gusto cuando apenas nos soportábamos hacía
unas semanas atrás me cuesta creerlo aún. Tú fuiste una aparición etérea que
vino buscando mi amor, lo envolvió, lo cuidó un tiempo, lo acostumbró, lo
malcrió, lo dejó y lo mató. Fuiste la artífice de mis amores y odios, mi
equilibrio en la balanza del mundo que se sostiene a base de mentiras y
libertades limitadas.
Probablemente tú estés ahora con
tu novio, y yo no sea nada más que un recuerdo vespertino en tus horas
solitarias frente a un café cargado. No sé si tú te aguantes las ganas de
sonreír al recordar los momentos que vivimos juntos. Yo no lo hago. Ahora me
acostumbro a pensar que yo fui tu infidelidad, al igual que ese personaje que
conquistó a Jenny, la novia de mi compañero de trabajo. Yo solo fui tu aventura
que te sacó de la rutina y te hizo de nuevo sentir “gustada”.
Ahora concluyó que tal vez no
deba apegarme a ti.
Te envío una carta y una ilusión
más que va muerta. Ya no sé si quiero verte de nuevo o si quiero dejar de ver
tu recuerdo en mi cabeza. Solo sé que cuando de nuevo me vuelva a importar la
charla acerca del clima que tendré con la chica de las empanadas, entonces
habré dado un paso más hacia la normalidad de mi vida.
Con sentimiento de profundo e incontrolable amor.
SASX.
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