viernes, 21 de octubre de 2016

CLANDESTINO

Amanece ya mi ángel. 
Extracto. 

Ese beso, ese pedazo de beso que no te da de lleno en la boca pero sí te abraza el alma entera. Con ese beso ya no cabe ningún otro pensamiento en la cabeza.

Su mano entre la mía se volvía de a pocos más poético que Neruda con un vino en la mano. El simple hecho de jugar con sus dedos entre los míos me desarma la voluntad hasta el hueso; me toma, me reescribe entero, me disuelve en el licor y me bebe de un trago.

De la mano al antebrazo había solo un poco más de cariño de distancia. Esa caricia clandestina que me llegaba a las venas y que ahora hacía parte de mi vida, encuentra siempre el punto estratégico donde la razón es un adorno; ese punto donde finjo tontamente ser el mismo a pesar de no ser siquiera; ese punto escondido donde ella aún no conoce que su existencia irresponsable materializó lo que imaginaba una mujer imposible; una mujer más mujer que una tarde de Brahms y vino.

Ella no pregunta nada, me hace suyo con una sonrisa porque sabe que es su derecho. No me suelta el antebrazo y yo con esa sujeción disfruto cada momento que puedo pertenecerle. El guiño pícaro de su ojo me grita que ya sabe lo que pienso y me deja listo para recorrer mi vista en su sonrisa. Quiero desaparecer con ella, comerme el mundo y así quedar desprovistos de un lugar dónde regresar.


Sin más me sonríe de nuevo. Y sucede. Me da ese beso, ese pedazo de beso que no te da de lleno en la boca pero sí te abraza el alma entera. Con un adiós, seco y clandestino, se aleja, segura de haberme hecho feliz por haberle pertenecido una vez más.

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