viernes, 16 de marzo de 2012

EL AMARTELAMIENTO UTÓPICO I

(Primera parte de la tetralogía Samanthiana)

Si quiere un amor renovado,
renueve constantemente sus sentimientos de culpa.

Estaba sentado en una mesa de cafetería ubicada en una universidad cuyo nombre no diré por preservar el prestigio de los estudiantes que aquí nombraré. Allí me encontraba tomando un café y conversando de algunos temas aislados. Dos de mis más grandes amigos estaban debatiendo porque el concepto de juego de Edgar Morín le parecía más válido a Felipe mientras que a Jairo le parecía mucho más efectiva la definición de Wittgenstein. Yo, sinceramente, defendía más la de Huizinga. Entretanto, Carla y Samantha miraban desde el otro lado de la mesa, entretenidas y en silencio, cómo nosotros nos devanábamos los sesos en un tema tan poco usual.

Durante toda la conversación cruzaba esporádicamente la mirada con Samantha que, muy coqueta, me hacía una que otra sonrisa y le daba un sorbo al capuchino que se tomó en ese rato. Yo me sonrojaba con cada mirada, y trataba de disimular los nervios dando golpecitos a la mesa con la yema de los dedos. Creo que no hay momento que más disfrute una mujer sino aquel donde el hombre hace evidencia de la atracción que siente por ella. Para ellas no hay mayor gozo que vernos tartamudear, movernos torpemente y decir bobadas sabiendo que es culpa de la seducción que ellas producen.

Luego de un rato, cuando el reloj ya marcaba las 5.57 de la tarde, ya hablábamos de las clases de universidad. Ella se quedó mirándome como esculcando y experimentando nuevas formas de intimidarme y yo le respondí la mirada casi tratando de no dejarme. Sin previo aviso me mandó un beso haciendo que todos los presentes nos quedáramos en silencio y la sensación de sorpresa e incredulidad robara todo rastro motriz de mi cuerpo. Ella siguió con la mirada fija y la sonrisa coqueta y yo seguí sonriéndole, siguiendo el juego.

Ella y yo nos conocíamos desde hace mucho, 3 años atrás más o menos. Cuando entré al salón como su monitor y profesor de simbología, sólo bastó esa clase para que ella ya me pareciera una chica linda y petulante que sustentaba sus defectos de personalidad ególatra con una belleza notoria. Yo a ella le parecía un crecido prepotente que quería aparentar saber todo, pero que lo único que hacía era confundirla y por ende enfurecerla. En resumen, nunca en nuestra vida nos íbamos a poder aguantar:

  • -          ¿Sabe alguno cual es la paradoja de la omnisciencia?- dije ante los casi 25 estudiantes.
  • -          Es el de la imposibilidad de la perfección de Dios ¿no? – Me respondió Samantha un tanto insegura.
  • -          En efecto, esa es, ¿la sabes?
  • -          Sé el enunciado pero no la explicación exacta… “¿puede Dios crear una piedra tan grande que pudiera quedarle difícil de levantar a él mismo?”
  • -          Y la respuesta correcta es…
  • -          Si puede… -dijo un muchacho de gorra, ropa ancha y un poco desarreglado- Dios lo logra por su poder infinito.
  • -          De hecho ambas respuestas, el sí y el no son imposibles. Ninguna existe- dije- si le queda difícil de levantar es porque no sabe cómo hacerlo cómodamente y por tanto no es omnisciente, pero si le queda fácil, entonces no cumplió con nuestro pedido de hacer una que se le complicara de llevar, por tanto tampoco será omnisciente. Sin embargo, espero un análisis de 2 páginas al respecto. Es para la siguiente clase y si logran tumbar esta paradoja será un logro para todos.
  • -          ¿Entonces usted no cree en Dios?-preguntó Samantha
  • -          No dije eso señorita…
  • -          Miranda.
  • -          No dije eso señorita Miranda, solo digo que en los escritos de ese Dios hay incongruencias.
  • -          ¿Y quiere que nosotros suplamos las incongruencias de ese Dios y de sus escritos?
  • No, lo que quiero es que me argumenten porqué creen en un Dios que, en el papel, tiene tantas incongruencias.

