martes, 29 de mayo de 2012

LA VENGANZA CONTRA EL MUNDO IV

El hombre llega hasta donde la mujer lo permita.
La mujer llega hasta dónde... ella quiere.
Lo difícil es encontrar a una mujer que no quiera  llegar a ninguna parte
porque no se dejó deslumbrar por simples palabras vanas.



La tarde estaba gris y la amenaza de lluvia según el IDEAM era inminente, lo cual, me llenaba de calma. Por alguna razón cuando el IDEAM predice el clima pasa exactamente lo que ellos dicen, pero al contrario. Yo estaba exactamente en la puerta principal de Atlantis –la de Hard Rock- y faltaban quince minutos para que llegara la hora de nuestro encuentro. Caminé despacio hacia el café repasando de memoria la historia de las cruzadas una y otra vez. No podía darme el lujo de dejarme coger fuera de base por una de sus preguntas, era simplemente inaceptable de mi parte. Debía responderle siempre. Era un reto. Ella era mi reto.

Llegué al café cinco minutos antes. Como imaginé que aún no había llegado, iba a sentarme en alguno de los sofás del lugar e iba a pedir un café mientras ella llegaba, pero tan pronto como entré, la vi leyendo el Malleus Malleficarum en una esquina.

Era un cuadro perfecto: Ella estaba sentada debajo de un descolorido cuadro de Marylin Monroe perteneciente a la secuencia pintada por Andy Warhol; sobre la mesa descansaba media taza de café que, se notaba, ya estaba frio. Llevaba una blusa negra que le dejaba un hombro descubierto y un jean desgastado que por el solo hecho de llevarlo ella, se veía hermoso.

Me acerqué lo más silenciosamente posible para no desconcentrarla:

-          ¿Sabía que las mataban por saber de matemática?- me preguntó sin siquiera levantar la mirada. Me sorprendió. No sabía cómo ella se había dado cuenta que yo estaba allí.
-          No sólo eso, las mataban por aminorar los dolores del parto con plantas medicinales-le respondí.
-          ¿Es en serio? – Cerró el libro de un golpe y se quedó mirándome sorprendida.
-          Lo siento, pensé que ya habías llegado a esa parte.
-          ¿Siempre eres tan puntual profesor?
-          Michelle, no creo que puntual sea la palabra, yo diría que siempre soy tan impaciente.

Me invitó a sentarme y pedimos un café:

-          Pareces nervioso ¿pasa algo?- me preguntó.

Era increíble, era la primera pregunta de la noche y no bastaron ni cinco minutos desde que nos habíamos saludado para que me dejara fuera de combate. No tenía respuesta alguna a esa pregunta, o por lo menos no había una que quisiera decirle en ese momento.

Debemos aceptar que los hombres en ocasiones queremos parecer la respuesta a todos los problemas de las mujeres y aunque eso les parezca atractivo a veces, también les encanta que nos equivoquemos y que les demos la razón cuando ellas han hecho méritos para tenerla. Ella estaba disfrutando de a pocos verme notoriamente nervioso con su presencia, pero logré rápidamente recomponer la compostura.

-          No estoy nervioso, solo que estos temas suelen apasionarme demasiado.-le guiñé un ojo y ahora fue ella quien se sonrojó.

Duramos hablando hasta después de las 9 de la noche. Pero curiosamente de las cruzadas hablamos solamente una hora. Me contó de su gusto por el cine Hindú y sobre todo por la película Devdas, en la que se hizo famosa la actriz Aishwarya Ray; odiaba los chocolates pero amaba las gomas de colores; no le gustaban los sitios de rumba habituales donde ponían una hora de reggaetón y diez minutos de música -valga hacer énfasis en la diferencia entre una cosa y otra-, en cambio, amaba los cafés aislados donde se podía tomar un buen vino escuchando tango o algo de rock clásico. Sumado a esto era bailarina profesional y le gustaba el practicar en lugares donde solo se escuchaba salsa clásica, allí solía dejar  boquiabiertos a quienes la veían bailar.

Al terminar el café y entrar en una tierna lucha sobre quién pagaría la cuenta, nos fuimos caminando por toda la Carrera 15 hacía el norte. La avenida estaba desierta y aunque era inseguro, nosotros corríamos el riesgo sin ninguna complicación. Ella llenaba enteramente el formulario de la mujer que me había imaginado. Éramos parecidos en casi todo aspecto, sin embargo nos diferenciábamos en lo necesario para tener el campo suficiente de sorprendernos.

Al llegar al edificio redondo de la Calle 100 me dijo que tomaría un taxi. Le ofrecí llevarla hasta la casa pero se negó de la forma más delicada que encontró dentro de su elocuencia:

-          No es que me de pena, pero si te vas conmigo, luego no te dejo ir y eso no sería nada profesional.

Imaginé por un instante el hecho de quedarme con ella toda la noche, pero sacudí la cabeza para apartar la idea antes que se diera cuenta que, en efecto, estaba pensando en eso. Detuvimos un taxi y ella al despedirse me dio un beso que de nuevo jugó rozando el borde de mis labios:

-          Es la segunda vez, voy empezar a pensar que no es accidental – le dije sonriendo.
-          Nadie dijo que la primera vez fue accidental – me respondió subiendo la ceja derecha y haciendo una sonrisa que solo ella sabía hacer.

Se subió al taxi y agitó la mano en señal de despedida. Yo me quedé solo en Calle 100 con Carrera 15 tratando de asimilar su última frase cuando el móvil empezó a sonar. Era ella:

-          Hola, me quedé con algo tuyo. Debo entregártelo cuanto antes.

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