domingo, 1 de abril de 2012

EL AMARTELAMIENTO UTÓPICO IV

(Cuarta y última parte de la tetralogía Samanthiana)

Ahí donde se posaron tus besos,
Ahí donde se encontraron nuestros labios,
Ahí donde se unieron nuestras manos,
Está el origen de todo lo que siento.

Era de día. Samantha me cogía de la mano mientras salíamos del café Hindú. Ella reparó en que Gabriel Pizano, un reconocido político, estaba tomando café con sus escoltas casualmente en ese mismo lugar, comentamos acerca de eso unos minutos y lo dejamos pasar.

Mientras salíamos me di cuenta que habían cambiado las mesas y sillas de lugar, ello me  pareció innovador sobretodo cuando no las cambiaban desde hacía unos cinco años. Amor quisiera que fueramos a… un estrudendo ensordecedor interrumpió a Samantha y nos lanzó por los aires hasta caer en el suelo. Todo voló a nuestro alrededor y sentí como una silla me cayó en la espalda. ¿Dónde está Samantha? pensé para mí mismo. Intenté ponerme de pie y vi a uno de los escoltas de Pizano completamente ensangrentado tirado justo a mi lado, muerto. ¿Dónde está?

Me levanté aturdido mientras varias personas entraban por las ventanas rotas para ayudar a la gente herida. Yo buscaba a Samantha por todo el lugar hasta que por fin la vi. Tenía sangre en el cuello y cara por una cortada en la mejilla. Estaba botada en el suelo inmóvil. También tenía sangre en la espalda y en el brazo.

-          ¡Sam! – le gritaba, mientras le quitaba fragmentos de platos y madera rotos.  De la cortada salía demasiada sangre y no sabía qué hacer para remediarlo.
-          Igual que mi hermano- me dijo con una voz que apenas se oía.
-          Resiste, nos están ayudando – le dije suplicándole
-          No amor. Debo irme– Sus labios se pintaron de sangre y dejó de respirar, suave y tiernamente como siempre lo fue.
Grité su nombre hasta que todo a mí alrededor empezó a temblar. Una música de fondo empezó a sonar tan fuerte que era insoportable y …

-          ¿Aló?
-          Profesor, si fuera usted menos caballeroso podría dormir un poco más- me dijo la voz femenina al otro lado del teléfono.
-          Profesora Herrera, no sabe cuánto le agradezco haberme sacado del sueño que tenía y también me alegra que haya llegado bien a su casa. El viaje desde Cali por Tierra no es nada fácil, mucho menos de noche.
-          Más lento de lo esperado nada más pero llegué bien profesor. Lo de su sueño me inquieta, al menos sé que no estaba soñando con la señorita Miranda- me dijo con tono de picardía. Yo me quedé helado sin saber de qué manera pudo enterarse que me soñaba con ella, o que salíamos, o que nos veíamos.
-          ¿Por qué lo dice profesora? – lo dije fingiendo una risa.
-          Ayer casi me lleva por delante y a pesar de disculparse no se percató ni siquiera que había empujado a Rocío Herrera.
-          ¿Era usted? – lo dije llevándome la mano a boca de la sorpresa. – Maestra lo lamento de veras. Sólo coincidí con Samantha en el mismo café y luego de tomar algo nos despedimos, y… pues… caminando sabe usted lo despistado que soy. De nuevo lo lamento.
-          ¿Samantha? Caray profesor, su confianza con la Señorita Miranda avanza a buenos pasos.
-          Ehhh no, bueno, el nombre es lindo por eso lo dije, pero le digo Srta. Miranda. Además sigo entre dormido y ni sé qué es lo que hablo. – o me callaba o le colgaba, pero si le seguía hablando iba a terminar delatando todo.
-          Profesor, mejor lo dejo dormir. Sólo sepa que he llegado bien.
-          Gracias por avisar. Nos veremos el próximo lunes, tenga buen fin de semana.
-          Hasta luego Profesor.
-          Hasta luego Profesora Rocío.

Colgué el teléfono, respiré hondo y automáticamente recordé la pesadilla. Samantha despidiéndose entre mis brazos era un cuadro tan apocalíptico que se me antojaba como el mismo infierno. Giré la cabeza y ahí estaba ella: serena, hermosa, dormida.

Sutilmente sonrió con los ojos cerrados, con una picardía hermosa. Obviamente no estaba dormida, pero disfrutaba que me englobara con su belleza.

-          ¿Qué soñabas? –me dijo sin abrir los ojos.
-          Contigo pero es el primer sueño contigo que no es hermoso. Era tu despedida, te me ibas y no podía hacer nada.
-          No me dejes ir – me dijo mientras abría los ojos, me tomaba la mano y entrecortaba la respiración.
-          ¿En qué bolsillo te meto?- le dije sonriendo.    
-          Aquí – me acarició la parte izquierda del pecho- mientras yo esté aquí no me iré nunca.