Entre murmuraciones los estudiantes se fueron alejando y yo recogí mis cosas tratando de sopesar el éxito o fracaso de la clase. Levanté la mirada y me di cuenta que ella era la única que quedaba en el salón junto con Camilo Villa, un muchacho distraído, alto, delgado, moreno y un poco encorvado. Ella recogía sus cosas mientras él ya salía del salón:

-          Usted es bastante curiosa señorita Miranda.
-          ¿le molesta?, creí que eso le aportaba. – Lo dijo en un tono que notoriamente mostraba petulancia.
-          No lo decía porque me molestara, sino porque es muy inusual ciertas preguntas en estudiantes de tercer semestre. Pero notoriamente mis comentarios no son para que los entienda todo el mundo – lo dije a manera de contra-ataque.
-          En eso tiene razón – cogió su maleta- usted tiene el talento de hacerme confundir solo con el saludo – hizo una sonrisa que oscilaba entre la rabia y la coquetería y se dio vuelta.
-          ¿Baja usted?-preguntó antes de salir del salón.
-          No, debo dejar unos papeles en la facultad, gracias por preguntar.
-          No es nada.

Luego de tres clases y varias discusiones académicas alrededor de miles de símbolos e historia, nos fuimos a tomar un café. Ella cuidaba mucho que su cabello, siempre recogido, estuviera arreglado milimétricamente como si posara siempre para una foto. Hablaba, miraba la taza de café, sonreía y de nuevo me miraba. Es linda pensaba mientras me esforzaba por no hacerlo notar. Me dijo que la impresión que había tenido sobre mi era completamente distinta a la que experimentaba cuando hablaba conmigo en una mesa de cafetería. Yo le decía, que de la misma manera, tenía un impresión errada de ella. La conversación se encaminó hacía una conferencia a la que quería que ella me acompañara. Ella aceptó, pero iría mucha gente mutuamente conocida, por tanto, acordamos actuar como completos desconocidos para no levantar sospechas de un romance que no pasaba.

Seguimos hablando y ella nubló sus ojos cuando hablamos de Erick, el novio búlgaro que la esperaba desde hacía 2 meses, fecha en que había resuelto hacer los dos semestres que le faltaban para graduarse de antropóloga. Ella decía que no sentía lo mismo por él, a pesar 5 años de relación. Ella estaba segura de las infidelidades de su pareja pero estaba tan entregada a la rutina y la costumbre de su relación que no era capaz de dejarlo.

Al cabo de un rato fui dejarla a la casa. Cogimos un taxi en la Calle 100 con Carrera 15 y nos fuimos hasta su apartamento en la 116 con autopista norte.

-          Adios Sam.
-          ¡Por Dios! – me dijo sorprendida- No me dijo Señorita Miranda – dijo riendo.
-          Dejemos esa formalidad para la clase –le dije entre risas- fuera del salón eres Samantha.
-          Y tú eres…
-          Yo soy quien te cuidó hasta dejarte en tu casa.
-          Y tú y yo somos…
-          Somos más que dos – dije citando a Bennedetti.

Nos acercamos para darnos un beso de despedida que presumía sería en la mejilla. Pero no pasó así, en cambio fuimos suave y directamente como engranajes de relojería hacía la boca. Sentimos suavemente los labios del otro, inquietos, uniéndose y separándose en cámara lenta, abriéndose y cerrándose tratando de atrapar los labios del otro, besando sin pensar en que pasaba en el resto del planeta. Nos separamos, nos abrazamos y luego de una despedida casi sin palabras subió a su apartamento y yo me fui a mi casa.

Pero regresemos a la mesa de la universidad. Quedamos mirándonos con Samantha  mientras Carla, Felipe y Jairo nos miraban con los ojos como platos, esperando qué podía pasar.

David llegó por detrás de ella saludando a todos rompiendo el silencio.

-          Hola muchachos, ¿alguien lleva carro mañana? el transporte hasta la conferencia va a ser muy pesado y me gustaría hacerme la vida un poco más fácil.

Mañana, Conferencia. Mañana jugaría al desconocido con Samantha, mañana el juego seguiría entre ella y yo y así confirmaría si la definición de Huizinga sería la adecuada…


P.S: Jairo se ofreció a llevar a David a la conferencia.

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