viernes, 11 de mayo de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO III


Hay placeres enlazados torturas.
Hay placer cuando descubres que la mentira
que sospechabas que te decían era en efecto una mentira.
La tortura es tener que guardar esa carta
para jugarla en un momento más interesante de la partida


Que yo recuerde, aquella velada con Camila fue una de las más desastrosas de mi existencia. Empezamos tomando un vino, sentados en el sofá, ella probaba un poco y me soltaba una risa coqueta mientras yo le hablaba de anécdotas varias.  Luego yo le soltaba miradas traviesas, fingidas claro, y ella se frotaba las manos en señal de su inocultable ansiedad.

A las dos horas de haber terminado el vino nos dimos un beso. Puse algo de música y seguimos hablando y subiendo el voltaje de nuestro encuentro, con una combinación peligrosa entre Raul di Blasio y un Undurraga Altazor de 25 años. Cuando el clímax ya alcanzaba proporciones que se salían de control y Camila se sometía dócilmente a mis voluntades, Jenny apareció en mis pensamientos besándose con ese otro personaje. Una vez más ella me arruinaba mi momento, mi existencia,  y me dispuso en uno de mis más bajos estados de ánimo.

Dejé de besarla, le dije que por alguna razón había empezado a dolerme la cabeza y me quedé quieto sobre el sofá unos 15 minutos. Ella se quedó a mi lado un rato y como a la media hora decidió dejarme solo.

Desde eso ya habían pasado tres días. Ese viernes fue de los peores de mi existencia y, por algún motivo, las personas solemos recordar más los malos días que los que son mejores. Ello hizo mella en todo un fin de semana lleno de pesadillas y preparaciones fallidas de mi primera clase de Historia. Dictaría a estudiantes de séptimo semestre de antropología. Ello me gustaba mucho, puesto que ya tendrían algunos conceptos muy claros y además mantendrían discusiones con argumentos más racionales y menos pasionales. Sin embargo ese torbellino sentimental estaba haciendo que mi gusto por la historia, por enseñar y por discutir sobre temas intelectualmente estimulantes pareciera anestesiado.

Ahí estaba yo subiendo las escaleras a paso cadenciado hasta el sexto piso, Salón 610. Cuando llegué al pasillo vi cerca de seis estudiantes sentados a lado y lado de  la puerta del salón que me interpelaron con la mirada. Mientras me dirigía hacia allá iba pensando en sí, de pronto, entre alguna de mis estudiantes pudiera aparecer una Samantha como la del profesor de simbología.

Me mostró una foto de ella durante una noche que bebimos en Metro Café por los lados de la 15 con 75 tan solo una semana después que ella se fue para Bulgaria. Recuerdo que me quedé boquiabierto, era el rostro de un ángel y una mirada demasiado inquietante, en cierta manera tenía la razón de haberse enamorado de una carita tan, indescriptible.

Abrí la puerta del salón y automáticamente los estudiantes se pusieron de pie y entraron tras de mí. Me acerqué a la mesa de profesores y dejé mi maleta:

-          Buenos días. Soy su profesor de historia durante este semestre. Quisiera conocerles, pero como sé que nadie va a hablar por su propia cuenta, les sugiero de forma obligatoria empezar por orden de lista: Señor Arévalo…

Unas risas tímidas se escucharon entre ellos y un chico rollizo se levantó de su asiento ubicado en toda la esquina del salón.

-          Jaime Arévalo, 22 años. Estoy en sexto semestre y adelantó esta materia. Ehm… la historia es importante para antropología por… ehmm… porque dice lo que pasó y así podremos repetirlo o evitarlo, eso depende de nuestros objetivos.

-          Muchas gracias señor Arévalo, ahora por favor la Señorita Bartichiotto:

Ella se levantó en cámara lenta, cabello negro que cambiaba su tono a azul oscuro con los rayos de un sol tímido que entraba por las ventanas. Me miró con unos ojos color almendra, serenos y calmantes. Tenía 1.63 de estatura y contextura delgada, labios a medida, nariz respingada, piel blanca y postura desafiante. Una escultura hecha mujer.

-          Hola, me llamo Michelle Bartichiotto. Tengo 22 años y soy recién llegada de Buenos Aires. La Historia me parece importante porque muchos aún no han comprendido el concepto real de lo que es la historia y por ende creen que todo a lo que hace referencia está en el pasado. Las historias se crean, se cuentan y trascienden. Yo puedo contar un relato de cómo llegué acá, pero también puedo inventarme una de cómo llegaré mañana. La historia justifica el presente, pero también lo construye.

