CAPÍTULO 1
Narrador en tercera
persona
TELÉFONO MÓVIL DE
DIANE – UN MENSAJE ENTRANTE
31 DE OCTUBRE – 11:30
P.M.
DISFRUTA LA FIESTA.
SI SIENTES ALGÚN DOLOR LLÁMAME. CON CARIÑO. MAMÁ.
Narrador en primera
persona
31 DE OCTUBRE – 11:50
P.M.
JHONATHAN
Sus
aretes eran algo muy parecido a las plumas de un pavo real. Ella los tocaba
constantemente como si quisiera confirmar que seguían allí.
Narrador en primera
persona
31 DE OCTUBRE – 11:35
P.M.
JHONATHAN
Terminé
en ese bar por pura casualidad, lo recuerdo bien. Muy extrañamente para mi edad
(en la que muchos aseguran que debería ir más a fiestas) los tumultos me
disgustaban vehementemente y sumado a esto consideraba que el licor en grandes
cantidades retrasaba y entorpecía mis procesos creativos. En conclusión yo no
encajaba en ese lugar. Sin embargo cedí ante las insistentes peticiones de Jean
Carlo, el italiano recién llegado con quién tuve la oportunidad de forjar
amistad durante una de las numerosas conferencias de antropología a las que
habíamos asistido.
Éramos
seis personas: Sofía, la chica a la que todos mis compañeros de trabajo querían
conquistar; Marla, la mexicana encantadora de ascendencia oriental; Sarah, la
inglesa con muy pocos talentos para el baile latino; Baltazar, cuya seriedad le
hacía pasar por un auténtico insensible ante la opinión femenina; Jean Carlo y
yo.
Nos
sentamos en un lugar donde podíamos ver todo el bar. Algo así como un mirador
improvisado. Pedimos una botella de ron blanco y comenzamos a escrutar el lugar
con la mirada. Unos minutos después empecé a beber tímidamente mientras buscaba
la nada entre el caos; algo llamativo para entretenerme mientras el tiempo
inexorable pasaba sobre aquella noche de Halloween.
Tomé
otro trago de ron y la vi. Sus aretes eran algo muy parecido a las plumas de un
pavo real; ella los tocaba constantemente como si quisiera confirmar que
seguían allí. Sus manos eran delgadas, delicadas y blancas. Solo tenía un
anillo en la derecha y una pulsera en la izquierda. Con esas manos, constantemente, tomaba un
vaso lleno de algún coctel del que sobresalía un pitillo[1].
Sus
labios, que a la distancia se veían brillantes, tal vez por algún brillo
labial, succionaban el contenido del vaso. Luego sonreía por algo que para mí
era como un año entero. Era hipnótica, alteraba el tiempo, y yo caía
plácidamente en el juego.
Su
cabello castaño claro, que caía sobre sus hombros descubiertos, contrastaba a
la perfección con sus ojos verdes y su piel blanca inmaculada. Tomé otro trago
y la conciencia siguió subiendo hacia un paraíso desconocido, a causa de una
desconocida.
Jean
Carlo me bajó de nuevo a la tierra tocándome el hombro:
-
Regresa Jhonathan. Es hora de ir a bailar ¿No
crees?
-
Sigo demasiado sobrio, para bailar a esta hora –
le respondí en tono irónico e inconscientemente volví a mirarla. Jean Carlo
siguió la mirada.
-
Lo que quieres es contemplar el paisaje.
-
Sí, al menos unos minutos más.
-
Bueno, todos iremos a la pista. Estaremos allá
si te animas.
Todos
se fueron. Volví a mirarla y por primera vez las miradas se cruzaron. Cerró un
poco los párpados con tinte interrogativo y luego giró de nuevo la cabeza en
dirección de su compañera.
Alguien sacó a bailar a la amiga de mi mujer
hipnótica y cuando alguien intentó sacarla también a ella, mostrando la palma
de su mano y con una franca sonrisa, declinó el ofrecimiento. Ya sola, puso los
codos sobre la mesa, se inclinó y tomó otro trago de coctel. Nos miramos de
nuevo. Pude leer en ella un aire de incomodidad; bajaba la cabeza, apretaba los
labios y no centraba la mirada en un lugar específico; ella no encajaba, al
igual que yo, en ese lugar.
Narrador en primera
persona
1 DE NOVIEMBRE - 1:00
a.m.
JHONATHAN
Las
miradas entre ella y yo no cesaban. Jean Carlo ya se había dado cuenta de eso y
me había instado a sacarla a bailar en repetidas oportunidades pero yo me
negaba a hacerlo. Muchas misiones en la historia han encontrado el fracaso
porque el juicio que sabe distinguir los momentos oportunos se halla nublado
por la adrenalina; pero yo no dejaría que eso ocurriera esta noche.
En
algunas ocasiones ella sonreía, pero la timidez de su coquetería le hacía
sentir algo de culpa. Se notaba que se reprendía a sí misma por hacerlo. Yo
entretanto, instintivamente, tomaba un trago corto de ron y lo seguía de un
vaso con agua.