Era la una de la mañana, ella se había levantado, se había puesto la camisa de cuello que yo tenía y fue por un poco de vino. Luego de charlar un rato me propuso salir a un bar llamado el Arlequín. Yo accedí sin mayor resistencia.

Nos arreglamos y nos fuimos. Tomamos un taxi que nos dejó justo en la entrada y nos sentamos en una mesa de las más escondidas como si estuviésemos acostumbrándonos a la clandestinidad. Hablamos y reímos, nos besábamos y jugábamos. Todo era perfecto y milimétrico como si ella tuviera la medida perfecta de todo. Pedimos de nuevo un Gato Negro Chardonay y reitero todo parecía ir perfecto. Sin embargo el tema amargo tendría que llegar, era inevitable:

-          Mi vuelo sale a las 10:00 am. Tengo escala en Madrid y Frankfurt. Debo estar en el aeropuerto a las 8 am. – hizo una pausa- pero no quiero que me lleves hasta allá.- me dijo con aire melancólico.
-          Respeto tu decisión te dejaré en tu apartamento y luego volveré a mi casa, aunque no te niego que será duro. – le di un sorbo al vino.
-          Será duro para ambos con cada minuto que se tache en el tiempo, ahora nada más faltan sólo 4 horas para las 8.
-          Pero en 3 te dejaré de ver y tendrás el tiempo justo para irte.

Cambiamos el tema radicalmente y nos dedicamos a valorar esos últimos momentos juntos. Desde los besos hasta las miradas coquetas que no habían cambiado desde aquella tarde de la mesa de la universidad. De un momento a otro dio un suspiro profundo y miró en dirección de la calle:

-          Sueño cumplido, ahora aparte de ser la persona que amo, eres el único que ha cumplido uno de mis pensamientos poéticos más hermosos desde que te conocí.

Miré hacia afuera y un azul celeste se asomaba por la ventana. Me di cuenta que ya era la madrugada y nos asaltaba un cuadro natural simplemente hermoso. Yanni tocando Until the last moment (Hasta el último momento) pareció pasar a segundo plano ante  aquel hermoso conjunto de perfecciones. Su rostro se impregnaba de un tenue celeste que le daba matices de diosa. Diosa a la que me quedaban escasos 20 minutos para llevarla a su altar y dejar de verla. No podía creer que tres horas se pasaran tan rápido.

-          Ahora más que importante, para mí serás inolvidable. No me voy a poder librar de ti. ¡Que pereza! – lo dijo en tono de broma.
-          Si quieres te saco del bolsillo- Ella me hizo cara de rabia fingida.
-          No eres capaz.
-          No me retes.
-          ¡Dale!-

Le di un beso y le sonreí.

-          Odio que me controles. ¿Sabes?, desde el comienzo supe que no te soportaría, de hecho sigo sin soportarte.
-          Ni yo a ti – me dijo con aire serio fingido- eres muy crecido, pretendes saberlo todo.
-          Y tú eres muy prepotente, sabes que eres linda y te crees el último pétalo de la flor.
-          Creído
-          Crecida.
-          Te amo.
-          Y yo a ti.

Reímos y nos besamos. Vio el reloj y de pronto el semblante le cambió.

-          Debo irme.


Tu soñaste ver la celeste alborada mientras amanecías en un bar conmigo. Yo soñé empezar el día contigo mientras robaba el sabor de tu copa de vino” Le dije. Ella asintió me dio un beso y se fue en silencio. Algo me decía que no la volvería a ver y tenía razón.

Pasó la portería con paso cadencioso pero firme, giró para verme por última vez y las luces de la mañana hicieron que dos puntos brillantes bajo sus ojos brillaran como dos esmeraldas. No podía con mi sufrimiento, ella iba llorando con rumbo a la nada y no podía acompañarla.

Estaba en mi casa cuando leí la última carta que dejó. “Si el amanecer nos sorprende seré tuya para siempre, si la noche nos asalta entonces no nos separará ni la muerte”. Entendí entonces que ella era alguien a quien realmente amaba, que ella me enseñó a luchar y sabía que debía apresurarme si quería tener una última oportunidad. Eran las 9.15 de la mañana y disponía solo de 45 minutos para evitar su partida irremediable.

Tomé un taxi que me dejó en la puerta 4 del aeropuerto. Entré a toda prisa y miré los monitores de salida de vuelos: --- Avianca. Destino Madrid. AEK 7809  -> Sala 15 ABORDANDO--.  Disponía de 15 minutos, ni un minuto más. Llegué a la puerta de inmigración y me di cuenta que sin pasajes no podría pasar del primer guardia. Miré en todas las direcciones y vi a una pareja de esposos que hacía check in en una de las ventanillas. El sujeto se veía algo más viejo que yo pero no se parecía en nada a mí. No obstante debía hacerme con un pasaje y rápido.
-          Señor de Paula- le dije, me sabía el apellido porque esperé a que dejara su cédula y pasaje sobre el mostrador y así poder leerlo antes de hablarle.