En el salón hubo un silencio que a lo sumo duró unos diez segundos. Estoy seguro que ella mentalmente debió burlarse de mi cara de sorpresa. Los estudiantes miraban mi cara y la cara de ella como si se tratara de un partido de tennis:

-          Señorita Bartichiotto, muchas gracias- le dije con un aire de sorpresa que apenas podía asimilar.

Ella se sentó mientras me sonreía disfrutando la admiración que había provocado en mí. Yo aclaré la garganta y seguí preguntando al resto de la clase mientras dedicaba miradas de reojo a Michelle.

Imagino que el resto de estudiantes dijeron cosas bastante interesantes, pero mi mente se debatía por un lado con Jenny y la imagen de su beso, y por el otro, con la inmejorable intervención de Michelle que, para tener 22 años se expresaba con una pulcritud bastante rara para personas de su edad. Además esa lucidez académica adornada con ese acento argentino hacía que el aire se me escapara de los pulmones.

Yo seguí con la clase y cuando terminó, ella me dedicó una mirada seguida de una sonrisa y cierto rubor en sus mejillas. Se puso de pie y salió a paso rápido. Por mi parte, yo bajé a la cafetería y me senté en una de las mesas a esperar mi compañero y colega profesor de simbología.
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Ya estaba en mi casa tratando de comprender que era lo que había pasado en la universidad. La clase había ido dentro de lo normal a grandes rasgos, pero Michelle Bartichiotto era un ser sorprenderte y no había parado de pensar en ella y en esa intervención tan diciente.

Recuerdo perfectamente que en la cafetería, mientras estaba hablando con mi colega profesor acerca de Samantha, Michelle pasó por la mesa del lado y me sonrió de forma tímida. Eran señales simples, normales y que no significaban absolutamente nada pero que a mí me inquietaban. Llevábamos escazas 3 horas de conocernos y tal vez mi despecho hacía que me creara ilusiones de la nada y con quien fuera.

Pasaron 5 clases. Exactamente 5 hasta llegar a aquella clase en la que debía dar una conferencia en uno de los auditorios de la universidad. La capacidad era de más o menos unas trescientas personas que desde la tarima se veían como tres mil, yo llegué antes para mirar el programa:

  1. Introducción al Languedoc. – Profesora Rocío Herrera. Clase de Sociología.
  2. Historía del Languedoc, Montsegur y los cátaros. Profesor  __________. Clase de Historia.
  3. Simbología en el Languedoc, Masonería y Religión. Profesor _________. Clase de simbología.
Después de mí y mi colega de desamor, seguían otros profesores invitados. Con los nervios normales yo me quedé en el hall repasando un poco la apertura de mi ponencia, cuando la vi.

-          Hola profesor – me dijo.
-          Michelle, qué gusto. No sabía que te gustaran este tipo de temas.
-          Ni yo tampoco, la verdad me llamó la atención el título y vine. Del Languedoc he leído, pero me declaro neófita en el tema.
-          Bueno, vas a ver cómo te termina apasionando.
-          Eso espero, y espero también que a la salida pueda presumir de mi profesor de historia – me dijo entre risas.
-          Yo solo espero que cuando termine aún estés despierta- le dije también bromeando.
-          Nos vemos adentro- me dijo mientras se inclinaba hacia mí.

Al despedirse hizo un gesto de querer darme un beso en la mejilla y yo titubeé. Para un profesor es de pésimo gusto ese tipo de confianzas con una estudiante en un espacio académico, pero por otro lado yo si quería tener ese tipo de confianza con ella.

En ese momento se me pasó todo tipo de probabilidades por la cabeza: si le negaba despedirnos así tal vez cerrara la puerta de un trato informal con ella. Aunque de pronto ella lo entendería y sabría que ese no era el momento. Tal vez yo estaba dramatizando un poco por un episodio tan simple, y le daba demasiada importancia. Importancia que tal vez tenía. Tal vez…

Ella rió por lo bajo, se fue y no nos dimos ningún beso. Yo pensé y probabilicé diez mil alternativas de un episodio tan común como ese, sin embargo, no hubiese probabilizado absolutamente nada si la protagonista no fuera Michelle. Recuerdo que solo habíamos hablado de forma larga en una asesoría del proyecto final. Los estudiantes debían escoger un hecho histórico y hacer un cubrimiento completo de sus causas más remotas hasta sus consecuencias latentes, recogiendo testimonios de expertos, y además hacer contrastes de afectados y afectantes del hecho en cuestión.

