miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL CEMENTERIO DE UN SENTIMIENTO

A.G.A.Q.S.P.C.T.


Cambió mi mundo, pero aún no así no se quedó.
Por favor leer el siguiente escrito escuchando la siguiente canción de fondo.




Me separaba con sus manos sobre mi pecho - un acto hecho con la razón-, sin embargo, sus labios seguían unidos a los míos -un acto hecho con el corazón-. Desistió de la idea de alejarme, puso sus manos en mi espalda y me atrajo hacia ella para darnos un beso más. Luego, nos rendimos. Nos ganó el tiempo, nos ganó la situación, nos ganó todo lo que podía causarnos daño. Derrotado me di cuenta que hasta ahí llegó todo, no hubo más magia, ni momentos buenos qué recordar, ya no había nada que se pudiera hacer.
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Una vez más, 15 minutos tarde. No le haría ningún reclamo al respecto, porque ese día no quería que una pelea dañara el momento que, muy a nuestro pesar, ya estaba dañado antes de llegar. Me atrevería a asegurar que nunca me molestó que llegara tarde, lo único que yo no soportaba era la ansiedad de verla.

Lo sabíamos, nuestra voluntad cuando se trataba del otro se volvía de arena. Más la mía que la de ella, debo aceptar. Sin embargo, de tantas noches en las que hablamos, la convencí de vernos de nuevo una vez más, esta vez definitiva y radical. No fue fácil, pero era necesario. En esta ocasión le tenía un regalo más, el último, el más preciado para mí, el que le había prometido hacía mucho tiempo.

Cuando la vi, me acerqué con sigilo y, aunque estaba muy cerca ella no me vio. Ello auguraba claramente un futuro en el que ella, había decidido dejarme por fuera, y yo acepté a regañadientes. Le toqué el brazo, y esa sonrisa en la cara se dibujó al instante. Al instante recordé lo que me había dicho hacía apenas dos días: Necesito un abrazo, necesito tu abrazo.

Entramos a un café donde una vez más tomé vino. Ella tomó una cosa con canela que tenía el nombre de un personaje que yo admiro mucho y fue el precursor de los más grandes avances de la civilización egipcia luego de la era faraónica: Alexander. La verdad no sé qué relación había entre esa combinación de licores y un personaje de ese talante, pero la verdad no era que me importara mucho en ese momento. Regresemos al caso.

No senté a su lado. En cambio me hice en la silla frente a ella. Después de esto, siguió una guerra de silencios incómodos adornada por fingidas formas de hacer una conversación amistosa. Posteriormente intentamos hablar del tema que nos importaba, -que no se fuera, que podíamos juntos, que no importaba nada más- pero siempre llegamos a la misma conclusión: No tenía sentido.

Entre todo aquello la seguía viendo hermosa, de una manera inusual. De esa forma en la que se ve una porcelana detrás de una vitrina. La veía cerca, a unos centímetros de darle un beso. Sin embargo, un “algo” invisible me impedía tocarla, sentirla, abrazarla.

En un momento me senté a su lado y la abracé. Ambos queríamos estar juntos, un poco más, un minuto más. Me abrazaba con fuerza, pidiendo que no me fuera y yo le respondía tomándola entre mis brazos como si no quisiera dejarla escapar nunca.

Me fijé por dos segundos en su mano derecha. Estaba sujetando con mucha fuerza su bolso. La tomé y cuando su fuerza se desvaneció, la puse en mi cuello.

-          En vez de tomar con fuerza tu bolso, tómame con fuerza a mí.

En ese momento no hubo más voluntad y un beso dejó de lado esa cordura fingida que tuvimos en los minutos precedentes.

Me separaba con sus manos sobre mi pecho - un acto hecho con la razón-, sin embargo, sus labios seguían unidos a los míos -un acto hecho con el corazón-. Desistió de la idea de alejarme, puso sus manos en mi espalda y me atrajo hacia ella para darnos un beso más. Luego, nos rendimos. Nos ganó el tiempo, nos ganó la situación, nos ganó todo lo que podía causarnos daño. Derrotado me di cuenta que hasta ahí llegó todo, no hubo más magia, ni momentos buenos qué recordar, ya no había nada que se pudiera hacer.

Aquel café ya no era un café de tendencia londinense sino un lugar abierto con aire y mucho campo para verla correr y perderse en la distancia. Me distraje para saber qué tan lejos podía llegar para luego ir por ella, pero cuando regresé la mirada al lugar en el que ella estaba, me quedé divisando el vacío. Ella ya se había marchado y yo me había quedado con un beso de despedida entre el bolsillo que terminé botando al vacío.
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En algún momento le entregué aquel regalo que tenía para ella, y creo que le gustó.

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