lunes, 3 de noviembre de 2014

HISTORIA DE UN SUEÑO


CAPÍTULO 1

Narrador en tercera persona

TELÉFONO MÓVIL DE DIANE – UN MENSAJE ENTRANTE
31 DE OCTUBRE – 11:30 P.M.

DISFRUTA LA FIESTA. SI SIENTES ALGÚN DOLOR LLÁMAME. CON CARIÑO. MAMÁ.
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Narrador en primera persona

31 DE OCTUBRE – 11:50 P.M.
JHONATHAN

Sus aretes eran algo muy parecido a las plumas de un pavo real. Ella los tocaba constantemente como si quisiera confirmar que seguían allí.
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Narrador en primera persona

31 DE OCTUBRE – 11:35 P.M.
JHONATHAN

Terminé en ese bar por pura casualidad, lo recuerdo bien. Muy extrañamente para mi edad (en la que muchos aseguran que debería ir más a fiestas) los tumultos me disgustaban vehementemente y sumado a esto consideraba que el licor en grandes cantidades retrasaba y entorpecía mis procesos creativos. En conclusión yo no encajaba en ese lugar. Sin embargo cedí ante las insistentes peticiones de Jean Carlo, el italiano recién llegado con quién tuve la oportunidad de forjar amistad durante una de las numerosas conferencias de antropología a las que habíamos asistido.

Éramos seis personas: Sofía, la chica a la que todos mis compañeros de trabajo querían conquistar; Marla, la mexicana encantadora de ascendencia oriental; Sarah, la inglesa con muy pocos talentos para el baile latino; Baltazar, cuya seriedad le hacía pasar por un auténtico insensible ante la opinión femenina; Jean Carlo y yo.

Nos sentamos en un lugar donde podíamos ver todo el bar. Algo así como un mirador improvisado. Pedimos una botella de ron blanco y comenzamos a escrutar el lugar con la mirada. Unos minutos después empecé a beber tímidamente mientras buscaba la nada entre el caos; algo llamativo para entretenerme mientras el tiempo inexorable pasaba sobre aquella noche de Halloween.

Tomé otro trago de ron y la vi. Sus aretes eran algo muy parecido a las plumas de un pavo real; ella los tocaba constantemente como si quisiera confirmar que seguían allí. Sus manos eran delgadas, delicadas y blancas. Solo tenía un anillo en la derecha y una pulsera en la izquierda.  Con esas manos, constantemente, tomaba un vaso lleno de algún coctel del que sobresalía un pitillo[1].

Sus labios, que a la distancia se veían brillantes, tal vez por algún brillo labial, succionaban el contenido del vaso. Luego sonreía por algo que para mí era como un año entero. Era hipnótica, alteraba el tiempo, y yo caía plácidamente en el juego.

Su cabello castaño claro, que caía sobre sus hombros descubiertos, contrastaba a la perfección con sus ojos verdes y su piel blanca inmaculada. Tomé otro trago y la conciencia siguió subiendo hacia un paraíso desconocido, a causa de una desconocida.

Jean Carlo me bajó de nuevo a la tierra tocándome el hombro:

-       Regresa Jhonathan. Es hora de ir a bailar ¿No crees?
-       Sigo demasiado sobrio, para bailar a esta hora – le respondí en tono irónico e inconscientemente volví a mirarla. Jean Carlo siguió la mirada.
-       Lo que quieres es contemplar el paisaje.
-       Sí, al menos unos minutos más.
-       Bueno, todos iremos a la pista. Estaremos allá si te animas.

Todos se fueron. Volví a mirarla y por primera vez las miradas se cruzaron. Cerró un poco los párpados con tinte interrogativo y luego giró de nuevo la cabeza en dirección de su compañera.

Alguien sacó a bailar a la amiga de mi mujer hipnótica y cuando alguien intentó sacarla también a ella, mostrando la palma de su mano y con una franca sonrisa, declinó el ofrecimiento. Ya sola, puso los codos sobre la mesa, se inclinó y tomó otro trago de coctel. Nos miramos de nuevo. Pude leer en ella un aire de incomodidad; bajaba la cabeza, apretaba los labios y no centraba la mirada en un lugar específico; ella no encajaba, al igual que yo, en ese lugar. 
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Narrador en primera persona

1 DE NOVIEMBRE - 1:00 a.m.
JHONATHAN


Las miradas entre ella y yo no cesaban. Jean Carlo ya se había dado cuenta de eso y me había instado a sacarla a bailar en repetidas oportunidades pero yo me negaba a hacerlo. Muchas misiones en la historia han encontrado el fracaso porque el juicio que sabe distinguir los momentos oportunos se halla nublado por la adrenalina; pero yo no dejaría que eso ocurriera esta noche.

En algunas ocasiones ella sonreía, pero la timidez de su coquetería le hacía sentir algo de culpa. Se notaba que se reprendía a sí misma por hacerlo. Yo entretanto, instintivamente, tomaba un trago corto de ron y lo seguía de un vaso con agua.