Ella escogió un hecho poco común pero bastante importante: Las Cruzadas. Debía tomar asesoría muy selecta: historiadores eclesiásticos, seculares e incluso simbólogos como mí querido colega. El día de la asesoría, exactamente la clase anterior, hablamos mucho acerca de su proyecto, pero nunca trascendimos a ningún otro tema.

El caso es que ella entró y yo traté de aterrizar de nuevo sobre mis notas para ensayar la primera parte de mi intervención.


Subí a la tarima en medio de una nube de aplausos. Traté de ubicarla pero entre el mar de gente era casi imposible. Puse las hojas en el atril, acomodé el micrófono de solapa, aclaré la garganta y empecé a hablar.

-          Buenas tardes. Agradezco a la profesora Herrera por tan buena presentación, creo que no es necesario decir mucho más de mí. Así que empecemos por decir que cuando hablamos del Languedoc siempre es importante recordar personajes importantes, pero también frases muy importantes: “Matadlos a todos que Dios reconocerá los suyos”…

Mi intervención duró cincuenta y cinco minutos; La conferencia en total cuatro horas y media;  y mi inquietud por Michelle casi cinco horas. Hubo un protocolo en el que, entre vitoreos y aplausos, cada persona que intervino iba subiendo uno a dar las gracias y reverencias al público.

Mientras decían las palabras finales, yo salí un momento por un poco de agua. Al llegar al hall del teatro, la vi recostada en una pared hablabando por su teléfono móvil. Ella al verme levantó la mano y me hizo señas para que la esperara y en seguida empezó a despedirse de su interlocutor. Al colgar al fin se acercó sonriendo:

-          ¡Felicitaciones! He quedado impresionada. Ahora si voy a poder presumir de mi profesor. – me dijo.
-          Me sonrojas Michelle, muchas gracias y me alegra que te haya gustado. – le dije mientras sentía la cara hirviendo de calor sonrojante.
-          Pero me han quedado algunas dudas. ¿Cuándo podríamos resolverlas?
-          De una vez, si quieres- le dije.

Ella miró en todas las direcciones y tomó tono y postura cómplice:

-          Pero aquí no.- me dijo mientras se me acercaba.
-          En ese caso, escucho tus propuestas- le dije con un poco de picardía. Mi profesionalismo lo había desbaratado en tres frases y no supe como tomar eso: si bueno o malo. Ahora me daba cuenta que estábamos hablando en susurros.
-          ¿Has visto un café argentino que queda cerca de Atlantis? Veámonos mañana, ahí.- Me dijo en un tono un poco más fuerte.
-          Que así sea. Mañana a las… dos de la tarde.
-          No, que sea a las 2:30. Es que tengo clase de simbología- me dijo mientras ponía cara de vergüenza.
-          Listo- añadí sonriendo y con el corazón casi saliéndose del pecho.

Cuando nos despedimos, no sé si fue el viento, la mano de Dios o la mano del diablo. No sabía si veía la tentación encarnada o una aparición celestial. No sé realmente qué o quién hizo lo que hizo, pero me gustó. Nos acercamos para darnos un beso en la mejilla pero la distancia era más de la que habíamos calculado. Cuando giramos las cabezas accidentalmente la comisura de su boca tocó parte de mis labios y nos alejamos como si nos hubiese cogido la corriente.

Ella se sonrojó y me abrió los ojos como platos, yo me quedé estático mientras sentía que el corazón en la garganta. Temí que ella pensara lo peor de mí. Me asusté y quise darle una explicación, burlarme del tema, hacer algo para romper el silencio. Pero ella lo hizo primero:

-          Acuérdate, mañana a las dos y treinta- Sonrió, me guiñó un ojo y se fue de nuevo al interior del teatro.

Yo olvidé que iba por agua, me quedé un rato sonriendo sin creer lo que había pasado. Nos veríamos fuera de la universidad y además casi nos damos un beso. Demasiado perfecto para creerlo.

Me quedé un rato ahí sonriendo. Cuando el profesor salió con su maleta en la espalda y la mía en la mano:

-          Hombre, nunca te aguantas las conferencias hasta el final – me dijo entre risas.
-          No la verdad me cuesta aún.
-          Vamos, te invito a un café y hablamos un rato. – me dijo casi leyéndome la mente.
-          Gracias, vamos que tengo algo para contarte…

Salimos del teatro mientras él me contaba los comentarios que le había hecho la profesora Herrera. Yo mientras tanto iba pensando en ella.

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