-          Si soy yo.
-          Soy Mark Evans de Jet Services. Lastimosamente he olvidado mi uniforme pero debí omitirlo porque hay un serio inconveniente con su pasaje. Por error le hemos asignado accidentalmente la misma silla a otro pasajero, sin embargo debemos contar con una última firma suya, si no, no podrá abordar el avión. ¿Le importaría acompañarme para que conste que le ofrecemos disculpas y así redimir la falta en un futuro viaje?

Le dije que me acompañara mientras el viejo se puso a maldecir y le decía a su esposa lo molesto que se encontraba al respecto. Fingí leer atentamente el pasaje y la cédula para evitar devolvérsela. Al parecer conté con suerte, y aquellos inconvenientes ya los había tenido. Eso facilitó la credibilidad de la historia. Lo dirigí a unas escaleras y me detuve repentinamente:

-          Olvidé las copias de los Checks… por favor sigan por las escaleras, a mano derecha en la primera oficina pregunten por la intendente Rocío Herrera y ella les atenderá. Además si ella me ve sin mi uniforme esta vez sí me despedirá. Tardaré dos segundos.

[10.56 am.] El sujeto hizo un gesto de desconfianza y subió sin perderme de vista. Olvidaron que yo seguía con la cédula y el tiquete. Corrí hacía las oficinas de la aerolínea y en la puerta esperé a que la pareja se descuidara. Me dirigí pacientemente hacia inmigración y pasé el tiquete y la cédula, el guardia comparó los datos y me dejó pasar. Como no llevaba equipaje bastó con pasar el detector de metales.

[10.57 am] En cuestión de segundos el viejo estaba al lado del guardia de equipajes y me señalaba para que me persiguieran. Corrí como un loco buscando la sala 15 mientras dos policías iban detrás de mí tratando de agarrarme. Por suerte llevaba buena ventaja y los nervios me hacían correr más rápido.

[10.59 am] Llegué a la sala de abordaje y ya estaba vacía. Abrí de un empujón las puertas del túnel que desembocan en la puerta del avión, pero al llegar al otro extremo me encontré con un vacío de dos metros de profundidad hasta el asfalto. El aeroplano ya se había movido de allí y estaba carreteando hacía la cabecera de la pista. Podía detenerlo, estaba seguro. Salté al vacío cayendo con las piernas flexionadas y dando un bote. No tuve mayores consecuencias, solo un golpe en la espalda y los codos. Al subir la mirada los dos policías que me perseguían gritaban instrucciones por los radios.

[11.00 am] Subí a la fuerza en uno de los carros autorizados para andar con los aviones en el asfalto. Recuerdo que el chofer del carrito me abrió los ojos como platos cuando me vio saltar a su lado y de un empujón lo lancé por los aires hasta que cayó al suelo. Aceleré a fondo con una palanca –luego de probar dos que solo prendían las luces- y me dirigí a toda velocidad hacía el avión mientras esquivaba otros carros. El ruido de los motores de los otros aeroplanos era ensordecedor, casi insoportable.

[11:02 am] El avión estaba a unos cincuenta metros pero estaba sacándome una ventaja demasiado grande, sin embargo aceleré a fondo aferrado a la esperanza de detenerlo y bajar a Samantha, pedirle que no se fuera, que la amaba, que la haría feliz.

[11.04 am] El Boeing 757 alcanzó la cabecera pero la distancia era demasiado grande. Prendió los motores y la presión del viento me hizo caer del carro hasta irme de bruces en el asfalto. Samantha se iba. El avión tomó velocidad y ya no podía hacer nada.

[11.05 am] El avión despegó y yo quedé sentado en el suelo. Lloré de impotencia. Ella se acababa de ir tal vez para siempre y no lo pude evitar. Llegaron dos tipos corriendo, me empujaron hasta que quedé boca abajo y luego de ponerme unas esposas me llevaron con ellos.

Luego de una detención de medio día, unas disculpas telefónicas al sujeto al que le quite el tiquete y una multa cuyo valor no diré, salí por fin a las 9 de la noche del aeropuerto a tomar un taxi y regresar a mi casa. En el piso había una botella de vino vacía, en el aire estaba su olor fresco y en mi cabeza solo existía el recuerdo de sus besos y caricias.

Pacientemente me senté y canté “Hasta el último momento de Yanny”.  Recordé nuestro sueño cumplido. A esa hora Samantha viajaba rumbo a Madrid y yo me quedé con su recuerdo en mi mente, en ese lugar entre el pecho y la garganta que aunque duele no se puede curar con nada. Una lágrima salió de mi ojo y recordé el amanecer en el bar por última vez. Repetí internamente la escena varias veces hasta que por fin luego de tres días dormí.

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