domingo, 25 de marzo de 2012

AMARTELAMIENTO UTÓPICO II

(Segunda parte de la tetralogía Samanthiana)

Descubrí que mi vicio era verla
y toda mi vida giró en torno a que de nuevo pudiéramos hablar.
Y aunque no nos volvimos a ver,
sus ojos en la foto me decían que seguía conmigo 

Era un tanto exasperante no poder controlar mi impulso de sonreír cuando escuchaba su nombre, sobre todo cuando había intentado controlar en mi vida todo lo que se me apareciera. Aun hoy controlo lo que quiero ver, lo que quiero oír, lo que quiero tocar, controlo la felicidad de quienes quiero e incluso controlo la forma de no odiar a quienes no son de mi simpatía. Y sin embargo, reitero que aún hoy, me declaro detestablemente incapaz de no sonreír cuando leo, escucho o pienso en ella y su nombre.

El día había llegado. El tiempo de jugar había empezado. Llegué más temprano que de costumbre y, tras pagar 6800 pesos al taxista que me contó que había terminado con su novia justo el día anterior, subí al salón de conferencias de la Universidad  y me senté en una silla que me permitiera ver quienes llegaban y salían. Eran de esas sillas plegables como de cine, que impiden acomodar el cuerpo en otra dirección que no fuera hacia el frente, así que intenté acomodarme de tal manera que mi cuerpo quedara parcialmente ladeado y así mirar hacia la puerta principal. En ese momento me di cuenta que me estaba importando más que llegara Samantha que la conferencia misma. Estaba perdiendo los estribos de mí mismo y eso me daba auténtico y placentero pánico.

Llegaron Felipe, Jairo y David. Tras un saludo lleno de etiquetas cual si fuéramos negociantes en un coctel, nos sentamos de nuevo y empezamos a hablar de la discusión del día anterior y, claro, me preguntaron qué era lo que pasaba entre Samantha y yo. Al no saber qué contestarles, les dije simplemente que jugábamos a alterarnos, pero que entre nosotros nunca había pasado nada, les dije incluso que ella me parecía un tanto petulante y no me caía del todo bien. Mentí.

Samantha entró y por primera vez la vi con el cabello suelto. Resistí todas mis ganas de lanzarme a saludarla e hice como que no la vi. Solo su cabello, ese compilado de finos hilos   articulaban notas calmas al caer sobre su espalda y provocaban convulsiones exactamente donde se siente la gastritis. Cada caída del cabello sobre sus hombros provocaba que el tiempo se detuviera haciendo de ella una fotografía perfecta, momentánea y eterna. Estaba comprobado. Anna, esa chica cuyo amor de verano había me había marcado hacía unos 3 años y además había sido la protagonista de mis fantasías, ahora estaba relegada en alguna parte del cuarto de san Alejo en mi cabeza. Ahora Samantha estaba reordenando los muebles de mis pensamientos de una manera completa.

Me levanté para ir junto a los profesores de la cátedra que estaban en la primera fila. Ellos me habían llamado para sentarme con ellos. Cuando estaba aún saludándoles sentí que una mano tocó mi hombro:

-          Hola, ¿interrumpo?- me aterrizó la voz de Samantha.
-          Hola- Le contesté hipnotizado. Tras unos segundos de auténtica sorpresa, en silencio le presenté algunos profesores que ella no conocía.
-          Profesor, tengo algunas preguntas que hacerle, ¿puedo robarle unos minutos cuando acabe la conferencia?- me dijo con una seriedad impertérrita.
-          Por supuesto, tardaré unos minutos en salir para poder saludar los exponentes pero estaré fuera 20 minutos después de que finalice.
-          Perfecto, esperaré entonces-suspiró se dio la vuelta y se acomodó el cabello mientras se dirigía a un puesto que quedaba al lado de Jairo y Felipe. Carla, que ya había llegado me saludó a la distancia.

