lunes, 23 de abril de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO II

Cuando salga de mi vida,
Asegúrese de cerrar la puerta.
Lo último que quiero recordar es que
ni siquiera al salir pudo hacer las cosas completas.

Llegué al apartamento y mandé un portazo. Le di un puño al interruptor para prender la luz de la sala. Luego le di un puño a la pared y así evitar desquitarme con algo que si se pudiera romper. No me di cuenta sin embargo que en el segundo golpe me corté el nudillo del índice derecho. Le di una patada al sofá que apenas se movió de su puesto y entonces me raspé el tobillo. Me senté, puse las manos en la cara y me elevé en el vacío como si ahí estuviera la respuesta de porqué pasó lo que pasó.

Pasaron diez minutos, veinte minutos, una hora, un año, un siglo, cinco minutos, un minuto o diez segundos; la verdad no lo sé. El caso es que el tiempo se detuvo, mientras yo miraba al vacío. La vibración del celular me sacó de mi trance. Lo miré y tenía 16 llamadas perdidas de Jenny. Lo apagué. Me faltó poco para botarlo pero me abstuve, aún lo necesitaba y ella no merecía la destrucción de un móvil que me había servido fielmente.

Me puse en pie y rompí todas las fotos de ella en el apartamento que ya no era nuestro sino mío. Rompí las cartas que me había escrito, los regalos que me había dado, las postales y tarjetitas en mi billetera y las metí en una bolsa de basura. Luego tomé toda la ropa que ella osó a meter en mi armario para mancillarlo con su aroma traicionero y la metí en otra. Tomé una bolsa en cada mano bajé al depósito de basura del conjunto y los lancé con la fuerza de quien bota un cargo de conciencia. Subí de nuevo como poseído por una legión de demonios, bufando como un enajenado, cerré la puerta de un nuevo golpe y de nuevo me senté en el sofá.

Puse la sonata para piano número 14 en do sostenido menor de Beethoven, y ahora podía llamarla así, con mis tecnicismos y adornos, como a mí me gustaba, no como ella quería que le dijera. Claro de Luna, llámala así, suena más lindo, me decía con un aire santurrón insoportable. Ahora todo era mío de nuevo, desde mi manera de hablar, hasta mi tiempo, mi espacio, mi manera de vestir y caminar, de hablar con mis amistades y salir con ellos. Probaba la libertad, la abrazaba con ambos brazos y disponía de ella a manos llenas, me sentía libre, extraño, pero libre. Con rabia.

Mientras pensaba en esa libertad, me repetía mentalmente la imagen de aquel auditorio una y otra vez, parecía un real masoquista. Luego daba paso a imaginarla tratando de llamarme desesperada para explicarme que no era lo que yo pensaba, debía estar sufriendo y eso me daba un placer efímero que se convertía en rabia de nuevo. Luego me la imaginaba mientras se entregaba en alguna cama de algún motel de mala muerte y me entraba un instinto criminal. Luego me acordaba de mis planes de fin de semana, tenía que re ordenarlos. Luego finalmente me acordaba de la imagen del auditorio una vez más y le daba un nuevo puño a la pared.

Golpearon a la puerta. Odiaba hacer de amable cuando mis ánimos no daban para eso, pero la cordialidad decía que era lo apropiado. No podía ser Jenny, claramente le dije a don Segundo, el portero, que bajo ninguna circunstancia le dejara entrar y a cambio se llevaría una excelente recompensa. Abrí la puerta y en efecto no era:

-          Hola Camila.     
-          Hola, ¿te pasa algo?- me dijo la dulce chica con un gesto preocupado.
-          No,  en absoluto, ¿por qué?
-          Porque estaba dormida y me desperté al escuchar un golpe muy fuerte. Luego oí otro y venía de acá. Pensé que tenías algo o algo grave te pasaba.
-          No Cami, eres muy amable, solo venía un poco cargado de paquetes y tuve que cerrar con el pie, no medí la fuerza y… oye ¿te desperté? Qué pena contigo, si quieres vuelve a tu casa, trata de conciliar de nuevo el sueño y esta noche te invito a tomar algo acá en el apartamento ¿te parece?
-          Por supuesto- me dijo con una sonrisa enorme en su cara- ¿te parece si paso a las 7 de la noche?
-          Magnífico, que sea a las 7 de la noche Cami.
-          Ok, adiós, nos veremos luego.
-          Adiós.

Entré de nuevo y di paso de nuevo a mi ira pospuesta. Me fui a mi cuarto y me acosté en la cama, en la misma en la que ambos habíamos dormido innumerables veces y empecé a llorar. Lo admito, era un idiota. Solo después que todo se descubre, uno entiende cómo encaja una cosa con otra.  A final de cuentas uno se da por enterado lo enamorado que estaba, pero, en la frase anterior se puede cambiar la palabra enamorado por: idiota, ciego, tonto, y muchos otros ejemplos. La frase no pierde sentido y a la larga significa lo mismo.

Mientras estaba acostado me di cuenta que había invitado a Camila a tomar algo. Tamaña estupidez. Ahora estaba obligado a arreglar todo y fingir completa cortesía cuando a duras penas había tomado impulso de abrir la puerta. Eso de ser un caballero a veces tenía serias desventajas.

Resurgí en Jenny, y empecé a recordar todos los bonitos momentos que viví con ella y como si fuera un fantasma aparecía de nuevo la imagen:

Entré y los vi besándose. Yo quedé petrificado. Sentí que la cara se me puso fría y un corrientazo me corrió por las piernas y los brazos, y yo sabía porqué, cuando la ira o el miedo entra al sistema corporal, toda la sangre va hacía los brazos y las piernas: atacas o corres.