Tomé un papel y un bolígrafo, escribí lo que quería que supiera y lo guardé en el bolsillo de mi camisa. De pronto, empezó a sonar la canción Quiéreme Siempre de La Orquesta Aragón de Cuba. Nos miramos casi instintivamente y el momento se construyó a sí mismo.

Bajé las pequeñas escaleras y sin decirle nada extendí la mano hacia ella. Me miró fingiendo sorpresa y tras un suspiro profundo accedió. Al ponerse en pie dejó ver el vestido rosado que ceñía su 1.60 de estatura perfecta. No sabía muy bien si ella había logrado enamorarme en una hora y sin hacer nada o definitivamente esta mujer era una alucinación.

Bailamos. En silencio.

Al terminar la canción me sonrío con timidez:

-       Bailas bien. - Le dije y me reproché por iniciar la conversación con semejante tontería.
-       Iba a decir lo mismo de ti. Creo que ninguna mujer te dice que no cuando la sacas a bailar. – Me dijo mientras se sonrojaba.
-       Respecto a eso tengo un problema. Yo nunca pregunto. – Dije entre risas que ella respondió- Me llamo Jhonathan. Un gusto señorita.
-       Diane. Mucho gusto.

Nos estrechamos la mano y con diplomacia la dejé en su mesa. Luego me dirigí a la mía con una sonrisa más que notoria.

A lo largo de la noche bailamos unas veces más hasta que la madrugada se asomó por la puerta del bar. Era fascinante saber que, luego de decirme que estudiaba publicidad y trabajaba los fines de semana, podíamos pasar de forma intempestiva a hablar de Lovecraft y a Mary Shelley sin ningún problema. Nada puede superar a una persona que haga una conversación estimulante de la nada, aunque estoy por pensar que lo interesante no es de lo que se habla sino el poder que tiene alguien para hacer atractivo hasta el tema más común.
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Narrador en primera persona

1 DE NOVIEMBRE - 4:30 a.m.
JHONATHAN

La amiga de Diane, que se llama Eva y me la presentó en el transcurso de la noche, me compartió varias miradas cómplices como si ella hubiese cumplido con la misión de la noche gracias a mí.  Eva, ahora estaba al lado de mi mujer hipnótica mientras yo me despedía:

-       He pasado un rato muy agradable, muchas gracias. – Me dijo con una sonrisa en sus labios. Me seguía impresionando la limpieza con que usaba el lenguaje.
-       Yo también he pasado un rato maravilloso a tu lado, espero se pueda repetir. – Le di un beso en la mejilla.
-       También espero lo mismo, pero será muy complicado si no tengo tu número telefónico.
-       Pero si ya lo tienes, mira tu bolsillo.

Al decirle eso hizo una mirada auténtica de extrañeza, metió la mano a su bolsillo izquierdo pero estaba vacío; en el otro, encontró un papel pulcramente doblado en el que se hallaba el número del teléfono.

-       Eres algo sorpresivo. – Me dijo aún sorprendida.
-       No, solo algo impaciente. – Dije entre risas- Ahora solo me falta tener tu número.

Hizo una pausa y su rostro mostró algo de picardía.

-       No, yo también quiero tener una estrategia. Trata de estar pendiente de tu teléfono móvil.

Me dio un beso en la mejilla y dio la vuelta. Tras despedirme también de Eva vi cómo tras la puerta del bar se perdían de mi vista.
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Narrador en tercera persona

1 DE NOVIEMBRE - 1:00 a.m.
DIANE

La risa nerviosa permaneció en Diane incluso después de salir del bar. Era la primera vez que alguien hablaba con ella en una fiesta sin hacerle una propuesta de doble sentido o irrespetarla de alguna manera. Conocer a Jhonathan le hacía sentir algo extraño pero agradable.

Mientras caminaban para tomar un taxi y comentaban acerca de Jhonathan, Eva notó como su compañera empezó a caminar más despacio. Al interrogarle por el motivo, Diane puso los ojos en blanco y se desplomó en los brazos de su amiga.

Para Eva resistir el peso de Diane en los brazos le hizo perder momentáneamente el equilibrio, pero cuando se estabilizó, quiso gritar para pedir ayuda. De pronto sintió como su amiga se recuperaba las fuerzas y se puso en pie de nuevo. Ambas se sentaron en un andén:

-       Ni se te ocurra hacer escándalo por esto Eva, aunque hubiese sido un lindo detalle.
-       ¿Qué te pasó? ¿Por qué te desmayaste así? – Le dijo con gesto preocupado.
-       Es solo un dolor en la cabeza, nada importante.

Eva trató de preguntarle más sobre el tema, pero Diane la interrumpió con un gesto de su mano.

-       Eva, solo son pequeños dolores de cabeza, nada importante, y si me desvanecí fue por el cansancio. Sabes que no soy de beber licor.

Se abrazaron como tratando de superar el momento. Se pusieron de nuevo de pie y tomaron un taxi. Rumbo a casa.





[1] En algunos países también es llamado cañita, pajilla y otros regionalismos.

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