(Si no encuentra el sentido, no se preocupe. Nosotros también lo seguimos buscando)
Ella
buscaba por todo el restaurante pero no lo encontraba. La paciencia se le iba
acabando. Caminaba atropelladamente entre las sillas de varias personas que ya
se encontraban cenando e incluso golpeó los espaldares descuidadamente mientras
pasaba con aire de desesperación. En una esquina se encontraba un hombre que la
miraba, camuflado detrás de un libro que simulaba estar leyendo. Ella lo vio y
se dirigió hacia él mientras recuperaba la tranquilidad en la respiración.
- ¿Vino? – preguntó mientras se sentaba y arrojaba el paraguas húmedo en la silla vacía que quedaba a su lado. Él quedaba en el puesto más lejano. En el frente.
- Como siempre…
- No, vuelvas a hacerlo – Lo interrumpió.
- ¿Hacer qué?
- Simular que estás solo cuando siempre he querido estar contigo.
- ¿Lo dices porque te veo llegar escondido detrás de un libro?
- Lo digo porque finges que eso te importa más que mi presencia.
Él
tomó un sorbo largo del café y se enderezó en la silla. La miró mientras
trataba de recordar lo que debía decirle a Laura cuando la tuviera al frente.
- Laura – dijo mientras sonreía – ese ahora es tu nombre. Lo siento si no te gusta, pero tenía que ponerte uno en la historia, al fin y al cabo yo la estoy escribiendo.
- ¿Por qué me pusiste Laura?
- Nunca he tenido una novia con ese nombre, por qué no empezar en una historia, en esta historia.
- Porque si quiero estar en tu vida, así sea como un recuerdo, quiero estar con mi nombre real.
- Nunca me gustó tu nombre.
- ¿Por qué nunca me lo dijiste?
- Porque quería imaginarme en ti algo mucho mejor, empezando por tu nombre.
El
camarero entró en la escena, por la derecha como decía el libreto. Preguntó qué
querían y respondieron que el vino de siempre. No era la primera vez que lo
pedían. Ella continuó la conversación.
- ¿Hablábamos de música?
- Sí, tu nombre no rima con nada.
- Siempre tuviste poca imaginación.
- Siempre tuve poca imaginación porque jamás me dejaste imaginar algo que no te incluyera.
Ella
contuvo a medias la risa y miró en todas las direcciones. Notó cómo el resto de
personas en el restaurante estaban metidas en su papel.
- Esta escena se nos salió de las manos hace rato, ¿verdad? – Preguntó ella.
- No te despidas.
- Igual ya estabas solo ¿no?
- ¿Qué es la soledad? – La pregunta provocó que ella ensombreciera su rostro - ¿Cómo sabes que yo estoy solo?, ¿qué sabes tú de la soledad?
Silencio.
El continuó.
- Tú crees que la soledad son los pensamientos de un poeta o crees que es la copia barata y física de una canción melancólica. Tú no sabes nada de la soledad y sabes muchísimo menos de mí. Solo sabes que te miraba escondido detrás de un libro y que hemos pedido vino.
- ¿Tú qué sabes de mí?
- Que no quieres tener hijos.
- Ni mascotas – complementó ella.
- Ni vida - dijo él mientras tomaba su abrigo y se ponía de pie.
- ¿No esperas el vino?
- No, tú y yo sabemos que ese vino no es para mí sino para la persona que en verdad estás esperando.
No
era la primera vez que lo pedían, pero él no era parte de esa escena. Tomó su
abrigo dejándola allí, sentada. No miró hacia atrás ni titubeó en su paso. Al
llegar a la puerta del restaurante abrió el paraguas y caminó catorce calles
hacia el norte bajo la inclemente lluvia. Al llegar a su destino, él buscaba
por todo el restaurante pero no la encontraba. La paciencia se le iba acabando.
Caminaba atropelladamente entre las sillas de varias personas que ya se
encontraban cenando e incluso golpeó los espaldares descuidadamente mientras
pasaba con aire de desesperación. En una esquina se encontraba una mujer que lo
miraba, camuflada detrás de un libro que simulaba estar leyendo. Él la vio y se
dirigió hacia ella mientras recuperaba la tranquilidad en la respiración.
- ¿Vino? – preguntó mientras se sentaba arrojaba el paraguas húmedo en la silla vacía que quedaba a su lado. Ella quedaba en el puesto más lejano. En el frente.
- Como siempre…
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