Ella me miró como si estuviera viendo al mismo demonio y le dio un empujón al sujeto de una forma impresionante, casi lo tumba y si no es por que se sostuvo de una de las columnas se hubiese caído sin remedio. Entre tanto, yo, que seguía petrificado, sentí que las manos se me debilitaron y empecé a temblar. Me giré lentamente y presentí que ella estaba me seguiría. Así fue. Al sentir su mano tocando mi brazo, pareció que fuera un filo que rompía la piel por la que se escaparía toda mi ira.

Levanté el brazo en el que llevaba el ramo a una velocidad y fuerza que la hizo tambalear y quedó con los ojos como platos, le quería decir y gritar diez mil cosas, quería maldecirla a ella y a su descendencia, y a la descendencia de su descendencia. Pero no salió ninguna palabra. La miré con el odio más grande que yo recuerde y me fui de ahí en medio de un mar de pétalos caídos y un oso que acababa de botar en una caneca de basura.

Sin embargo, ya estaba en mi apartamento botado sobre la cama. Sabía que la odiaba porque no había perdón alguno para lo que ella había hecho. No podía haber ninguna explicación que me pareciera suficiente, ni tampoco que apaciguara el maremoto de ira que sentía.

Prendí de nuevo el celular y tenía 53 llamadas perdidas. Estaba como loca llamándome. De pronto timbró de nuevo, respiré profundo y contesté:

-         ¿Aló?- dije con una voz cortante.
-          Amor, por favor perd…-
-          No me diga de esa forma- le dije muy serio y con una voz que destilaba veneno puro.
-          Lo siento. Lo hice sin pensar.    
-          ¿Lo hiciste sin pensar? Disculpa pero ya no eres una niña. Antes por lo menos elaborabas mejor tus excusas. Esta, sin duda, es la peor que me has dado.

Le colgué el teléfono antes que pudiera darme cualquier otra explicación. Comencé a pensar que si hubiese tenido la sospecha y se lo dijera, tal vez me lo hubiese negado y naturalmente lo hubiese seguido haciendo por mucho tiempo más. Ese tipo de cosas me mataban la cabeza y me daban aún más rabia.

De pronto me di cuenta de algo. Algo grave. Estaba empezando no solo odiarla a ella, sino a todas las infieles, a todas las que hacían sufrir, todas las que no eran capaces de respetar una relación e, incluso, de respetarse a ellas mismas. En pocas palabras estaba odiando al mundo, a todo el mundo, a todos los seres humanos.

Eso no sé si era bueno o malo pero sin duda me estaba pasando. Ahora que la tierna Camilita acababa de salir de mi apartamento supuse que ella era igual que todas esas mujeres infieles, y merecía un castigo también. Yo, debía tomar algo de revancha contra el mundo.

Arreglé el apartamento de forma rápida y con el pulso acelerado sin razón que pueda explicar. Miré el reloj y vi que eran las 6:15 pm. Esperé a que se llegara la hora y a las siete en punto el timbre sonó :

-          Hola- Me dijo mientras sonreía.
-          Hola Cami, por favor sigue- Le dije mientras le dedicaba una sonrisa completamente hipócrita.

Ella siguió y yo cerré la puerta. Mi venganza contra ese podrido mundo que me hizo sufrir acababa de empezar.


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El avión tocó tierra y el sacudón sacó a Michelle de un ensimismamiento provocado por los miles de pensamientos que revoloteaban en su cabeza. Despedirse de sus padres en Buenos Aires y volver a Colombia luego de tanto tiempo era demasiado complicado. La idea de forjar un futuro lejos del amparo de su familia más cercana la hacía sentir desprotegida, sola.

El aeroplano carreteó hasta que la puerta encajara con el túnel que daba hacía las salas de llegada. Ella esperó la señal de quitar los cinturones y se levantó. Al momento sintió algo de mareo producto del cambio de altura pero solo fue momentáneo. Pasó por las revisiones generales y fue a la cinta transportadora a esperar pacientemente que su maleta pasara por allí para poder tomarla.

Eran las 7:05 de la noche cuando salió por la puerta 4 y miró en todas las direcciones en busca de su hermana:

-          ¡Michelle!- gritaron a su espalda.

Michelle se giró y la reconoció al instante.

-          ¡Lorena! – le gritó mientras se le dibujaba una sonrisa en el rostro y le dio un fuerte abrazo.
-          Qué grande y hermosa estás Chel, qué alegría verte.
-          Gracias Lore, tú también estás hermosa- le dijo mientras acariciaba cariñosamente su brazo derecho.
-          Te ayudo con el equipaje, debo contarte muchas cosas.- le dijo al tiempo que le quitaba de la mano la maleta más grande.
-          Tiempo tendremos, a partir de ahora me tendrás que soportar bastante.

Ambas se encaminaron a la salida de taxis y fueron al apartamento de Lorena.

Mientras estaban en el taxi, el móvil de Lorena sonó y ella contestó:

-         ¿Aló?
-          Buenas tardes ¿Michelle Bartichiotto se encuentra?
-          ¿De parte de quién?
-          De la Universidad (falla de sonido).
-          Un momento por favor.
Le extendió el teléfono a Michelle mientras le susurraba que era una llamada de la Universidad.
-          Hola, soy Michelle.
-          Señorita buenas tardes, le hablo de la decanatura de la Facultad de Ciencias Humanas ¿Ha tenido un buen viaje?- le dijo la mujer del otro lado del teléfono.
-          Si, muchas gracias.
-          Nos alegra mucho señorita. Lamentamos recibirla con malas noticias, pero, hay un ligero inconveniente con el registro de su matrícula en la universidad. Por favor venga cuanto antes. 

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