sábado, 25 de febrero de 2012

Prometí verte esta noche

05/06  de septiembre de 2008
Solo tu carita estaba en mi mente,



Siempre había querido saber que era lo que sentían mis amigos cuando hablaban de desdoblarse. Decían unas cosas que yo creía tan salidas de toda razón, que pensaba que eran inverosímiles y absurdas mentiras. Pero no pensé que fuera a pasarme eso a mí, lo estaba sintiendo, ese frío, esa sensación del cuerpo adormilado, esas ganas de verla hoy luego de tanto tiempo.
- Levántate – me decía a mí mismo
- No – Me respondía
Sólo su imagen, sólo esa imagen de su carita dormida estaba en mi mente
-Levántate – Volvía a decirme
Me puse de pie y el mundo era distinto, el licor de la noche, el televisor, el insinuante vacio al primer piso que me invitaba a lanzarme y acabar con el calvario de su ausencia. La maleta desordenada  botada a los pies de la cama, la filmadora Samsung  SC-D372. Toda mi habitación carecía de olores, de formas de sentir que seguía en su interior. Aunque la puerta estaba ahí cerrada como una desgraciada barrera, no fue necesario abrirla para estar del otro lado. Ante mis ojos no se desvaneció, ni se abrió sola.  Únicamente caminé hacia ella, y luego, me di cuenta de que ya estaba detrás de mí.
Sólo esa imagen, sólo esa imagen de su carita dormida estaba en mi mente.
No siento el piso de caucho, ese que cuando la recordaba sentía que se extendía casi hasta perderla de mi vista, pero ahora que la voy a ver, siento que  se va encogiendo y me va acercando poco a poco a ella. No siento el frío de las baldosas al bajar las escaleras de mi casa. No me atrevo a mirarme, no se si estoy desnudo o si estoy con mis mejores prendas. No importa. Solo ella está en mi mente.
Luego de encontrarme con la oscuridad del primer piso, me dirigí a la segunda barrera, esa que me separaba del mundo que tenía que atravesar para llegar hasta ella.
Ya estaba como vigilante nocturno de la noche –fría supongo- cuando pasé la segunda puerta que me hacía imaginar su cuerpo perfecto arropado por sus cobijas, su seriedad dormida que tanto amo.
No tomé ninguno de los caminos por los que solíamos ir alguna vez, preferí evitar el FOTOJAPÓN de la avenida 68 con carrera 77, o el estadio del barrio Tabora donde alguna vez nos sentamos a ver un partido entre dos equipos que hasta ese día ignorábamos su existencia. Tenía que aceptar mi soledad física, mientras ese maldito taxi se hacía a mi lado, me perseguía donde quiera que fuera, me reprochaba al oído el haber salido de mi cuarto y me ofrecía llevarme de vuelta a mis cobijas.
- Levántate – Me insistía
Un auto de muchas sillas, sin ruedas ni chofer, se detuvo frente a mí, cerrándome el paso en aquella carretera por la que me perseguía el maldito taxi, como si el auto – que era blanco- fuera mío, subí sabiendo de antemano cual era su destino.
Sólo esa imagen, sólo esa imagen de su carita dormida estaba en mi mente.
Bajé del auto que luego siguió su camino rumbo al norte. Ya estaba frente a su casa. De una forma irrespetuosa, cínica y descortés, entré, sin timbrar ni pedir permiso, sin abrir las puertas. Subí las escaleras en las que muchas veces la vi, con una sonrisa en la cara y diciendo “sígueme”.
Entonces llegué a su cuarto.
- Levántate – me insistía
- No – me respondía de nuevo
Vi su cuarto, vi la cama que alguna vez fue testigo de la unión de nuestros cuerpos que entre rasguños, pasión, desenfreno y locura se hicieron felices, la carita que llorando me había pedido no creer que no me amaba. Estaba en las más profunda y angelical de las expresiones: Estaba dormidita.
Me arrodillé a su lado para contemplar esa perfecta figura, ella estaba acostada de lado, mirando hacia la orilla de la cama, me invitaba a un beso. Esa cama, en la que besé todo su cuerpo y me hizo sentir el dueño del mundo. Esa cama ahora cobijaba su cuerpo dotado de hermosura, su cara angelical, arropaba sus sueños.
Me incliné para besar sus labios, los que miré con tentación mientras me decía “yo mejor me voy”, y con un beso en la mejilla se perdía en la noche de un 9 de febrero. Junté mis labios con los suyos, mi alma y su alma, mi amor y su amor. Pero ella no se movió.
La llamé a gritos, gritos desaforados de desesperación. ¡Estoy contigo!, le decía y yo mismo me presionaba:
- Levántate. – me insistía.
El recuerdo de nuestro pasado me hizo sentarme en una esquina y contemplarla, como si fuera un amigo, como si fuera su amigo.
En su lucha por acomodarse en la cuna de la que fue nuestra felicidad de domingo, se movió, y luego se quedó bocabajo mirándome, con los ojos cerrados. Como a un amigo en la esquina de la habitación.
- Levántate – me seguía insistiendo
Me puse de pie, caminé sobre el suelo –frío supongo- y me volví a acercar a ella. Me senté al borde de su cama, y como un amigo besé su mejilla, pero como su novio besé sus labios que me condujeron a la mejor de mis visiones.
Era un día soleado, que parecía ser más claro con el brillo de sus ojos, el mundo dibujaba una sonrisa en su cara y en la mía. Dos pequeños niños jugaban a subir y bajar escaleritas  que llevan a un resbaladero. La niña era menor que el niño, rubia, de ojos color miel, y tenía una cadenita de plata con las iniciales A y D. Esa niña se acercó a nosotros, le habló a la hermosa mujer que recostaba su cabeza en mi pecho y le decía: “¿Mami puedo subir allá…?”
La visión se esfumó al separarme de sus labios, una sonrisa se dibujó en los míos, pero ella seguía dormida.
Me senté de nuevo y la contemplé, vi su cuerpo bajo las cobijas, vi su hermosa carita, vi su sueño profundo, puro. La vi indefensa y me prometí protegerla.
- Levántate.- me decía de nuevo.
Perdí el sentido del tiempo. Cuando levanté mis ojos hacia la ventana, vi que el sol entraba y la iluminaba como a una divinidad.
- Levántate- me gritaba.
Impaciente se movió y quedó bocarriba, abrió despacio sus ojos y miró el techo de su habitación por dos segundos eternos. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
- Levántate, levántate por Dios- me suplicaba
Se inclinó y cogió su celular. Presionó un botón. Sólo su imagen, sólo esa imagen de su carita dormida estaba en mi mente.
Una vibración en mi oído hizo que mi corazón se acelerara. Todo mi cuerpo brincó.
Me incliné y cogí mi celular que estaba sobre mi mesita de noche. Contesté. Hola mi precioso. Levántate-  Me dijo, y una sonrisa se dibujo en mi rostro.


P.S: Agradezco a Lina Herrera quien salvó este cuento que creía perdido, pero ella, gran lectora, y editora de cabecera lo rescató de sus archivos más perdidos. Gracias.


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Antonomasia mutante