Tomé
un papel y un bolígrafo, escribí lo que quería que supiera y lo guardé en el
bolsillo de mi camisa. De pronto, empezó a sonar la canción Quiéreme Siempre de
La Orquesta Aragón de Cuba. Nos miramos casi instintivamente y el momento se
construyó a sí mismo.
Bajé
las pequeñas escaleras y sin decirle nada extendí la mano hacia ella. Me miró
fingiendo sorpresa y tras un suspiro profundo accedió. Al ponerse en pie dejó
ver el vestido rosado que ceñía su 1.60 de estatura perfecta. No sabía muy bien
si ella había logrado enamorarme en una hora y sin hacer nada o definitivamente
esta mujer era una alucinación.
Bailamos.
En silencio.
Al
terminar la canción me sonrío con timidez:
-
Bailas bien. - Le dije y me reproché por iniciar
la conversación con semejante tontería.
-
Iba a decir lo mismo de ti. Creo que ninguna
mujer te dice que no cuando la sacas a bailar. – Me dijo mientras se sonrojaba.
-
Respecto a eso tengo un problema. Yo nunca
pregunto. – Dije entre risas que ella respondió- Me llamo Jhonathan. Un gusto
señorita.
-
Diane. Mucho gusto.
Nos
estrechamos la mano y con diplomacia la dejé en su mesa. Luego me dirigí a la
mía con una sonrisa más que notoria.
A lo largo de la noche bailamos unas veces
más hasta que la madrugada se asomó por la puerta del bar. Era fascinante saber
que, luego de decirme que estudiaba publicidad y trabajaba los fines de semana, podíamos pasar de forma intempestiva a hablar de Lovecraft y a Mary
Shelley sin ningún problema. Nada puede superar a una persona que haga una
conversación estimulante de la nada, aunque estoy por pensar que lo interesante
no es de lo que se habla sino el poder que tiene alguien para hacer atractivo
hasta el tema más común.
Narrador en primera
persona
1 DE NOVIEMBRE - 4:30
a.m.
JHONATHAN
La
amiga de Diane, que se llama Eva y me la presentó en el transcurso de la noche,
me compartió varias miradas cómplices como si ella hubiese cumplido con la
misión de la noche gracias a mí. Eva,
ahora estaba al lado de mi mujer hipnótica mientras yo me despedía:
-
He pasado un rato muy agradable, muchas gracias.
– Me dijo con una sonrisa en sus labios. Me seguía impresionando la limpieza
con que usaba el lenguaje.
-
Yo también he pasado un rato maravilloso a tu
lado, espero se pueda repetir. – Le di un beso en la mejilla.
-
También espero lo mismo, pero será muy
complicado si no tengo tu número telefónico.
-
Pero si ya lo tienes, mira tu bolsillo.
Al
decirle eso hizo una mirada auténtica de extrañeza, metió la mano a su bolsillo
izquierdo pero estaba vacío; en el otro, encontró un papel pulcramente doblado
en el que se hallaba el número del teléfono.
-
Eres algo sorpresivo. – Me dijo aún sorprendida.
-
No, solo algo impaciente. – Dije entre risas-
Ahora solo me falta tener tu número.
Hizo una pausa y su rostro mostró algo de picardía.
-
No, yo también quiero tener una estrategia.
Trata de estar pendiente de tu teléfono móvil.
Me
dio un beso en la mejilla y dio la vuelta. Tras despedirme también de Eva vi
cómo tras la puerta del bar se perdían de mi vista.
Narrador en tercera
persona
1 DE NOVIEMBRE - 1:00
a.m.
DIANE
La
risa nerviosa permaneció en Diane incluso después de salir del bar. Era la
primera vez que alguien hablaba con ella en una fiesta sin hacerle una
propuesta de doble sentido o irrespetarla de alguna manera. Conocer a Jhonathan
le hacía sentir algo extraño pero agradable.
Mientras
caminaban para tomar un taxi y comentaban acerca de Jhonathan, Eva notó como su
compañera empezó a caminar más despacio. Al interrogarle por el motivo, Diane
puso los ojos en blanco y se desplomó en los brazos de su amiga.
Para
Eva resistir el peso de Diane en los brazos le hizo perder momentáneamente el
equilibrio, pero cuando se estabilizó, quiso gritar para pedir ayuda. De pronto
sintió como su amiga se recuperaba las fuerzas y se puso en pie de nuevo. Ambas
se sentaron en un andén:
-
Ni se te ocurra hacer escándalo por esto Eva,
aunque hubiese sido un lindo detalle.
-
¿Qué te pasó? ¿Por qué te desmayaste así? – Le
dijo con gesto preocupado.
-
Es solo un dolor en la cabeza, nada importante.
Eva
trató de preguntarle más sobre el tema, pero Diane la interrumpió con un gesto
de su mano.
-
Eva, solo son pequeños dolores de cabeza, nada
importante, y si me desvanecí fue por el cansancio. Sabes que no soy de beber
licor.
Se
abrazaron como tratando de superar el momento. Se pusieron de nuevo de pie y
tomaron un taxi. Rumbo a casa.
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