Cuando una mujer hermosa le habla a un hombre, ese hombre conoce el concepto de adicción en toda su extensión. Escuchar esa melodiosa voz es una inyección de placer sobre los tímpanos, ver su figura era el éxtasis de la vista, tomarla por su cintura era la ambrosia del tacto, oler su perfume natural era el embeleso del olfato y darle un beso era el paraíso sobre los labios. ¡Maldición!…. Me estaba enamorando.

Toda aquella clase quedé englobado recordándola, embrujado por su rostro perfecto, sobre un cuerpo no tan perfecto aunque armonioso. Aprendí desde adolescente a darle más importancia al rostro que a otra parte de la anatomía femenina, porque es ahí donde se esconden algunos de los enigmas de su personalidad insondable,  al igual que en la mona lisa. Algo que odiaba no controlar era que cuando movía el cabello yo quedaba mentalmente aislado del planeta. Eso era grave.

Al terminar la conferencia el estrépito de los sujetos que se ponían de pie me aterrizó de nuevo a la tierra. Samantha era más que su nombre poético y su figura subjetivamente perfecta; todo en ella era una invitación sutil al cortejo, un paseo por los caminos prohibidos del deseo. Ahora pasaba por mi lado haciéndome una sonrisa coqueta que me ponía a prueba: Cuánto tiempo podría aguantar sin hablar con ell... (no aguanté)

-          Oye, ¿tendrás tiempo más tarde?-  Le dije mientras la hacía a un lado del resto de la gente.
-          Voy a la casa, a menos que tengas un plan que me incluya a mí.
-          Voy a tomarme un café que desde hace tres segundos se ha convertido en dos tazas de café. ¿Vienes?
-          Claro, te espero.

Se hizo un silencio de dos segundos en el que intentamos disimular las sonrisas de picardía.

-          Profesor – me dijeron mientras me tocaban el hombro. – El Doctor Murphy le espera, dijo que usted había quedado en saludarle.
-          Gracias profesora Herrera. Definiré una asesoría con la Señorita Miranda y estaré en un minuto con ustedes.

La profesora Rocío Herrera era una señora que rondaba los cincuenta y tantos años. Se había mostrado un tanto incómoda cuando me aceptaron en la comunidad docente porque me consideraba un poco joven para dictar clases. Sin embargo, con el tiempo me había ganado su respeto. Tenía aspecto enjuto y era algo encorvada, en resumen era visualmente temible a primera vista. No obstante, demostró que tenía ciertos sesgos de aire materno que la había hecho una excelente compañera de trabajo.

Ella al escuchar lo que le dije se alejó con respeto y algo de complicidad. Algo le decía que no era precisamente una asesoría.

-          A la vuelta en el café Hindú en las mesas del fondo. Media hora. – Le dije susurrando a Samantha.

Ella asintió con aire serio. Su rostro se transformó y por alguna razón presentía que iba a decirme algo importante. Dio media vuelta, me miró antes de salir y sonrió.

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Ella me miraba, miraba la copa de vino (cambiamos de opinión mientras pedíamos al mesero y desistimos del café), miraba el vacío y hablaba:

-      ¿Sabes? Uno se rodea de porquerías, y es cierto. Uno cree que tiene muchos amigos. De hecho, cuando uno es niño tiene muchos amigos, pero cuando comienzan a alejarse, a separarse o a traicionarte, uno por uno van pasando a la lista del olvido. Cuando eso pasa nuestro proceso de selección se hace más duro, tiene más reglas y se hace más fuerte para que solo quien valga la pena entre a tu círculo de afectos.           
Cuando eres adolescente tienes menos amigos que cuando eras niño, pero muchos de esos amigos adolescentes tienen segundas intenciones. Como son adolescentes solo piensan en sexo, por tanto si son de sexo contrario a ti, te hablan porque quieren sexo; pero si no lo son quieren que les hables de sexo. (Suspira).   
Se hace tan cavernaria una conversación entre adolescentes que se torna insulsa, claro, adolecen de ver más allá de los lentes oscuros de unas gafas. Luego más grandes tienes muchos menos amigos. Tanto que cuanto te preguntan por la gente que te rodea, contestas: “amigos, realmente amigos tengo…” y contarás a lo sumo 3 o 4 máximo 5.         
Pero, porque siempre hay un pero, pasa la tragedia y es enamorarse. Por más que no se quiera la pareja absorbe de una forma criminal: dejas de ver a tus amigos, incluso a tu familia, dejas de tener vida y a duras penas tienes tiempo para ti. Todos te saludan diciendo: ¡uy! Qué perdido o perdida, ¿por qué no apareces?             
Luego cuando te das cuenta has estado por años al lado de alguien y te has privado de mucho, pero también has gozado de otras cosas. Entonces te cuestionas. Te preguntas si ha valido la pena estar tanto al lado de alguien; y ello se fortalece cuando te das cuenta que tus amigos son dos con suerte.               
Tu vida está pasando a través de tus ojos sin darte cuenta. Llegas a viejo y qué, no hay amigos, no hay nada. De pronto tu pareja, si es que no te da una patada cuando ya te ve entrar a la vejez. Tus hijos no, esos son prestados, y dejándonos de boberías los jóvenes de hoy no quieren tener hijos.    
¿Ves? solo estamos rodeados de porquerías, cosas efímeras como esta blusa que tengo puesta y que esta noche voy a quemar en una hoguera donde también irá más de un recuerdo mío. La vida pasa y tú no eres nadie, ni yo tampoco. Somos tan insignificantes que mil veces hubiese preferido ser un Molusco a un humano. Esos no son tan hipócritas como nosotros.

Todo lo que me decía tenía un camino, ella no decía cosas gratis. Todo ese monólogo que me pareció una cartilla de pensamiento humano tenía un destino que a legüas se notaba que le dolía decirme.

-          Sam, tienes razón. Sin embargo pareces tratar de destruir tu vida misma. De destruir tu pasado y tu presente. Parece que quisieras irte del planeta y vivir solo para ti…
-          Para los dos… - me dijo mientras me tomaba la mano- Me iré del país en cuatro días. A Bulgaria, no podré hacer nada y perderé lo que ahora más quiero, te perderé a ti.
-          Quiero verte mañana a las 7:30 en mi apartamento, será la última oportunidad de vernos y quiero hacerla más que especial- le dije mientras trataba de asimilar la tristeza de dejarla y, claro, evitar por completo pedirle explicaciones.
-          Quiero amanecer contigo, en este bar, tomando vino. Juntos sin importar nada. Sueño con eso a tu lado y no me preguntes porqué.
-          Tomando un… ¿Gato Negro Chardonay? - Leí la etiqueta del vino.
-          Ese mismo. Mañana 7:30 de la noche. ¿si te parece?- me preguntó con un aire alegre y triste a la vez.
-          Que así sea- le dije.
-          A partir de ahora ni Erick ni Anna existen, ni mi pasado ni el tuyo existen. Solo existes tú y existo yo.

Terminamos el vino y salimos. Tropecé con una señora y le dije que disculpara casi sin mirarla. La llevé hasta su casa y allí, antes de dejarla de nuevo mi corazón empezó a latir desbocado. Sentí su mano en mi rostro, tan delicada que transmitía una paz casi celestial. Nos fuimos acercando poco a poco hasta darnos un beso. Suave, tierno, suplicante, hermoso; simplemente inexplicable. Nos separamos, nos abrazamos y ella dio media vuelta. Se fue secándose una lágrima que se había colado entre su fuerza.

Huizinga tenía razón, el juego era lo que él decía y ahora yo debía asumirlo. Me fui a mi casa, hice algunas llamadas para preparar milimétricamente la noche del día siguiente y me dispuse a intentar dormir. Sobra decir que fracasé con todo éxito en eso de conciliar el sueño.

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