Si bien el mundo es el dueño del tiempo,
en mi opinión digo que lo administra muy mal.
La mujer perfecta
reside y en mi cabeza día y noche. Le hace cosquillas mi vida para que esté
sonriendo sin motivos aparentes y me pregunten si me siento bien cuando de la
nada mi rostro refleja tanta felicidad.
La mujer perfecta
camina por los parajes más hermosos de la humildad y hace que sus errores sean
olvidados gracias a su inamovible sinceridad. Ella, no juega al ajedrez con tal
de complacerse a sí misma. Por el contrario hace jugadas abiertas y muestra sus
intenciones tal como son para que yo note lo transparente y leal que es.
La mujer perfecta
que está en mi pensamiento no dice una cosa y hace otra; ni tampoco me invita a
jugar al detective de conciencias. Los celos excesivos no son su punto débil
porque confía mucho en sí misma y en que su vuelo de mujer soñadora solo necesita
de su fuerza para llegar donde ella quiera.
La mujer perfecta
tiene crisis de genio: un rato estará triste, otro muy feliz, otro de mal humor,
otro en el que no se soporta y otro demasiado inquieta. Pero en cada uno de sus
estados será encantadora y enamoradora.
La mujer perfecta
aunque esté distante vive mi cabeza, se levanta cada mañana conmigo. Y recibo
su última prueba de supervivencia cuando la pantalla de mi consciencia queda en
negro. La mujer perfecta no muere cuando deja de respirar, ni está lejos por
más distancia, no deja de amar por más pelea, ni se aburre porque el simple
hecho de amar la mantiene siempre emocionada.
La mujer perfecta
se acuesta cansada de jugar por los laberintos de mi mente, duerme serena,
pacífica y angelical mientras planea nuevas formas de mantenerme enamorado;
mientras me crea los enigmas para mantenerla enamorada.
La mujer perfecta
existe y permanece en mi mente. Y ahí es donde debe estar. La mujer perfecta es
ella, la cose sueños rotos, alimenta ilusiones, salva la vida de mis emociones
y hace de mi respiraciones un placer si son a su lado. Ella es la mujer
perfecta.
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