El hombre llega hasta donde la mujer lo permita.
La mujer llega hasta dónde... ella quiere.
Lo difícil es encontrar a una mujer que no quiera llegar a ninguna parte
porque no se dejó deslumbrar por simples palabras vanas.
La tarde estaba
gris y la amenaza de lluvia según el IDEAM era inminente, lo cual, me llenaba
de calma. Por alguna razón cuando el IDEAM predice el clima pasa exactamente lo
que ellos dicen, pero al contrario. Yo estaba exactamente en la puerta
principal de Atlantis –la de Hard Rock- y faltaban quince minutos para que
llegara la hora de nuestro encuentro. Caminé despacio hacia el café repasando
de memoria la historia de las cruzadas una y otra vez. No podía darme el lujo
de dejarme coger fuera de base por una de sus preguntas, era simplemente
inaceptable de mi parte. Debía responderle siempre. Era un reto. Ella era mi
reto.
Llegué al café cinco
minutos antes. Como imaginé que aún no había llegado, iba a sentarme en alguno
de los sofás del lugar e iba a pedir un café mientras ella llegaba, pero tan
pronto como entré, la vi leyendo el Malleus
Malleficarum en una esquina.
Era un cuadro
perfecto: Ella estaba sentada debajo de un descolorido cuadro de Marylin Monroe
perteneciente a la secuencia pintada por Andy Warhol; sobre la mesa descansaba
media taza de café que, se notaba, ya estaba frio. Llevaba una blusa negra que
le dejaba un hombro descubierto y un jean desgastado que por el solo hecho de
llevarlo ella, se veía hermoso.
Me acerqué lo más
silenciosamente posible para no desconcentrarla:
-
¿Sabía que las mataban por saber
de matemática?- me preguntó sin siquiera levantar la mirada. Me sorprendió. No
sabía cómo ella se había dado cuenta que yo estaba allí.
-
No sólo eso, las mataban por
aminorar los dolores del parto con plantas medicinales-le respondí.
-
¿Es en serio? – Cerró el libro de
un golpe y se quedó mirándome sorprendida.
-
Lo siento, pensé que ya habías llegado
a esa parte.
-
¿Siempre eres tan puntual profesor?
-
Michelle, no creo que puntual sea
la palabra, yo diría que siempre soy tan impaciente.
Me invitó a
sentarme y pedimos un café:
-
Pareces nervioso ¿pasa algo?- me
preguntó.
Era increíble, era
la primera pregunta de la noche y no bastaron ni cinco minutos desde que nos
habíamos saludado para que me dejara fuera de combate. No tenía respuesta
alguna a esa pregunta, o por lo menos no había una que quisiera decirle en ese
momento.
Debemos aceptar que
los hombres en ocasiones queremos parecer la respuesta a todos los problemas de
las mujeres y aunque eso les parezca atractivo a veces, también les encanta que
nos equivoquemos y que les demos la razón cuando ellas han hecho méritos para
tenerla. Ella estaba disfrutando de a pocos verme notoriamente nervioso con su
presencia, pero logré rápidamente recomponer la compostura.
-
No estoy nervioso, solo que estos
temas suelen apasionarme demasiado.-le guiñé un ojo y ahora fue ella quien se
sonrojó.
Duramos hablando hasta
después de las 9 de la noche. Pero curiosamente de las cruzadas hablamos
solamente una hora. Me contó de su gusto por el cine Hindú y sobre todo por la
película Devdas, en la que se hizo famosa la actriz Aishwarya Ray; odiaba los
chocolates pero amaba las gomas de colores; no le gustaban los sitios de rumba
habituales donde ponían una hora de reggaetón y diez minutos de música -valga
hacer énfasis en la diferencia entre una cosa y otra-, en cambio, amaba los
cafés aislados donde se podía tomar un buen vino escuchando tango o algo de rock
clásico. Sumado a esto era bailarina profesional y le gustaba el practicar en
lugares donde solo se escuchaba salsa clásica, allí solía dejar boquiabiertos a quienes la veían bailar.
Al terminar el café
y entrar en una tierna lucha sobre quién pagaría la cuenta, nos fuimos
caminando por toda la Carrera 15 hacía el norte. La avenida estaba desierta y
aunque era inseguro, nosotros corríamos el riesgo sin ninguna complicación. Ella
llenaba enteramente el formulario de la mujer que me había imaginado. Éramos parecidos
en casi todo aspecto, sin embargo nos diferenciábamos en lo necesario para
tener el campo suficiente de sorprendernos.
Al llegar al
edificio redondo de la Calle 100 me dijo que tomaría un taxi. Le ofrecí
llevarla hasta la casa pero se negó de la forma más delicada que encontró
dentro de su elocuencia:
-
No es que me de pena, pero si te
vas conmigo, luego no te dejo ir y eso no sería nada profesional.
Imaginé por un
instante el hecho de quedarme con ella toda la noche, pero sacudí la cabeza
para apartar la idea antes que se diera cuenta que, en efecto, estaba pensando
en eso. Detuvimos un taxi y ella al despedirse me dio un beso que de nuevo jugó
rozando el borde de mis labios:
-
Es la segunda vez, voy empezar a
pensar que no es accidental – le dije sonriendo.
-
Nadie dijo que la primera vez fue accidental
– me respondió subiendo la ceja derecha y haciendo una sonrisa que solo ella
sabía hacer.
Se subió al taxi y
agitó la mano en señal de despedida. Yo me quedé solo en Calle 100 con Carrera 15
tratando de asimilar su última frase cuando el móvil empezó a sonar. Era ella:
-
Hola, me quedé con algo tuyo. Debo
entregártelo cuanto antes.
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